El poeta de la vida entera

Alfredo Fressia

QUIEN HICIERA UN relevamiento de opiniones entre lectores, escritores y críticos, sobre los mejores poetas del siglo XX brasileño encontraría entre los primeros nombres el de Manuel Bandeira. Y si la encuesta se orientara hacia el más querido, el entrañable e íntimo, es seguro que ocuparía el primer lugar. Es probable que esa afección surja del uso discreto de su propia biografía de hombre "mediano", del distanciamiento, irónico tantas veces, que supo crear respecto a la pura "emoción lírica", para dejar espacio al lector, quien frente a un texto de Bandeira se reconoce inmediatamente activo y participante. También puede surgir de su actitud vital, de esa mirada que se detiene en los hechos mínimos de la vida cotidiana y en los seres excluidos, generalmente olvidados o sólo retenidos como argumentos políticos en poemas de vocación militante, o, tal vez, como solemnes antihéroes (dos actitudes estéticas, militancia y solemnidad, que efectivamente Bandeira nunca tuvo). Esa adhesión inmediata también podría vincularse a que, siendo relativamente mayor, se incorporó al movimiento modernista local, guardando siempre un "innato individualismo". Bandeira fue de hecho un "padre" del movimiento, y no son casuales ciertas imágenes religiosas con que lo calificaron los poetas ulteriores: el San Juan Bautista del modernismo, según Mario de Andrade, el franciscano de la poesía, según Murilo Mendes.

UNA BIOGRAFÍA DE LIBROS. Bandeira nació en Recife en 1886 y murió en Río de Janeiro en 1968. Entre esas dos fechas cabe una biografía tan discreta que pudo provocar este comentario del crítico Alfredo Bosi: "La biografía de Manuel Bandeira es la historia de sus libros". Con cierta ironía, que seguramente no le disgustaría al poeta, se podría afirmar también que "no tuvo" biografía, por lo menos para quien espera en el relato biográfico la densidad de acontecimientos o la narrativa de ciertos nudos que dan la ilusión de deflagrar el discurso poético. Hijo de un ingeniero, Bandeira pasó su infancia en Recife, con temporadas en Río, donde después hizo sus estudios secundarios. En San Pablo estudió ingeniería y arquitectura pero en 1904 la tuberculosis lo obligó a detener sus estudios. Ya en 1913-14 una temporada en un sanatorio suizo, en Clavadel, le permitirá conocer a otro joven enfermo, el poeta Paul Eluard, que podría haber ejercido alguna influencia sobre el joven brasileño. De vuelta a Río de Janeiro en 1914, desarrollará plenamente su vocación literaria. Será profesor de Literatura, inspector, y luego catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Facultad Nacional de Filosofía. Vivió generalmente solo y modestamente. Financió casi todos sus libros. El "mito personal" que surge de su obra es el del solterón, enfermo pero longevo, que contempló el mundo desde los cuartos relativamente humildes que ocupó en Río de Janeiro y desde donde rescató del olvido "la marca sucia de la vida".

Los dos primeros poemarios de Bandeira (La ceniza de las horas, 1917, y Carnaval, ya con sus rimas asonantes, 1919) son deudores de los "crepusculares" del fin del siglo ("Yo hago versos como quien muere"). Habitualmente la crítica busca y encuentra en ellos el "tono menor" que le será característico, la ironía, los temas que lo acompañarán siempre: la inminencia de la muerte, la enfermedad, la paradójica sensualidad de este solitario que sabía que "los cuerpos se entienden, pero las almas no", según dirá su "Arte de amar" de 1948. Ocurre que, entusiasmado por la Semana de Arte Moderno en el Teatro Municipal de San Pablo de febrero de 1922, Bandeira envió su poema "Los sapos", que será abucheado en la agitada y violenta noche del 17, declamado por su amigo Ronald de Carvalho. Aquellos "sapos" eran los poetas parnasianos, definitivamente liquidados en la imagen "prosaica" de Bandeira. Para los jóvenes de 1922 (Bandeira tenía 36 años) el poeta fue al mismo tiempo padre y parricida, e incorporó para siempre el aparente "prosaísmo" de que dan testimonio sus libros ulteriores.

Bandeira fue además articulista de prensa y dejó una obra considerable como traductor (que incluye, por ejemplo, a García Lorca), presentó a poetas jóvenes, reunió en antología muchos de ellos, hizo incursiones en la historia literaria (por ejemplo, su Literatura Hispanoamericana, 1949). De ese vasto trabajo "en prosa" importa destacar Itinerario de Pasárgada, de 1954, memorias escritas a pedido de Fernando Sabino y Paulo Mendes Campos. Esas "memorias", para alguien de biografía tan discreta, constituyen un vasto comentario, directo o indirecto, de su obra, que definitivamente fue su verdadera "vida".

EL POETA "MENOR". Es en ese Itinerario... donde Bandeira se define como un "poeta menor": "Tomé conciencia de que era un poeta menor (...) el metal precioso tendría que sacarlo a duras penas, o mejor, a duras esperas, del pobre mineral de mis pequeños dolores y de mis aún menores alegrías". Dejó sin duda muchos poemas "de circunstancias", pero ni siquiera en esos poemas Bandeira logra ser "menor" en el más elemental sentido valorativo. Por otro lado, llamar a la tuberculosis "pequeño dolor" sólo se justifica por el distanciamiento impuesto por la auto-ironía. El célebre poema "Neumotórax", de 1930, menciona "La vida entera que podía haber sido y que no fue", pero se evade rápidamente hacia una estructura dialógica que termina así: "Usted tiene una cavidad en el pulmón izquierdo y el pulmón derecho infiltrado./ —Entonces, doctor, ¿no podemos probar el neumotórax?/ —No. Lo único que se puede hacer es tocar un tango argentino."

El autor puede crear un poema a partir de una noticia de diario (lo hizo algunas veces), con acontecimientos más o menos banales, pero logra transfigurar la retórica periodística en poesía (como pedía Oswald de Andrade en el Manifiesto de la poesía Pau-Brasil de 1924). Obsérvese este "Poema extraído de una noticia periodística", en Libertinaje, de estructura narrativa: "Joao Gostoso era cargador de la feria y vivía en el morro de Babilonia en un rancho sin número./ Una noche llegó al bar Veinte de Noviembre/ Bebió/ Cantó/ Bailó/ Después se tiró en la Laguna Rodrigo de Freitas y murió ahogado".

En el mismo poemario, Libertinaje, se encuentra una "Poética" que se abre con estos versos: "Estoy harto del lirismo comedido/ Del lirismo que se porta bien/ Del lirismo funcionario público", y se cierra con esta opción: "Mejor quiero el lirismo de los locos/ El lirismo de los ebrios (...)/ No quiero saber más del lirismo que no es liberación." En "Nueva poética", de 1948, volverá al tema para prestigiar al poeta "en cuya poesía está la marca sucia de la vida": "El poema debe ser como la mancha en el brin:/ Hacer que el lector satisfecho de sí se desespere."

INVITACIÓN A PASÁRGADA. El poeta nunca abandonó definitivamente los metros fijos y fue atento a la música del verso. Algunos de sus poemas resultaron efectivamente musicalizados por compositores conocidos (Vieira Brandao, Camargo Guarnieri) o el autor creó textos para melodías preexistentes ("Modinha" de Villa-Lobos). Pero su poesía tiene siempre una melodía propia (a lo Eric Satie, dirá Mario de Andrade). La música de su famoso "Yo me voy para Pasárgada", poema octosílabo (en la métrica española), "desespera" al lector "satisfecho" porque el viaje que menciona, a ese sitio feérico de delicias que es su "Pasárgada", se vuelve por oposición, por la litote, una metáfora del desamparo humano.

En 1965, el poeta imaginó su muerte ("la Indeseada"), de hecho inminente, y se ofrece a ella con la actitud de quien da su obra por acabada: "Encontrará labrado el cuerpo, la casa limpia,/ La mesa puesta,/ Con cada cosa en su lugar" ("Antología", incorporado a Estrella de la tarde). Pero si su obra estaba de hecho "acabada", la influencia de la estética de ese aparente "tono menor" seguiría rindiendo frutos entre los mejores poetas brasileños. Poetas tan diferentes como Ferreira Gullar o Ana Cristina Cesar, para mencionar sólo a dos, resultan inexplicables sin la presencia de Bandeira, su obra y su opción por "la materia humilde de la vida" (según palabras de Ferreira Gullar).

El poeta y traductor Rodolfo Alonso (Buenos Aires, 1934) hizo, en Estrella de la vida entera, una selección ecléctica de la obra de Bandeira, en versión bilingüe, con una traducción que prefiere la literalidad a la "transcreación" (la opción más razonable en ediciones bilingües). Alonso, además de ser un conocido traductor de poesía (no sólo brasileña) fue el primero en traducir a Fernando Pessoa, en 1961, cuando Octavio Paz todavía no lo había dado a conocer en México.

ESTRELLA DE LA VIDA ENTERA, de Manuel Bandeira. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso. Adriana Hidalgo Editora. Buenos Aires, 2003. 220 páginas.

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