UNA SEMANA DESPUÉS de que le fuera entregado el cadáver de Evita a Juan Domingo Perón en su residencia de Puerta de Hierro (Madrid), el 3 de septiembre de 1971, su secretario privado José López Rega fue a pasar unos días de descanso a Marbella, junto el empresario Carlos Spadone. En un momento de calma en la playa, se sintió obligado a hacerse conocer más a fondo por su acompañante: "Soy gran maestre masón grado treinta y tres", le dijo. "Cuando está la silla vacía, es porque yo no estoy. Yo soy Mahoma, Buda, Cristo. Estás teniendo un gran privilegio en este momento, al poder conversar frente a un ser excepcional. Por eso Perón me obedece como me obedece. Por eso Perón va a hacer lo que yo quiera. Por eso son las cosas como son." Su minucioso biógrafo, Marcelo Larraquy, agrega: "Spadone empezó a sospechar que López Rega deliraba."
Sin embargo el crecimiento del poder del "brujo" (como le llamaban sus enemigos) no haría más que crecer, hasta llegar al baño de sangre de la Triple A, el grupo de acción parapolicial orquestado desde el Ministerio de Bienestar Social por él encabezado, durante el gobierno de Isabel Perón en 1974-75. Un crecimiento que parecía ir copando las zonas que iban dejando vacantes no sólo el espíritu sino también la inteligencia y el cuerpo de Perón en su deterioro.
CANTO Y ESPÍRITU. José López (agregaría el apellido materno Rega durante un viaje de becado a Nueva York, en 1953) nació el 17 de octubre de 1916. El parto le costó la vida a la madre. Su juventud fue inquieta y diversa. Disfrutaba de las reuniones en el club barrial El Tábano, donde solía cantar canciones italianas o españolas. Afirmaría más tarde haber integrado la tercera especial de River a los 19 años. Fabricaba joyas de fantasía, hacía dibujos y bosquejos en bronce. Después comenzó a encarrilar su vida: se casó, y el 7 de diciembre de 1944 entró a la Policía Federal.
Fanático del canto lírico, no pudo cumplir sin embargo su sueño de destacarse: apenas si cantó con frecuencia tangos en programas radiales. Nombrado como custodia del Palacio Unzué, no integró las brigadas que cuidaban a Perón, pero pudo sacarse una foto en el estribo de su Packard cuando el General volvió de un viaje a Chile en 1953. Esa foto sería usada después por él como prueba de su temprana fidelidad. Estableció además contactos con el inspector Alberto Villar, que reaparecería como comisario en la etapa de la Triple A.
Desde joven tuvo apetencias y convicciones espirituales: deseaba dominar el mundo manejando sus fuerzas espirituales, y aseguraba que la disposición de los jarrones en una casa o la ropa y los colores en una persona influían directamente sobre su destino. Al fin su amigo masón José María Villone lo llevó a conocer la Casa de Victoria Montero, una "madre espiritual" rodeada de "hermanos" en Paso de los Libres (Corrientes). Larraquy recorre en detalle ese período, que significaría para López Rega contactos con Brasil, y una serie de importantes amistades.
Esos contactos culminarían al conocer al juez Julio César Urien, jefe de la logia Anael. El fue quien le habló en su momento de la Triple A en un contexto muy distinto: según él las tres A eran África, Asia y América, vislumbradas por Buda, Confucio y los demás grandes líderes espirituales como una hermandad universal. A Urien le gustaba trazar una L que unía San Pablo, Buenos Aires y Lima como "puntos de irradiación cósmica. Lima por el socialismo incaico. (...) Buenos Aires, por la vibración justicialista. (...) Por último, San Pablo es el vértice del cristianismo revolucionario."
La Alianza Anticomunista Argentina aún estaba lejos.
BIOGRAFÍA VS HISTORIA. Aunque se denomine "la" biografía, buena parte del libro no habla de López Rega sino de la enrevesada, laberíntica y trágica historia argentina de la época. Incluye una descripción pormenorizada del exilio itinerante e incómodo de Perón hasta recalar en España. Describe cómo se conoció con Isabel Martínez, una bailarina que se haría imprescindible a partir de un desdén inicial del General, así como López Rega se haría imprescindible para ella apenas se conocieron. Para vivir en la religiosa España, el caudillo tuvo que regularizar su situación con la Iglesia: casarse en secreto (para que pareciera un casamiento antiguo) con la que hasta entonces denominaba su "secretaria".
Por último aparece un Perón menguado, que trataba sin embargo de seguir ejerciendo su capacidad de ajedrecista maquiavélico entre las fuerzas de derecha e izquierda, enviando a "Isabelita" en representación suya a Argentina. A través del juez Urién (que se negó cautelosamente a ocupar cargos dentro del peronismo) ella conoció a López Rega. Cuando regresó a España en julio de 1966, lo llevaba en el avión.
Si bien Perón lo trataba con distancia, a veces con desprecio, López Rega fue ganándose un puesto de "mayordomo de comedia italiana" en Puerta de Hierro. Manejaba la correspondencia, cuidaba hasta la humillación la mala salud física de Perón, y se encerraba horas con Isabelita, que ahora lo consideraba el único modo de afirmarse en un papel incómodo que la hacía competir con el cadáver presente y la imagen inalcanzable de Evita. Un sueño de López —como gusta llamarlo Larraquy— era lograr la conversión completa de Isabelita en Evita, empezando por el peinado con rodete. En Argentina, entre tanto, surgían los Montoneros, mataban a Aramburu, desorientaban un poco a Perón, y las tensiones crecientes tenían un primer estallido feroz en Ezeiza, en su retorno de 1973.
No sólo en Argentina había vínculos entre el esoterismo y el poder (en un grado que recuerda la alianza también establecida durante el nazismo en Alemania). Desde Italia Licio Gelli y su Propaganda Due comenzaron a ofrecerle ventajas a Perón a cambio de la inserción económica de su logia masónica en Argentina. El capítulo dedicado a esos movimientos se llama adecuadamente "La conspiración". Para Gelli había que construir un eje anticomunista que incluyera a "la masonería de la P2, el Rabinato de Nueva York —cuyo hombre en el poder era el propio Kissinger—, al Vaticano y al gobierno de Estados Unidos." Hubo un momento en que las presiones para obtener cargos e influencia en el nuevo gobierno peronista provenían por partes iguales de los Montoneros, y de la P2.
En cuanto pisó Argentina, el General decidió librarse pronto de las "organizaciones especiales" que le habían sido útiles, y del presidente Cámpora. Después nombró Ministro de Bienestar Social a López Rega. En una obsesión compartida por "los infiltrados", el ministro usaría los fondos y elementos a su disposición para ir armando un aparato represivo paralelo, que alcanzaría la perfección con el regreso del comisario Villar: según una fuente escrita "López Rega y Villar se reunían en el salón comedor de la Casa Rosada para confeccionar las listas de los ‘infiltrados’ que debían ser eliminados." La prensa argentina recibió la primera lista de "ajusticiables" de la Triple A en enero de 1974. Un día antes Villar se había reincorporado a la Policía Federal. La cadena de asesinatos incluiría a periodistas, abogados, militantes, sindicalistas, y sacerdotes.
En el Instituto de Bienestar Social se hacían tareas caritativas o se fabricaban 120 toneladas de pan dulce para las Navidades, pero también se almacenaban armas largas, granadas y explosivos. Cuando Perón ya había muerto en julio 1974 (con un intento de resurrección por parte de López Rega verdaderamente folletinesco), cuando buena parte del "trabajo sucio" estaba hecho, e Isabelita empezaba a ser manejada por sectores militares, López Rega empezó a resultar impresentable. Le dieron un paradójico puesto de embajador plenipotenciario: es decir, lo obligaron a emprender la fuga. Detrás vendría la masacre del gobierno del general Videla, con los rieles apoyados con firmeza en el trabajo preparatorio del "brujo".
Larraquy (coautor con Roberto Caballero del excelente Galimberti) sigue (con paciencia y abundancia fuentes directas o indirectas), primero la fuga, después el juicio de extradición de Estados Unidos en 1986, el apresamiento y finalmente la muerte de López Rega en la cárcel el 9 de junio de 1989, con un juicio aún pendiente, con los crímenes de la Triple A aún impunes. Hay además figuras laterales dignas de una novela de Roberto Arlt. Entre ellas destaca "el Gordo" José Miguel Vanni, un paradigma de "chanta" con quien López Rega compartió aventuras económicas y políticas. Por momentos el texto sorprende y hasta arranca la carcajada. Pero en otros acumula el agobio de una época oscura y violenta.
LÓPEZ REGA. LA BIOGRAFÍA de Marcelo Larraquy. Sudamericana. Buenos Aires, 2003. Distribuye Sudamericana Uruguay. 472 págs.
Por Elvio E. Gandolfo