por José Arenas
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Entre los jóvenes se ha puesto de moda la palabra “domar”. El lenguaje de los medios de internet ha hecho una transculturación, y el término —entre lo gauchesco y la semántica de las prácticas eróticas del BDSM— se usa como halago para algo que marca tendencia, que capta la atención de todos o que gana por goleada. Así, en una pelea de Twitter quien tiene menos adhesiones “se va domado”. Una expresión de admiración es “cómo doma”. Si una estrella de Hollywood se fija en las canciones de una artista pop barrial se dice “cómo doma Fulana”.
Cuando se piensa en el efecto que ha tenido parte de la música uruguaya en el mundo, y leyendo la historia de uno de los discos más emblemáticos de la música fusión de nuestro país, analizando fronteras, consideraciones internacionales, virtuosismo musical, calidad y ese algo inexplicable que tiene toda obra de arte perfecta, uno podría hablar de la relevancia del candombe. Pero en este caso particular, sería injusto e impreciso.
Puede resultar vago e insuficiente hablar de OPA y de su disco Magic Time como un disco de candombe, solamente. Es algo que se expande mucho más allá de toda clasificación. Se trata de música. Así de sencillo, así de complejo. Lo que sí es seguro es que la lengua hace de las suyas y siempre ofrece un recoveco nuevo donde podemos hacer encajar un concepto que es difícil o tedioso de explicar en un texto que no es erudito. Para ser concretos, sí puede decirse algo respecto al trío uruguayo formado en Estados Unidos: cómo doma OPA.
Fotos que cantan. Las fotos son pruebas y testigos. Hay una en la que Hugo Fattoruso —por entonces aquel ex niño de Los Shakers— ahora es un joven con aspecto hippie para la época: lleva el pelo y la barba largos. Está detrás de unos aparatosos sintetizadores y teclados que no solo dejan ver un poco de su cara y sus brazos sino que, en la selva de cables y salidas de sonido, muestran el futuro de lo que hoy es historia. De esos robocops musicales salían huracanes de notas infalibles, armonías casi inexplicables que en ritmo de fusión se mezclaban con el bajo inquieto de Ringo Thielmann y la percusión de Osvaldo/George Fattoruso (acaso el mejor baterista de Latinoamérica durante muchos, muchos años). Tres jóvenes que se cayeron a la música uruguaya desde una cornisa de Brooklyn tuercen y marcan el devenir del swing, lo guardan. Los discos de OPA son un santuario del swing uruguayo. Es decir, de cuando la música uruguaya tuvo swing.
Documento. En el libro Magic Time, editado recién por Estuario para su colección “Discos”, su autora Ana Tipa echa mano a los conocimientos de realización de cine y documentales para crear una verdadera pieza que, aún escrita, da la sensación de estar viéndose como una docuserie acerca de los orígenes del grupo, de los caminos que unieron a los integrantes del trío, de su vida por Estados Unidos y el surgimiento y vida del fenómeno OPA. Con cuidadosa mano de cineasta, la narrativa del texto pone el foco en Ringo Thielmann, el génesis de su familia, sus parientes y el barrio que fue creciendo a su alrededor como una enredadera que luego sería Montevideo.
Un niño que tocaba el piano y estudiaba con una profesora de barrio se juntaba por aficiones de ocio juvenil con los hermanos Fattoruso, dos vecinos que también habían crecido en una familia muy llena de incentivos musicales. Los tres formarían, años más tarde y muchos kilómetros al norte un grupo que deslumbraría a los instrumentistas más importantes del panorama musical del mundo.
La niñez de Ringo Thielmann en La Comercial y los días en que escapaba de su madre para jugar al fútbol eran parte de una época donde en cada casa de Uruguay había un piano, una guitarra o una batería, quizá un acordeón. Épocas barriales de las orquestas “criatura” donde un bandoneón convivía con un clarinete y un contrabajo, sumado a una batería y a un piano de salón barrial para interpretar tangos, pasodobles, polcas o candombes cuando ya había aparecido la nueva forma de encarar el ritmo afrouruguayo de la mano de Georges Roos y Manolo Guardia. El país de los niños que integrarían OPA era otro país.
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Hubo un Uruguay lleno de música.
Magia. Los discos de OPA podrían ser todos fundamentales, pero los cierto es que Magic Time sintetiza de la manera más concentrada lo que significaba la magia todopoderosa del trío con respecto a la música, sumando algunos colaboradores. Entre ellos el sello inconfundible de un Negro Rada que enviaba casetes con su voz por correo para que el trío los volviera misceláneas ejemplares como “Mind projects”, o un parasitario Airto Moreira que se prendió del desbordante talento de unos uruguayos naif, que solo tuvieron ojos para la calidad de sus creaciones y, a lo mejor, descuidaron las jugarretas que los dejaban sin dinero y hasta les robaban música.
Ana Tipa cuenta con los testimonios de Ringo Thielmann y Hugo Fattoruso, de los que se sirve lo justo y necesario para poder construir con gran despliegue narrativo la sinuosa senda que lleva a los protagonistas de este momento musical uruguayo hasta volverse mito. Todo en su escritura está perfectamente dosificado, nada sobra y nada falta. El pasado, su narrativa personal, las intervenciones del bajista y el pianista, la investigación documental y un archivo fotográfico impecable hacen de este uno de los grandes libros de la colección. Hay una rigurosidad infalible a la hora de construir el orden, los cuadros y las voces que forman el libro Magic Time.
El archivo fotográfico es pulcro, ordenado y se integra a la narración cerrando parte de este clima de documental escrito que tiene la obra de Tipa. Hay fotos familiares y de archivo personal de los músicos que ayudan a crear una imagen de otro Montevideo —acaso muy diferente al que luego suene en forma de mega candombe homónimo en el disco— y luego, el periplo del trío.
Mario Marotta, Rodolfo Fuentes, Carlos Nava y el mismo Hugo Fattoruso (quien también se dedicó algún tiempo a la fotografía) son varios de los reporteros visuales que aportan sus documentos para la consagración del libro.
El libro es, al igual que el disco, un proyecto de la mente de su autora. Suena con el mismo swing con que lo hace la obra del trío, lleva su ritmo, atrapa con la misma curiosidad con la que se acercaban los yanquis a oír los devaneos mágicos de los uruguayos que animaban en las noches de “La carroza dorada” —el restaurant donde todo comenzó—, y cierra con la misma tristeza con que el trío se disuelve. A la uruguaya: “queda por esa”.
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MAGIC TIME, de Ana Tipa. Estuario, 2024. Montevideo, 268 págs.