Poéticas de Milán

La crítica como potencia transformadora, aun cuando la palabra “crítica” está casi prohibida

Se extraña a Hegel, Foucault, Debord y a toda la Escuela de Frankfurt en pleno

Eduardo Milan
Eduardo Milán
(Leonardo Mainé/Archivo El País)

por Eduardo Milán
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Lo que entiendo que se dio por finalizado fue el concepto (y la realidad) del arte, poesía incluida, como espacio de debate. Eso se vive hoy en el panorama artístico. Cierto es que la llamada postmodernidad, acelerada a fines de los setenta del siglo pasado en un debate que no tenía “ni vencedores ni vencidos”, ayudó en mucho para que sucediera lo que se vive. Pero visto en retrospectiva más allá del siglo XX, uno se pregunta si lo que llegó a su fin no habrá sido lo que “se suelta” a partir del fin del romanticismo decimonónico, es decir, a partir precisamente de Las flores del mal (1848). Lo que sobrevino fue un auge de la crisis del arte, creo que nunca vivido con la intensidad que se logró a partir de 1848, sobre todo en el espacio literario. No había pasado eso en toda la modernidad que empieza en el Renacimiento. El barroco del siglo XVII fue, sin duda, un momento estéticamente oscuro. Pero sin cuestionamientos de la razón completa, es decir, sin las preguntas del “¿para qué?” artístico. Ya en 1800 Hölderlin se pregunta “para qué poetas en tiempos de penuria” y ya en 1848 Baudelaire llama a su ritual (el de la poesía) con el nombre de hipocresía. Con esas dos formulaciones claves se desata un período de desequilibrio que tiene como momento cúspide Dadá (1914). Cuando el movimiento dadaísta proclama “Dadá no significa nada”, lo cual equivale a decir, por boca del titular dadá, Tristan Tzara, que el arte, lo que él hace, que la poesía, lo que él hace, tienen como realidad la insignificancia, ya estamos hablando de otra cosa. Es el momento estético artístico de mayor negatividad en lo que yo conozco de la tradición poética occidental. Todo esto puede ser válido como una forma de explicar el momento artístico-estético, pero siempre y cuando no se oculte la palabra, en este momento, casi prohibida: la palabra crítica. Hay de todo en el ámbito de la circulación socio-ideológico. Pero lo que no se menciona en lo que hay es la crítica como potencia transformadora simplemente porque esa función ya está cubierta. La ocupa nuestra verdadera conducta como seres pensantes: una conducta cauteloso-aceptante. Y ahí sí entra como una nostalgia por el momento de los grandes pensadores, desde Hegel hasta Foucault y Guy Debord, pasando, claro está, por toda la Escuela de Frankfurt junta.

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