Ángeles Blanco
URUGUAY produjo desde la década de 1930 una generación de críticos de cine y teatro, que significó una enseñanza para muchos que le siguieron. En una reciente edición de este suplemento (Nro. 744, febrero 6) se destacó la figura de Cyro Scoseria (1891-1964), que fue un eminente crítico teatral en las columnas de El Día. Es obligatorio mencionar enseguida a R. Arturo Despouey, crítico de cine y teatro, fundador del semanario Cine Radio Actualidad en 1936.
René Arturo Despouey Casamayou nació en Montevideo el 29 de setiembre de 1909. Fue conferencista, crítico, periodista, escritor, dramaturgo y actor; un talento inusual que supo adquirir diversas formas. Desde Cine Radio Actualidad, su firma estampó las brillantes notas que lo consagrarían como padre de la crítica cinematográfica nacional. Orador excepcional, de desbordante cultura y atuendo extravagante, su pluma y su conducta desafiaron los recatados códigos de los años treinta. "Si la película no me transmite idea o emoción, no me importa", solía decir. Emoción para crear, y emoción para vivir; una imperiosa necesidad expresiva que envolvió sus textos, su imagen, y hasta las cartas que desde el extranjero enviaba a sus amigos.
Su vida fue una auténtica novela. Todo comienza en la casa del comerciante Juan Arturo Despouey y su esposa, María de las Mercedes Casamayou, ubicada en la calle Orillas del Plata Nº 857. Fue el segundo de tres hijos, y un niño talentoso, capaz de leer a Homero con tan sólo seis años. Esta verdadera pasión literaria marcó su vida y su obra, aún bajo los rigores de la actividad periodística. Un sinnúmero de referencias y de citas literarias pueden poblar uno solo de sus artículos: "Se ha repetido así, con una obra de esta época —con un espectáculo, una serie de imágenes que ha de suponerse de alcance fugaz en el recuerdo— el fenómeno producido con Don Quijote, espejo de la vida, libro eterno, capaz de todas las interpretaciones y de todas las iluminaciones." ("Para un análisis de Tiempos Modernos", Cine Actualidad, Montevideo, 29 de mayo de 1936). Dueño de un excelente dominio del inglés y del francés, se vio a sí mismo como un europeo transplantado, noción que en la primavera de 1942, motivaría su autoexilio en el viejo continente. En su capítulo montevideano, tuvo Despouey bailes de carnaval en el Teatro Solís, visitas familiares a Buenos Aires, charlas infinitas en el Tupí Nambá, y un fuerte vínculo con el Instituto Cultural Anglo Uruguayo. Su vida social y cultural fue intensa, un gran escenario a escala real. Por allí paseó su figura, cita obligada en estrenos, tertulias y conciertos.
En 1927, un Despouey aún adolescente publica su primera novela, Santuario de Extravagancias. Esbozo de crítica social, la obra descubre esa relación un tanto áspera del autor con su tiempo: "...las risas con que mucha gentuza de todas las clases sociales de Montevideo habían saludado su entrada en la adolescencia, su timidez, su tartamudez, y luego sus flores en el ojal, su bombín requintado, la insolencia de su testa siempre echada para atrás", escribiría en su Quijote 44, novela autobiográfica, inédita. La paradoja del rechazo y del elogio sufrida en su tierra, aviva el recuerdo de otro transgresor, Oscar Wilde. Ingenio en la charla y excentricidad de conducta fueron constantes en la vida de ambos. Poco después, en 1930, Despouey vuelve a publicar una novela: Episodio (Film literario). El cine desde la literatura, o la literatura desde el cine, Episodio es un anticipo de la reflexión que Despouey realizaría sobre el séptimo arte, con una seriedad y un profesionalismo sin precedentes. En las páginas del diario El Nacional surgen los primeros pasos en esa reflexión.
CINE RADIO ACTUALIDAD. Por los años treinta, el cine continúa siendo un espectáculo de masas. Sólo unos pocos, entre ellos Despouey, se atreven a entenderlo como arte. Con la fundación de Cine Actualidad en 1936, se abre un capítulo nuevo en su carrera, y en el ambiente cultural nacional. Pocas semanas después, la revista pasaría a llamarse Cine Radio Actualidad, nombre extraído de un programa radial dirigido por Emilio Dominoni. En cierta ocasión, Despouey recita en el programa el Romancero Gitano de García Lorca. Al igual que Dominoni, cree en la necesidad de una revista especializada en cine. Lo que sigue a ese encuentro, ya es historia. Por ese entonces, Despouey también se ganaba la vida como funcionario de la biblioteca de ANCAP. Sus zapateos y las representaciones de personajes realizadas para sus compañeros, eran motivo de alboroto colectivo. En toda circunstancia, el humor agudo, de puntas irónicas, presente en sus artículos y en las risotadas que desde alguna platea montevideana, supieron incomodar a la concurrencia. Acompañando el desenfado, la omnipresente vocación de actor: en las reuniones, en el cine, en el trabajo... puro histrionismo a flor de piel. La fascinación por Don Quijote, cita obligada en sus artículos y conferencias, fue algo más que una referencia. Él mismo, en ocasiones, se compararía con el célebre hidalgo manchego: "¡El cine! Para aquel Quijote montevideano la "fábrica de sueños" había sido lo mismo que los libros de caballerías para Don Alonso Quijano el bueno: materia que enciende el cerebelo y proyecta fuertemente al hombre fuera de su realidad municipal." ("Larga noche de Londres", Quijote 44).
Conviviendo con el escritor, se lucía el orador por naturaleza. Si bien en la charla Despouey solía tartamudear, sus conferencias sobre cine fueron ejemplo de elocuencia y retórica perfecta. Curiosa paradoja. Así lo recuerda Alsina Thevenet, amigo y discípulo de Despouey: "Hablando contigo, tartamudeaba, pero cuando daba una conferencia hablaba perfectamente. Además, sacaba la conferencia de memoria. Era un tipo prodigioso. La dimensión que transmitía, reviviendo un texto, es una de las cosas que me han deslumbrado en la vida".
Para muchos, es en las críticas de cine y teatro donde el talento de Despouey brilló con mayor fuerza. Toda una generación de críticos lo toma como modelo, y lo consagra como su maestro: "... fue un maestro (...) con el ejemplo notorio de sus conocimientos, con el volumen de sus textos, con la inverosímil fluidez de su estilo, con la honestidad y hasta la intransigencia de sus juicios sobre cine y teatro, que podían ser personalísimos, como lo eran su vestimenta y su manera de hablar" (Alsina Thevenet en Primeros y últimos planos, 1999). Explicar la crítica de Despouey implica detenerse en ciertos rasgos característicos. El primero de ellos, una extraordinaria cultura. "Era un hombre muy culto. (...) Como no tenía muchos recursos, caminaba desde la Unión hasta el SODRE, con su chaleco de seda... notable personaje, se privaba de otras cosas, para poder participar en una vida cultural de la cual él mismo formaba parte", recuerda su amigo Mario Trajtenberg. El segundo, la sólida fundamentación de ideas y comentarios: ..."un día yo estaba en la revista, y entra él con un libraco bajo el brazo sobre la vida de Rembrandt, ¿por qué tenía que leer la vida de Rembrandt? Porque quería ver la película de Rembrandt, de estreno inminente. Y fue desde ese momento que pensé, caramba, no alcanza con ver cine, hay que documentarse" (Alsina Thevenet). Claro que sin ingenio y sensibilidad, la fórmula no hubiese surtido efecto: "Él tenía una virtud de sensibilidad; sabía dónde estaba el centro de la emoción (...) Yo creo recordar que el mismo día en Cine Radio, podía criticar Muelle de las Brumas, y al mismo tiempo, Blancanieves y los Siete Enanitos, y en cada caso escribir lo que correspondía. Además, tenía ingenio, mucho ingenio" (Alsina Thevenet). En 1940 Despouey deja Cine Radio Actualidad, pero ya en 1939, goza de una reputación como crítico y conferencista. No es raro que Marcha, poco antes de su partida, captara ese talento.
EL ÚLTIMO DANDY. Alto, apuesto, de rostro anguloso y bigotito, su presencia en estrenos y conciertos impactaba con los detalles de un cuidado atuendo: polainas y guantes claros, chaleco blanco solapado, bastón, saco ribeteado muy entallado, sobretodo con cuello de piel o de terciopelo, y galera. Por sobre todas las cosas, Despouey fue un espíritu crítico que supo desnudar, a través de sus escritos o vestimenta, la inmadurez de una sociedad atada a las apariencias. Modos tan personales en el actuar y en el vestir, levantaron comentarios sobre una posible homosexualidad. En su Quijote 44, sin embargo, Despouey recordaría con nostalgia las románticas aventuras que lo vincularan a varias mujeres en el Río de la Plata. Fiel a su propia interpretación del amor, escribiría: ..."El crítico agazapado dentro de él le decía que ser feliz en el amor le costaba a cualquiera el rendir su yo, vale decir, vivir en perpetua angustia: la máxima de las contradicciones de la vida..." ("Larga noche de Londres", Quijote 44 ). El gran complemento llegó con Luz Escalona, una andaluza de carácter abierto y vivaz, con quien se casó en Europa, y que sería hasta el final, su inseparable compañera.
EL ADIÓS A MONTEVIDEO. ..."Sí... Una copa para despedirnos...Al fin me voy de Montevideo ¡Al fin...! A Europa, a Londres"... (citado por Angel Curotto en el Suplemento dominical de El Día, 26 de febrero de 1984). Así se despedía Despouey de su grupo de amigos una tarde de 1942, en la Confitería Americana. El adiós a una ciudad pequeña, al encierro de ANCAP —"que tantas horas robó a mi talento"— y a una sociedad con la cual, en definitiva, nunca armonizó. Resulta interesante observar que, mientras los europeos seguían buscando la tranquilidad de nuestro suelo, Despouey se empeña en probar suerte en el Viejo Mundo. Nueva paradoja, y la convicción de un destino a la medida de su talento. "Cuando anunció que se iba, le hicimos una despedida. El viaje era muy curioso, en un barco de guerra, camuflado, sin fecha firme de partida. Tenía que tener la valija pronta, y cuando le avisaran por teléfono, se iba al puerto. Estábamos en guerra, y el espionaje alemán existía. En esos términos tenía que salir, y en esos términos, Despouey me dijo: "me voy hoy de tarde a las siete". Fuimos con Hugo Alfaro, Hugo Rocha, yo, y alguno más. Mi último abrazo, y buen viaje a Londres, le dije, y se fue en un barco que no tenía ni nombre" (Alsina Thevenet). De ese viaje, sólo habría regreso en enero de 1954 y luego brevemente en 1955.
A través del British Council, Despouey viaja a Londres con una beca para realizar estudios de lengua inglesa. A pesar de las restricciones impuestas por la guerra, disfruta de aquella ciudad tantas veces recorrida desde los libros o el cine. Una serie de contactos personales es la llave para ser admitido en la BBC de Londres. Es así como dirige e interpreta una recordada versión radial de Don Quijote, que le valiera el prestigio internacional, y años más tarde, significaría su incorporación a la UNESCO, dirigiendo la versión española de El Correo. Concluida la guerra, un acontecimiento sería determinante en su vida y en su trabajo. En una de sus visitas a Montevideo durante la década del cincuenta, Despouey es consultado por Marcha sobre cine. Al respecto, recuerda Trajtenberg: "... no me quiso decir cuál era su película preferida; él ya no quería hablar de cine. Me dijo que desde que había entrado en los campos de concentración nazis, en el año ’45 —él participó, como funcionario de las Naciones Unidas, de una avanzada que abrió los campos de concentración alemanes—, no quería hablar más de ese tema. "Quedé inutilizado —o una expresión así—, para hacer crítica cinematográfica". Los mismos ojos que vieron el horror absoluto, ya no podrían volver a ver la Belleza. Poco a poco, el idilio iba llegando a su fin: ..."No le costó mucho olvidar The Palm Beach Story, la película de la noche anterior. Más cine era todo lo que él estaba viviendo. Ahora sabía él lo que Hollywood no quería saber, y en 1942 menos que nunca: que en el mundo empezaba a reventar una visión nueva de la vida" ("Larga noche de Londres", Quijote 44). En Montevideo, la magia de la pantalla fue un refugio. En Europa ya estaba en su mundo anhelado; el cine era la vida real. A partir de entonces, concentrar toda la energía en el teatro fue su gran empresa, hasta el final. No obstante las interminables gestiones, sus comedias nunca se llevaron a escena. Sólo una, Puerto, fue estrenada hacia 1941 en el Teatro 18 de Julio de Montevideo, con una muy buena recepción del público y la prensa. Despouey escribió la obra, la dirigió, y hasta actuó en uno de sus papeles. En 1966, dirigida por Eduardo Schinca, se subió a escena una traducción hecha por Despouey de La escuela del escándalo, de Sheridan. Durante dos meses en cartel, la obra fue un éxito que le motivó a escribir Yo soy la morocha, y Bienvenida a Buenos Aires. Otras obras de su autoría son Adiós a la carne, y Zaraza para la Banda Oriental. En sus últimas cartas, hablaba de una nueva comedia titulada Drôle de Pétrin.
UNA IMAGEN DIFUSA. Luego de su partida hacia Europa, el recuerdo de Despouey para los montevideanos se fue borrando lentamente. Sus breves retornos al Uruguay y la escasa mención en los medios masivos, envolvieron su nombre en un injusto olvido. En los años sesenta, sale a la luz una novela de Carlos Martínez Moreno, El Paredón. La identificación de uno de sus personajes, Menárquez, con Despouey aumentó aún más el clima de tensión desatado por la propia trama del libro. Pero como lo señalara Rodríguez Monegal en su Literatura uruguaya del medio siglo: ..."Menárquez es sólo la parte exterior, absurda, barroca, de Arturo Despouey y no contiene nada de la cálida entraña y la angustia del ser vivo. Una caricatura no es un retrato".
Una de las tantas cartas enviadas a su amigo Hugo Rocha, fechada el 27 de setiembre de 1976, da testimonio de la última paradoja que envolvió su vida. "De mí vale más no hablar. Un tratamiento de speech therapy ha servido para indicarme la extensión y profundidad de la atrofia de músculos de lengua y garganta. Una terrible sensación de impotencia, de estar tullido e inservible por el resto de mis días ha seguido a las clases (...) Proceso largo, me repiten. ¿Cuán largo? ¿Dos, cinco años? A los sesenta y siete cumplidos el miércoles pasado, 29 de setiembre, esos plazos parecen directamente emparentados con la muerte". La contradicción de un hombre que de la comunicación hizo una forma de vida. Aquella imperiosa necesidad expresiva volcada en la palabra, y en los gestos inconfundibles de una avasallante personalidad, era amordazada en un cuerpo incapaz de respuesta. Es así que en Jaén, pueblo de su querida esposa Luz, fallece Despouey la mañana del 5 de setiembre de 1982. Le restaban pocos días para cumplir 73 años. Suyo es el honor de haber escrito un capítulo memorable del periodismo cultural nacional.
(Esta nota fue extractada de un libro de la autora, aún inédito, sobre vida y época de Arturo Despouey).
Contra "Tiempos modernos"
R. Arturo Despouey
UNA PELÍCULA DE CHAPLIN es, por consiguiente, un serio evento en la vida espiritual y en el idealismo del mundo, gracias a ese movimiento de exégesis e interpretación suscitado en las "élites" del arte, movimiento cuyas últimas ondas convulsas han venido a perderse en la carcajada elemental del público grueso.
Tiempos modernos, anunciada como ensayo de expresión ideológica y no como simple acontecimiento dramático, llegó, pues, con una responsabilidad superior a la de cualquiera de las grandes producciones que se nos presentan, y también con una responsabilidad superior a la obra misma. Porque la nueva película de Chaplin no llega a salvarse de la expectativa que despertara. Si Chaplin es un genio —y me inclino a seguir la corriente que así lo ha proclamado—Tiempos modernos ha quedado virgen de su impronta de genio. Es lo que su "teatro de la revolución" fue a la obra de Romain Rolland y lo que el "Apolo Musageta" fue a la de Stravinsky, por no citar sino artistas de nuestra época.
Forma, espíritu y tendencia tienen aquí irregularidades desconcertantes, vacilaciones increíbles en esta obra malograda, irregularidades y vacilaciones sobre las que se cierne, en el fondo, la imagen de Paulette Goddard, mediocre corista de Goldwyn, mala cómica e inspiradora y correctora —según se han complacido en detallarlo montañas de papeles azules de Associated Press— de toda la película.
"Una mujer te inspirará tu mejor obra de arte" —dice el humorista Jardiel Poncela, con la amargura de todo auténtico humorista— "pero luego no te dejará hacerla".
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Yo creo que hay en esto un error de concepto de Chaplin sobre lo que debiera ser arte revolucionario (el que no llegó a hacer en su cinta). El sublime artista de La quimera del oro ha creído que para ser revolucionario debía dejar de ser lírico, según el precepto realista a ultranza de los rusos de hoy, que han descendido el arte a un documental de retrete, en su mayor parte.
Jorge Icaza, en su tan comentado Huasipungo, comete el mismo error, el mismo grave error. Con la diferencia de que está por verse que Icaza pueda llegar a ser un artista, y en cambio no cabe dudarlo de Chaplin. Como aquél, éste cae en Tiempos modernos en dos o tres recursos de mal olor, (uno de ellos condiciona toda una escena, la de la visita del pastor y su mujer a la cárcel). ¿No es esto inconcebible en Chaplin, por lo menos en el Chaplin de hoy?
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¿Y qué es eso de decir que jamás el vagabundo podría hablar? —muy bien, Mr. Chaplin, ninguna palabra fue ni es necesaria para aventar el secreto cordial de ese arquetipo— y sacarlo, a fin de cuentas, a cantar en cambio, para burlarse del cine parlante —¡otra vez muy bien!—y para decirnos algo que ya nos dijo mejor en la primera escena de Luces de la ciudad. Es decir, que en el cine la única expresión lógica es la mímica y que aun las palabras, a lo sumo, deben sonar en él a jerigonza hecha con retazos fonéticos de diversos idiomas, desde el punto de vista del espectáculo.
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Y con respecto a ese recurso de la canción, tampoco casa en la obra esa burla con el modo de claudicar con la costumbre de los públicos hechos ya al cine parlante, por el cual presenta Chaplin explicaciones orales y parlamentos al comenzar la película, todos dichos en español en la versión que se nos destina.
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Más allá está su apego desesperado a lo viejo: a la fotografía vieja, al recurso de los antiguos cómicos de dos rollos. Parece querer ignorar los adelantos producidos en las labores de cámara durante los doce últimos años de cine. Su fotografía es un registro estático de la dinámica del gesto. No hay tonos perlados en la luz, fría y mecánica como la película toda. No hay un solo enfoque digno de un artista que viva en la hora de su arte.
Entre trazos de vetusto melodrama, hay una revisión angustiosa de todo lo ya reído, de todo lo que pudiera extraer la carcajada y que ahora no es cómico como en cambio lo fue antes.
Entretanto, descansan en los depósitos de las compañías exhibidoras los tambores de A nous la liberté, la magnífica película de René Clair que es los Tiempos modernos que Chaplin no pudo o no supo filmar y en la que quizás se inspiró para estar siempre por debajo de su lirismo, de su sátira, de su comicidad irresistible, de su libertad de inspiración, ausente la obligación de ubicar en ella un arquetipo. Dolor de lo no comprendido, de lo silenciado, de lo que careció de etiquetas y de ruido como para deslumbrar al mundo y que está, penalizado y solo, en las cinetecas de los ilusos que ven al cine como un arte.
(Fragmentos de una nota en Cine Actualidad, mayo 1936)