por Eduardo Milán
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El viejo y la poesía no es El viejo y el mar de Hemingway. Me vino la relación por la edad que se adhiere. Son dos motivos que se presentan como antitéticos. No porque la poesía se considere eterna. Lo eterno no muere y renace. Se mantiene impávido, casi indiferente. La poesía tiene su caída histórica. La venía negreando el barroco del XVII. Negreando en el sentido de la pintura negra. Oscureciendo, casi de noche. Hasta que cae empujada por la Ilustración. Aquí empieza la caída histórica, la que permite considerar el tema “el viejo y la poesía”.
El siglo XIX no presenta signos sino de alejamiento de la vejez. Dos: “Los poetas no tiene identidad” (John Keats) y “Yo es otro” (Rimbaud). La no-identidad y la alteridad huyen de la vejez. Aunque son históricas en su presentación lírica comunican directamente con un no-tiempo y no-lugar. Tanto que en el caso de Rimbaud va a dar a Abisinia. Pero en Rimbaud hay algo más: lo contraviejo, la ecuación adolescencia=poesía. En Keats la alteridad está en su tiempo y en su lugar. La alteridad es todo y la poesía se aloja momentáneamente en relación con lo eterno. La vejez no llega ahí porque la poesía está en gerundio, en un gerundio constante como la divinidad que Rimbaud y Keats ocultan. Keats vive en su lugar, Rimbaud está buscando su lugar.
Con o sin lugar o, como decía Salvador Puig, con “lugar a dudas”, Keats, romántico, Rimbaud, simbolista, efectuaban posicionamientos que dividían las aguas, las no siempre —y en el siglo XIX como anticipo de lo que iba a ser con la apertura de las vanguardias en el siglo XX— tranquilas, serenas, apacibles. No se puede en los distintos ámbitos poéticos del siglo que acaba de terminar levantar la cabeza a los cielos poéticos sin recibir tormenta por saludo. Llueve permanentemente sobre las miradas líricas, por más levantadas o rebeldes que sean. Que lo diga el protagonista de Stalker, ese monumento poético que nos dejó Tarkovski. El problema, contra todo —valga la contradicción siempre— pronóstico retrospectivo que se pueda reconocer al considerar este hoy poético, este ahora lírico, como lugares de conflicto. No nos ganó la serenidad. Nos ganó la aceptación, el miedo a perderlo todo que nos lleva a un sí a cualquier amenaza de turbulencia mayor que la palpable y vivible.