La tía tendrá su día

Lucía Lorenzo

EL JOVEN se subió a la motito y arrancó con dificultad, dobló en la segunda esquina, inclinando su cuerpo apenas, y unas cuadras después, frenó y se bajó casi de golpe, caminó hasta la puerta de la casa de altos y dejó sonar el timbre un largo rato.

Del balcón se asomó una cabeza gritando. Era su tía, una señora baja y con artritis que le daba dinero y conversación dos o tres veces al mes. Eran absurdos los diálogos con su tía, casi insoportables, pero el dinero era necesario y casi siempre urgente.

La tía lo recibió de salto de cama, como siempre, y se sentó en el silloncito verde de la salita como esperando el comienzo del diálogo. Pero el joven no estaba de humor, no como otras tardes en las que podía sentarse y hablar un largo rato y él era afable y bien dispuesto, y ella era una tía común, con una vida común y un sobrino común.

—¿De dónde venís? —preguntó la tía.

—De la calle. No tengo mucho tiempo hoy —dijo él.

—¿A no? —preguntó ella.

—No. ¿Por?

—Por nada —dijo ella riéndose.

—¿De qué te reís? —preguntó él.

—De vos, ni siquiera te sentás, tenés cara de armario —dijo ella y se puso seria.

—Me alegro —dijo él y giró sobre sus pies. No quería sentarse, la ansiedad no lo dejaba, quería salir, irse corriendo con el dinero en el bolsillo, se veía ya en la moto rumbo a la casa de Claudia o Natalia, no recordaba el nombre.

—Hablé con tu madre ayer —dijo ella—. Me habló de vos todo el tiempo.

—¿Vino acá? —preguntó, todavía de pie.

—Acá mismo. Se sentó ahí y habló sin parar durante dos horas. Mencionó novias que no conocía, llamadas de teléfono, mugre, la moto que todavía no vendiste, el trabajo que todavía no tenés, la casa que alguien hipotecó o embargó, tu inocencia o tu fracaso, tu incapacidad.

—Tía —interrumpió él—, ¿para qué vino?

—Por la hipoteca.

—Me tengo que ir —dijo él y se le afligió la cara, y ella se dio cuenta porque pensó, piadosamente, en el dinero que él estaba esperando y el diálogo que ya no iban a tener y su urgencia, por algún motivo que ella no iba a conocer.

—Está bien. Tomá —dijo y estiró la mano con un rollito de dinero que sacó del bolsillo de su salto de cama—. Decíle a esa novia que tenés que también hay tías en el mundo, y decíle, que las tías tendrán su día.

—No tengo novia —dijo él y guardó el dinero, se agachó para besar a la tía, y la tía le agarró la camisa fuerte para decirle bajito:

—Soporto cualquier cosa, a tu madre, la artritis, tus visitas sin ganas, la visita de nadie ningún día, mi enfermedad, mi muerte pero no soporto que me mientas, ¿entendiste? —y lo soltó.

Él de pie ahora, sorprendido por la amenaza, sin saber qué esperaba ella que le dijera, qué historia esperaba que él inventara para sus oídos, su absurdo rol de tía rica; pensó en el rollito de dinero, en la muchacha esperándolo desde hacia una hora, en el futuro que no era nada, algo para solucionar y olvidar.

—No es novia —dijo bajito—, es una chica que conocí el sábado pasado.

—¿Cómo se llama?

—Cristina.

—Cristina —repitió ella y bajó los ojos, insatisfecha con la información, y con aquella certeza de que no alcanzaba, que no alcanzaría nunca porque era otra cosa lo que ella buscaba, algo no pedido ni pagado.

—Es del interior —dijo él, dispuesto ahora a dar más información.

—Sí —interrumpió ella— y tiene una hermana que se llama Ema, una habitación en el centro que comparte con la compañera de liceo, también del interior, y una madre que manda paquetes con comida y fotos de familia y cartas breves cuando muere alguien del pueblo o algún pariente lejano...

Él se quedó pensativo mirando a la mujer en salto de cama, hundida ahora en el sillón, mirando el piso y hablando, como pudiera haberlo hecho su madre, hablando sin parar, sin esperar respuesta, convencida y molesta por algo que él desconocía y que no quería averiguar.

—Me voy, me tengo que ir —repitió él, seguro de que esta vez se iría.

—Andá nomás —dijo ella todavía hundida, extraña en su propio sillón, mirando la alfombra, los muebles absurdos que decoraban su casa.

—Soy un oso hormiguero —dijo ella bajito—, soy una especie de oso hormiguero —y sintió el ruido de la puerta de calle, el golpe como un rechazo, hacia algo o alguien, ella misma, su sobrino o su hermana, el dinero que ella tenía y que no necesitaba, el dinero que daba, ofrecía, como forma de pago a un mínimo de participación en esa familia.

Como una necia.

Como una necia.

La autora

LUCÍA Lorenzo nació en Montevideo el 28 de febrero 1973 y es estudiante de la Licenciatura en Comunicación Audiovisual. En el año 2000 obtuvo el Primer Premio en el concurso de cuentos "Keep Walking", organizado por Johnnie Walker, diario "El País" y Juan Herrera Producciones, y en el 2004 una mención en el concurso de cuentos "Andar de mujeres".

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