por José Arenas
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Henry Trujillo es casi un mito en la literatura uruguaya. Si el autor leyera el enunciado, probablemente lo pasaría por su máquina de hacer sombras del alma humana y diría que, más que mito, es una superstición. Desde su primera novela, Torquator (1993), sus textos han sido una experiencia turbulenta para los lectores. De alguna manera, en una suerte de estilo dostoievskiano, Trujillo es esteta de una ética de la miseria. Sus personajes —profunda y fatalmente uruguayos— se muestran sin biselado en un universo desgraciado, ruin, de morales sui géneris donde la malignidad o la desgracia son destino infranqueable. Madres cuadripléjicas que gozan de chistes soeces, mujeres obsesivas que reciben lluvias de golpes, viejos olvidados, malandrines o asesinos se mezclan en un freak show donde la poesía de la desventura hace magia. Con esa carga de dañinos y dañados al hombro, es uno de los escritores más valiosos desde el derrumbe del siglo XX.
El silencio del autor. Podría decirse, sin embargo, que la voz de Trujillo había sido clausurada desde el año 2007 en que apareció su última novela, Tres Buitres, a través del sello Alfaguara. A partir de allí han sido escasas las reediciones en colecciones dispersas, o bien, el rastreo de sus libros por garitos de usados, donde se encuentran los autores como Trujillo: entre la arqueología amarillenta del talento indeleble.
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Cuentan algunos de sus colegas que, cuando se editó por primera vez, Ojos de caballo, no llegó al centenar de ventas. De todas formas el aura de esta novela se quedó pegada en la memoria de sus escasos lectores. Allí sobrevivieron la Mercedes del verano cruel, el clima dictatorial de la década, el motor trabajoso de un contrabandista y, siempre, la épica marchita del desgraciado. Esta novela agobia con la honestidad de una radiografía del esqueleto uruguayo. Porque más allá de Mercedes o de cualquier territorio, Trujillo hace una etnografía de la mezquindad patria sin entrar en el cinismo o el discurso manierista.
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Tranquilo, como un doctor que da una mala noticia, Ojos de caballo es, ante todo, una manera de escribir el Uruguay.
Ojos de Dios. El verano de 1980 inicia con una imagen impactante; una joven se ha suicidado arrojándose bajo el tren. Su fantasma recorre toda la obra y a partir del episodio se teje una trama de chismes que va y viene como el sonido lejano de los autos en la ruta hacia Argentina; cuando todo parece estar silencioso, aparece la escena desbaratando cualquier armonía. Entre tanto, bajo el calor que castiga a una ciudad pueblerina, Daniel Acosta, un joven de unos quince años, vaga las calles asiestadas buscando la forma de escapar de la falta de futuro.
La ciudad es como una tumba para los sueños del pobre; allí, una vez que las veredas dan paso al balasto y luego al pasto de zanjas jabonosas, solo hay casas a medio terminar, bares que son cuevas, almacenes vergonzosos y lupanares de borrachos y maricas. Por ese laberinto de nada camina perdido el joven, siempre al borde del desastre, el delito o el ridículo.
Nelly, la novia del joven, encarna el ideal de progreso oriental estudiando “para Banco”, como se decía cuando alguien aprendía menesteres contables para ingresar a trabajar en el Banco República. Ella es el sueño de empleado público que persigue el país. Es horizonte alcanzable, la familia. El padre de la chica, “milico”, es la generación de desorientados que han ingresado a la fuerza pública buscando una mínima estabilidad sin tener estudios.
Horacio, el padrastro de Daniel, es un reflejo del joven en versión adulta. Ha dejado el título ordinario de malandra y, dueño de un Plymouth cuyo motor impone respeto frente a la gente de avería, contrabandea insumos domésticos desde Gualeguaychú, surtiendo a los pequeños negocios locales y con un desinterés completo de la policía local a su favor. En la figura de este rechoncho hombre de negocios de tercera división está la salida inevitable del que ha llegado sin nada a una ciudad del interior, ha pasado por el limbo de un trabajo duro y con algo de rapidez y bastante carácter, logró indiscutida y diminuta influencia.
Estos personajes construidos por Trujillo son el mapa de varias idiosincrasias uruguayas puestas sobre la mesa. Su constelación de éticas es el retrato de la vida en el interior con su desfile de prototipos: la mujer sometida, el viejo indeseable, un joven policía inútil, la familia “pobre pero honrada”, la clase media esperando dar un zarpazo, los chismes de saliva en saliva como una peste.
Novela de aprendizaje. Ojos de caballo es una “novela de aprendizaje” donde el conocimiento agoniza, pero que también ficciona la dictadura uruguaya lejos de Montevideo, que es el escenario al que nos acostumbró gran parte del panorama literario. Aquí puede verse de qué manera un orden de facto altera los engranajes de la sociedad —quizá menos convulsionada pero igual de venenosa.
El texto es cada vez más actual. Si el lector presta mayor atención a los detalles aparecen, entre rescoldos poéticos, nuevas claves para un puzle en el que no parece faltar nada. Los ojos de este caballo que merodea por allí son una metáfora de la forma en que el Uruguay ve el mundo; el tren de la historia atropella el tiempo pero el caballo, quieto, es un voyeur desde la lejanía. A lo mejor piensa en irse más allá, pero se queda. Quizá se cree ajeno al paisaje, pero está tan integrado como cualquier otra cosa. Su quietud es pacíficamente amenazante, como un policía coimero, una madre sobreprotectora, un joven desesperado y sin futuro, un chismoso, un capanga de barrio pobre, como un país que tiene la persiana semi baja.
La narrativa de Trujillo podría haber coronado un fin de siglo en las letras uruguayas y, a la manera de Rulfo, quedarse en el silencio del trabajo concluido. Pero esta reedición de su mejor novela, veinte años después, siembra la alegre duda sobre lo que vendrá. Quizá es el empujón que se da a un narrador para volver a crear, o la mera celebración de un texto que cumple años. No se sabe. Entretanto, hay que disfrutar de la fiesta. Hostil, claro, pero no por eso menos fiesta.
OJOS DE CABALLO, de Henry Trujillo. Alfaguara, 2023. Montevideo, 219 págs.