Gabriel Sosa
DETRÁS DE Blue Velvet (Terciopelo azul) está la historia de una resurrección. El estreno en 1984 y el subsiguiente éxito de la película más personal y cruel de la década marcan el reinicio de la carrera de uno de los talentos menos convencionales de Hollywood, uno de los pocos artistas al estilo europeo que la industria cinematográfica estadounidense ha dado a luz. Antes de Blue Velvet, David Lynch estuvo a punto de quedar ahogado bajo el titánico fracaso de Dune (1984), una desmesura de ciencia ficción producida por el magnate italiano Dino de Laurentiis. Antes aun de Dune, Lynch se había convertido en el director del momento con la magnífica El hombre elefante (Elephant man, 1980), película en la que fue "descubierto" por Mel Brooks y por la que recibió una candidatura al Oscar, premio que por supuesto no ganó. La razón del "descubrimiento" de Brooks (en realidad, más un voto de confianza basado en la opinión de sus asesores) fue el éxito de una de las películas más extrañas filmadas en Estados Unidos, la surreal y totalmente independiente ópera prima de Lynch Eraserhead (1976). Aunque El hombre elefante es extraña, onírica y cruel, y aunque visualmente Dune es un espectáculo bizarro y fascinante, ambas películas, tanto la buena como la fallida, están a kilómetros del universo personal de su director. La promesa que era Lynch en su debut (una promesa, todo hay que decirlo, muy perturbadora) parecía quedar cancelada. Hasta que fue salvado por una cláusula contractual.
LLEGADA A LUMBERTON. Cuando firmó el contrato de Dune, De Laurentiis se sentía especialmente generoso. Aceptó incluir una cláusula en la que daba derecho al director a filmar otra película, de bajo presupuesto, producida por el italiano pero con control absoluto del material final por parte de Lynch. Eso era y sigue siendo un arreglo atípico en Hollywood, donde sólo un puñado de grandes nombres tienen ese derecho, y nunca un casi debutante.
Durante un año entero luego del estreno de Dune De Laurentiis le dio largas al asunto, pero finalmente aceptó cumplir lo prometido. Le financiaría una película a Lynch con la condición de que el director aceptara unos ingresos casi simbólicos por su trabajo, y que el presupuesto no excediera los 6 millones. Luego del infierno personal que había sido Dune, Lynch estuvo más que contento de aceptar.
En la época en que terminaba El Hombre elefante, Lynch se contactó con un productor de la Warner Brothers. Luego del rechazo ritual de "Ronnie Rocket", un guión con el que llevaba dando vueltas casi una década y que fuera devuelto por todas las productoras de Hollywood, Lynch propuso una idea sobre una perversión suya de toda la vida; siempre había soñado con esconderse en el dormitorio de una mujer y observarla de noche. Prácticamente esa era toda la sinopsis, más el hecho de que el protagonista encuentra una oreja humana en un campito cerca de su casa. La Warner se interesó en el proyecto, pero los dos guiones que produjo Lynch no lo dejaron satisfecho ni siquiera a él, y todo quedó en el olvido. Ahora, respaldado por De Laurentiis, quiso reflotar su idea.
El nuevo guión se convirtió en un paseo por todo lo oscuro que pueda imaginarse en una sociedad pretendidamente sana. Lynch aprovechó la libertad obtenida para crear una fábula donde la serie negra se mezcla con el surrealismo y la perversión. Blue Velvet es la historia de Jeffrey, un saludable adolescente de pueblo (Kyle MacLachlan, ya que Val Kilmer rechazó el guión acusándolo de ser "pornografía"). Su padre tiene un ataque, y volviendo del hospital Jeffrey encuentra la famosa oreja, con algunos pelos adheridos, y se la lleva a un vecino policía. La hija de este, Sandy (Laura Dern, hija de Bruce Dern y Diane Ladd, ya que Molly Ringwald rechazó el papel porque a su madre no le gustó el guión), le cuenta luego que el caso está relacionado con una cantante de cabaret, Dorothy Vallens (Isabella Rossellini). Jeffrey se obsesiona con esconderse en casa de la mujer para espiarla. A primera vista inocente y sencilla, Sandy lo ayuda, y Jeffrey es testigo de cómo Dorothy es visitada por Frank Booth (Dennis Hopper, quien para conseguir el papel, desplazando a Robert Loggia, aseguró que "debo hacer de Frank, ¡porque yo soy Frank"), un psicópata desatado que la viola con furia fetichista, luego de inhalar gas y de cortar un pedazo de su bata de terciopelo azul, en una de las escenas más espeluznantes y perturbadoras nunca filmadas.
Originalmente el gas iba a ser helio real, pero para mantener el clima dramático se obvió el producto, que hubiera hecho que Frank hablara como el ratón Mickey.
Jeffrey sigue obsesionado con la absolutamente loca Dorothy, y descubre que Frank tiene secuestrados a su hijito y a su marido, el dueño original de la oreja. Se vuelve amante de la cantante, que resulta ser sexualmente masoquista, y en otra escena espeluznantemente intensa Jeffrey accede a pegarle como ella le pide. Frank lo descubre en el apartamento de Dorothy, y se lo lleva a un paseo alucinante con sus secuaces, que incluye una visita al sórdido burdel de Ben (Dean Stockwell) y una golpiza fetichista al estilo Frank. A esta altura la película abandona toda coherencia argumental, y el clima y el ritmo narrativo la llevan hasta su desenlace, en el que luego del enfrentamiento final entre Frank y Jeffrey todo vuelve a su lugar. La película se abre con unos planos absurdamente luminosos y coloridos de felicidad de pueblo chico, y se cierra con Jeffrey despertando de una siesta y con los mismos planos invertidos, más uno de la curada Dorothy abrazando a su hijo, única pista de que lo ocurrido no fue un sueño. Para disfrutar del film hay que aceptar que absolutamente nada de lo que ocurre es explicado, y que la parte policial de la trama o no tiene ningún sentido o nadie se molesta en aclararlo.
PERVERSIÓN Y CINE. Toda la historia está aderezada por un humor sardónico y por una constante mirada perversa, a la vez de los personajes y del director. Lo revulsivo en Blue Velvet no son los momentos intensos de violencia o de erotismo fetichista, sino su contraste con una visión edulcorada y jocosa de la vida norteamericana. Según J.G. Ballard, la película es el choque entre las visiones de los pintores Norman Rockwell y Edward Hopper. El imposiblemente amistoso y colorido pueblo del principio también contiene, a pocas cuadras de distancia del edén donde vive Jeffrey, una zona oscura y crepuscular, donde habitan seres perturbados como Frank y Ben. Incluso los personajes "positivos" no son lo que parecen, y el héroe Jeffrey es un voyeur reprimido, la inocente Sandy es quien desencadena toda la trama y la víctima Dorothy es una masoquista, tal cómo se revela en un magistral y breve plano en el cual, tras ser golpeada por Frank, en su rostro asoma una leve sonrisa de éxtasis.
El lema recurrente de todo esto es la frase que Jeffrey repite a lo largo de la película, "Es un mundo extraño". El mundo de Lynch es exactamente eso, extraño, pero también es plausible y hasta reconocible, y eso lo vuelve inquietante. La aventura nocturna de Jeffrey y Sandy es, a pesar de sus excesos y de su lógica onírica, mucho más probable que cualquier peripecia de un film noir de los años 40, su modelo más directo. En Blue Velvet Lynch se mostró más desnudo que nunca, llenando el guión de referencias a su propia vida (Jeffrey se abotona la camisa hasta el cuello, como acostumbra Lynch), a sus obsesiones incontables y a su visión de Estados Unidos, a la vez en sintonía con el patriotismo idílico más chabacano y con la crítica más feroz. Lumberton, donde transcurre el film, es en cierto sentido la ciudad de los sueños de Lynch, y reflejo de aquella en que pasó su infancia. Toda su filmografía posterior es reflejo de su vida interior, Blue Velvet es además autobiográfica.
También es más cinéfila que cualquier otra película suya. No sólo es patente el recurso a la imaginería y el tratamiento visual de la serie negra de los años 40. Hay secuencias enteras, como el final en el que Jeffrey es perseguido por Frank y se refugia en el departamento de Dorothy, que podrían haber sido sacadas plano a plano de un thriller de la época, si se obvian los detalles surrealistas (como el cadáver de pie en el apartamento, cuya explicación sería demasiado ardua de brindar). Hay otro tipo de referencias visuales directas, como el póster de Montgomery Clift que preside el dormitorio de Sandy. Y están las alusiones a El mago de Oz, que serán constantes en toda la obra posterior de Lynch, desde el nombre Dorothy a la imagen nocturna de la línea amarilla de una carretera, iluminada por los focos de un auto en movimiento y que luego sería la toma central de Carretera Perdida (Lost Highway, 1997).
HÉROES. Blue Velvet fue el verdadero inicio de la carrera de Lynch. Contrariamente a todo lo esperable la película fue un éxito, en gran parte debido a la controversia que desató, y convocó a seguidores e imitadores que se enamoraron de su estilo grotesco. También le valió su segunda nominación al Oscar, que por supuesto tampoco ganó, y aunque ya había realizado una opera prima más que personal con Eraserhead, a partir de esta película Lynch se vio inserto en Hollywood con el título de genio, y la capacidad de hacer lo que quisiera con sus películas, capacidad que a medida que avanzaba su filmografía iría llevando al límite. Los que encontraron Blue Velvet violenta y desconcertante se enfrentarían a más de lo mismo en Corazón salvaje (Wild at Heart, 1990, su película más exitosa) y hasta en la serie de TV Picos Gemelos (Twin Peaks, 1989-91). Ya con la surreal Carretera perdida el desconcierto parece total, y sin embargo no es nada comparado con lo hipnóticamente ininteligible de Mulholland Drive (2001). En el otro extremo, la belleza y calidez de Una historia sencilla (The Straight Story, 1999) desconcertó a los admiradores del estilo demencial de Lynch. Lo increíble del asunto es que todas estas películas, desde la más sencilla y entrañable a la más psicótica y demencial, son obras maestras.
Pero volviendo a Blue Velvet, en gran parte el héroe oculto detrás de la película fue De Laurentiis. No sólo cumplió su palabra de darle al director que había dirigido su más estrepitoso fracaso el control total sobre el rodaje y la versión definitiva (que por propia voluntad Lynch redujo de cuatro horas a algo menos de dos; para desesperación de los fanáticos el material sobrante se perdió definitivamente), sino que ante las dificultades para distribuirla fundó su propia compañía, la De Laurentiis Entertainment Group, para que se hiciera cargo del problema.
La D.E.G. organizó una función previa para ver la reacción del público, que no pudo ser peor. Con muy poca sutileza, la película se dio en una sala que hacía semanas proyectaba con éxito Top Gun, invitando a sus espectadores. Los resultados fueron nefastos, pero De Laurentiis ni abandonó ni presionó a Lynch por cambios. Distribuyó el film como estaba, lo vendió al extranjero y debe haber quedado muy contento cuando le contaron que en la misma sala donde el público de Top Gun la había abucheado en el preestreno, seis meses después la cola de espectadores de Blue Velvet daba vuelta la esquina.
La voz de la reacción
LOS CRÍTICOS e intelectuales reaccionaron de distintas maneras ante Blue Velvet. Algunos, como Pauline Kael, se entusiasmaron hasta el delirio. Otros, como Angela Carter, la rechazaron por ser una fábula misógina y "torpemente edípica". Una psicóloga y teórica del cine se enfureció en un debate televisivo porque, después de años de dedicarse a desentrañar las relaciones entre cine y psicoanálisis, debía enfrentarse a una película en la que "todo está en la superficie, no hay subtexto".
El crítico Roger Ebert, célebre en Estados Unidos hasta el punto de aparecer en Los Simpson, dio su punto de vista. Condenó la película, inmisericordiosamente le adjudicó una sola estrellita de un total de cuatro, la comparó desfavorablemente con El último tango en París de Bertolucci, y en un detallado comentario aclaró que su desagrado se debía a criterios éticos y morales, que no podía desvincular de lo artístico. Se sintió chocado ante el abuso al que es sometida Dorothy Vallens, pero más ante el abuso al que es sometida Isabella Rossellini, según él, al verse expuesta al público en una actuación tan extrema. Ignorando el hecho de que la perturbada y abusada era Vallens-personaje y no Rossellini-actriz, quien tenía total control de sus actos y había leído el guión antes de aceptar, Ebert argumenta que a pesar de ser un crítico "experiente e inteligente, el nivel de sufrimiento que vio en pantalla le resultaba injustificable. Supera, dice, a Gritos y susurros de Bergman, "la más dolorosa película que nunca vi". Además acusa a los críticos que aclamaron Blue Velvet de ser elitistas, cultores de la modernidad y, en definitiva, amorales. Ebert se declara defensor del punto de vista del espectador medio, y acusa a los críticos de olvidar cómo "la gente ordinaria mira las películas". En resumen ataca una obra de arte no por sus valores intrínsecos sino por sus propias creencias éticas y morales, pintoresca práctica aun en uso. Tan errado o más que ese punto de vista sería creer que la calidad del producto así atacado queda siempre en evidencia por la simple aparición de estos despropósitos simpáticos. En el caso Blue Velvet, la crítica indignada de Ebert es producto de la potencialidad revulsiva del film. Sería arriesgado decir lo mismo de otros ejemplos más recientes y localistas.
Blue Velvet, el musical
EL SONIDO es fundamental en toda la obra de Lynch. Ya en Eraserhead obtiene climas con la combinación de zumbidos y ruidos industriales de fondo, que dan a cada escena un ambiente inquietante. La misma técnica sigue aplicando en la actualidad, logrando sus mejores escenas combinando imágenes aparentemente inocentes con zumbidos siniestros que les dan una resonancia ominosa, o insinúan catarsis que no se producen. Pero desde Blue Velvet Lynch agrega a su fórmula el uso cuidadoso de la banda musical en la película. Como todo lo suyo, el tema de la música es una obsesión, que él remonta a los años 50, cuando un amigo le reprochó haberse perdido a Elvis en el show televisivo de Ed Sullivan.
El mismo título de la película está tomado de un viejo tema, interpretado por Bobby Vinton. La canción cubre la secuencia de créditos inicial, es interpretado dos veces por Isabella Rossellini y cierra el film. Otra parte fundamental de la banda de sonido es "In Dreams" de Roy Orbison, que Dean Stockwell interpreta en playback para el extático Frank usando una lámpara de mano como micrófono, en una de las imágenes más emblemáticas de la película. Lynch se obsesionó (también) con la canción, que en el entorno de pesadilla de Terciopelo Azul adquiere un nuevo y perturbador sentido, y comenzó largas y complejas negociaciones con su autor, quien primero rechazó la oferta de incluir el tema, y luego de ver la película aceptó y se entusiasmó. La inclusión de "In Dreams" relanzó la carrera de Orbison, que estaba totalmente olvidado desde hacía más de una década.
La Rossellini no era cantante, pero debía interpretar su canción con el abandono y la sensualidad de una profesional de pueblo chico que está loca y que es periódicamente violada de manera ritual por un maniático que tiene secuestrados a su hijo y a su marido. No era tarea fácil, y Lynch encontró a Angelo Badalamenti, un músico de Nueva York que aceptó hacerse cargo del desafío y entrenarla. Los resultados fueron tan buenos que le pidió toda la música incidental de la película.
Para las escenas de amor entre Jeffrey y Sandy, Lynch se había fijado en un tema de This Mortal Coil, "Song to a Siren". Lo que pedían por su uso era demasiado, y decidió componer algo. Escribió unos versos, y Badalamenti llamó a la cantante Julee Cruise para grabar la canción. El resultado fue Mysteries of Love", que utilizado en los encuentros entre la pareja produce una de las mejores combinaciones de imágenes y música filmadas en una escena romántica. Tanto le gustó el resultado a Lynch que siguió colaborando con Badalamenti y Cruise en dos discos y un video, y con el músico en todas sus películas.
Distracciones
LYNCH es célebre por sus distracciones, por no decir que por vivir en la Luna. Antes de rodar Dune pasó gran parte de la preproducción, incluso una entrevista con el autor del libro, convencido de estar preparando una película llamada "June". Cuando estaba preparando Blue Velvet se enfrentó a la tarea de conseguir quién se atreviera con el papel de Dorothy. Primero pensó en Hanna Schygulla, que no quiso saber nada, y luego en Helen Mirren, quien se mostró comprensiva pero tampoco accedió a dejarse vejar en cámara. Almorzando con un amigo en Nueva York, este le presentó a Isabella Rossellini, que acababa de separarse de Martin Scorsese y de ser contratada nuevamente como el rostro oficial de Lancome, a los 34 años. Lynch la vio, le impresionó su belleza y tratando de hacerse el simpático le dijo "¡Usted podría ser la hija de Ingrid Bergman!".
"Imbécil", le dijo su amigo, "es la hija de Ingrid Bergman".