Esteban Rey
LA CARA POSEE 19 músculos desde la crisma al mentón. Parece poco. Sin embargo son más que suficientes. Varios no sirven de nada: los auriculares, por ejemplo, que posibilitan el movimiento de las orejas, o el trasverso y elevador del ala de la nariz. Además, la mayoría de los adultos los tienen atrofiados. De hecho, si no se los ejercita a partir de la niñez, duermen el sueño eterno y no hay fuerza que pueda volver a echarlos a andar.
A diferencia del resto del cuerpo, los músculos de la cara están unidos a la piel —los otros, a los huesos—, lo cual los convierten en amos y señores de los gestos. Mientras Kathleen Carrey convalecía en una cama en Canadá, allá en los años ’70, —hipocondríaca, sufría de depresión y era hija de padres alcohólicos— el pequeño James Eugene practicaba muecas e imitaciones frente al espejo. Antes de dormir, las ensayaba con su madre para sacarle una carcajada en medio de la convalecencia. El ejercicio del espejo, junto con horas y horas de comedias en la televisión, fueron moldeando la cara de James con el impulso de la voluntad.
Muchos años después, durante el rodaje de La máscara (1994), para conseguir que sus músculos faciales se exigieran al máximo, el director Chuck Russell lo ponía a prueba: "Cualquier tonto puede hacer imitaciones", lo desafiaba. "¿A que no hacés imitaciones dobles? A ver: Nixon imitando a Elvis Presley o mejor: John Wayne haciendo del capitán Spock, de ‘Viaje a las estrellas’". Con la pomada verde en el rostro que rebautizaba a Stanley Ipkiss como "la Máscara", Carrey hundía las mejillas, dejaba caer la mandíbula y se desdoblaba con la elasticidad de una miga de pan. No era cualquier tonto: y si lo era, resultaba el tonto más camaleónico en la historia del cine, un actor que en menos de dos años plasmó un salto de salario vertiginoso: de 350 mil dólares a 20 millones de dólares por película, en El insoportable (1996), donde interpretó a un irritante instalador de cable.
EXPERTO EN RISAS. Jim Carrey no completó el secundario. Es fanático de la autoayuda. Sus conocimientos artísticos y sus exigencias culinarias son nulas. Reza todos los días. Sigue con devoción las biografías de la señal A&E. Tiene dos matrimonios frustrados —uno con Lauren Holly, la actriz de Tonto y retonto—, y una hija: Janet. Lo comparan con Buster Keaton, con Jerry Lewis, con Jacques Tati, y hasta con Aristófanes. Pero el hombre elástico conoce sus virtudes y, dato curioso, sus límites. "No sé nada de nada. Sólo soy un experto en risas. Lo único que sé es cómo hacer que la gente se sienta bien."
Su padre Percy tocaba el saxo en una banda hasta que la malaria económica lo obligó a venderlo y dedicarse a la contaduría. Una nueva malaria lo barrió del empleo y obligó a toda la familia a vivir en una casa rodante. El abuelo de Jim, otro alcohólico, cada vez que llamaba a su padre, le hundía el dedo en la herida: "Hey, Percy, perdedor". En su primer boom comercial Ace Ventura. Un detective diferente (1994), Carrey repetiría el saludo como un búmerang. A los diez años, James escribía poemas tristes. A la misma edad, envió a un programa de tevé una lista con 80 imitaciones que sabía desplegar a la perfección. A los diecisiete, hacía shows cómicos en los bares, y su padre lo ayudaba a escribir las rutinas. Años después, con el éxito de James a cuestas, hizo un intento frustrado de redactar la biografía no autorizada de su hijo.
En 1981 Carrey se mudó a Hollywood y puso sus 19 músculos faciales al servicio de The Duck Factory, una serie de la cadena NBC. El show duró trece episodios y Carrey, con sus padres desocupados, necesitó regresar a los bares para mantener a la familia unida y mínimamente alimentada. Pero las imitaciones le quedaron chicas. Se deprimió y pasó los siguientes dos años sin trabajo, rediseñando su futuro, tomando antidepresivos como el Prozac, y abrazando el cristianismo y tratamientos con hipnosis regresiva. Tiempo después, regresó con personajes propios, caricaturescos, y cuando lo convocaron para participar en shows televisivos, no perdió oportunidad de sorprender. En Comedy Store apareció sólo cubierto con una media en la entrepierna.
Las actuaciones esporádicas lo rodearon de un halo de chico rebelde capaz de todo, y al fin le dieron su gran prueba de fuego: Ace Ventura. Un detective diferente, sobre un detective de mascotas, que enfrentaba el misterioso robo de una mascota de fútbol americano. "La trama era una porquería. Pasé mucho tiempo hasta que acepté el proyecto. La condición era que el guión completo estuviera supervisado por mí". Entonces Carrey invirtió cuatro meses superpoblando una historia mediocre con infinidad de gags. Ni bien dejaba a medianoche sus actuaciones en shows, se dedicaba a la redacción hasta las cuatro de la madrugada. Valió la pena. Recaudó 12 millones de dólares el primer fin de semana y embolsó un total de 107. El público, los productores, los familiares, y los ex compañeros de escuela, quedaron estupefactos mientras contemplaban a Carrey en el papel de un detective incontenible, amigo de los animales y ventrílocuo ametrallante.
LA MARATÓN DE GOMA. El suceso de Ace Ventura. Un detective diferente y un apetito sin fondo por el éxito, inflamado durante años de miserias y falta de reconocimiento en bares de mala muerte, lo comprometieron a filmar dos películas más el mismo año —La máscara y Tonto y retonto—, y dos más al año siguiente —Batman forever y Ace Ventura. 2. La maratón de rodajes lo estresó, filmó escenas como la del mambo en el final de La máscara con vómitos y 40 de fiebre, y el vértigo le desencandenó una úlcera.
Hubo más presiones: Carrey acababa de romper su primer matrimonio, cada maratón era por 20 millones de dólares —su salario medio—, y él, un hombre habituado a entregarse entero, a embarrarse, a lanzarse al suelo sin importar dónde iban a golpear sus huesos —en El mundo de Andy se fracturó en una escena de lucha libre—, daba hasta lo que no tenía para que los 20 millones estuvieran justificados. Sus compañeros de rodaje empezaron a sentir pena por el actor que, de la noche a la mañana, se había convertido en uno de los mejor cotizados de Hollywood aún a riesgo de perder su vida, o al menos de forzar demasiado la goma y romper el elástico.
Matthew Broderick fue su víctima en El insoportable y fue uno de los que sintió piedad por él: "Creo que Jim puede hacer un rol dramático y ser genial. Pero una parte del problema que tiene es la gran presión de ser Tom Hanks en Filadelfia y ganarse un Oscar. Sinceramente no me gustaría estar sus zapatos."
"La presión no viene de los 20 millones", apunta Carrey. "Viene de lo que la gente piensa de 20 millones. La plata va al banco y nunca la ves. Lo juro por Dios, la plata no significa nada para mí". Los medios empezaron a acosarlo. Un día tuvo un accidente con su auto viajando con la hija, discutió con la policía y cuando terminó el pleito, y condujo los primeros kilómetros una camioneta se le puso a la par y empezó a tomarle instantáneas de su automóvil abollado. Cuando rompió su segundo matrimonio con la actriz Lauren Holly, los medios sacaron trapitos sucios al sol. Cuando lo entrevistó un periodista de la Rolling Stone, él le abrió las puertas hasta de su casa, y luego el cronista habló con su ex y embarró la nota con detalles de entrecasa.
Pero los grandes artistas lo saben: una vez que se ha puesto un pie en la cúspide de la ola, sólo queda una cosa: dejarse llevar. Para aprovechar el vértigo y el oleaje al máximo, el director de Tonto y retonto le dedicaba a Carrey una cámara exclusiva aún cuando la escena no lo merecía. Al final de Mentiroso, mentiroso, alternadas entre los créditos, el director sumó "bloopers": tomas que quedaron fuera del film, joyas malquistadas por ataques de risa, en donde James demuestra que puede recrear una escena mil veces sin repetir un solo movimiento. La goma siempre cambia de forma.
"A veces hay etapas en que me siento un santo", se desnudó en una entrevista. "Pero al mes siguiente siento que soy una mala persona y todo queda ahí. Creo que de eso trata ser artista, saber que existen esas diferentes partes dentro de uno mismo. Y cuando sucumbís a cualquiera de ellas, es un gran error".
EL SER INTERIOR. Carrey es un hombre doble, triple. Mentiroso, mentiroso (1997), representa a un abogado que por 24 horas no puede mentir; en Irene, yo y mi otro yo (2000), es un policía demasiado cortés de Rhode Island que se convierte, como Hulk, en un policía rudo y desagradable; y en La máscara es un empleado bancario que encuentra una careta que lo transforma en un dios legendario de la diversión. El Carrey original lucha siempre contra sus monstruos internos. "Está toda esa coraza de cortesía que hay en mí, y por debajo, crece este enojo, crezco yo", trata de explicar Hank, el doble violento de Charlie, en Irene, yo y mi otro yo.
Joel Schumacher lo tuvo bajo sus órdenes en Batman forever (1995), en el rol de Acertijo. Quedó impresionado con la catarata de caras que desprendía Carrey: "James es como uno de esos órganos de iglesia con un montón de pedales y sonidos. Puede hacer de Jimmy Stewart en Qué bello es vivir o ser un villano o ser un tonto, o Laurel y Hardy, o los Hermanos Marx".
Años atrás, cuando George Martin, el mítico productor de los Beatles, quiso homenajear a los fabulosos cuatro en un disco tributo, lo convocó para grabar "Soy la morsa". El tema de Carrey es la mejor interpretación del álbum, superior incluso a la de Robin Williams —que cantó "Come together"— y a la de Sean Connery —que recitó "In my life". Allí prueba que no sólo tiene un cuerpo elástico, sino que además puede sacar diferentes voces, como cientos de resortes expresivos.
Dicen los que presenciaron sus grabaciones que tiene más de un punto en común con Linda Blair, cuando vomita y se retuerce como una poseída en El exorcista. Según él se trata de una forma de entrar en calentamiento antes de una escena. Pero para cualquier persona común y en sus cabales, verlo aullar como un lobo, al segundo siguiente cantar una canción de cuna con voz angelical, y nuevamente endiablarse y estrellar la cabeza contra las paredes antes de que se enciendan las cámaras, es un acto, si no de coraje extremo, de completa locura. Muchos pequeños admiradores —la gente que más sigue a Carrey— que se colaron para verlo en plena acción y obtener un autógrafo de sus manos, empalidecieron y huyeron espantados con los padres tapándole los ojos. "Es mi trabajo ir demasiado lejos", admite. "Es el trabajo del director devolverme a la tierra y ponerme donde tengo que estar".
En El insoportable (1996), su papel del instalador de TV cable perversamente obsesivo, también hizo que muchos niños saltaran de las butacas y se escabulleran de la sala. "No quiero ser la mascota de la gente todo el tiempo. Me gusta ser la mascota al mismo tiempo que el monstruo que tienen debajo de la cama. Además, no quiero que tus hijos se pongan nerviosos, pero, ¿sabes qué? No les va a hacer mal ponerse nerviosos. El problema es esta tonta mentalidad de que la vida tiene que ser completamente feliz todo el tiempo". La película, además, tuvo críticas negativas y mala recaudación. Los periódicos acusaron a Carrey de que con el papel de malo, pisaba en terreno prohibido. En una encuesta hecha por un sitio de fanáticos en Internet, el 73 por ciento confesó que no le había gustado la película. Para él, de cualquier forma, el fracaso en la taquilla le quitó la presión de seguir sumando éxito tras éxito. Pero la crítica, históricamente adversa, le hundió aún más el puñal en el orgullo. "Las críticas realmente duelen, porque sabían que no venía desde el lugar correcto. No me decían: ‘El trabajo de Jim Carrey no es bueno’. Decían: ‘Cómo se esfuerza el hombre para hacer algo diferente’".
LAS INSPIRACIONES. Desde siempre admiró la presencia de James Stewart. Una vez, a fines de los ’80, lo conoció en una iglesia de Los Angeles en tiempos de Navidad. Luego de que una de las estrellas favoritas de Hitchcock concluyera una lectura de la Biblia musicalizada por una orquesta, Carrey corrió detrás de escena y se colocó en una fila de fans que querían saludarlo. La goma que tensaba y destensaba los 19 músculos de la cara de Carrey había asumido completamente la imagen de Stewart. Cuando fue a estrecharle la mano, James se vio a sí mismo y le dijo a Jim: "Usted es el que vino a reemplazarme". Cuando conoció a Nicolas Cage, durante el rodaje de Peggy Sue, su pasado le espera, también quedó impactado por su profesionalismo. "Fue la primera persona que ví envuelta en un negocio de millones de dólares y aún así seguía experimentando, seguía tomando riesgos".
Más allá de Cage y Stewart, de Dick Van Dyke ("seguía religiosamente su show") y Jerry Lewis ("el mejor payaso del cine"), de Bill Murray ("hay algo maravilloso en sus ojos que le dice al público: ‘no soy serio’") y los Hermanos Marx ("fueron los máximos"), Carrey tiene dos vías poderosas de inspiración que son Andy Kaufman y las mascotas. "Los perros y los gatos tienen infinidad de gestos increíbles. Confieso que les debo mucho a alguna de mis mascotas. Solía tener un gato que era realmente temible. Tenía una mirada donde colocaba sus orejas para atrás, y sabías que iba a hacer algo terrible. A veces, quiero llevar ese sentimiento a la cámara. Quiero que el público crea que estoy a punto de saltar de las cortinas".
TRUMAN: EL CAMBIO. Aún estando en el ojo de la tormenta humorística, Carrey es autocrítico con su gremio: "Cuando algo ocurre en el mundo, lo llevan a la comedia y le hacen una autopsia. Instalan qué es lo correcto, qué es lo incorrecto, quién merece ser juzgado, de quién vale la pena reírse". Con The Truman Show (1998), donde interpretaba las penurias de Truman Burbank, un vendedor de seguros cuya vida es el eje de un reality show, tomó distancias y estuvo a mitad de camino entre la comedia y el drama.
En verdad, en The Truman Show hizo lo que nunca antes: encarnó a un hombre rutinario en medio de un mundo enloquecido, un pueblo ficticio montado sobre un estudio de grabación de tevé. Carrey fue, por primera vez, el anti-Carrey, contenido, blando, familiar, común y silvestre. Y el mundo fue su arquetipo: chiflado, desorbitante, plagado de latiguillos publicitarios. El film supo capturar una época y Carrey estrechó filas con un público que lo detestaba, que veía en él una marioneta infame. "La película no es loca. La vida es loca", explicaba el director australiano Peter Weir, quien durante el estreno del film, proyectaba instalar cámaras en los cines e intercalar imágenes reales de los espectadores con la película. "Quería que el público se sintiese como Burbank, me parecía una idea provocadora", confesó Weir, pero el proyecto, por un tema de costos y tiempos, fue inaplicable.
"El film en realidad tenía dos finales: uno original y otro fabricado", revela Diego Curubeto, crítico de espectáculos. "Por un tema puramente del espíritu yankee se decidió elegir aquel desenlace donde Burbank se libera del reality show para vivir su propia vida. Ese era el falso final. En la idea original, Burbank se quedaba viviendo en el mismo pueblo, en el ojo del show, porque se sentía más cómodo. En realidad, toda la historia giraba en torno a esa moraleja en sintonía con el mundo que vivimos. Pero era un desenlace muy oscuro. El otro es un canto a la libertad, acorde con el mercado. A mi juicio, un final horrible".
Si en sus películas anteriores coqueteaba con el drama y la alegoría filosófica, en The Majestic (2001) su último largometraje, en cambio, se plantó con los dos pies en el universo de la seriedad. Se coló en el papel de un guionista de Hollywood que pierde la memoria y es confundido por un veterano de la Segunda Guerra Mundial, perdido hace largo tiempo. El trabajo le valió comparaciones con James Stewart, pero la crítica siguió burlándose, aún en el drama: ¿por qué no vuelve a hacer de tonto?, se preguntaban.
El paso por el drama sin embargo fue, por el momento, efímero y le dejó un sabor a cloro en la boca. Para superar el tropiezo, Carrey volvió a acomodar los elásticos en su justo lugar: la comedia. Se volvió a juntar con Tom Shadyac —que lo dirigió en Ace Ventura. Un detective diferente y Mentiroso, mentiroso—, y acaba de estrenar Todopoderoso. En ella, un hombre que se queja todo el tiempo de Dios, recibe el don de hacer lo que quiera, para descubrir lo difícil que es administrarlo.
Mientras tanto, ha terminado también Eternal Sunshine of the Spotless Mind. La historia está escrita por Charlie Kaufman, el autor de ¿Quieres ser John Malkovich?. Cuenta la historia de un joven que quiere borrar a su novia de la memoria. Gracias a un milagro lo consigue, quitándola día a día de sus neuronas como pequeños pétalos, hasta que en medio del proceso, se arrepiente y decide conservarla. Para eso, cambia la memoria que tiene de ella por otra, y así la historia vuelve a comenzar, pero desde otro lugar. Cualquier paralelismo con la vida y el momento de James Eugene Carrey es pura casualidad. Obra de esa gran goma elástica que es el azar.
Andy Kaufman, el gran inspirador
LA FAMA TIENE sus gustos y Carrey se dio algunos. En 1999 consiguió interpretar a su musa, el comediante Andy Kaufman —El mundo de Andy (Milos Forman)—, un chiflado genial que provocó un quiebre en el mundo de la comedia. "Kaufman era un ser completamente inspirado", lo alabó Carrey. "Decidió ser el único comediante que nunca dejaba a su público participar de una broma. Los comediantes lo miraban y decían, tenemos que levantarle una estatua a este tipo que hace todo lo prohibido."
Kaufman actuó en Saturday Night Live —era tan alocado que un 72% de gente votó que no estuviera más—, y representó a Latka Gravas en la serie Taxi, pero fundamentalmente se dedicó a desorientar con una lucidez lunática a sus públicos. Fue el primero en imitar a Elvis Presley antes de que se convirtiera en un lugar común entre comediantes. Entre 1979 y 1983 desafió en un ring de lucha libre a que lo derrotaran mujeres: en total batió a 400. Y creó su doble y su antónimo: Tony Clifton, un comediante bigotudo, narigón y malhumorado. El inexistente Clifton hacía presentaciones completamente al margen de Kaufman, convertido en un personaje que, para avivar al mito, cuando Andy murió a los 35 años de cáncer de pulmón, continuó dando presentaciones. Andy Kaufman era tan imprevisible, y hacía humor de situaciones tan desacostumbradas que, cuando anunció que le habían diagnosticado cáncer, ni su novia ni sus padres le creyeron.
"Andy tenía una doble personalidad, él nunca bebía ni fumaba, era vegetariano y seguidor de medicinas alternativas. Meditaba tres horas al día. Pero cuando se convertía en Tony Clifton, se volvía Clifton, era algo mucho más extremo que representar un personaje", sigue admirándose Zmuda a ocho años de su muerte. "Andy tenía un auto en el garage que sólo manejaba Tony. Y tras tres horas y media de maquillaje, salía a tomarse hasta el agua de las canillas. Igual que Clifton, fumaba hasta que se dormía, devoraba carne y salía con prostitutas. Era lo opuesto a Kaufman".
Para conseguir el papel de Andy, solicitaban enviar un video imitando a Kaufman. Mandaron el suyo Tom Hanks, Nicolas Cage, Kevin Spacey, Sean Penn y Ed Norton. Una noche, Bob Zmuda, productor del film, recibió un llamado: era Carrey. "Yo no lo conocía personalmente, pero él me dijo: ‘Bob, voy a mandar mi video como todo el mundo, pero antes de hacerlo me gustaría que lo veas. ¿Podrías venir a casa?’". Mientras conducía a la casa de Carrey, Zmuda pensaba que Cage se adaptaba mejor al papel y que lo que vería en pocos minutos le caería como una patada al estómago. Tendría que beber unas cervezas con Carrey, poner cara de buenos amigos y hacerse humo nuevamente a su casa con las manos vacías. "Pero a los dos minutos de ver el video, me puse a llorar como un chico", admitió Zmuda. "El maldito era Andy Kaufman. Además nacieron en el mismo día del año".
Las coincidencias dejaron atónitos a todos. Durante los 85 días de grabación, Jim pidió expresamente que dejaran de llamarlo Jim, y que empezaran a tratarlo como Andy. El propio Zmuda no podía creerlo: Carrey fuera de escena había asumido algunas de las actitudes más íntimas y personales de Kaufman.
Las películas
All in Good Taste, 1983.
Finder Keepers, 1984.
Yo amo a un vampiro, 1985.
Peggy Sue, su pasado le espera, 1986.
The Dead Pool, 1988.
Earth Girls are Easy, 1989.
El cadillac rosa, 1989.
The Itsy Bitsy Spider, 1992.
Ace Ventura: un detective diferente, 1994
La máscara, 1994.
Tonto y retonto, 1994.
Ace Ventura: un loco en África, 1995.
Batman forever, 1995.
El insoportable, 1996.
Mentiroso, mentiroso, 1997.
The Truman show, 1998.
El Grinch, 1999.
El mundo de Andy, 1999.
The incredible Mr. Limpet, 1999.
Irene yo y mi otro yo, 2000.
The secret life of Walter Mitty, 2000.
El Majestic, 2001.
Todopoderoso, 2003.
Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2003.