Aforismos

El tipo que, allí donde hacía una broma, identificaba un problema: reedición del alemán G.C. Lichtenberg

Ganó la inmortalidad conquistando lectores como Goethe, Kant, Einstein y Nietzsche, entre otros poco conocidos

Compartir esta noticia
Georg Christoph Lichtenberg.jpg
G. C. Lichtemberg

por Darío Jaramillo
.
Si preguntaran en librerías o entre lectores de su época, pocos, muy pocos sabrían quién era Georg Christop Lichtenberg (1741, Ober-Ramstadt-1799, Gotinga). Era conocido entre una cierta elite este personaje anti personaje, último de diecisiete hijos de un pastor protestante, que alcanzó a ser miembro de la Real Sociedad Científica de Londres, de la Academia de Ciencias de San Petersburgo y de la Sociedad Holandesa de Ciencias. “Fue maestro de Alexander Humboldt, corresponsal de Kant e interlocutor de Goethe, Lavater, Volta y Lessing”. Fue, también, profesor de matemáticas en la Universidad de Gotinga. Una anécdota define muy bien su simpatía, su sentido de la paradoja, su intuición para traer a cuenta lo más inesperado de cada situación: “cuando, visitado por Volta, Lichtenberg le preguntó si conocía la ‘manera más sencilla de eliminar el aire de una copa’, el inventor de la pila eléctrica permaneció mudo mientras su anfitrión llenaba la suya de vino”.

Once libretas. José Luis Gallero, co-traductor de este libro en compañía de Lucas Martí Domken, escribe en el prólogo de este libro que “nos hallamos ante la personalidad reconocida como precursora en mayor número de campos: fluidos eléctricos, cálculo de probabilidades, principio de incertidumbre, expansión del universo, efecto mariposa (...), estudio de los sueños (‘uno de los privilegios del ser humano consiste en soñar y en saber que sueña’), dialéctica, semiótica, arte conceptual, piano preparado (‘siempre es bueno que los artistas se vean obstaculizados para ejercer su arte; Forkel metía sus dedos en harina cuando tocaba el piano’), nuevo periodismo, humor negro (‘un pensamiento que haga morir de la risa a quien lo oiga’), balnearios, donación de órganos, método de lectura para ciegos, moneda única, devoción por Shakespeare, fervor por Spinoza, principio de Peter (‘siempre es mejor que el puesto esté por debajo de las aptitudes’)”.

La verdadera gloria de Lichtenberg sobrevino después de su muerte. Él había llevado durante toda su vida unas libretas, en total son once, donde apuntaba de todo: “más de mil páginas de ejercicios mentales, apuntes personales, listas de compras (…), exabruptos varios”. Y aclara en el epílogo que “tradicionalmente se ha hablado de sus aforismos, lo que sugiere un género literario propio, que responde a unas reglas conocidas: frases breves, de corte lapidario, que sintetizan una ida o abren una sugerencia sobre algo. Frases, por eso mismo, elaboradas y precisas, pulimentadas y meditadas. Nada más lejos de lo que contienen estos cuadernos. Lo que hay en esas páginas densas llenas de párrafos discontinuos son pensamientos sueltos, escritos al hilo del pasar de los días, que tratan de los temas más diversos que pueden afectar a la vida interior de una mente humana: desde las rencillas con los colegas de la vida académica y cultural a observaciones que lindan lo soez sobre las criadas, desde pensamientos matemáticos y observaciones científicas a meditaciones ensimismadas de un hombre que se asoma a una ventana”.

Pasajes sobre el amor. Lo que hicieron sus amigos apenas se murió fue publicar una selección de sus escritos con el título de Aforismos. Y lo que siguió fue una inmortalidad en donde sus devotos son tipos como un tal Federico Nietzsche (“dejando aparte las obras de Goethe, ¿qué queda realmente de prosa literaria alemana que merezca ser leído una y otra vez? Los Aforismos de Lichtenberg”), o como un tal Albert Einstein (“no conozco a nadie que oyera crecer la hierba con tanta claridad”), o como Goethe (“podemos utilizar los textos de Lichtenberg como la más maravillosa de las varitas mágicas. Allí donde hace una broma, se oculta siempre un problema”). Se puede agregar a la lista individuos como Kant, Peter Handke, Stendhal, Auden, Susan Sontag, Paul Celan y Elias Canetti. El mismo Lichtenberg lo había previsto con esta prescripción: “esfuérzate por no ser un tipo de tu tiempo”.

Impredecible, llegó a escribir que “el bienestar de muchos países se decide por mayoría de votos, pese a que todo el mundo reconoce que hay más gente mala que buena”, para mostrar las debilidades de la democracia. Impasible, podía también emprenderla contra la monarquía y la nobleza, pues “que un soberano sea habitualmente una persona miserable no es una conclusión basada en una sola experiencia. El de Francia (Luis XV) elabora pasteles y engaña a muchachas decentes; el de España (Fernando VI) trocea liebres a bombo y platillo; el último rey de Polonia y elector de Sajonia le disparó a un bufón en el trasero con una cerbatana; durante un terrible incendio, el príncipe de Löwenstein sólo lamentó la pérdida de su silla de montar; el landgrave de Kessel, queriendo agradar a una bailarina, se presenta en la suite de un príncipe no mucho mejor que él y es engañado por las personas más abyectas; el duque de Wittenberg se baña públicamente en el Lhan; casi todos los dirigente mundiales son tamborileros, furriers (peleteros) y cazadores. Y siendo ellos quienes ocupan la cúspide humana, ¿cómo es posible soportar la vida en la tierra? ¿De qué sirven la introducción al comercio (…), los padres de familia, cuando un idiota, que sólo reconoce la superioridad de su estupidez, sus caprichos, sus prostitutas y sus sirvientes es dueño de todo? ¡Oh, si el mundo despertase! ¡Si se murieran tres millones en la horca, tal vez habría cincuenta u ochenta millones de personas más felices!”

Gallero y Martí Domken armaron este volumen, Sobre el poder del amor, repasando toda la obra de Lichtenberg y seleccionando los pasajes que aluden al amor. Para esto, nos cuentan cómo fue la vida amorosa de este hombre que —es el momento de contarlo— tenía una especie de joroba, “consecuencia de una temprana lesión en la columna”. En 1777 se une a una joven vendedora de flores, Dorotea Stechard, “cuya dolorosa pérdida no empañará la memoria del idilio”. Doce años más tarde “contraerá matrimonio con su ama de llaves y vendedora de fresas, Margarete Kekkner, con quien tuvo varios hijos antes y después del matrimonio”. El propio Lichtenberg lo cuenta así, en tercera persona: “apenas amó un par de veces. Si la primera no fue desdichado, la segunda se sintió feliz: conquistó un corazón honrado a base de alegría y ligereza”.

SOBRE EL PODER DEL AMOR, de G.C. Lichtenberg. Pre-Textos, 2021. Valencia, 148 págs.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar