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Novela policial

Arturo Pérez Reverte en plan Sherlock Holmes, emulando a las viejas novelas de Arthur Conan Doyle

Cuyo universo ficcionado queda reducido a unos pocos personajes

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Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte
(Archivo El País)

por Ionatan Was
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Año 1960, pleno verano. Lugar, una isla remota frente al balneario de Corfú, Grecia donde lo único que hay es un hotel de veraneo, y lo demás es naturaleza pura. Son las coordenadas de Pérez-Reverte para trazar un panorama desolador, primero con una tormenta espantosa que impide cualquier salida o llegada, y enseguida con la muerte de una mujer en circunstancias extrañas. Entre los demás huéspedes, la dueña y los empleados, se forma una pequeña sociedad donde todos son sospechosos, aunque no hubiere indicios para culpar a nadie. Todo lo que sigue no es muy diferente a las viejas novelas de Arthur Conan Doyle: cortado el vínculo al exterior (por la tormenta), el universo novelesco queda reducido a unos pocos personajes, dentro de un espacio limitado. Hay un asesinato que nadie vio ni escuchó. Hay huellas en el lugar del crimen, que se deberán analizar con lupa, una y otra vez. Y en el camino irán apareciendo algunas claves del género: el modelo deductivo, la lógica pura, el rigor científico.

Y claro que hay un Sherlock Holmes en El problema final. Es el propio narrador, Haponang Basil, tal es su nombre; un actor avezado casi en retiro, pero que durante un largo tiempo supiera interpretar al famoso detective. Su fama igual sigue vigente, y por eso es que lo designan para buscar al asesino, o para confirmar un suicidio como parece ser; el hombre algo habrá leído, algo sabrá de qué va la mano.

Unas páginas antes, acertadamente, Pérez-Reverte se había inventado el cómplice de Basil-Holmes, un escritor de novelas policiales llamado Foxá, el Watson elemental que nunca puede faltar. Siempre con uno al mando y el otro de segundón —igual que en la ficción ya clásica—, hacen buena dupla para ir tras la presa, y de paso con distinguidos y agudos parlamentos hacer las delicias del lector; como una vuelta le dice Basil a Foxá: “Todo puede utilizarse para mentir, y usted me dio las claves. El duelo en una novela policíaca no es entre el asesino y el detective, sino entre el autor y el lector”.

Y mientras a una muerte le sigue otra y todavía una tercera, con ellas vienen los rastros de misterio y los mensajes encriptados. La solución al problema a veces parece al alcance, aunque también pasa al revés, y entonces la cosa se vuelve oscura, siniestra. Claro que Pérez-Reverte (o Basil) hace un poco como tantos otros: no lo cuenta todo. Y es en esos dédalos por los cuales el lector deberá meterse.

EL PROBLEMA FINAL, de Arturo Pérez-Reverte. Penguin Random House, 2023. Montevideo, 317 págs.

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