El vicio de la indiferencia

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GEORGINA TORELLO

ESTE AÑO se cumple un centenario del nacimiento de Alberto Moravia, una de las figuras más significativas de la literatura italiana del siglo XX. En su país natal Moravia es considerado, inclusive a nivel popular, el escritor del pesimismo y la apatía por un lado, y del erotismo más gráfico por el otro: atributos que lo califican como el escritor de ruptura típico del siglo pasado. Con motivo de su muerte, en 1990, Umberto Eco dijo: "No es una casualidad que Moravia naciera en la primera década de este siglo y haya muerto cuando se está iniciando la última. Creo que quedará como una de las figuras que más ha caracterizado este siglo de la cultura italiana, con todos sus acontecimientos políticos, sus debates ideológicos y literarios. Ha sido un personaje central y creo que él siempre ha querido jugar el papel no del protagonista, sino el de testigo".

Fue uno de los escritores italianos más mediáticos: la popularidad lo alcanza en cuanto publica, a los 22 años, su primera novela, Los indiferentes (1929). En el centro de esa obra, el escritor había puesto al individuo atormentado y su universo interior en abierto conflicto con la sociedad de su tiempo, mucho antes de que sus coetáneos franceses inauguraran el existencialismo, uno de los grandes metadiscursos modernos. "A Sartre y a Camus los conocí después de la guerra. Pero hago constar que Los Indiferentes salieron diez años antes de La náusea y El extranjero", dijo Moravia a propósito de su obra.

SOLO MUJERES ORIGINALES. Alberto Pincherle (Moravia es otro de sus apellidos) nació el 28 de noviembre de 1907 en Roma, ciudad en la que vivirá siempre. Su infancia, en el seno de una familia burguesa acomodada de origen judío, podría haber sido la de cualquier otro niño de su clase, si a los ocho años no hubiera padecido de pulmonía y luego de tuberculosis ósea, enfermedades que lo recluyeron por casi una década. Antes de la presentación espectacular de Los indiferentes, en 1920 publica Dieciocho líricas de Alberto Pincherle, dedicadas a Bianca Pesenti, composición inspirada en la contemplación de la naturaleza, que el autor ignora en sus bibliografías. A los 18 años comienza a escribir Los indiferentes y lo publica cuatro años más tarde, subvencionado por el padre.

Su éxito inmediato lo vincula a la intelectualidad del momento y le permite iniciar su carrera de periodista haciendo colaboraciones y corresponsalías en diarios y revistas italianas, actividad por la que viajará alrededor del mundo. Aunque explícitamente opuesto al fascismo, su amistad con políticos asociados al régimen le da, hasta 1941, una cierta libertad para la publicación de sus obras. Ese año, por orden del Ministerio de Cultura Popular, se prohibe la segunda edición de La mascarada (1938), una sátira política situada en un país apócrifo centroamericano, pero visiblemente referida al régimen mussoliniano.

Hablando de su vida amorosa dijo en una entrevista tardía para Magazine Littéraire, "no puedo vivir con una mujer que no sea original, una originalidad de artista". Sus tres parejas lo confirman. En 1941 contrajo matrimonio con Elsa Morante, una de las más importantes escritoras italianas del siglo XX. Dos años después, el 8 de setiembre de 1943, cuando descubre que su nombre está en la lista nazi de las personas buscadas, escapan de Roma y se refugian cerca de Fondi, ciudad situada entre Roma y Nápoles. La ciociara (1957), novela que Vittorio De Sica convierte en 1960 en la película Dos mujeres, protagonizada por Sophia Loren, será uno de los resultados literarios de ese período en la montaña.

En 1962, luego de un viaje a la India con Morante y su amigo Pier Paolo Pasolini, se separa de la escritora y comienza una relación con Dacia Maraini, también escritora y destinada a volverse una excelente dramaturga y novelista. Con ella y con Enzo Siciliano, el escritor funda en 1966 la Compagnia del Porcospino en un teatro romano y escribe El mundo es lo que es (1966), El dios Kurt (1968), La vida es juego (1969). A Maraini le debemos El niño Alberto, una entrevista a Moravia y sus hermanas sobre la infancia del escritor, que publicó en 1986, año en que el escritor se casa con otra joven escritora, Carmen Llera. En su autobiografía Mi vida, organizada como una entrevista con el periodista Alain Elkann, Moravia despacha toda curiosidad amarillista sobre su relación con Llera, a la que le llevaba casi 50 años: "si trato a mucha gente joven es porque ellos quieren tratarme. Esto vale también para mi mujer. Conclusión: nunca he buscado a nadie, ni a mujeres ni a hombres. Con algo de presunción, pero sin vanidad, puedo decir que el éxito es siempre joven". Entre 1984 y 1989, casi cerrando un círculo de omnipresencia mediática, es elegido diputado del Parlamento Europeo, como candidato independiente en las listas del Partido Comunista Italiano. Muere en su casa de Roma el 26 de setiembre de 1990.

COMIENZO EXPLOSIVO. Los indiferentes provoca el escándalo de más de un sector de la sociedad, no solo por la materia escabrosa que afronta, sino por la desmitificación de la moral fascista y de la burguesía, su clase dirigente. La historia gira en torno a los hermanos Carla y Michele Ardengo, cínicos e indolentes en sus relaciones sociales y amorosas: Leo, amante de la madre, trata de conquistar a Carla, y Lisa, amiga de la familia, intenta seducir a Michele. El clímax de la historia se produce cuando Michele queriendo vengar el honor de la familia, y tras mucho dudar, decide matar a Leo. Sin embargo ese acto desesperado se trivializa en el instante en que Michele dispara con un arma descargada.

Esa operación estéril (la única que puede, según Moravia, producir su clase) conduce a los hermanos a una vida regida por el interés económico: ambos aceptan relaciones sentimentales que les permitirán mantener el status que habían perdido. Carla se casa con Leo (y su madre lo acepta pasivamente) y Michele acepta a Lisa, volviéndose socio del cuñado. Como Balzac, uno de sus primeros modelos, Moravia parte de una voluntad de representación objetiva y directa de la realidad, pero se adentra en un universo mecanicista y grotesco en el que los personajes se mueven como maniquíes inertes, sin capacidad de reaccionar, indiferentes al mundo que los rodea. Con su novela Moravia pone al desnudo, en pleno régimen fascista, la degradación y la carencia de valores éticos y civiles de la burguesía romana del momento.

Moravia negó siempre toda intención contestataria como génesis de su novela: "Una mañana, en la cama (durante muchos años seguí escribiendo en la cama con tintero y pluma), empiezo Los indiferentes con la frase exacta con la que ha quedado: `Entró Carla…` Todavía no sabía lo que iba a escribir. Aquella frase indicaba mi ambición por escribir un drama disfrazado de novela. Es decir, fundir la técnica teatral con la narrativa, un poco como hacía Dostoievski, con el que entonces me identificaba. Luego se ha dicho que era una novela de crítica de la sociedad burguesa. Tal vez; pero yo no era consciente de ello. Mis ambiciones eran puramente literarias". Sin embargo, Michele se convirtió rápidamente en un prototipo del antihéroe nihilista, ejemplo de indiferencia ética que permanece en muchos personajes moravianos sucesivos. Desde entonces hasta su muerte, Moravia publicó dieciséis novelas, diez libros de ensayos, crítica, artículos de viaje, y otros tantos volúmenes de relatos y teatro. Pero a pesar de su prolífica y constante escritura, la mayor parte de la crítica concuerda en que su novela más significativa es Los indiferentes.

EROTISMO. "Cada escritor tiene una llave de acceso a la realidad. Para Balzac era el dinero, para Proust el esnobismo. Para mí la clave que abre la puerta de lo real es esa cosa misteriosa y común que lleva el nombre de sexo", dijo Moravia. La descripción descarnada de la burguesía italiana del momento, de su hipocresía, indiferencia, impotencia y tedio, no escandalizó a la iglesia, pero sus descripciones realistas de las relaciones amorosas le valieron la condena del Vaticano. En 1952 lo incluyeron en el Index Librorum Prohibitorum, en compañía de intelectuales como René Descartes, Karl Marx, el Marqués de Sade, Émile Zola, Honoré de Balzac, Gustave Flaubert y su compatriota Gabriele D`Annunzio. "Me incluyeron en el Índice el mismo día que a André Gide. Recuerdo que en el Osservatore Romano había dos columnas en latín, una de un lado, otra del otro; una se refería a mí, la otra se refería a Gide. Se condenaba a mis libros", cuenta en su autobiografía Mi vida, "por ser `fábula amatoria`; en cambio a Gide por sus teorías `inmorales`".

En efecto, gran parte de la producción moraviana posterior a la segunda novela, la dostoievskiana y fallida Las ambiciones defraudadas (1935), se desarrolla a partir de temáticas eróticas. Agostino (1943), por ejemplo, se centra en las turbaciones sentimentales y sexuales de un adolescente que descubre en qué medida su origen burgués esconde un universo falso y turbio al que solo podrá acceder cuando crezca. Es en esta novela donde se delinea la ecuación típicamente moraviana entre sexo y desprecio, y entre erotismo e impureza, módulos que no abandonarán su obra. El poeta triestino Umberto Saba dijo, a propósito de Agostino, que en Moravia los amantes más que amantes son "odiantes" y que los gestos amorosos son "gestos de hastío y de recíproco desprecio".

Así será en El engaño (1937), El conformista (1951) y El desprecio (1954). Aún en la fase neorrealista, en el clima cultural de la segunda postguerra, el autor se aleja de la producción típica de la corriente, justamente por la centralidad del elemento erótico. En La romana (1947) Moravia abandona a la burguesía por la mujer del pueblo, pero su leitmotiv erótico-sexual se mantiene: narrando sus aventuras amorosas, traza un fresco desolador de la sociedad de su época, reivindicando su "naturalidad" en contraposición a la degradación de las clases hegemónicas. Pero Moravia está más a gusto describiendo a la burguesía. La romana, como diez años más tarde La campesina, otra figura popular positiva, sufren de una artificiosidad extrema, debida quizá a la adopción de la primera persona. También cuando busca innovar su estilo erótico, negro y sórdido, cae en lo patético: en Yo y él (1971), que gira en torno a Dino y su órgano sexual, Moravia busca resolver con un registro cómico el conflicto entre racionalidad y pragmatismo burgués y la libido (siempre instintiva), proponiendo al final, implícitamente, la libertad sexual como solución simplista al "malestar de la cultura".

ABURRIMIENTO BURGUÉS. En más de una ocasión Moravia fue acusado de escribir siempre la misma novela, cambiando sólo situaciones y nombres, pero dejando inalterado el núcleo ideológico y estilístico. También en más de una ocasión Moravia aceptó su naturaleza de escritor monótono, interesado en pocos temas, alegando en su defensa el cambio constante del punto de vista. A partir de los años sesenta se produce en su prosa una transformación del elemento narrativo de la que El aburrimiento (1960) y la novela-ensayo La atención (1965) son los ejemplos más logrados. El aburrimiento retoma algunas situaciones de Los indiferentes actualizándolas y contextualizándolas en la Italia de los años cincuenta, dividida entre las ruinas de la guerra y las promesas de un inminente boom económico. El cóctel moraviano de eros al mismo tiempo desprejuiciado y chato, marxismo y psicoanálisis, produce un verdadero paradigma de personajes alienados, muy similares a los que habitan las películas de Michelangelo Antonioni por esos años.

El aburrimiento es la descripción de la mediana y alta burguesía italiana, abatida entre la falta de un pasado al que referirse y un presente poblado por la obsesión por el poder y la riqueza. Sobre la novela, Pier Paolo Pasolini dijo: "Entrando en su personaje, inferior a él, Moravia penetra en la burguesía, de la cual aquél es un producto típico, la burguesía romana, enriquecida con las especulaciones inmobiliarias, propietaria de casas y de terrenos, emparentada vagamente en su vértice con los linajudos de la nobleza vaticana. Panorama odioso, como se ve. Por eso todo el relato expresa un odio profundo, teológico, tanto más definitivo cuanto más se expresa con la ligereza de tono que tiene siempre el estilo limpísimo y simple al mismo tiempo de Moravia". A diferencia de Pasolini, para quien se podía contraponer al conformismo neocapitalista un vitalismo del subproletariado, para Moravia el único horizonte posible es el de la "desgana de una sociedad normalizada", como dijo en una ocasión Manuel Vázquez Montalbán. Tal vez sea por reconocerlo como impávido e incansable "reporter" de los vicios de la sociedad neocapitalista que Julio Cortázar lo incluyó (junto con Octavio Paz, Susan Sontag y él mismo) entre los intelectuales que combaten inútilmente con Fantomas contra el poder de las corporaciones, en ese extraño objeto literario, entre ensayo, relato y cómic que es Fantomas contra los Vampiros Multinacionales (1975). En su país este estilo calculado y monótono, usado para la radiografía de la falta de horizontes de la clase burguesa, le vale las críticas de la neovanguardia, que lo acusa de escribir en una "lengua-media", usada por la industria cultural y, por lo tanto, al servicio del mercado. Su metanovela La atención y la narración jugada sobre el tema del doble 1934 (1982) parecen responder a esas críticas.

PERIODISMO Y CINE. No sorprende que, dueño de un estilo esencial que según Carlo Emilio Gadda hace "olvidar la chapucería del discurso, aliviando la página de todo bagaje verboso", Moravia se haya dedicado, toda la vida, a la actividad periodística. En los años treinta colaboró con revistas como Oggi, La Stampa y La Gazzetta del Popolo y desde los cincuenta hasta su muerte con Il Corriere della Sera, pasando por revistas históricas como Il Mondo y L`europeo. Su actividad periodística está íntimamente ligada al viaje y al descubrimiento de nuevas culturas: en los años treinta lo llevó a Londres y París, luego a Estados Unidos, México, India, China y Grecia. A propósito de los viajes, en una entrevista a Renzo Paris, su más importante biógrafo, el escritor declaró: "mis modelos eran y son Stendhal y Sterne, el primero por su enamoramiento respecto a los países y su cultura, y el segundo por su atención hasta el más mínimo detalle". Sobre sus viajes, además de las crónicas en varios periódicos, escribe La revolución cultural china (1968) y Cartas desde Sahara (1981). También su relación con el cine es larga y polifacética. Empieza en 1940 con el drama violento Il Peccato di Rogelia Sanchez (1940), una coproducción ítalo española, dirigida por Carlo Borghesio y Roberto de Ribón. En 1941, cuando a raíz de su sátira política La mascarada el régimen fascista le prohibe firmar sus escritos, continúa escribiendo bajo el seudónimo Pseudo, que usará también en sus colaboraciones con la revista Prospettive, de Curzio Malaparte (otros seudónimos serán Tobia Merlo, Lorenzo Diodati y Giovanni Trasone). A mediados de los años cuarenta empieza a colaborar de manera permanente como crítico cinematográfico en el cotidiano Libera Stampa y en el semanario La Nuova Europa, a los que seguirían, hasta su muerte, L`Europeo y L`Espresso. En 1943, en pleno régimen fascista, participa, sin ser acreditado, en el guión de Obsesión, de Luchino Visconti, película que marca tradicionalmente el comienzo de la estética neorrealista.

Mientras continúa participando en guiones y crítica cinematográfica, escribe y dirige colpa del sole (1951), un cortometraje de solo seis minutos que pasa desapercibido. Su contribución más significativa al cine europeo la hace durante los años sesenta, escribiendo los guiones de sus novelas o asistiendo a los directores en el set. Inaugura la década con Dos mujeres (1960), producción ítalo-francesa dirigida por De Sica y protagonizada por la ya famosa Sophia Loren y Jean-Paul Belmondo. La historia de la campesina que, junto con su hija adolescente, es violada por un grupo de soldados durante la Segunda Guerra Mundial vale a la actriz el Oscar de Hollywood. Siguieron, en 1963, otras tres producciones: Los indiferentes (1963) de Francesco Maselli, protagonizado por Claudia Cardinale; Ayer, hoy y mañana (1963), película en episodios dirigida por De Sica, sobre el tema del adulterio, escrito por Moravia y protagonizado por Loren y Marcello Mastroianni y El desprecio (1963) de Jean- Luc Godard, con Brigitte Bardot y Jack Palance. En 1967 es presidente de la XXVIII Muestra del Cine de Venecia. Del final de la década es El conformista (1969) de Bernardo Bertolucci, protagonizado por Stefania Sandrelli y Jean-Louis Trintignant.

MORAVIA HOY. La traducción y publicación de las obras del escritor parece haberse estancado luego de su muerte en los años noventa. En ese sentido el periodista Antonio Debenedetti publica el 6 setiembre de 2000, en la primera página del Corriere della Sera, un artículo en el que lamenta este olvido. Con las palabras "había una vez, hace diez años, Alberto Moravia, el escritor más célebre y más entrevistado de Italia", Debenedetti comienza un duro artículo. Desde su muerte hasta el 2000, afirma, "este autor que sigue siendo uno de los más grandes de nuestro siglo veinte, continuó muriéndose socialmente, muriendo en la memoria de la colectividad". Algo así pasó también con sus fieles hispanohablantes, al menos a juzgar por sus ediciones en español.

En español

Obras completas (Plaza y Janés, Barcelona, 1964).

NOVELAS

Los indiferentes, 1929 (Plaza y Janés, Barcelona, 1973).

Ambiciones defraudadas, 1935 (Plaza y Janés, Barcelona, 1975).

El engaño, 1937 (Plaza y Janés, Barcelona, 1972).

La mascarada, 1941 (Salvat Editores, Barcelona, 1971).

La romana, 1947 (Argos Vergara, Barcelona, 1980).

El conformista, 1951 (Plaza y Janés, Barcelona, 1984).

El desprecio, 1954 (Lumen, Barcelona, 1991).

El aburrimiento, 1960 (como El tedio, Seix Barral, Barcelona, 1991).

Yo y él, 1971 (Seix Barral, Barcelona, 1988).

RELATOS

La noche de Don Juan y otras narraciones (Losada, Buenos Aires, 1956).

El amor conyugal (Plaza y Janés, Barcelona, 1980).

La epidemia: cuentos surrealistas y satíricos (Losada, Buenos Aires , 1968).

ENSAYO Y REPORTAJE

El hombre como fin (Losada, Buenos Aires, 1967).

Mi vida, en conversación con Alain Elkann (Espasa Calpe, Madrid, 1991).

Moravia por Maraini

EN 1986 SE PUBLICA El niño Alberto (Il bambino Alberto, Bompiani), una entrevista que Dacia Maraini hace a Alberto Moravia y a sus dos hermanas Adriana y Elena sobre la infancia y adolescencia. Según Maraini, "el libro nace de la extrema negación de Alberto Moravia a hablar de su pasado. `Es una sopa recalentada`, solía decir, `no me interesa`. Y yo que adoro escuchar a las personas que amo hablar del pasado, me frustraba constantemente con sus `no sé`, `no me acuerdo`, apenas me refería a su madre, su padre, sus compañeros de escuela, sus veraneos en el Lacio. Sólo cuando le dije que `debía` escribir una entrevista sobre su infancia se rindió. Respondía a mis preguntas para `hacerme el gusto`, refunfuñando y divagando, pero luego también divirtiéndose en pescar en el montón olvidado de recuerdos. Yo los recogía y los fijaba en papel como una diligente amanuense. Ahora estoy contenta de haberle arrancado esas memorias que de otra manera se hubieran perdido".

En el prefacio a la segunda edición de la entrevista, publicada en 2000, la escritora habla del futuro para Moravia: "no conocí a nadie más inclinado hacia el futuro que Alberto: abría los ojos de par en par para ver mejor, para ver en el horizonte la novedad que avanzaba como la punta de un árbol que luego, poco a poco, se transformaría en un barco con todas las velas desplegadas". Por eso, explica la escritora, "no se detenía nunca, durante las tantas conversaciones con los amigos, que amaba y cultivaba, a contar de cuando era niño o a recordar alguna cosa de su padre o de su madre. Como si escribiendo Los Indiferentes, Agostino e Invierno de enfermo se hubiera liberado, de una vez por todas de esos sacos pesados e invasivos". Y agrega: "su negación del pasado era también un modo de conservarse mentalmente joven, sin lazos con fechas fijas que lo entretuvieran en los comienzos del siglo. Quería ser libre de inventarse y por eso era intolerante de todo lazo de la memoria".

Del libro, Moravia dijo: "el entrevistado es como un piano. El mérito del sonido es del pianista. Dacia me tocó bien".

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