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La lenta muerte de la República romana

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Roma

Sobre la fragilidad del ideal republicano

Este nuevo relato sobre la destrucción de la república romana cobra especial vigencia por los recientes episodios violentos en el Capitolio de los Estados Unidos.

El relato de cómo se fue destruyendo la república romana antigua cobra especial vigencia con la reciente asonada de los partidarios de Donald Trump al Capitolio de los Estados Unidos. Lo de Roma parece resumirse en el icónico asesinato de Julio César en las puertas del Senado, pero está atado a una serie de hechos previos que casi siempre quedan fuera del cuadro. Se sabe que a la república la mataron de a poquito, durante décadas, todos los romanos, ricos y pobres, políticos y militares, intelectuales e iletrados. Por omisión o por acción, por desidia o ambición.
El profesor norteamericano Edward J. Watts entendió necesario volver a contar esta historia, en un contexto político actual difícil. Lo motivaron las charlas con sus hijos y con sus estudiantes, es decir, con las generaciones que gobernarán mañana. Publicó el libro en 2018, y llega ahora en buena traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

En construcción

Fue “una de las repúblicas más longevas de la historia del mundo” escribe Watts. El relato comienza en el año 280 a.C. y termina con la consolidación de Augusto como primer emperador en los albores de la era cristiana. Resulta clave, sobre todo para las futuras generaciones, trasmitir en qué consistió esa edad de oro de la república, cuando los líderes confiaban en alcanzar acuerdos, donde las mayorías no imponían sus soluciones a las minorías, y donde todos en mayor o menor medida salían ganando. Fue una época donde “el pasado del mundo mediterráneo chocó con su futuro”. Debido a las guerras púnicas y al general cartaginés Aníbal, Roma había sufrido varias crisis mayúsculas que la dejaron al borde de la destrucción total.

Pero la república demostró adaptabilidad y resistencia ante las crisis económicas y las devastadoras derrotas militares. Aquellos romanos sabían construir consensos. Se convirtió en la mayor potencia militar y política mediterránea, sin abandonar el sistema de gobierno republicano.
Un primo de Alejandro Magno, Pirro, decidió darle una lección a estos romanos raros. Corría el verano del 280 a.C. El macedonio llegó a la península itálica y, tras sus victorias en el campo de batalla, intentó doblegar a Roma. Pero eran “victorias pírricas”, inútiles. Pirro no entendía el sistema político y económico que estaba enfrentando, uno de ejércitos ciudadanos inagotables, de aristocracia indivisible, y de dirigentes que parecían insobornables. Donde “la virtud residía en servir a Roma y el deshonor en colocar los intereses privados por delante de los de la república”.

Watts se dedica a explicar de forma amena su complejidad, sus procedimientos y cargos (el Senado, los cónsules, pretores, ediles, cuestores), o los detalles de cómo llegaron a consagrar, durante las guerras contra Cartago, algo que hoy se llamaría Guerra Total, pues alistaron en el ejército al 70% de los adultos romanos entre 17 y 30 años.

En de-construcción

El declive comenzó luego de una serie de asesinatos políticos alrededor del 130 - 120 a.C. El autor del libro señala varios factores: la creciente rivalidad dentro de las élites y su rapacidad ante las riquezas que llegaban de ultramar; la incapacidad de esas élites para integrar de forma duradera a todos los romanos en el reparto de los beneficios de las guerras de conquista; varios políticos aprovecharon el descontento de las clases desfavorecidas y actuaron en su nombre con la amenaza de la violencia; el Estado romano a su vez no creció, no generó una burocracia que le permitiera controlar la obra pública, las minas, o la recaudación de impuestos, que quedaba muchas veces en manos de contratistas privados. El control de los magistrados sobre la corrupción, en particular en los territorios alejados, era muy limitado. Los ricos, cada vez más ricos, ostentaban esa riqueza. Encima la ciudad de Roma tenía un millón de habitantes y estaba, literalmente, siempre al borde de la anarquía, con una variada gama de problemas que no tenían fácil solución.

El relato de Watts describe este proceso a partir de las biografías de numerosos personajes. Son historias de vida que enriquecen el contexto, pues describen los claroscuros. Cicerón, por ejemplo, es destacado en su rol de intelectual, orador, filósofo, político, pero al que también le encantaba escucharse a sí mismo en el Senado; su narcisismo generó algunas crisis innecesarias. O el primer “populista”, Tiberio Graco, que abrevó en la ira del romano común abandonado por la economía del imperio y desafió directamente al Senado; el tribuno fue el primero que alteró las normas de la república con la amenaza implícita de la fuerza, y murió asesinado en el 133 a.C. junto a 300 de sus seguidores, sus rivales los mataron en la calle a garrotazos y pedradas. Cayo Graco, hermano de Tiberio, también murió asesinado diez años más tarde junto a 3 mil seguidores con similar brutalidad. La muerte de los Gracos dejó en evidencia hasta dónde las élites estaban dispuestas a llegar para frenar cualquier intento reformista.

El relato nunca decae, tiene vértigo, porque en el centro del mundo de entonces todo era drama y puesta en escena. Shakespeare lo inmortalizó en su dramaturgia. El lector se siente parte de esas turbas que recorren las mugrientas calles de Roma. Vibra con la retórica honesta o se indigna con la cínica expresada en el Senado, es testigo de los primeros asesinatos en ese recinto, también de la gran crisis financiera y económica que provocó el Rey Mitríades y que los romanos jamás olvidarían (con ecos a lo que ocurrió en 2008 d.C., porque el desplome de los precios de las viviendas romanas arrastró a todo el sistema de préstamos inmobiliarios). Verá los fallidos intentos por ampliar la ciudadanía integrando a los inmigrantes, el ascenso del ambicioso e inmoral Sila, el devenir del genio militar y político de Pompeyo, o el ascenso y la consolidación de ese talentoso líder que fue Julio César.

César recibió 23 puñaladas pero solo una fue mortal. Las otras 22 fueron como para cumplir, medio avergonzadas. Quizá era culpa; sabían, en el fondo, que al apelar a la violencia no solo cortaban una vida, también cometían el asesinato simbólico del ideal republicano, ese que clamaban defender.

REPÚBLICA MORTAL, Cómo cayó Roma en la tiranía, de Edward J. Watts. Galaxia Gutenberg, 2019. Barcelona, 320 págs. Con buen índice temático.

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