Jorge Gard
EN ENERO DE 1929 el cómic comenzaba a recorrer a menudo el camino de la aventura en propuestas exóticas y aventureras, diecisiete años después de que apareciera el Tarzán literario y once desde que Elmo Lincoln lo remedó en cine. Ese año la prensa comenzaría a publicar, a razón de cinco viñetas diarias, la adaptación de la primera novela de Edgar Rice Burroughs, dibujada por Harold Foster con los textos a pie de imagen, tras el rechazo de Allen St. John de realizarla y de Hearst de publicarla. St. John era el ilustrador preferido por Burroughs. Fue quien ilustró las portadas de las primeras novelas del hombre mono.
Ninguno de sus sucesores en tan noble arte gozó de estima similar por parte del autor. Ni Fred J. Arting, ni Roy Krenkel, ni Reed Crandall o Virgil Finlay merecieron tantos elogios de Burroughs como St. John. En España, Torregrosa y Ambrós lo intentarían, ya en los años 60, sin gran acierto. Solo Maroto, bien entrados los 80, lograría ilustraciones aceptables para ediciones de Estados Unidos.
La viñeta tardó algo más que el cine en hacerse con Tarzán, pero una vez capturado, ya no le dejó marchar. Cine y cómic, al apoderarse de las novelas de Burroughs, moldearon un héroe cuya personalidad trasciende la propia obra literaria.
LA LEYENDA CRECE. Las primeras viñetas de Foster mostraban a un Tarzán desnudo pero carente de atributos masculinos. Una mojigatería supina erradicaba toda sexualidad. El entorno libre y exuberante y el vigor físico del héroe, propicios a las efusiones sexuales, solo se percibirá en las bellas amazonas o las exóticas reinas a las que Tarzán rechazará continuamente. Tarzán solo fue promiscuo en las mentes de algunos censores, que lo taparon o vetaron no solo en su país de origen sino también en la vieja Europa. La homosexualidad o la zoofilia, casi natural en un hombre mono, no aparecen explicitadas en Burroughs ni en sus dibujantes, y no lo serán hasta décadas después, en que proliferarán parodias y sátiras de todo signo.
Rex Maxon continuó las entregas diarias con guiones de George Carlin primero y Don Garden después. En marzo de 1931, siempre renuente a la utilización del "globo", pero introduciendo el texto dentro de la viñeta, asumió también las planchas dominicales desde su inauguración. La ausencia de globos fue seña de identidad de las historietas de Tarzán durante décadas. Maxon apenas se mantuvo tres meses al frente de las "sundays", con guiones de William Laas. Las marionetas que dibujaba Maxon no gustaban a nadie, a pesar de lo cual hizo valer su contrato para continuar con las "dailys" o tiras diarias.
Entonces el Tarzán dominical volvió a un Foster que aún no estaba en su plenitud pero que representaba un paso adelante en el nivel artístico. Es ahora Foster quien releva a Maxon, y seguirá en la tarea hasta comienzos del `37, en que irá a la búsqueda de su obra cumbre, El Príncipe Valiente.
Las dominicales de setiembre del `32 mostraban un hombre mono vestido de verano. Foster había sustituído la gruesa piel de leopardo que cubría buena parte del pecho de Tarzán, sujeta al hombro por un ajustado bañador. Era el mismo año en que Weissmuller estrenaba taparrabos. Simultáneamente, la radio serializaba sus aventuras, forjando así la imagen colectiva del hombre mono, desde diferentes medios. Johnny Weissmuller, Lex Barker y Gordon Scott, integran el trío de tarzanes más "mediáticos". Son aquellos cuya imagen, superpuesta o intercambiable, es la que ha quedado fijada en el imaginario colectivo de la criatura de Burroughs.
La silla de Foster la ocupa a continuación el más grande ilustrador de Tarzán, Burne Hogarth. Hasta 1950, año en que abandona los cómics, estará al frente de las páginas dominicales, con guiones de Don Garden y suyos propios, con alguna excepción, como el breve intervalo de 1945 a 1947, en que Ruben Moreira (Rubimor) lo sustituyó.
Hogarth irá evolucionando junto con la saga hasta alcanzar la cumbre del dinamismo y la tensión, con anatomías humanas y animales expuestas esplendorosamente en un escenario pleno de simbología. Así como el Tarzán del cine está definitivamente asociado a Weissmuller, el del cómic lo está a Hogarth.
Entretanto las tiras diarias se suceden. Un relevo tras otro, la lista se alarga: Juhré, Hogarth, Dan Barry, John Lethi, Paul Reinman, Nick Cardy, Bob Lubbers, John Celardo, Dick van Buren, o Russ Manning. Guionistas como van Buren, Bill Elliot (William LaVarre) y otros, han ido haciendo del hombre mono un ente autónomo, cuya experiencia vital va más allá de las ensoñaciones que plasmó su inventor.
LAS REVISTAS DE HISTORIETAS. Tras un trío de gruesas reimpresiones con tapa dura y en paralelo con algún texto ilustrado (como las seis páginas que realizó Juanita Bennet y que publicó Dell en 1938), un buen número de revistas habían continuado adaptando al particular formato del comic book las viñetas de Maxon, Foster y Hogarth ya difundidas por la prensa.
En 1947, Four Color Comics publicó la primera aventura realizada expresamente para el ya no tan nuevo formato, dibujada por Jesse Mace Marsh, con guiones de Gaylord Dubois. Tras su primer ensayo repitió seis meses después y a partir de allí el hombre mono conquista su revista propia, en enero del año siguiente. Marsh se encarga de dibujar las historietas y también las primeras siete portadas. Las cinco siguientes serán obra de Gollub.
Son las aventuras que unos años después se conocerán en Uruguay, publicadas por la mexicana editorial Novaro, por entonces EMSA primero y SEA después. Algunas de las primeras portadas de Marsh, que no aparecen como tales en la publicación mexicana, es posible encontrarlas en el interior como "página para iluminar".
El grafismo de Marsh caracteriza la primera etapa de la cabecera. Utilizando la técnica del claro oscuro e instalado inconmoviblemente en la realización de los comic books, nos brindó un Tarzán estereotipado, al que con el tiempo fue orientando hacia un naturalismo de baja intensidad.
Luego vendrían Rubimor, Sam Glazman, Don Spiegle, Russ Manning, Bob Lubbers, John Celardo, Al Williamson, Joe Kubert, junto a un sinfín de anónimos, algunos con más voluntad que oficio. Calcadas sin sonrojo, algunas portadas se volverán a ver en ejemplares de otros tarzánidos de origen mexicano, como Yamba o Thagor.
EL OCASO DEL REY. Acabando la década de los 60, el cine ya era en technicolor y la televisión había conseguido introducirse definitivamente en los hogares. Ron Ely era el hombre mono catódico. Brocal Remohí y José Ortiz en la vieja España aún realizarían muy dignos comic books, mientras la Editorial Novaro decaía a un ritmo incluso mucho más acelerado que el del mono blanco.
Poderoso mito, el Tarzán del siglo XX, que en el XXI anda de taparrabos caído, intenta ocultar sus vergüenzas, que por otra parte ya conocen todos. La televisión domesticó al salvaje y los videojuegos e Internet han pasado arrolladores por encima de su impotente y maltrecha figura. Con todo, el hombre mono sigue intentando, con éxito menguante, aparecer en primera línea del espectáculo, batiéndose incluso con Depredador. El siglo XX ha devorado sus propios mitos y muchos de ellos tienen hoy día los contornos mucho más difuminados que treinta o cuarenta años atrás. Tarzán es uno de ellos.