VIRGINIA MARTÍNEZ
POETA, CINEASTA, actor y político, Evgueni Evtushenko (1933) es un icono de la cultura soviética post estalinista. Casado cuatro veces y padre de cinco varones, el escritor vive entre Moscú y Tulsa (Oklahoma) donde enseña literatura. Sigue creyendo que su patria es la poesía y, tras haber conocido el socialismo y el capitalismo, deposita su esperanza en el futuro del Tercer Mundo.
En mayo pasado llegó a El Salvador para participar en el IV Encuentro Internacional de Poetas llamado El turno del ofendido, en homenaje a Roque Dalton. Los organizadores lamentaron que la presencia en el país de un autor traducido a 70 idiomas pasara inadvertida salvo para el puñado de jóvenes que lo recibió en un salón escolar. Delgado, altísimo, vestido con pantalón rosado, boina y camisa de colores estridentes, Evtushenko compartió sus convicciones: "Un poeta puede odiar a los políticos, burlarse de ellos pero nunca debe ser indiferente a los problemas políticos". La afirmación, dicha en perfecto español, es una declaración de fe.
LA MIRADA DE STALIN. Evtushenko nació en Zima, pequeña estación de Siberia, en un hogar comunista: "En mi casa, la palabra Revolución no fue pronunciada jamás con el énfasis de los discursos oficiales. La decíamos lenta, tierna, casi severamente; pues la Revolución era la religión de mi familia". Eso no impidió que sus dos abuelos -general del Ejército Rojo uno y geógrafo el otro- desaparecieran en las purgas estalinistas. De nada se enteró el pequeño Evgueni, fascinado con las manifestaciones en la Plaza Roja. Bandera en mano, alzado en brazos de su padre, sentía la comunión con la multitud y estaba seguro de que Stalin lo miraba y le hablaba a él.
La madre era una estudiante de geología de origen campesino y el padre, un intelectual que le abrió el mundo de Dumas, Tolstoi, Maupassant, London, Schiller y Cervantes. La infancia de Evtushenko fue una época de tal ensoñación, sumergido en la literatura, que apenas si se dio cuenta de que los padres se habían separado. Durante la guerra vivió prácticamente solo en Moscú. El padre se había mudado a Kazajistán y la madre partió al frente para cantar a los soldados que iban al combate.
Evtushenko fue un niño rebelde y un lector perdido. Alumno de rendimiento deficiente y peor conducta, fatigaba las redacciones de los diarios con la esperanza de que alguien se entusiasmara con sus poemas. La madre intentó alejarlo de la vida inestable y atormentada que le esperaba como poeta. Pero Evgueni siguió llenando cuadernos con rimas y sólo otra pasión -el fútbol- casi logró desplazar a la poesía. Durante buen tiempo pensó que encontraría un futuro brillante como arquero.
A los 15 años, Deporte Soviético publicó "Los dos deportes", poema inspirado en atletas soviéticos y estadounidenses. El jefe de redacción le dijo que era el peor de todos los que había presentado pero el que mejor iba con el perfil del diario. Gastó los primeros honorarios con dos muchachas en un restaurante bullicioso y de mal gusto, y a la mañana siguiente entró borracho a la cancha donde tenía que rendir una prueba como arquero profesional. Fue el fin de la carrera de futbolista. Se convirtió, en cambio, en poeta especialista en deportes.
ODA AL ACERO. El elogio de la crítica a su primer libro de poesía, Los esclarecedores del porvenir (1952), le permitió integrarse a la Unión de Escritores. Poco después entró en crisis. Sentía la obligación de crear obras didácticas, planas, dominadas por un compacto y omnipresente "nosotros" sustituto de la primera persona del singular: "El optimismo oficial era de rigor en todas partes. Rostros de obreros mecánicamente sonrientes y caras de koljosianos nos esperaban en las portadas de todos los libros. Todas las novelas tenían un desenlace edificante". La crítica oficial sostenía que el socialismo había resuelto las contradicciones personales y colectivas, y ello debía reflejarse en el arte.
El Estado soviético rendía culto al trabajo como a un dios: "El acero se convirtió en el héroe principal de numerosas novelas. Otras fueron consagradas a la edificación de una casa o a la siembra del trigo". Ni la calidad de la obra ni la aprobación del público eran datos relevantes pues el Estado fijaba el tiraje de los libros por la posición oficial de su autor, y ésta se medía de acuerdo al grado de sumisión al canon establecido. "Indiferentes al éxito de sus obras entre los lectores, muchos poetas tenían, sin embargo, una meta artística: obtener el Premio Stalin". La distinción acrecentaba el prestigio social y los beneficios materiales. La literatura y el arte se volvieron campo fértil para los arribistas. Los que no habían sido deportados o fusilados estaban desterrados de la vida cultural.
Evtushenko no acompañó la ola de poesía industrial. Su renuencia obedeció más a una cuestión de sensibilidad personal que a un acto de rebeldía. Confiaba en Stalin tanto como para entender por qué al volver de la tortura los detenidos escribían la pared de la celda con vivas al nombre del dictador: "No habrían admitido jamás que él personalmente ordenaba su desdicha". Esa fe, que también lo cegaba a él, explica que aceptara como cierta la versión oficial sobre el descubrimiento de una conspiración para envenenar a Stalin. El complot de las "batas blancas", como se lo llamó, concluyó con el arresto de nueve médicos judíos. ¿Y el pueblo ruso? Según el poeta, el pueblo prefería trabajar que mirar de frente la realidad: "Con una obstinación heroica, raramente vista en la Historia, erigía central eléctrica, tras central eléctrica, fábrica tras fábrica. Trabajaba encarnizadamente para que el estruendo de las máquinas, de los tractores y de los bulldozers sofocara los gritos y los suspiros que escapaban a través de las alambradas de los campos de concentración siberianos".
EL DESHIELO. En privado y cada vez con más frecuencia, Evtushenko se atrevió a pensar que Stalin no era ajeno al culto a su personalidad. El proceso de desmitificación culminó el día del entierro del dictador. Miles se concentraron en las calles; interminables filas de trabajadores y campesinos acompañaron el cortejo fúnebre. La multitud se transformó en torrente desbocado. Vio caer a una niña bajo la ola humana y luego él mismo pisó algo blando: el cuerpo de un hombre. Con otros jóvenes pidió a los milicianos que movieran unos camiones mal estacionados que, como mortal paredón, obstruían el paso. Un oficial, tieso y con lágrimas en los ojos, respondió: "No puedo. No tengo órdenes". El esfuerzo de la gente enlazando los brazos para formar una valla y desviar la corriente logró contener el desastre. En la respuesta del miliciano, Evtushenko reconoció la esencia del autoritarismo estalinista: "En ese instante me di cuenta: es él el responsable, es él quien ha engendrado ese caos sangriento porque es él quien ha inculcado a los hombres esta docilidad mecánica, esta obediencia ciega…".
La muerte de Stalin enfrentó a muchos comunistas al difícil ejercicio de pensar por sí mismos. A ello siguió la revelación de la magnitud que había tenido la represión política. Incapaz de digerir la verdad, por el dolor y la decepción que venían con ella, durante un tiempo Evtushenko no pudo aceptar la atrocidad de los crímenes. Creyendo que el estado de conmoción se limitaba a Moscú, viajó a su pueblo natal en busca de sosiego. Encontró lo mismo que se vivía en la ciudad. Esa mezcla de perplejidad y esperanza inspiró el poema "Estación Zima". "Dije allí que el inmenso potencial del pueblo ruso estaba a punto de liberarse, y que los hombres comenzaban, al fin, a mirarse sin desconfianza y a discutir sus problemas vitales".
A mediados de la década del 50 revivieron las jornadas de poesía introducidas por Maiakovsky, olvidadas en los años más oscuros del régimen. Los poetas se reunían con el público en plazas, fábricas, facultades e institutos para leer y debatir sus obras. Los encuentros se hicieron masivos hasta que en la década siguiente colmaron estadios. Evtushenko se volvió uno de los preferidos. Su particular estilo -seña de identidad que el autor perfeccionó con el tiempo- hizo de las presentaciones atractivas performances. Extrovertido, comunicativo y seductor, más tarde se le reprocharía parecerse más a un rockero o a un actor de Hollywood que a un poeta del socialismo.
La acusación de "formalista", que bajo el estalinismo anunciaba el ingreso de los creadores al índex, fue sustituida por una nueva, la de "nihilista". Las autoridades partidarias pergeñaron la teoría de la corrupción de las nuevas generaciones. Contaminados por los valores burgueses, los jóvenes habían abandonado la revolución: "Como prueba de sus acusaciones, citaron el hecho de que la juventud prefería los pantalones estrechos, amaba el jazz, leía a Hemingway y admiraba a Picasso".
Por esa época Evtushenko tuvo los primeros problemas con el gobierno. Se dijo que su poesía era cínica y decadente. Lo expulsaron del Instituto Literario y de la Juventud Comunista. Luego fue el "jefe ideológico de los maleantes intelectuales", el "ídolo de las señoritas poco exigentes" y un "lírico de alcoba".
LA MASACRE DE BABI YAR. En setiembre de 1941, el ejército nazi, con la colaboración de nacionalistas ucranianos, exterminó a 35 mil judíos en la quebrada de Babi Yar, en Kiev. La matanza continuó hasta la liberación: gitanos, partisanos y hasta los nacionalistas colaboradores cayeron en las fosas comunes. Antes de emprender la retirada los alemanes obligaron a los prisioneros del campo de concentración de Syrets a exhumar los cuerpos, apilarlos y quemarlos en el barranco. Al fin de la guerra, los informes oficiales denunciaron el asesinato de "ciudadanos soviéticos", evitando referirse a los judíos en particular. Cierto es que en Babi Yar no sólo murieron judíos pero la omisión respecto a éstos no era casual. Respondía a la política soviética de "igualar a las víctimas" y al antisemitismo que se extendía en el país.
Conmovido, tras un viaje a Kiev, Evtushenko escribió en una noche el poema "Bai Yar" (1961). Al día siguiente lo leyó en el Instituto Politécnico de Moscú: "En cada anciano/ y en cada niño fusilado he muerto./ Mas viviré para tener memoria,/ para nunca olvidarme de todo esto./ Que la Internacional llene los aires/ cuando la tierra guarde para siempre/los restos del último antisemita./ Esa sangre que impulsan mis arterias/ no es la sangre judía;/ aunque me odia como a un hebreo/ cada antisemita". El presidente de la Unión de Escritores de Moscú lo trató de pigmeo, calumniador y traidor al internacionalismo leninista.
"Babi Yar" inspiró la sinfonía número 13 de Shostakovich que lleva como subtítulo el nombre del poema. El músico ruso venía remontando una escarpada cuesta de marginación que había empezado en 1936 cuando lo acusaron de formalista. Una década después su obra fue censurada y se lo obligó a una retractación pública. Rehabilitado tras la muerte de Stalin, había aceptado afiliarse al Partido Comunista poco antes de componer la pieza.
Previo al estreno de la obra, Evtushenko lo llamó para anunciarle "ligeros cambios" en el poema: un par de versos introducían a los muertos rusos y ucranianos asesinados en Babi Yar. Shostakovich aceptó las enmiendas. La modificación propuesta no desnaturalizaba al poema ni era en sí reprochable salvo porque revelaba el efecto de la presión política, no un tardío rapto de inspiración. El hecho le valió más tarde un cuestionamiento a la autenticidad de su independencia creativa y de su rol opositor.
En 1962 dio a conocer "Los herederos de Stalin", poema inicialmente censurado -se difundió en lecturas públicas y a través de samizdat, ediciones clandestinas- pero que Pravda, el diario partidario, terminó publicando. En él disparaba sobre los seguidores de Stalin, puntales del régimen, que criticaban al dictador en la tribuna pero soñaban con la vuelta a los viejos tiempos. Un año más tarde, durante su estadía en París, a pedido del semanario L`Express, escribió "Autobiografía precoz", relato biográfico y documento político destinado al público de Occidente y en particular a los jóvenes.
SOY CUBA. "Babi Yar" consolidó su fama fuera de fronteras. La revista Paris Match lo distinguió con el calificativo de poeta maldito de la Unión Soviética, y en 1962 Time le dedicó la portada, considerándolo el más destacado representante de una nueva generación de artistas. La reseña biográfica, más o menos fabulada, contenía inexactitudes e interpretaciones malintencionadas. Evtushenko rechazó el sitio de primero entre sus iguales que le asignaban: "Se ha querido hacer de mí una figura aparte, que se destaca como una mancha luminosa sobre el fondo gris de la sociedad soviética. Pero no soy esa figura. (…) Las ideas nuevas, los sentimientos nuevos que se encuentran en mis poemas, existían en la sociedad soviética mucho antes que comenzara yo a escribir".
En 1962 viajó a La Habana para trabajar en el guión del largometraje Soy Cuba, dirigido por Mijáil Kalatazov. Prohibida en Estados Unidos, enterrada en la Unión Soviética y olvidada en Cuba, la película esperó 30 años hasta que Martin Scorsese y Francis Ford Coppola la descubrieron en el Festival de Telluride y se enamoraron de ella. "Maravilloso poema épico", "Obra maestra" y "Filme de asombrosa modernidad" fueron las expresiones que emplearon los dos cineastas. En 2004 Soy Cuba recibió un premio especial en el Festival de Cannes.
La estadía en Cuba inició una larga relación con la isla, que no le impidió protestar contra el encarcelamiento de Heberto Padilla ni deplorar la humillante autocrítica que el gobierno cubano impuso al poeta en 1971. La amistad con Padilla, a quien llamaba hermano, se prolongó hasta la muerte de éste. El año pasado, su viuda, la poeta Belkis Cuza Male, exiliada en Estados Unidos, reprochó agriamente a Evtushenko la decisión de participar en el Festival Internacional de Poesía que tuvo lugar en La Habana y lo acusó de guardar silencio ante la "terrible situación de los disidentes presos".
Es difícil encontrar asunto sobre el que el poeta no se haya expedido. Se opuso a la invasión soviética a Checoslovaquia, a la de Afganistán y más tarde a la violencia en Chechenia. Hizo gestiones -estériles- para que Chagall pudiera volver a la URSS; protestó públicamente por la persecución a Alexandr Soljenitsin y, -con Anna Ajmátova y Jean-Paul Sartre- firmó contra el juicio al poeta Joseph Brodsky, luego Premio Nobel de Literatura. Rechazó la guerra de Vietnam y desde la caída de la Unión Soviética ha trabajado para rescatar la memoria de los que perecieron en los gulags. En 2004, tras la masacre de la escuela de Beslan, en Osetia del Norte, escribió un poema que recuerda al de "Babi Yar". Sin embargo, su trayectoria, al menos durante el período soviético, no ha concitado unanimidad. Para Brodsky, que lo acusó de conformismo y duplicidad, Evtushenko nunca encarnó la voz de los disidentes pues sólo criticó aquello que el Kremlin permitió fuese criticado. En la introducción de una reciente antología de poesía rusa contemporánea (A night in the Nabokov Hotel) se habla de él como "niño mimado" del régimen soviético.
En la década del 80 se sumó a la perestroika y fue electo representante al Parlamento entre los partidarios de Mijáil Gorbachov. En 1991, cuando el intento de golpe de Estado, estuvo al lado de Boris Yeltsin en las movilizaciones callejeras.
Evtushenko sostiene que el socialismo soviético fue feudal y que la de Rusia es una larga historia de miedo y censura pero se atreve a decir que el país hoy no está mejor que antes. Denuncia corrupción en el Estado, la entronización de las mafias, la vulgarización de la cultura y la dictadura de lo comercial. "Existe una nueva palabra `bisnik`, derivada de `business`. Todo es `bisnik`, ahora", dice Evtushenko, desencantado porque en Estados Unidos los jóvenes adoran a Madonna e ignoran a Mozart, y en Rusia nadie lee a Dostoievski.