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por Fernando García
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Esta es la forma del jazz en Buenos Aires en 2023. Un hombre alto de pelo corto se levanta de un sofá como de psicoanálisis y ataca un piano vertical tocando las partes del bajo de “Primavera Cero” de Soda Stéreo. Mientras que la escena reverdece en lugares donde, a veces, parece el sonido ambiente de la fiebre gourmet porteña hay aquí, todavía, una bestia negra. O más bien, muy blanca, de ascendencia italiana, el hijo de Walter, un guitarrista legendario comandante del ensamble Swing 39 por décadas. Javier Malosetti, bajista de la banda de Spinetta por casi nueve años, se hizo un nombre en la escena con una presencia rocker aunque siempre al margen de ese circuito y sosteniendo el bajo eléctrico en nombre del jazz como Thør el martillo en la mitología nórdica. Convertir un tema del período sónico de Soda Stéreo en algo sin forma que no puede tener otro nombre que “jazz” es una forma de aproximarse a su arte. Y también de medir su personalidad. Cerati no es un compositor que se haya apoyado nunca en el jazz pero Malosetti fue capaz de apropiarse de una canción suya sin haberlo escuchado demasiado. “Esa canción me encanta, pero eso no quiere decir que Soda Stéreo me guste tanto. Pero la música es así. Si algo viene hacia mí lo tomo”. En Malosetti resuena Pappo cantando “Sandwiches de miga” en los 70 (“No puedo evitar/que vengan hacia mi”) y no es casual. Alguna vez se ha espejado en el carácter visceral del legendario guitarrista de blues y heavy metal. De regreso de una gira por España y Alemania, el bajista recibe a El País Cultural en la intimidad de su casa en Villa Luro, a pocas cuadras del estadio de Vélez Sársfield.
—¿Está bien decir que usted es el Pappo del jazz?
—¡Sí, claro!
—¿Y qué vendría a ser eso?
—¿El Pappo del jazz?
—Sí…
—Y… un jazzero que a veces salta el alambrado. Sucede que los estilos son bastante sectarios. Y el jazz más todavía. Si bien tiene en su ADN la mezcla de culturas y la improvisación el ambiente es más bien serrucho. Pero bueno yo pude saltar varios alambrados y sin embargo formo parte de una música que es considerada elitista y que en mi caso y el de muchos otros no lo es. Yo no me siento elitista.
—¿Y un músico de músicos?
—Tampoco. No es lo que me interesa ser.
—¿Cómo se hace para no caer en eso tocando jazz?
—No tengo la fórmula. Pero en mi caso es eso, haber tenido un pie de cada lado del alambrado. Mi música tiene una gran influencia del jazz pero el paso del rock y el pop son ineludibles en mi historia. Yo creo que vengo a sintetizar todo eso.
—Su generación es la del rock…
—Sí, pero hay músicos de mi edad y aún más jóvenes que no tienen ningún interés por el rock. Por eso yo aparezco tocando con Spinetta, con Dino Saluzzi, con Rada o con esos músicos de jazz que en los 80 estaban en un agujero negro porque no grababan y para escucharlos había que ir a verlos a boliches muy chicos. Esa multiplicidad fue positiva para mí porque me permite mimetizarme en distintos clubes. Y es enriquecedor. Si yo pude tocar con Pappo en zapadas y hacerle los arreglos de vientos es por algo. A ver, yo no toqué en un disco suyo pero él sí tocó en uno mío, y me pidió que hiciera los arreglos de vientos de todos los temas de Buscando un Amor, que fue su último álbum.
—¿Pappo lo fue a buscar para que hiciera eso?
—En realidad él no quería nada pero la producción quiso revestirlo con cuerdas, orquesta, un sitar…
—Le pusieron el smoking…
—Claro, le pusieron el smoking y él ahí tironeando del moño para zafar. Llamaron a un arreglador para los vientos y no le gustó. Decía que los caños parecían las piñas de Batman. ¡Pah! ¡Boom! Y ahí llegué yo y se quedó conforme. Me dijo que algunas cosas le hacían acordar a los discos de Sam Cooke. A mi me sorprendió que dijera eso. Pero Pappo era así, había escuchado un montón de música. Era muy culto en ese sentido. Yo lo tenía como un conocedor del blues pero esto era Motown y él lo tenía muy claro. Mucha gente se quedó con la cáscara de Riff, del personaje heavy metal. Era mucho más que eso Pappo.
—Hablando de soul. Usted toca “Disco Inferno”, un hit de música disco, que la escena siempre despreció…
—Fue un hit de The Trammps, unos atorrantes que pegaron un tema y desaparecieron. Pero es verdad, era una música que se veía mal para nuestra generación aunque hay cosas que tienen muy buenos arreglos y son sofisticadas. De Earth, Wind & Fire que era un grupazo decíamos que era grasa o música bolichera y nos perdíamos grandes cosas. Que boludos fuimos.
—Por eso creo que lo suyo no es hacer standards como en el jazz ni covers como en el rock sino que son señalamientos. Lo hace cuando toca “Maybe I’m a Leo” de Deep Purple.
—Sí, la idea es decir “yo también he disfrutado de esto”. De Kool & The Gang, por ejemplo. Unos tipos con un groove increíble. De todos modos tampoco lo pienso tanto. Aparecen las canciones y trato de llevarlo a mi mundo. Como también hice con Dire Straits. No me siento cómodo haciendo covers. Tomo un tema de otro para transformarlo.
—En su último disco, Malosetti & La Colonia, hay una canción muy íntima que se llama “Mapa” y uno se pregunta por qué no compone más cosas como esta.
—No sé qué responder. Lo más esperable en un disco mío son los solos de bajo y la música instrumental, pero esta canción apareció sin pedir permiso y por eso tiene ese lugar en el cierre del disco. Es como un souvenir.
—Parece que le diera vergüenza cantar. ¿Por qué?
—Canto como puedo y no siento que sea lo mejor que hago. La verdad es que tomé clases de canto con veinte profesores y profesoras distintos y no me quedé con ninguno. Nunca entendí lo que es una clase de canto. Sé que le estoy faltando el respeto a un montón de gente pero no es para mí. Es como cuando toco el contrabajo. Lo hago con mucho amor pero no lo sé hacer bien. Y en Europa, por ejemplo, no conciben al jazz con bajo eléctrico.
—¿Cómo tiene que ser el jazz en 2023?
—El jazz es una música que ha tenido la astucia para adaptarse a todos los cambios. Desde On The Corner donde Miles ya no estaba escuchando a Charlie Parker sino a Hendrix y Sly Stone, en adelante…
—¿Hendrix podría hoy pensarse como jazz también?
—Absolutamente.
—Con el hip hop el jazz encontró un nuevo canal sobre todo en Estados Unidos…
—Y ahora lo está teniendo acá con el trap. Al principio todos nos reíamos de lo que hacían pero, en muy poco tiempo, se incorporaron a las bandas músicos de jazz que le dieron otro vuelo. Es un salto de calidad muy grande para esa música. Y el jazz lo consiguió de nuevo, otra vez se mimetizó. Bajó a Sudamérica y se metió en Piazzolla y la bossa nova o el jazz latino. En Europa se cruzó con la música contemporánea y es más de cámara… Es parte de su lógica que aparezca detrás del trap ahora.
—Cuando vino Thundercat a Buenos Aires fue llamativo que su público no fuera el del jazz sino uno mucho más joven. Y Thundercat sí es jazz. ¿O no?
—Sí, claro. Son los artistas que mantienen el jazz vivo. En ese sentido está a salvo el jazz. El que lo toca en un estilo purista queda reducido a un nicho que es lo que no me gusta.
—La idea del jazz como música de fondo de una cita cool, donde la gente está más pendiente de lo que va a comer y tomar que de la música que se toca. ¿Cómo le cae a usted eso?
—Ehh… Me cae mal... Lo veía a mi padre tocando en Notorious que era un lugar demasiado chico para que se sirviera comida mientras se tocaba música. Había un ruido a vajilla insoportable y mi viejo tocaba ahí porque lo trataban bien… Pero yo lo iba a ver y me recalentaba. Le hacían un licuado en el medio de un solo. Qué se yo… Él no se hacía ese problema. Pasó toda la vida. Bill Evans tocaba en un restaurant en Nueva York los mediodías. Y si lo hacía él…
—¿Tu primer recuerdo con la música?
—Mi viejo tocando la guitarra y Louis Armstrong. Y Los Beatles y Django Reinhardt sonando todo junto. Mi vieja cantaba muy bien también. Cantaba música brasileña. Los recuerdos siempre tienen música para mí. En las fiestas, en todas partes. Éramos un clan de músicos.
—Su padre Walter formaba parte de Swing 39, que era muy tradicional. ¿Hasta dónde llegó a actualizarse?
—Bueno, él también admiraba a Wes Montgomery y guitarristas de otra generación. Diría que lo del swing se le quedó pegado pero llegó a coquetear con el be bop. Y hasta ahí llegó. Yo le hice escuchar a Miles Davis, por ejemplo.
—¿Y de lo suyo que pensaba?
—Era fan de cualquier cosa que hiciera aunque a veces no lo terminara de entender. Me fue a ver varias veces con Spinetta. Le encantaba y de hecho tenía ganas de hacer versiones instrumentales aunque nunca se animó a tocarlas en vivo. Yo le pasé “Durazno Sangrando” y “Mi sueño de hoy”. Las tocaba en casa nomás… También íbamos a ver juntos a una banda que tenía Rada con Osvaldo Fattoruso y Beto Stragni que era increíble y nos partía en dos. Tocaban todos los miércoles en un lugar que se llamaba La Oreja. Para mí era como ver a Weather Report eso.
—¿Cómo salió el disco con Rada?
—Empezó por mi participación en el programa Música para soñar de Telefé. Todas las noches había un artista que cerraba la programación con una canción y mi trío le hacía de banda. Todos de traje. Podía caer cualquiera. Y un día vino Rada y cantó “Georgia on my mind” de Ray Charles. Su manager me propuso entonces hacer un dúo porque a él le costaba mucho movilizar su banda desde Montevideo. Solo venían para fiestas privadas y Rubén tenía ganas de hacer otras cosas. Y entonces se sumó a mi trío en percusión y voz. Tuvimos una reunión y me dijo “de mi repertorio usemos lo que quieras”. Puse un par de temas míos y elegí cosas suyas de Opa, de Tótem, de sus discos solistas. Hacíamos “Esa Tristeza”, “Dedos”, “Muy lejos te vas”, esas cosas (el disco se titula Varsovia, N. de R.). Rada tiene una inventiva increíble. En las pruebas de sonido hacía chistes que podían ser grandes canciones. Spinetta era igual. Como compositor en joda era buenísimo. ¡Hacía una imitación de Calamaro que era mejor que Andrés!
—Del repertorio de Spinetta eligió versionar “Credulidad”, una canción de Pescado Rabioso editada cuando usted ni siquiera soñaba en tocar con él.
—Se grabó un año antes de ser editada. Salió en 2012 al final. Pero no quise cantarlo yo sino que lo hace Hernán Segret. Ni siquiera toco el bajo ahí sino la guitarra.
—Es como si no hubiera querido estar ¿Por qué?
—Porque Hernán lo cantó con la misma edad que tenía Luis cuando lo grabó. A ni no me parecía que tenía que cantar esa letra a esta altura de mi vida y menos en ese tono. “Decilo vos”, le pedí. Son versos muy fuertes de un adolescente. No era para mi voz esa canción.
—Muchos músicos de jazz sobreviven como sesionistas o tocando en la banda de “Operación Triunfo”. ¿Usted tuvo que hacerlo alguna vez?
—He sido músico de sesión pero nunca en algo que no tenga un carajo que ver conmigo. Hasta lo que hice con Nathy Peluso me encanta. Pero no podría tocar en un crucero ni nada por el estilo. No forma parte del horizonte que me propuse la primera vez que enchufe el bajo a un amplificador. Sería como vivir anestesiado.
NOTA: Desde su primer disco de 1993 Javier Malosetti no ha parado de grabar. Recibió premios, y tuvo un reciente paso por Montevideo en el ciclo que Mateo Ottonello lleva adelante en Mingus (San Salvador y Jackson) llamado DoMingus Residencia. Fue en enero de 2023 a boliche lleno, tocando el bajo junto a Andoni Gajduk en guitarra, Nacho Labrada en teclados y Ottonello en la batería.