La caída de los dioses

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El País

Carina Blixen

DE PASEO POR Italia con su hermano Heinrich, a los veintitrés años, Thomas Mann (1875-1955) empezó a escribir Los Buddenbrook. Le llevó dos años terminar la novela. La publicó en 1901 en dos tomos, sin mayores consecuencias y dos años después, en uno solo, con enorme éxito. Antes había dado a conocer un relato, pero fue esta novela enorme la que dio la pauta del talento y la ambición del incipiente escritor. Después vendrían más de treinta obras, entre ellas La muerte en Venecia (1912) y La montaña mágica (1924), y recibiría el Premio Nobel en 1929. Los Buddenbrook es una maravilla de equilibrio, precisión e ironía. Un momento de iniciación maduro e irrepetible, pues las grandes obras futuras de Thomas Mann trabajarán de otra manera su materia literaria.

UN ÁRBOL COMPLEJO. "Decadencia de una familia", dice el subtítulo. La edición de Edhasa empieza con un árbol genealógico y un mapa de una ciudad sin nombre que remite a la Lübeck natal de Thomas Mann. No es este el único dato referido a la vida del escritor. Como el fundador de la casa comercial de la novela, el padre de Thomas Mann fue un comerciante de granos importante en su sociedad. El tercer Buddenbrook encargado de la familia tiene el nombre del escritor: Thomas. Es el protagonista, a pesar de que la novela recorre cuatro generaciones y sabe dar a cada uno de los integrantes de la familia, y los numerosísimos personajes secundarios, un lugar importante.

El primer Johann Buddenbrook fundó la casa comercial en 1768. Su bisnieto, Johann Justus Kaspar, Hanno, murió en 1877 a los 15 años. Su muerte tiene algo de justicia poética: el último de los Buddenbrook ya no era el portador de las virtudes que habían hecho posible el engrandecimiento y conservación de la empresa. El segundo Johann Buddenbrook es un hombre pío y un comerciante trabajador y exitoso. Es el más prolífico de todos (tiene cuatro hijos) y el que logra el equilibrio entre sus intereses, sus afectos y su conciencia. Es un modelo irrepetible ya para las generaciones siguientes: menos creyentes y demasiado intelectuales o demasiado artísticas.

Es este segundo Johann el que logra utilizar, de manera convincente, un lenguaje comercial para los asuntos de familia. Por ejemplo: a su casa se presenta un hombre de negocios, próspero, que pide la mano de su hija Tony. Ella resiste con todas sus fuerzas al pretendiente, pero termina haciendo suya la "razón de familia": un buen matrimonio es un buen negocio que permite ampliar la fortuna paterna. Ante la oposición sincera de su hija, Johann comenta con su esposa que preferiría no tener que aceptarlo pero "eso no deja de ser un riesgo ya que, expresándolo de nuevo en términos comerciales, todos los días se sale a pescar pero no todos los días hay buena pesca…".

"¡Dios te bendiga, hijo mío! Reza, trabaja y ahorra" : así termina la carta que este Johann le escribe a su otro hijo, Thomas, cuando reside temporalmente en el extranjero. En esa misma carta le escribe un consejo que Thomas recordará, desvelado, años después, cuando el padre haya muerto y esté al frente de la familia y los negocios: "Hijo mío, atiende con placer tus negocios durante el día, pero emprende sólo los que te permitan dormir tranquilo durante la noche…".

LA VIDA ACTUADA. Thomas Buddenbrook es un hombre inteligente y refinado que transforma su vida -gracias a un autocontrol que se vuelve maníaco- en una actuación. Se casa con una mujer rica, hermosísima, amante de la música, distante, enigmática, silenciosa. Con ella tiene un hijo, Hanno, que hereda como una maldición la veta artística de la madre. Es un hijo débil y enfermizo, que sufre permanentes fiebres y problemas con los dientes. Desde la mirada de sus compañeros de clase, brutales futuros hombres de negocios, el narrador sugiere un posible sentimiento homosexual de Hanno hacia un amigo fidelísimo.

Lector temprano y apasionado de Arthur Schopenhauer (1788-1860) y Friedrich Nietzsche (1844-1900), Thomas Mann encontró en Johann Wolfgang Von Goethe (1749-1832) una noción de lo clásico que le permitió mantener a raya sus tendencias dionisíacas. Como dice la escritora y ensayista mexicana Margo Glantz en Intervención y pretexto, Mann "niega la predominancia del sentimiento avasallador que aniquila la conciencia, contrapone la disciplina vital a la anarquía del sentimiento. Pero sobre todo considera vida a un orden burgués que determina una moral y define una conducta".

Cuarenta años después de la segunda edición de Los Buddenbrook -la realizada en un tomo-, la editorial Losada publicó una serie de ensayos de Thomas Mann (Cervantes, Goethe, Freud) entre los que se encuentra, aunque no figure en la tapa, uno "Sobre el matrimonio". Al plantearse los "problemas" del matrimonio en la década de los cuarenta del siglo pasado, Mann percibe que la emancipación de la mujer, de los jóvenes, y las ideas socialistas han quebrado "la unicidad del concepto ético del hogar, tal como lo entendió Kant, y del cual formaban parte el hombre, la mujer, los niños y la servidumbre". Anota también, como atentado contra el matrimonio, la mayor permisividad de esos años ante el homoerotismo. Dice, por ejemplo: "Todo lo que constituye el matrimonio, o sea duración, fundación, procreación, sucesión de generaciones, responsabilidad, falta en la homoerótica, lo mismo que el libertinaje estéril es lo contrario de la fidelidad…".

Los diarios de Thomas Mann, publicados en 1975, revelaron sus inclinaciones homosexuales. Éste es solo uno de los aspectos de una lucha consigo mismo, contra el caos y la pérdida de sí plasmada en su obra en distintos personajes y situaciones. En el citado ensayo "Sobre el matrimonio", Mann se acuerda de su personaje Thomas de Los Buddenbrook y de la crisis metafísica sufrida antes de morir que le lleva a negar el matrimonio y la descendencia. Dice: "…esa fuga hacia lo metafísico era una expresión del mismo proceso de disolución de lo vital, del mismo `regreso` a la libertad orgiástica del individualismo que más tarde describí en la forma de un amor a un adolescente en La muerte en Venecia…". Y más adelante: "Thomas Buddenbrook y Ascehenbach (el protagonista de La muerte en Venecia) son moribundos escapados del rigor de la vida y de la moral vital, dionisíacos de la muerte, cuyo estado era familiar, en ciertas épocas, a una parte de mi carácter".

Publicada al despuntar el siglo XX, el registro de influencias de Los Buddenbrook sobre la literatura posterior es, por lo menos para esta nota, inabarcable. La novela revela un sentido de lo burgués refinado muy similar al que desarrolla Sándor Márai (1900-1989) en su amplia obra narrativa. También podría vincularse, en la zona oscura de represión, culpa y sufrimiento engendrada en la familia burguesa, a la experiencia íntima de Franz Kafka (1883-1924) relatada en la Carta al padre (escrita en 1919 y publicada en forma póstuma). Es casi imposible no acordarse de que Cien años de soledad (1967) -de García Márquez- es también una saga familiar, aunque su tono y ambiente sean radicalmente diferentes. El recuerdo de Casa de campo (1978) -de José Donoso- es más específico. Muchas veces en la novela del chileno se pasa "un tupido velo" sobre algo que molesta a la conciencia familiar. La madre de Thomas y Christian Buddenbrook corre una y otra vez un "tupido velo" ante las peleas entre sus hijos varones, ante los matrimonios desastrosos de sus hijas y ante la enfermedad.

Pero la gran distancia entre la primera novela de Mann y las que caracterizaron al siglo XX es su ironía serena y su aceptación del mundo. A pesar de centrarse en un orden patriarcal irredimible, hoy se lee estupendamente bien: no solo por lo admirable de su factura o su capacidad de entretener y crear personajes convincentes, también por poner en escena una lucha agónica y renovada entre las fuerzas del deseo y la destrucción y su manifestación en la luz intermitente de una conciencia.

LOS BUDDENBROOK, de Thomas Mann, Buenos Aires, Edhasa, 2008. Distribuye Océano. 884 págs.

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