Literatura juvenil e infantil

Con Virginia Mórtola: "Obligar a tu hijo a leer es como darle de comer brócoli"

La escritora cree que, antes que eso, hay que escuchar a los niños, e incentivarles la curiosidad.

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Virginia Mórtola
Virginia Mórtola
(foto Francisco Flores/Archivo El Pais)

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por Gera Ferreira
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Dice Virginia Mórtola (Montevideo, 1975) que desde la ventana de su consultorio tiene la vista de un arazá que se llena de frutos rojos. Dice que es muy loco, porque ese fue siempre su deseo de niña: “Yo quería vivir en esa casa y no lo sabía”. En ese saber sin saber hay intuiciones y emociones que configuran su jardín personal hecho de libros.

—Columnista, docente, terapeuta, colaboradora radial. ¿Cómo ves tu recorrido literario entre todo eso?
—Soy muchas cosas, sí. Lo veo vertiginoso. Fue como que me hubiesen activado el lugar del deseo creativo y me vino un ataque de entusiasmo, de querer hacer cosas nuevas. Además tengo una visión de que todo puede ser posible.

Un optimismo a prueba de balas.
—Tal vez desmesurado. Una vez vi una tira de Liniers en la que había un tipo que miraba un vaso con agua y decía: “¡Tiene la mitad vacía!”, y otro a su vez indicaba: “¡Fijate en la mitad llena!”, mientras que el optimista concluía: “¡Un vaso!”. Me pareció genial.

¿Cómo analizás la actualidad del género juvenil e infantil en Uruguay?
—Marc Soriano dice que la literatura juvenil no es un género, sino una literatura caracterizada por un lector implícito que es distinto al adulto. A su vez, María Teresa Andruetto sostiene que la literatura no tiene que tener adjetivos, ser juvenil o infantil, tiene que ser literatura. Ahora estamos en un momento fermental a nivel de creación. De hecho estoy armando un panorama de la literatura juvenil e infantil para la editorial Banda Oriental.

Es un insumo que escasea.
—La idea es hacer algo que abarque de 1985 a 2015. No sería una antología sino un panorama, mostrar lo que hay.

Hablame sobre la realidad local.
—Hay un colectivo llamado Migas de papel que intenta dinamizar las actividades en torno a este tipo de literatura con el objetivo de mover pensamiento. Mi web Tuquiti nació como eso, porque en Uruguay no existía una plataforma así, y me consta que hay una avidez tremenda —y a la vez desconocimiento—, por saber cómo elegir este tipo de libros.

No hay nadie que se encargue de mapear ese territorio.
—Hay un grupo de investigación sobre infancias en Facultad de Humanidades que lleva adelante Ana María Fernández, del cual formé parte. Me interesa que sea una materia de formación permanente, porque en Magisterio no existe y tampoco hay crítica o investigación.

Es informal, ¿no?
—Sí. Hay intenciones. En este momento cobró fuerza el lugar de los ilustradores. Se despegaron y le han ofrecido visibilidad a la literatura juvenil e infantil uruguaya, más que los escritores.

¿Por qué te parece que sucede?
—Porque la feria del libro más importante del mundo es la de Bolonia. Allí se prioriza la imagen, y el mundo de la ilustración atraviesa por un gran auge del álbum ilustrado. Además, acá se creó el Premio Nacional de Ilustración y eso puso a los ilustradores a narrar. Se creó el colectivo Ilustradores de literatura infantil uruguayos”, empezaron a ir a Bolonia y se armó un movimiento interesante.

—¿Qué obstáculos hay?
—Bueno, además de que no hay formación, hay una fuerte presión del mercado que dice qué sí o qué no. Hay preconceptos de los adultos sobre qué es para niños y qué no, y en la medida en que no haya discusión la situación se prolonga. A su vez, hay mucha mirada sobre el niño que no es habilitadora. Falta equilibrio y diálogo.

Para niños y grandes.

Descubrí que tu cuento “El moño endemoniado” es una reversión con alteraciones de uno publicado en 22 mujeres 3, llamado “El moño”.
—Sí. Es que Cuentos de disparate y terror son cuentos que ya existían, los reuní y comencé a trabajarlos para que integraran un mismo libro.

A excepción de ese, ¿el resto eran inéditos?
—No, hubo uno que también fue publicado antes, “El chancho Cuchicuchi”, que salió en Tiro y fuga (2017). Nunca lo pensé para niños, fue un sueño que tuve a los cinco años. Muchos de los cuentos de ese libro no fueron pensados para niños. Hay tres que los reescribí y salen en octubre en un libro para adultos.

¿Título?
Ni dios sabía.

Abandonás la estética juvenil.
—Sí, es para adultos, porque si bien hay muchos niños protagonistas, las historias están contadas desde un lugar que es muy triste o fuerte. Una vez charlé con Ruth Kaufman sobre eso: ¿qué es para niños y qué no?, ¿de qué manera y en qué momento? A partir de ese intercambio se me ocurrió planificar un conversatorio en noviembre de este año, que justamente se llama “Esto no es para niños”.

Son espacios que faltan.
—Totalmente. En este van a estar Horacio Cavallo, Ruth Kaufman y Cecilia Rodríguez (psicoanalista que a su vez hizo la maestría sobre Literatura infantil y juvenil conmigo). La idea es tener varias miradas.

—Hay una frase del personaje Mateo, en Cuentos de disparate y terror, que es algo crítica: “A los adultos les da tranquilidad que los niños lean”.
—Los padres buscan tranquilidad en muchas cosas. Eso habla más de ellos que de sus hijos. Están más tranquilos si los hijos leen, hacen deportes y otras cosas que pueden considerarse importantes.

—¿Pero lo son?
—Leer está buenísimo, lo que pasa es que si obligás a tu hijo a leer, como quien lo obliga a comer brócoli, no está tan buenísimo, porque lo transformás en algo que después genera rechazo. Lo bueno es incentivar la curiosidad. Hemos discutido mucho esto con Federico Ivanier. Él dice que hay que darle material a los niños y yo digo que sí, pero de una manera seductora. Hay cosas más importantes que leer: que los escuchen es una, que tengan tiempo de compartir esa lectura es otra.

—Es un tema de inducción entonces.
—Una cosa es que haya una literatura para niños que se la entregues y la lea solo, y otra es una literatura para acompañar, para leer de la mano o en conjunto. Hay lecturas que está bueno que sean compartidas y otras que son en solitario.

Hilando fino en tus historias, ¿no te genera interés ir hacia lugares más problemáticos, en vez de contar la parte “linda” de esas infancias?
—Para mí es muy claro que la escritura no es un manifiesto. Esto me interesa mucho porque en el ámbito de la literatura juvenil e infantil los adultos somos los que dominamos el mundo y decidimos lo que queremos trasmitir a los niños. Ahora hay una gran cantidad de libros de autoayuda, vinculados a las emociones y a las chicas empoderadas, que tienen que ver con los movimientos culturales, con la familia diversa y la elección sexual. Me parece buenísimo, pero hay límites de riesgo que aparecen cuando no estás escribiendo un libro con esas temáticas, sino sobre un tema puntual para trasmitir algo. Eso es literatura panfletaria.

La literatura guarda implicancias, llamémosle políticas. No conviene ser inocente con eso.
—Sí, claro. Pienso que todo libro está atravesado por ideología, es inevitable. El tema es cuando hay una conciencia de que debe trasmitir eso y no hay fisura, es una cosa bidimensional, directa.

¿Algo que dice una persona y no un autor?
—Exacto. Eso no me gusta. A mí me interesa hacer literatura, ficción, si bien muchas historias —la mayoría— parten de hechos ocurridos en mi infancia.

Jardines y herencias.

—¿Qué escenas de tu infancia te conectan con los paisajes de tus libros?
—Todas. La historia de La ventana de papel nace en el lago que había en la casa de mis abuelos. Para mí era muy raro ir a una casa que tenía un lago con gansos en el fondo. Hay algo entre el miedo y la atracción: lo que te seduce también te espanta. En la casa de mis otros abuelos había planta de moras y madreselvas; juntaba coquitos para venderlos y renacuajos. Andaba en las cunetas con los bichos.

Dora la exploradora en potencia.
—Era lo más normal del mundo. Ahora que lo cuento pienso en la suerte que tuve. En mis libros hay un ambiente vegetal que está vinculado a lo afectivo porque mis abuelos eran los que me ofrecían la posibilidad de esa pausa.

En Jardín ambulante me sorprendió la cantidad de especies y su clasificación.
—Un poco investigué. Pero en realidad trabajé desde los 19 hasta los 35 años en una herboristería de la familia. Mi padre vendía autos y tenía cuatro mujeres, entonces le parecía que eso no era buen negocio para nosotras y puso una herboristería para dejarnos como herencia. Nadie quería una herboristería. Mi abuelo materno se mudó a Shangrilá cuando yo tenía dieciséis y tenía su huertita ahí.

—El “cuarto de la naturaleza” del que habla Jazmín, ¿viene de allí?
—Sí, es algo muy próximo. En la herboristería conocí muchas plantas secas que después las reconocía vivas cuando salía a caminar. Toda la escritura de Jardín ambulante la hice caminando.

¿Te grababas?
—No. Pensaba y miraba, luego escribía. El tema de la clasificación es controvertido siempre. Me parece necesaria para habitar el mundo, pero rígida cuando solo nos basamos en eso. Esto viene de mi formación psicoanalítica con relación a que los diagnósticos sirven para una terapéutica, no para una ontología del ser.

En esa búsqueda de orígenes llegaste a un texto fantástico, pero bajado a tierra.
—Está bien, puede ser. A la vez me doy cuenta de que en casi todos los niños el nivel de fantasía es como un constructor de realidad, una realidad que puede ser fantástica o de verdad, y si es verdad puede ser real, según cómo la reciba.

—Si de fantástico hablamos, me sorprendió la mención a Georges Méliès. Es una referencia culta, incluso para un lector promedio.
—Sos la primera persona que lo nota. El tema es que Méliès era mago y el cine se conecta con la magia. Me gustan las capas de sentido y vos la leíste. Hay otros que no, y eso está bien igual.

Jazmín es una niña prodigio con su diario de anotaciones. Su elaboración es trabajada mediante un registro elevado, alejado de la lógica juvenil.
—Sí, de hecho al libro lo han leído muchos adultos. Creo que logré hacer un libro que sea también para niños. Esa es mi idea de la literatura.

En tu versión del paraíso terrenal encontramos conceptos como la creación, la abundancia, lo vegetal cíclico, pero nada sobre lo prohibido, lo sexual, el florecer de la infancia.
—Tenés razón, no está. Me parece buenísimo que lo menciones. Ni lo pensé, porque estaba más concentrada en la tensión entre la vida y la muerte, por el tema de la abuela. No hay mucha prohibición, tenés razón, es un universo de habilitación.

Hay dos momentos donde lo prohibido amaga con aparecer; la carta de Riosa, y el momento entre Jazmín y Romeo tirados en el pasto. Parecen instancias que cancelaste de raíz.
—Me estás dando terribles ideas y además haciéndome ver que soy demasiado diplomática, ¡cómo no hablé contigo antes!

Es que al final tranzaste con lo políticamente correcto…
—¿Te tengo que pagar la sesión? Lo cierto es que no me di cuenta de todo eso.

Me corro. La verdadera portadora de sabiduría en este libro es Riosa: la que provee las citas, las lecturas, una especie de bruja del bosque.
—Riosa es Rosa. Me agarré de una persona real, muy generosa y de perfil extremadamente invisible. Me gustaba mucho la idea de que fuese mi aliada.

Los adultos parecen angelados, tienen gestos puros, todo muy cuidado.
—Tenés razón, creo que en este libro puse todo lo que hubiese querido tener cuando era chica, porque podría decir que no fui feliz. En algún punto imaginé un micro mundo donde existieran personas que considero maravillosas, que se juntaban en un mismo lugar, como una fantasía de que eso fuera posible por un rato. El mundo no es así.

—“Lo que emociona puede ser un misterio”, dice Riosa.
—No sabemos bien por qué nos gusta lo que nos gusta, o por qué elegimos a quien elegimos. Hay algo misterioso en los efectos que las cosas tienen sobre nosotros. Al final del libro digo “lo que emociona tiene raíces”, porque creo que hay algo de ese misterio que viene de nuestra historia, cuya raíz está bajo tierra y provoca esos encuentros, esos afectos y también sus efectos.

NOTA: Virginia Mórtola ha publicado La ventana de papel (2018), Cuentos de disparate y terror  (2019), ¡Sim sala bim!  (2019) y Estrafalarius (2021). Su último libro es Jardín ambulante (2021), ilustrado por Laura Carrasco.

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