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Laura Santullo practica el "urumex", a medio camino entre México y Uruguay

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Laura Santullo

Novela y cine

La realizadora uruguaya confiesa, en esta entrevista, que las plataformas de streaming le dan poca independencia a los cineastas. Vino a presentar la novela y la película.

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Laura Santullo

(Montevideo, 1970) es escritora y guionista, aunque se define al revés. La versión cinematográfica de su última novela El otro Tom (México, 2018) fue escrita y dirigida en coautoría con Rodrigo Plá, y se estrenó en abril en Uruguay.

—Pensando en la reedición de tu última novela El otro Tom, que para el público uruguayo se presentó como novedad, ¿cómo percibís tu “no estar” en Uruguay?
—Siento que lo que ha pasado es que cuando escribo va todo muy vinculado al cine, esa es la verdad. Si bien mi primer libro es de cuentos (El otro lado, 2004) y mis primeros estudios son en el teatro El Galpón, mi medio es mucho más el del cine que el de la literatura. Prácticamente no conozco a nadie del ambiente, de hecho. Pero bueno, amo escribir, y entonces voy haciéndolo en paralelo y cuando tengo la oportunidad edito, pero me doy cuenta de que no tengo muchos vasos comunicantes con el medio literario. El hecho de que haga cine ha impactado en la forma en la que escribo y mis soluciones mentales están muy vinculadas a la imagen. Por ejemplo, la película El otro Tom no es una adaptación de la novela, sino que fui escribiendo ambas en paralelo.

—Se apega bastante.
—En algunas partes sí, pero luego hay todo un mundo que no está (el nacimiento de Tom, por ejemplo). Así fue como solo agarramos el año donde aparece la medicación, todo lo anterior, la vida de Helena (llamada así en la película, Lena en la novela), decidimos dejarlo afuera.

—El libro comienza en media res y se repliega para conocer las causas de cómo se llegó a eso. Sin embargo, en la película es más lineal el planteo.
—En el libro tenés un balcón al interior de los personajes, a sus motores, a sus corazones, en el cine todo eso de alguna manera está puesto para la interpretación de quien mira. Mi centro de gravedad es el vínculo madre e hijo, que es lo que más me importa, incluso más que el tema del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), que es importante para el cuestionamiento de la medicación psiquiátrica, y que muchos médicos plantean como la panacea.

—En la película se pierde un recurso del libro sobre Lena, el monólogo interior señalado en cursiva.
—Sí, pero dudamos.

—¿Lo iban a incluir?
—Este guion tuvo muchas versiones, y en una de ellas había una voz en off para representar eso.

—¿Y por qué no se animaron?
—Porque tuvimos miedo que al jugar a ponernos estilosos en cuanto a la narrativa, luego fuera demasiado potente y terminara matando la historia. Optamos por algo más sencillo.

Salas y plataformas

—Estuviste en televisión hablando del libro y la película, ¿no?
—Sí, ha estado bueno. Como siempre digo, al final todo este esfuerzo uno lo hace para que aquella cosa a la que le pusiste tanto corazón se conozca.

—Es hacerse cargo, también.
—Poner la cara y salir a defender la cosa. A veces lo que pesa es que uno acaba explicándose y en realidad no debiera tener ninguna explicación. A veces le tengo miedo a esa pregunta, sobre todo en cine, no tanto con libros, que es: “por qué la gente debería ver tu película”.

—Es tramposa.
—Tanto como “debería…”, no es una obligación. Me encantaría que la vieran como un lugar de diálogo, pero... “por qué deberían”, nah, no deberían.

—Entonces...
—Si te ponés a pensar, es tal la profusión de obras (tanto de libros como de películas), que todo caduca demasiado pronto. Como que la vida útil de una obra cinematográfica o literaria dura lo que dura el sabor del mes.

—Nadie resiste archivo tampoco. Entonces los productos culturales entran en la dinámica de picadora de carne.
—Sí. Hay mucho viento en contra y es realmente difícil promocionar y conseguir un lugarcito. Con la pandemia se ha modificado el consumo de lo audiovisual, que cada vez más ocurre en el hogar. El año pasado presentamos la película en Venecia y la gente de cine estaba (está) muy preocupada por cómo vamos a hacer para que la gente vuelva a las salas. La sensación es que este sistema llegó para quedarse. Luego está el mundo de las plataformas.

—Ese llegó para quedarse.
—Sí.

—También el encierro provoca que en algún momento se quiera volver a los espacios, a las salas.
—Ojalá. Es más un deseo que una realidad. El tema es la aceleración, van pasando las cosas de verdad a toda velocidad. Las plataformas pueden ser ahora las grandes productoras de ideas, pero a la vez nos olvidamos de que velan por su economía, lo cual es natural. Son empresas y buscan la ganancia. Esa confusión es peligrosa.

—¿Por qué?
—Que se hagan muchas producciones no equivale en lo más mínimo a que esas plataformas se vayan a hacer cargo de cosas que tienen que ver con cultura, con la educación, con la necesaria experimentación en las artes. ¿Por qué se interesarían? Salvo que les redituara.

—Las plataformas pasarían a ser casi la única forma de crecer.
—Ahora, lo cierto es que tus posibilidades de tener cierta clase de independencia en términos de cómo querés hacer tu obra son muy relativas.

—Un perfil similar al tuyo, aunque más volcado a lo literario si se quiere, es el de Inés Bortagaray (Salto, 1975).
—Claro. Son procesos profundamente distintos, porque entre otras cosas la literatura es un trabajo más solitario y las decisiones te pertenecen en buena medida; el cine es más colectivo, y lo disfruto mucho porque he ido participando más de los rodajes, de la edición, de una cosa más en equipo. Con franqueza, a mí me gusta mucho más la narrativa que el guion cinematográfico.

—Mirá vos. Imagino que con el universo del cine abierto también se capta más la atención de los medios, de las editoriales.
—Lo del cine ayuda, igual no vayas a creer que por hacer una película de golpe vendés un montón de libros. No ocurre.

—Bueno, vamos a ver con El otro Tom.
—Sí. Me siento muy a gusto con esta especie de doble identidad, a la que a veces llamamos urumex. Es algo que cultivo, incluso en los libros que escribo, pero tengo la impresión de que tengo una cosa a medio camino.

—A eso iba, justamente. ¿Pensás en tu vida uruguaya cuando escribís, se cuela a nivel lingüístico?
—Creo que se cuelan mil cosas. De hecho en el cuento La espera (que lo escribí en México) hay algo muy uruguayo en sus personajes. Eso fue determinante para decidir filmar la película en Uruguay.

—Una identidad bastante definida.
—Sí, y además la nota de prensa desde la cual imaginé todo era de México, sobre residenciales de ancianos y hospitales. Siento que tengo un privilegio al poder transitar por dos patrias, por dos culturas y por dos maneras de ver el mundo. Me ha aportado cierta amplitud de mirada.

—Y permite que se singularice.
—Claro.

—Hay autores fuera de Uruguay que trabajan mucho con el tema de las fronteras, el exilio, el pasado, etc. y esas temáticas no aparecen en tu obra.
—Excepto en la literatura infantil.

—¿Por?
—El año de los secretos tal vez sea lo más autobiográfico que he escrito, aunque no del todo. Se trata de unos niños cuyo padre de uno de ellos está clandestino, el abuelo preso en dictadura, y la niña queda viviendo en la casa de los vecinos de enfrente. Finalmente terminan yéndose al exilio.

—Pero, ¿literatura infantil?
—Es curioso que lo haya llevado a la infancia. En realidad creo que tuvo mucho que ver con que fue una manera de contarle a mis hijos, de acercarlos a esa época, con sensaciones y miedos.

Cuentacuentos

—En tu primer libro (El otro lado), tal como lo señala Alcides Abella en el prólogo, aparecen tus temáticas centrales: la transgresión, la vida, la culpa. A estas agregaría la obsesión por la muerte y lo religioso, porque en especial estas dos vías continúan en el resto de tu obra.
—Sí, más allá de los cuentos, creo que hay una cosa compartida con Rodrigo (Plá, pareja de Santullo), que nos ha interesado en general, que es esta idea entre lo público y lo privado.

—A ver...
—Nos interesa mucho cómo colisionan las tensiones entre esos dos mundos, por ejemplo en la película La zona (2007), donde el Estado está ausente. Tal vez se da porque vivimos en un país como México, donde la ausencia del Estado se siente en términos de seguridad o de la salud. Yo misma tengo un seguro de gastos médicos mayor, tal cual el personaje de Sonia en Un monstruo de mil cabezas, como si no hubiese aprendido nada de mi propio libro.

—Sonia y Lena, protagonista de El otro Tom, tienen muchas cosas en común.
—Son salvajes y brutales, pero a la vez uno las quiere y las comprende.

—Principalmente por la burocracia en la cual están inmersas.
—Total. Siempre digo que vivo escribiendo personajes que hubiera querido representar como actriz. Escribo mi papel soñado.

—Volviendo a El otro lado y luego de pasados 18 años, ¿cómo ves ese libro a la distancia?
—Lo que me simpatiza es que cada cosa que hago me remite a un momento particular en mi vida. Qué estaba haciendo cuando escribía esto, dónde vivía.

—¿Te acordás qué leías entonces?
—En esa época al llegar a México no encontraba trabajo y fue así como trabajé en restaurantes como Cuentacuentos. Lo hice durante ocho años y así empecé a escribir. Calculo que las lecturas tenían que ver con la bestial cantidad de cuentos que estaba leyendo para el espectáculo de Cuentacuentos. Me compraba números viejos de la revista El cuento (1939-1999) y de ahí sacaba para el repertorio.

—Luego pasaste decididamente a la clave realista y eso me lleva al policial Un monstruo de mil cabezas. Me gustó la estrategia de alternar las voces entre lo colectivo y lo individual.
—Cuando escribí ese libro ya sabía que era una película. Escribir un guion de cine es muy árido, es muy difícil abordar a los personajes solo a través de sus acciones.

—Voy a citar una frase que dijiste con respecto al corsé del guion y cómo te sentís más cómoda en la narrativa: “Uno no puede negar la cruz de su parroquia”.
—Jaja. Es verdad, y en este caso la primera imagen que tuve de ese libro, o de la película, es el momento en el que ella recibe el balazo.

—Tremendo.
—¡El momento Eureka! Cuando recibe el balazo y se da cuenta de lo que ha hecho. Me acuerdo que iba en un ómnibus camino a Piriápolis, Rodrigo estaba en otro asiento, y me paré y le dije: “creo que se me ocurrió una cosa”.

—Quiero que escribas un libro sin que quieras convertirlo en película.
—Jajaja. Bueno, en el libro de cuentos no lo sabía. Ahora, volviendo a la idea de “los otros” en Un monstruo de mil cabezas, me gustaba mucho el concepto de que la identidad de uno está conformada también por la dimensión del otro. A partir de esas miradas es posible construir una Sonia Bonet, alguna clase de Sonia Bonet.

—Y de no juzgarla.
—Claro, también eso depende de cómo a uno le fue en la feria, ¿no?

—Luego de este texto habrá que esperar nueve años para que aparezca tu segunda novela. ¿Qué pasó en el medio?
—Mi vida económica depende de lo que haga a nivel cinematográfico y audiovisual, entonces de alguna manera eso me lleva a trabajar más en eso. Igual escribo muy lento.

—Finalmente, hay dos cosas que comparten Sonia Bonet con Lena: una de ellas, el conflicto con el sistema (de salud y estatal); y el otro es que ambas tienen serios problemas de actitud.
—Bueno, si te fijás, Roxana Blanco en La demora también tiene un problema de actitud. Pocas cosas me parecen más emotivas que los personajes que meten la pata, los que con su falla ponen en entredicho su propio sistema de valores. Ellas “no son así”, las circunstancias las llevan a esos lugares. No desde la maldad, sino por la falta de recursos. Y al mismo tiempo son mujeres que aman.

—Y porque además, como bien dice uno de tus narradores, “Un animal salvaje acorralado no llora…”.
—Muerde.

Obra urumex

Laura Santullo es autora de los guiones “Un monstruo de mil cabezas”, “La demora”, “Desierto adentro” y “La zona”. Como narradora publicó El otro lado (2004) y Un monstruo de mil cabezas (2013). En literatura infantil, Un globo de Cantoya (2012); El año de los secretos (2013) y Llegaron con el viento (2018).

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