La vida en otra parte

Mariana Méndez cultural Ana Solari 20070914 188x278
Mariana Méndez

JUAN DE MARSILIO

ESTA NOVELA puede exasperarlo -salvo si es un lector muy avezado o muy paciente- porque es una novela exasperante. Tendrá el lector un duro trabajo con los saltos temporales que la autora intercala, sin avisar, dentro del mismo capítulo y hasta dentro del mismo párrafo. Como es una novela con amor loco y todo, en escenario de isla griega y con una estructura bastante compleja, el lector podrá verse tentado a creer que es un ejemplo más de una moda más (sí, de esa, la de la complicación por la complicación misma). Podrá incluso sentirse tentado a cerrar el libro y hasta a tirarlo. No lo haga: sería un error, uno de los más graves en su vida como lector.

Si tiene paciencia, sobre el final la autora le dará, en un capítulo por demás claro, las claves para armar, de un modo más sórdido y terrible de lo esperable, el puzzle. Por otra parte verá que muchas, si no todas, las dificultades que el libro le habrá planteado hasta allí, así como también las aparentes incongruencias en la conducta de los personajes, son funcionales a un diseño controlado, preciso, eficaz.

Esta es una historia de desamor, debilidad, destino y desatino. León Burkov es el actor y Egmond el personaje que viene interpretando desde el principio de su carrera, en el escenario y fuera de él. Actúa para huir de la vida y envejece sin madurar. Es el hombre quieto: el que teniendo condiciones para ello y habiendo sido advertido, no se involucró a fondo, no se comprometió, no amó ni vivió de veras. "No le temo a la muerte, le temo al amor", es el parlamento de Egmond más repetido en la novela. No sólo define al personaje, sino al actor que, por comodidad, se ha dejado invadir por él. Vaya a saber si fuese intención de la autora -y al cabo no importa- pero este personaje parece querer decir que el que le tiene más miedo al amor que a la muerte, es porque está muerto en vida.

Roberta es quien más lo amó, sin ser comprendida nunca. Es la que relegó, por ese amor, cosas sagradas. Es la que no pudo dejar de entregarse a su pasión por un hombre incapaz de amarla sin egoísmo. La que finalmente huyó de León, refugiándose en otro al que ella no amaba. La que antes de llegar a León huyera de Stephan, su marido y padre de su hija Louise, del que sin embargo no deja de depender en lo económico.

Es importante la relación entre León y Louise, a la que conoce niña de doce años y vuelve a ver mujer de treinta, en el entierro de Roberta. Ella es la oportunidad de redención para León, que la desperdicia. León convierte su debilidad y su error en destino nefasto para sí y para quienes más lo aman, pese a haber tenido la oportunidad -y la fuerza necesaria- de justificar su existencia haciéndoles un bien. Pero para ello se necesitan dos cosas: la voluntad y los medios. León cuenta con los medios, pero no toma la decisión. Miles, el amante de Roberta y luego esposo de Louise, tendrá la voluntad de hacer justicia, pero no la fuerza.

Un detalle excelente: en la obra teatral, René, un personaje débil y humillado, justifica su vida atreviéndose a un acto de justicia que lo redime, aunque el acto sea tardío. En la novela, si la justicia, el bien, la reparación no corren por cuenta de quien tendría poder para hacerlos, no se verifican, por buenas intenciones que pueda tener otro. Del mismo modo, cuando se intenta hacer justicia, pero tarde, se ve con claridad que la justicia, si tarda, es que no llegó, por lo menos del todo.

Verdad dolorosa, cuando no se le hace caso. También esta otra, si se la ignora: "la vida está debajo del escenario, en otra parte".

EL HOMBRE QUIETO, de Ana Solari. Planeta, Montevideo, 2007. Distribuye Planeta. 136 págs.

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