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Jorge Galemire, fundador del sonido y la razón

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Jorge Galemire

Icono del candombe beat uruguayo

Está en librerías una biografía de Jorge Galemire, escrita por el músico y amigo Eduardo Rivero, que también es una historia de la música popular uruguaya.

El libro Galemire, su música y su tiempo, del músico, comunicador y publicista Eduardo Rivero, pone en escena a un creador que todavía estamos tratando de comprender, porque su esencia, como la identidad de este pequeño país llamado Uruguay, parece escapar a las lógicas dominantes sobre el éxito, la felicidad y el poder. Se llamaba Menagen Jorge Galemire Muniz, judío sefaradí por parte de padre y criollo de Cerro Largo por parte de madre. Fue un autodidacta de la guitarra, un talentoso compositor, arreglador y cantante, figura central del muy autóctono candombe beat, protagonista de grandes canciones y álbumes junto a figuras rutilantes como Jaime Roos, Fernando Cabrera o Eduardo Darnauchans, siempre dejando su sello creativo pero siempre, también, en un leve segundo plano. Como si tuviera clara conciencia que el protagonismo del músico, y su ego, fueran un obstáculo para divulgar la auténtica creación, esa que cobra vida y crece —o no— en la cabeza de los demás (el creador que pretende ejercer control sobre eso corre el riesgo de esterilizarlo; es como controlar a un hijo ya mayor, quitándole la posibilidad de que viva una vida propia). Que esto tenga que ver con los propios demonios de Galemire, y con la relación que tuvo con su padre, es un aspecto que el libro explora entrelíneas.

Pero hay mucho más. Galemire, su música y su tiempo es una historia de la música popular uruguaya desde la turbulenta década del 60 hasta hoy, rica en anécdotas y perfiles de múltiples protagonistas, donde Jaime Roos o Fernando Cabrera, entre otros, hacen aportes inéditos. Una historia en la cual la presencia del autor, Eduardo Rivero, quien fuera amigo y compañero de tablas del protagonista, lejos de restar suma, pues aparece como un narrador empático y honesto con el que el lector se identifica. También es un registro de las luchas que enfrentaron a los músicos uruguayos por cuestiones en apariencia banales —si eran acústicos o eléctricos, si preferían el folklore o el rock— en esa búsqueda por definir una identidad, una música uruguaya (no existía), algo propio que ofrezca un sentido de pertenencia y que al ser escuchado por un extranjero provoque un “¡Ah, esto es uruguayo!”, o rioplatense. Algo que pudo tener un sentido político, sobre todo en los últimos años de la dictadura militar, cuando “había” que cantar para recuperar las libertades. Sí, siempre cantar y crear y reafirmar la libertad, pero nunca subordinar la creación a ideología alguna. Galemire intuía, al igual que muchos músicos de entonces, que la música y el poder político van por caminos paralelos e irreconciliables, y dejar en claro eso, en aquel tiempo de “iluminados”, exigía coraje y dignidad. Algunos no se lo perdonaron.

De un barrio bravo

Como siempre la cuestión se definió en la adolescencia, en el pasaje de Galemire por el liceo Dámaso Antonio Larrañaga, una institución modelo de la educación pública ciudadana de entonces. Ámbito que definiría amistades duraderas, primeros amores o afinidades con otros también cautivados por la música. “El Gale tenía su carácter” recuerda el autor, que también fue al Dámaso, “era mucho más fuerte que yo, más hecho a moverse entre la gente, venía de un barrio bravo (Villa Española) y del trato con un padre tiránico que le había inculcado la dureza como meta, pero que cuando sonaba alguna canción que le tocaba determinadas fibras, lloraba como un niño”. La figura del padre es omnipresente; Galemire se quejaba porque no lo entendía y, cuando lograba ser escuchado, porque estaba bajoneado y necesitaba apoyo, el viejo metía “la mano en el bolsillo y me da plata para que vaya con alguna puta. Siempre esa obsesión porque me haga hombre”.

El Galemire que Rivero construye también eligió a sus ídolos, como Los Delfines, o el Sexteto Electrónico Moderno hasta que lo cansó. O El Kinto, la banda de Eduardo Mateo que un día descubrió con asombro frente al televisor mirando el programa Discodromo Show. Era fines de los 60, tenía 17 años, y esa música de fusión entre el candombe y el beat lo marcaron para siempre. Como también lo hicieron Los Shakers con esa fusión entre Los Beatles, el rock, el candombe y el tango en La conferencia secreta del Toto’s Bar (1969), que Rivero, Galemire y Deco Núñez escucharon en las cabinas del Palacio de la Música de la Avenida 18 de Julio y Paraguay. Pero no sólo escuchaban; aprendían. “El Kinto era un ferrocarril en marcha, un ciclón liberado. Mostraba una potencia demoledora —pese a sus instrumentos viejos y baratos— que no es posible imaginar siquiera en las grabaciones de los play backs para televisión que han llegado hasta el presente” señala el autor.

Crecer en dictadura

Otro aspecto destacable en este libro de 440 páginas, rico en anécdotas pero también en fotografías y gráfica de otros documentos, es la minucia del análisis canción a canción, o ensayo o grabación, que vinculó a Galemire con los grandes de la música uruguaya. Son muchos los datos acumulados, bien salpimentados con jugosas anécdotas. O los juicios críticos de Galemire hacia otros músicos, o el aporte de la crítica para construir ideas en las firmas de Raúl Forlán Lamarque, Elbio Rodríguez Barilari, Henry Segura o Guillermo Baltar. A veces citados con picardía por el autor del libro, por lo pobre o mezquino de los aportes, aunque en general la crítica se luce.

Destaca el relato por boca del propio Jaime Roos de la participación de Galemire en el elenco estable del programa Coliseo Colifato de Canal 12, sucesor del exitoso Telecataplum. Roos integró ese elenco en calidad de músico hasta que se fue para Europa en 1975; su lugar fue ocupado por Galemire.

También vibra con el curioso anecdotario de las presentaciones en la Alianza Francesa junto a Pájaro Canzani (1975), donde Jaime Roos sustituía a Galemire en medio de los conciertos —en el bajo y el contrabajo— para que éste pudiera llegar a tocar en hora al Restaurant del Panamericano, un trabajo donde sí cobraba y no podía perder. Todo en el contexto del “fervoroso” Año de la Orientalidad que el gobierno militar impulsó, tan burdo como hueco. Las cuestión de la creatividad musical en dictadura, la de escribir letras de canciones que dijeran mucho sin decir nada para sortear la censura, fue un arte que Galemire, Rivero y tantos otros practicaron entonces como un arte.

Como es natural, el libro gana en tensión cuando aborda los grandes hitos, como la integración del conjunto Nosotros Tres junto a Rivero y Eduardo Darnauchans, y luego en el decisivo álbum de Darnauchans, Sansueña, un gran salto para el “Gale” y el “Darno” en sus carreras. Las fotos del “Darno” joven, con esa mirada penetrante y el gesto triste, el de un príncipe-poeta llegado de extramuros y nunca reconocido, conmueve hasta la última célula de cualquier médula.

Darnauchans supo escribir, también, su homenaje al amigo, en una nota periodística de 1989 que el libro reproduce: “Conocí a Jorge Galemire a mediados de marzo de 1971. Aún estamos vivos los dos. Algún día podré decir que cierta vez en un periódico, escribí una nota en primera persona como testigo de mi maestro y amigote Jorge Galemire, músico y poietá, mantenedor sin armadura de la música del lugar, fundador despreocupado y preocupante del sonido y la razón de la República Oh! del U.”

Sus discos

La primera vez que su música tuvo un rol protagónico fue con su disco solista Presentación (1981), junto a Andrés Recagno, Gustavo Etchenique, Bernardo Aguerre, “Chichito” Cabral, Raúl Medina y la participación especial de Hugo Fattoruso, quien recién había aterrizado desde Estados Unidos con Opa, en los míticos conciertos del Cine Plaza (1981). Días después de esos recitales, el tecladista se apareció en las sesiones de grabación de Presentación como un amigo más, aunque consciente de lo que significaba su presencia allí. “Bo Gale, este tema es impresionante, loco. ¿Querés que te toque algo?”. Galemire, atento, le sugiere a Fattoruso que toque en un hueco del tema, y también un instrumento, piano acústico. “No, piano no” contesta Fattoruso, “mi instrumento hoy en día es el sintetizador. ¿Hay un sintetizador?” Entonces desempolvaron de un rincón uno monoaural, y Fattoruso comenzó a improvisar sonidos “de forma inconexa y caótica” cuenta Rivero, quien estaba expectante junto a Galemire y Jaime Roos en la cabina de control. Y_entonces, cuando le largaron el tema “La mueca”, se hizo la magia; su intervención quedó grabada de una sola toma, y la música uruguaya cambió para siempre.

Rivero insiste en que su segundo disco solista, Segundos afuera (1983), es el gran álbum de su carrera, y es difícil que alguien esté en desacuerdo. Este cronista siguió el anecdotario y el análisis de Rivero tema a tema escuchando en Spotify, por ejemplo el inolvidable “Sin saber por qué”, lo cual genera una suerte de actitud clandestina respecto al libro, que sólo recomienda formatos físicos para escuchar a Galemire (cassete, disco de pasta, CD) y, también, cuando corresponde, a Youtube. Spotify es tan válido como cualquier plataforma, está en cualquier bolsillo, y Galemire suena estupendo.

Otros hitos son repasados con minucia. Por ejemplo sus colaboraciones con Jaime Roos (la guitarra eléctrica de Galemire destaca en muchos de sus temas como los clásicos “Durazno y Convención”, “Adiós Juventud”, “Hermano te estoy hablando”, entre otros). También en el álbum Buzos azules (1986) de Fernando Cabrera, en la banda Polyester junto a su amigo Carlos Cotelo, o en su banda Los Championes, cuyo álbum homónimo de 1986 “ha envejecido más que bien” remarca el autor.

Eléctrico o acústico

El libro también aborda temas polémicos, por ejemplos sus depresiones, o los asuntos familiares tras emigrar solo a España y el ingreso a su vida de su nueva pareja. O el papel que jugó el compositor, productor y musicólogo Coriún Aharonián (1940-2017) en toda una generación, abriendo cabezas en una época muy dura para la libre circulación de bienes culturales (la dictadura), para luego cerrarlas. Si bien Rivero se distancia de estas polémicas, marcadas por la relación amor-odio que Aharonián establecía, se vislumbran los bandos que se armaron al final en torno a esa fuerte personalidad, el de los que lo idolatraron (impulsando, por ejemplo, su reconocimiento como Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Montevideo en 2010) o el de quienes lo consideran aún hoy un “estalinista”.

Este asunto está unido al problema entre los acústicos y los eléctricos, o entre los puristas del canto popular y los que no dudaban en mezclar candombe con jazz y rock. Sucedió en los últimos años de la dictadura militar. Un fuerte sector del canto popular insistía en que el “compromiso” de la música contra la dictadura era imprescindible. Para algunos “iluminados”, incluso, el que no se sumaba era un traidor. El desembarco de Opa, en ese sentido, fue catártico, pues representaba mucho lo que ciertos “comprometidos” rechazaban, como la fusión con estilos “foráneos” y, además, Estados Unidos. Pero Rivero le hace justicia al asunto, no permitiendo que éste ingrese en el terreno político ideológico y enmarcándolo en un contexto estético musical, y también personal. El episodio del paso de Galemire por el grupo Los que iban cantando es revelador. En 2009, en una entrevista de Guilherme de Alençar Pinto, Galemire contó que “me echaron, esa fue la verdad. Me dijeron ‘Mirá Jorge, notamos que tu compromiso no es suficiente para lo que nosotros queremos’”. Se dijo también que la instrumentación que requería lo de Galemire no iba con ese “compromiso”, o dicho en buen romance, que la gente iba a escuchar las letras, a darse “manija”, prestando poca atención a la música. Rivero cita a Jaime Roos, quien alguna vez comentó que mientras en su caso y el de Galemire primaba la admiración por Eduardo Mateo, en Lazaroff, Bonaldi y Trochón de Los que iban... primaba la estética de Viglietti. También pesó el carácter de Galemire, según Rivero: le costaba una enormidad divertirse con música súper trascendente, donde todo era serio, con caras de circunstancia, y el fin era hacerle el aguante a Viglietti y a su generación. “Al Gale todo aquello lo superó”.

Galemire, su música y su tiempo es un gran libro para disfrutar escuchando. Tiene asegurado, además, un sitio de destaque entre aquellos textos que conjuran la idea de una auténtica música uruguaya, exponiendo los matices de su complejidad.

GALEMIRE, SU MÚSICA Y SU TIEMPO, de Eduardo Rivero. Perro Andaluz Ediciones/La Edad de Oro, 2019. Montevideo, 440 págs.

Jorge Galemire

El autor

Eduardo Rivero (Montevideo, 1952) es el biógrafo, pero también fue amigo y protagonista en la mayoría de las historias retratadas. Por ejemplo, en 1976 y 1993 integró el espectáculo “Nosotros tres” junto a Galemire y Eduardo Darnauchans. Es músico, comunicador, crítico, ha editado discos como solista, y es autor de los libros “Los Beatles en Uruguay”, “Memorias en mí” y “Beatlemaníacos”.

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