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Cómo crear una nueva variedad de árbol de cerezo

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Naoko Abe

Texto en exclusiva

Adelanto exclusivo del libro de Naoko Abe, El hombre que salvó los cerezos, publicado por Anagrama.

Un día de abril de finales de la década de los veinte, más o menos por la misma época en la que Ingram trataba de reintroducir su querido Taihaku en Japón, floreció por primera vez otro cerezo de su jardín de The Grange. Ingram quedó maravillado. Las flores eran asombrosas, simples y más pequeñas que las del Taihaku, pero perfectamente proporcionadas y blancas como la nieve. Al principio no supo la ascendencia de aquel cerezo, pero, por las peculiaridades de la flor, pronto dedujo que los padres del desconocido árbol debían de ser el cerezo Oshima, grande y de flores blancas, y el Fuji (Mame-Zakura), más pequeño. Hasta donde él sabía, era un híbrido natural cuya semilla era fruto de padres de especies diferentes.

Los cerezos se cruzan fácilmente cuando dos ejemplares de especies o variedades distintas crecen juntos. Se polinizan y nace una variedad nueva. Siempre que esto sucedía, Ingram se ponía el gorro de detective, observaba el color y la estructura del nuevo árbol y procuraba deducir su origen.
Los padres suelen ser fáciles de reconocer porque, como en los humanos, los vástagos guardan cierto parecido con ellos. Como aquel hijo de Oshima y de Fuji de flores níveas era nuevo para Ingram, le puso un nombre que reflejaba su pasión de toda la vida por las aves: Umineko, o gaviota de cola negra. En plena floración, decía, las flores parecían una enorme bandada de gaviotas posadas en lo alto de un árbol pequeño. Presentó las raras flores a la edición de 1928 del concurso anual de la Real Sociedad de Horticultura de Londres y ganó el premio al mérito en jardinería. Desde entonces, se han plantado muchos cerezos Umineko en las calles de Inglaterra, pero también en parques de todo el mundo, como el jardín de Kew de Londres y el parque Queen Elizabeth de Vancouver.

La aparición repentina del Umineko intrigó a Ingram. Si tan hermosa variedad podía surgir espontáneamente por polinización natural, ¿no podría él crear sus propios cerezos híbridos? Nadie había hibridado cerezos antes y los japoneses mismos no lo hicieron hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En el período Edo, cuando se crearon más de doscientas cincuenta variedades, los árboles se cultivaban sobre todo tomando y plantando semillas de los cerezos más bonitos. Hasta finales del siglo XIX no se aplicó con éxito la técnica de hibridación artificial a otras plantas para mejorar las técnicas agrícolas.

Deseoso de ser el primero en hibridar cerezos, Ingram pidió consejo a John Charles Williams, propietario del castillo de Caerhaysm en Cornualles, que era un experto hibridador de rododendros. Los fracasos, le dijo Williams, eran mucho más frecuentes que los éxitos, pero intentarlo era un placer en sí mismo. Ingram, que nunca se resignaba al fracaso, quería probar fortuna. Después de todo, poseer una gran colección de plantas estaba bien, pero crear nuevas variedades era mucho mejor, y algo que solo los grandes conseguían: “Hibridar plantas no solo es la forma de juego más barata, sino también la más emocionante que conozco; es un juego de azar en el que lo único que nos jugamos es la moneda corriente de todo jardinero: tiempo y problemas”.

Cruzar cerezos era un proceso delicado que exigía mucha atención. Para empezar, Ingram cultivaba en una maceta el ejemplar que quería que fuera la madre, reservándolo en un invernadero lejos de los demás cerezos, para evitar que lo polinizara otro árbol. Cuando empezaba a florecer, pero antes de que los capullos se abrieran del todo, cortaba las anteras —la parte superior de los estambres u órganos masculinos, que contiene el polen de la planta— con unas tijeras pequeñas o unas pinzas. Esperaba a que los pistilos, u órganos femeninos, estuvieran listos para ser polinizados y entonces los fecundaba con el polen del árbol que quería que fuera el padre.

Esta manera de polinizar requería una planificación meticulosa y un gran cuidado. Como las distintas variedades de cerezo florecían en momentos diferentes, el polen del padre había que cogerlo antes y guardarlo muy bien antes de usarlo.

(tomado de El hombre que salvó los cerezos, de Naoko Abe)

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