Una Historia poco común

Cuando el humor judío es cosa seria: una Historia de sus chistes por el académico Jeremy Dauber

A través de ellos se puede contar la historia del pueblo judío desde tiempos bíblicos hasta Woody Allen, pasando por Auschwitz

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Woody Allen
Woody Allen y el humor judío del tipo culto, leído, que no parece entender la vida
(Manu Fernández AP/ Archivo El País)

por László Erdélyi
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Reír de sí mismos y de las tragedias bíblicas que los han rodeado, es parte central del judaísmo. Los chistes en general no han sobrevivido escritos, y si lo están, son incompletos, porque se los pensó para ser hablados, expresados oralmente. Cuando se los cuenta, “los gestos y las muecas, la entonación de la voz del narrador, son partes esenciales del chiste” señaló Theodor Reik. Recopilarlos, o mejor, escribir una historia de ellos, es una tarea de proporciones porque no se trata de escribir un libro de chistes, sino de poner en su contexto histórico a cada uno de ellos, qué reflejaban, qué ironizaban o satirizaban, o qué angustia vital buscaban catalizar ya fuera en la tierra prometida o en cada rincón de la diáspora.

Esa tarea la llevó a cabo el profesor Jeremy Dauber en el libro El humor judío, Una historia seria donde logra un equilibrio entre densidad de información, contexto y chistes, como éste,
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Un hombre va al sastre para encargarle un traje y el sastre le dice que vuelva a recogerlo en seis días.
—¿Seis días? ¡¿Tanto?!— protesta—. ¡En seis días Dios tuvo tiempo de crear el mundo!
—Cierto— replica el sastre, y señalando las perchas con trajes añade—: Pero mire cómo está el mundo, ¡y mire estos pantalones!
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que es parte del mejor humor jasídico, donde los mortales pueden hacer mejor las cosas que Dios, aunque en esta tradición es raro que se mofen de Dios. En realidad es una burla al individuo sofisticado que no puede comprender la simplicidad de la sabiduría. El chiste jasídico está influenciado por el humor budista, tipo Zen. Absurdo, feroz, mordaz.

Este ejemplo es apenas una de las aristas de ese fractal profundo y en apariencia inconmensurable que es la historia del pueblo judío, contada a través de sus chistes. Dauber lleva años como profesor en la cátedra de Lengua, Literatura y Cultura Yiddish en la Universidad de Columbia, en Nueva York, lo que le ha permitido ir puliendo esta historia, sobre todo al definir qué es humor judío y qué no. Lo encara a través de siete capítulos, donde el primero se titula “¿Qué gracia tiene el antisemitismo?”

Mental y estúpido. El humor fue una respuesta a la intolerancia, la esclavitud, el destierro, la errancia, los pogroms de diversa escala hasta el homicidio industrializado del Holocausto, que casi los elimina de la faz de la tierra. El humor judío está ya desde mucho antes, en la Biblia. Es el caso de Isaac, cuyo nombre significa “Reirá” porque su madre se rió de la profecía de su nacimiento (ella era muy anciana y no creía posible quedar embarazada). A partir de allí las estrategias de supervivencia, el humor negro, y la sumisión como forma asociada al mesianismo son temas que generan cada uno su saga de chistes. También están los que buscan desquitarse con los cristianos. O los chistes de autoodio, o los que satirizan el problema de los conversos.

Respecto al antisemitismo, los chistes “dan cuenta de que hay algo mental y estúpido en él”, de ideas que solo están en la cabeza del antisemita y ajenas “al judío real y su conducta” señala Dauber. Los chistes judíos sobre el antisemitismo siempre fueron un asunto serio. Sobre todo los que manifestaron frustración ante la incapacidad de la Ilustración por conjurar el antisemitismo. Veían cómo hombres serios, racionales, cultos, universalistas al final cedían a los chistes vulgares, prejuiciosos o escatológicos contra los judíos, abriendo una nueva etapa de violencia social que se proyectaría y cristalizaría con fuerza espeluznante en el siglo XX. Va uno,
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Dos judíos están sentados en el banco de un parque, leyendo la prensa, cuando uno repara de pronto, sorprendido, que su vecino está leyendo Der Stürmer, periódico nazi completamente antisemita.
—¿Por qué está leyendo eso?
El otro, suspirando, mira su periódico y pregunta:
—¿Qué dice su semanario sionista?
—Pues que los judíos estamos siendo perseguidos, que nos golpean y nos arrebatan nuestras propiedades, que nos reúnen para llevarnos quién sabe dónde.
—Exactamente. Mire mi periódico: dice que controlamos la economía mundial, que tenemos representantes en todos los gobiernos del mundo, que somos una fuerza incontenible. ¿Usted qué judío prefiere ser?

y a medida que la barbarie nazi avanzaba el humor judío no perdió fuerza ni sutileza, sobre todo respecto a las estrategias de supervivencia,
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Un tranvía está a punto de atropellar a un hombre y un judío lo salva. El hombre resulta ser Hitler, y cuando le dice al judío que le concede un deseo, éste contesta: “¡Que no se lo cuente a nadie!”

Y luego Auschwitz. La desazón del mundo de posguerra, a principios de la década del 50, trajo ejemplos de especial mordacidad,
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Un judío sobrevive a la cámara de gas, pero pierde a toda su familia. El funcionario de reasentamiento le pregunta a dónde le gustaría ir.
—A Australia— le contesta.
—Pero eso queda muy lejos— dice el funcionario.
—¿De dónde?— pregunta el judío.
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Hubo humor en Auschwitz, de una especial dureza. Era una estrategia para sobrevivir en las infernales circunstancias. Lo recuerda Viktor Frankl, sobreviviente. Una forma real de resistencia.

New York. La vastedad del humor judío es tal que se podría escribir, a través de él, una historia del pueblo judío. Para definirlo Dauber se basa en dos premisas: que el humor judío tiene que ser creación de judíos, y que el humor judío debe aludir bien a la vida judía contemporánea o bien a la existencia histórica judía.

En esta discusión el autor apela a ejemplos contemporáneos que le resultarán más familiares al lector culto promedio, sin dejar de abordar en densos capítulos difíciles de traducir en esta nota periodística, si no imposible las profundidades del humor de los rabinos talmúdicos, o los ingeniosos juegos de palabras entre las varias lenguas del judaísmo el yiddish, el ladino, el hebreo incomprensibles para los de “afuera”. Así, Dauber apela en otros capítulos a las series Seinfeld o Curb Your Enthusiasm, a los comediantes Lenny Bruce o Sacha Baron Cohen, o a directores como Woody Allen o Mel Brooks, o a los hermanos Marx, todos muy reconocibles por el lector.

El caso de Woody Allen es quizá el más paradigmático, con la imagen de su madre fallecida encarnando el estereotipo de idishe mame que se le aparece en el cielo retándolo en el corto que integra Historias de Nueva York (1989), pero que en realidad se extiende a toda su carrera como monologuista, comediante, en sus colaboraciones en el semanario The New Yorker y, claro, en sus numerosas películas (Allen aparece 41 veces a lo largo de este libro). Su humor cae en la categoría de “intelectual”. Es un lector voraz interesado en cuestiones metafísicas y filosóficas, aunque él lo niegue. Es el tipo culto que cita a Dostoievski generando un “simulacro de intelectualidad”, muy eficaz humorísticamente hablando.

En el otro extremo, más burdo aunque no menos jocoso, es lo que produjo Mel Brooks, que aparece citado 44 veces en el libro. Sus pedos o flatulencias (los primeros que aparecieron en una película de vaqueros, algo impensado en John Ford), como su constante mención a su condición de judío, no es otra cosa que la parodia elevada a su máxima y fina expresión. Brooks amaba la parodia, tenía bien claro el objeto de la misma, y por eso conocía su punto débil, porque entendió “que la ridiculez del cuerpo humano sólo es tal en los momentos, las condiciones y los lugares adecuados”.

A su vez el comediante británico Sacha Baron Cohen buscó dejar en evidencia el antisemitismo de la actual sociedad norteamericana, una cultura que se jacta de su tolerancia. Es brutalmente eficaz, tanto que muchos de sus fans ignoran que el actor es judío, un veterano además de los programas juveniles sionistas, pues quedan cautivados por el encanto del personaje que interpreta, el periodista kazako Borat, quien busca que sus interlocutores simpaticen con su propio antisemitismo.

Ya en otro registro, más ingenioso, está el humor de la literatura del Nobel Saul Bellow, que apela a los tradicionales juegos de palabras, pero abriéndolos al idioma anglosajón, introduciéndolos así en la tradición filosófica angloamericana. Los protagonistas de sus novelas Herzog, El planeta de Mr. Sammler son fracasados que creen que el mundo debería seguir rigiéndose por la inteligencia, la cultura y la armonía para alcanzar estadios superiores de convivencia. Ese fracaso resulta cómico.

Sigmund Freud fue un gran estudioso judío del chiste, “le fascinaba lo que delataban de quienes los contaban y lo que revelaban de su mentalidad”. En particular sobre los chistes judíos, Freud comentó que “no sé si hay muchos otros pueblos que se burlen hasta tal punto de su propio carácter”. Los chistes, entendía, son una válvula de escape para dar salida a frustraciones y sin alterar el orden establecido. Como en este caso,
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La señora Cohen llega en barco desde el viejo continente y la recibe su hijo, a quien apenas reconoce.
—¡Te has afeitado la barba, hijo mío!
—Oh, mamá, en América todo el mundo se afeita.
—¿Sigues comiendo kosher?
—Es muy difícil aquí, mamá, sale muy caro, y cada moneda cuenta.
—¿Y el Shabbat?— pregunta ella, esperanzada.
—Uf, la competencia es feroz, así que no queda más remedio que trabajar siete días a la semana.
Preocupada, le pregunta al oído:
—Dime una cosa, hijo, ¿sigues circuncidado?

Y este ejemplo parecería una marcada excepción, porque en la tradición del chiste judío las mujeres han estado poco representadas. Dauber insiste en que se abusó del estereotipo misógino de la mujer que no entiende los chistes, o que nunca ríe. Sin embargo la esposa de Moishe no estaría tan de acuerdo con Dauber. Molesta por cómo su esposo se movía nervioso en la cama sin poder dormir, le pregunta “¿Qué te pasa?”, y él responde “Es que le debo 50 pesos a Yosl, y no tengo cómo pagarle”. Ella le dice: “Anda, lo llamas y le dices que no tienes el dinero y duerme en paz, ¡que sea él quien se quede sin dormir!”

El libro tiene varias omisiones. Entre ellas la saga de chistes sobre la excepcionalidad del judaísmo, esa que destaca la enorme cantidad de premios Nobel o de talentosos creadores judíos, lo que es real y verificable (apenas hay una breve mención oblicua en el epílogo). Dicha saga, en boga hoy en Israel, lleva con sus burlas una preocupación: que el destaque de esa excepcionalidad es uno de los principales generadores de antisemitismo.
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EL HUMOR JUDÍO, de Jeremy Dauber. El Acantilado, 2023. Barcelona, 446 págs. Traducción de José Manuel Álvarez-Flórez.

Foto autor Humor Judío.jpg
Jeremy Dauber
(El Acantilado)
El humor judío.jpg

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