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El retorno de un clásico

La notable permanencia de lo que no fue: nueva novela del premio Nobel sudafricano J.M. Coetzee

Sobre la imposibilidad de entender los discursos que hablan del amor

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J.M. Coetzee

por Mercedes Estramil
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Que en tiempos de narcisismo, poliamor y desapego, alguien escriba una historia de amor romántica que no sea cliché ni merengada y que al mismo tiempo cuestione el mito del amor romántico, es una excepción. Que esa historia pueda dialogar con Dante, es un milagro. John Maxwell Coetzee, el Nobel sudafricano nacido en 1940 en Ciudad del Cabo y radicado en Adelaida (Australia), lo consigue. Autor de novelas, ensayos y libros de relatos, Coetzee se ha ganado fama de elegante dureza a la hora de escribir historias más o menos sórdidas (Desgracia, Esperando a los bárbaros, Vida y obra de Michael K), y de crear personajes inolvidables como la Elizabeth Costello de la novela homónima o de Siete cuentos morales.

Una historia menor. La mayoría de las veces la gran literatura parte de un asunto menor, de los márgenes, de los pequeños conflictos. ¿Puede haber algo más insulso que una mujer casada y aburrida que busca consuelo en un amante o en dos? Flaubert dio cuenta de que ahí había tremenda historia. Tolstói lo hizo con Anna Karenina. El mito del amor romántico caído, pisoteado y vuelto a levantarse ha dado letra infinita. Coetzee lo retoma en esta historia que va subiendo decibeles de a poco, casi pidiendo permiso. La protagoniza la española Beatriz, un ama de casa rica y empleada en tareas de beneficencia cultural, y un intérprete polaco de música clásica que recala en Barcelona en el año 2015 para ejecutar piezas de Chopin, otro polaco. Witold Walczykiewicz tiene setenta y dos años, se parece a Max von Sydow y se enamora de forma perdida y fulminante de esa Beatriz desconocida de cuarenta y nueve años, casada y hosca, que lo guía en una noche catalana bien alejada del paraíso. En torno a ese amor no correspondido entre gente demasiado civilizada se estructura El polaco.

Dividida en seis capítulos, cada uno se va conformando por microunidades numeradas, como fragmentos barthesianos de un discurso amoroso. Es que El polaco es tanto la anécdota de un amor como un ensayo sobre el amor. En esto y en mucho más, Coetzee se parece a Barnes (y viceversa), el británico que coloca ese sentimiento como paradigma de la “única historia” por la que vale la pena estar vivo. Igual que Barnes, Coetzee es también, y sobre todo en esta novela, un estadista literario de lo que no fue. Sus personajes comparten la inercia paralizante de amantes barnesianos como Bodén y Barbro (en “La historia de Mats Israelson”) o Veroshka y Turguéniev (en “El reestreno”), por citar dos de La mesa limón, libro entero que comparte con El polaco una visión despiadada sobre la vejez. Aquí, el vínculo entre Witold y Beatriz es breve y carente de intensidad en la superficie, pero su evolución interna es de ola sísmica.

Lo mismo se aplica al tratamiento que Coetzee da a los personajes. En principio, Witold es lo más cercano a un viejo risible que pronuncia hacia una desconocida frases caramelizadas como “Eres mi símbolo de paz”, “Eres pura gracia”, “Mi corazón está lleno” o “Esta es la mujer en la que debo gastar mi último amor”. Teleteatro vespertino sin sombra kitsch que Beatriz tilda de “sentimentalismo ridículo”. Sin embargo, cuando todas las posibilidades se cancelan, el discurso de Witold elige un arma certera (póstuma) para su declaración de amor eterno: la poesía, que además es un arte que no domina, convirtiéndose él en Dante y a ella en Beatrice. ¿Un Dante y una Beatrice falsos? Sin duda, ajustados al siglo XXI. Del otro lado, la Beatriz española primero le tira hielo pragmático: “Óigame, Witold —le dice—. Usted apenas me conoce, así que permítame decirle quién soy. Ante todo, soy una mujer casada. No soy un espíritu libre sino una mujer con marido y con hijos y una casa y amigos y compromisos de todo tipo, compromisos emocionales, compromisos sociales, compromisos de orden práctico. En mi vida no hay lugar para —¿qué nombre darle?— un asunto del corazón”. Suena a españolísima declaración de ama de casa religiosa, pero cuando ya no importe, Beatriz también inventará un discurso (epistolar) para resucitar lo no dicho.

Los idiomas. El problema en términos literarios: el acierto de esos discursos (el poético de Witold, el epistolar de Beatriz) no es solo que acuden a destiempo, sino que ejemplifican el desfasaje del territorio amoroso compuesto siempre de amado y amante. Un desfasaje que Coetzee plantea desde el arranque con la babel lingüística de su escenario. Los protagonistas, polaco y española, se hablan en inglés; ella se ayuda de un intérprete ruso para entender poemas escritos en polaco; él proyecta la ilusión de un viaje conjunto a Brasil.

A nivel simbólico, y por debajo de esa historia de amor y sexo lastimeros (que tiene mucho del “sexo triste” del que habla Barnes en La única historia; pero también el sexo indeseado del que habla Kristen Roupenian en “Un tipo con gatos”), El polaco señala la necesidad y la imposibilidad de interpretar los discursos de cualquier amor con algún grado de certeza. En parte porque siempre es un relato fragmentado, un puzle de intervenciones ajenas. Las palabras de los amantes en esta novela reflejan esa condición: “Todas sus conversaciones parecen así: monedas entregadas, devueltas en la oscuridad, en total ignorancia de lo que tengan por valor”. Decía Barnes (otra vez) en el cuento “El reestreno” que “cuando nos burlamos de las blandenguerías de una época anterior, deberíamos prepararnos para las mofas de un siglo posterior”, dando a entender, humildemente, que ninguna época es la cima de nada, aunque pensemos que la propia sí. El polaco es también una lección de humildad y la experiencia de leerla pasa por varios estadios. Primero puede sonar vacuo que Coetzee escoja un tópico revisitado y que se apoye nada menos que en Dante. Puede caer denso cierto tono engolado, cierto olor a naftalina, tanto del narrador en tercera persona como de Witold. Luego va imponiéndose y sorprendiendo otro tono, de la mano de Beatriz, la guía involuntaria. Es el tono irónico y sin esperanza de esta época, que tampoco alcanza a comprender el misterio, ni del amor ni ningún otro.

EL POLACO, de J.M. Coetzee. El hilo de Ariadna, 2023. Madrid, 137 págs. Trad. de Mariana Dimópulos.

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