Publicidad

Ariana Harwicz: "Demonizan a Vargas Llosa y quedan en paz. Me dan miedo"

Compartir esta noticia
Ariana Harwicz

Narrativa de impacto político

Escribe contra una sensibilidad actual que ella denomina cínica: "Estamos rodeados de militancias cínicas, ideologías cínicas".

Este contenido es exclusivo para nuestros suscriptores.

Escuchar mensajes de whatsapp de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) trae el mismo vértigo que recorrer sus novelas ambientadas siempre en pequeños pueblos rurales de Francia, su geografía desde 2007. En mitad de un viaje la autora de la Trilogía de la Pasión (Mar Dulce) y Degenerado (Anagrama) ha elegido ese medio para responder el cuestionario dirigido a su obra narrativa tanto como a sus intervenciones públicas de alto octanaje político. Se expresa con una enjundia donde los razonamientos sólidos y valientes hacen equilibrio en la cornisa con la catarsis. Por ejemplo: “Muchos eligen enemigos fáciles, ¿no? Yo estoy en contra de Videla, de Franco, de Mussolini, de Mao Tse Tung y de los violadores de mujeres. Y sí. Pero esos hoy son enemigos fáciles y a los difíciles nadie los quiere enfrentar”. Las palabras corren como en un río correntoso donde se confunde la voz de quien enuncia y la de aquellos que señala. Algo que sucede con las protagonistas desquiciantes de Matate, amor, Precoz y La débil mental o el acusado de Degenerado, una novela que sí merece el gastado rótulo de incómoda. Harwicz, sus novelas, sus tweets, operan contra una sensibilidad ambiente que ella caracteriza como “cínica” y que ha convertido la idea de corrección política en un manual de uso dogmático. La fuerza bruta de sus textos es fruto de una experimentación con el lenguaje que la deposita en la antesala de los lazos filiales, la razón salvaje de una intelectual en crisis con su tiempo.

—Usted está mucho en twitter. Muchos de sus señalamientos como el de la reflexión de Sartre sobre la ocupación alemana se entremezclan con algunas de las reflexiones sobre la vida contemporánea en el monólogo de Degenerado. ¿Dónde empieza y termina para usted un libro? ¿Sus intervenciones en el cyberdebate son como notas al pie de esos libros, expandidas?
—El libro es el libro, ¿no? La obra es esa. Pero después, como pasa con cualquier intervención de un artista ya sea un pintor o un pianista clásico, un director de cine o un escritor, es imposible que sus intervenciones públicas (y por ende, políticas), sean en una feria del libro o en twitter, no dialoguen con su obra. Esas declaraciones, esos tuits, pueden exacerbar lo que dicen sus personajes, sus narradores. Muchas de las cosas que pienso están puestas en la boca del abogado del diablo en Degenerado, por ejemplo. Pero no se si llamaría a estas intervenciones notas al pie sino más bien interlocutoras de la obra...

—Citas a Sartre diciendo: “Nunca hemos sido tan libres como bajo la ocupación alemana”, y agregas, “bajo la Ocupación o bajo dictaduras comunistas los individuos mantenían su libertad interior, el enemigo estaba afuera. Ahora está dentro”. ¿Cómo se caracteriza a ese enemigo y cómo cree que fue cobrando forma?
—Esa cita esta tomada de declaraciones que Sartre hizo en setiembre de 1944, casi al final de la guerra, y que causaron mucho escándalo en la Francia de entonces. Como siempre, los profesionales de la indignación ya estaban y hacían lo mismo que ahora: hablar mucho para no decir nada. Una suerte de indignación mecanizada, conveniente. Los que no quisieron entender entonces gritaron escándalo y son los mismos que lo hacen hoy. Tratan sobre todo de no pensar. Es algo muy deprimente. A partir de ese tweet me contestó gente que dice estudiar filosofía y que se niega a pensar paradojalmente. Pero negar la paradoja es suprimir el pensamiento, directamente. Sartre, que sí tenía noción de libertad, les decía a los franceses que nunca habían sido tan libres como durante la ocupación alemana. Es una paradoja que atraviesa todo el siglo XX. Un premio Nobel como Imre Kertész, sobreviviente de Buchenwald y Auschwitz, de la dictadura estalinista y de los nazis, decía que se había quedado en la Hungría comunista y totalitaria porque paradojalmente ahí era más libre para escribir. Sartre quería señalar que bajo coerción, bajo amenaza, la libertad interior es una fortaleza. En Sudamérica, en dictadura, muchos profesores siguieron ejerciendo convencidos de su libertad interior. Y se atrevieron a ir más allá que esta gente que hoy no puede entender una frase de Sartre cuando ya, al menos en Occidente, nadie te va a secuestrar ni matar por pensar distinto.

Escritura como estado de guerra

—En la introducción a la Trilogía de la pasión cita a Clarice Lispector diciendo “busco una palabra que reemplace una palabra”. Suena a un manifiesto. ¿Sus libros están dando batalla por eso? ¿Frente a qué tipo de literatura cree que se plantan o, mejor dicho, contra qué está escribiendo?
—Sí, eso lo escribí en la introducción de la edición argentina de la Trilogía.... Lispector decía “Hay que escribir lo que la palabra no es”. Es la definición perfecta para lo que quiero hacer. Pero no escribo contra algo en particular porque tendría que tener un estilo de manifiesto político y no se trata de eso. En la escritura hay siempre un estado de guerra, de batalla, de disputa pero no es tan consciente. Los cañones y fusiles no están apuntados hacia un solo lugar. Si escribiera contra algo la escritura se resentiría. Para responder la pregunta diría que mi cruzada es contra el cinismo. Estamos rodeados de literatura cínica porque hay militancias cínicas, ideologías cínicas, la doxa es cínica. Contra eso sí escribo.

—En los largos monólogos interiores de sus personajes queda claro que hay un ajuste de cuentas contra la moral ambiente, lo que en twitter se llama “ideología del bien”. ¿Cómo se hace para correrse de la corrección política sin terminar brindando con intelectuales conservadores como Vargas Llosa o la derecha evangélica?
—Esa pregunta parte de un error. Se quiere hacer creer que los que luchan contra la corrección política son todos neonazis disfrazados de cuero y látex y cadáveres en el sótano; todos racistas, xenófobos, anti-aborto, un nido de víboras pro Videla y Pinochet. Y del otro lado está el progresismo humanista a favor de los derechos humanos. Todo eso es una mentira. Todo pensamiento polarizado es falso, tanto en Estados Unidos como en Argentina. Preguntar eso es no pensar. Ahora se usa demonizar a Vargas Llosa y todos los que están en su contra se quedan tranquilos porque creen estar del lado del bien. A mí esa gente me asusta muchísimo. Todos aquellos que militan por las que se creen buenas causas ni te imaginas lo que traen detrás. La violencia y los crímenes que hay por detrás de esas fachadas. Pero bueno, vivimos en una época en que por dar un paso en falso uno puede ser cancelado (lo que antes era ser “boleta”). Por otra parte, ¿quién dijo que la corrección política representa el humanismo? ¿A vos te parece muy humanista que profesores se hayan tenido que suicidar por las presiones? ¿O que tengan miedo de enseñar la Historia tal como es porque caminan sobre un campo minado donde tienen que medir cada palabra que dicen para que no les hagan un juicio? Como le pasó a Diderot o Flaubert o a Rousseau. Volvemos al siglo XVII o al XIX. En Francia los intelectuales pueden ir presos por esas cosas. Eso no es humanismo, es acumulación de poder.

—Tanto la Trilogía... como Degenerado se caracterizan por ese fondo rural francés que es también desde donde escribe. ¿Qué atractivo tuvo para usted ese mundo como para constituirlo en escenario de su narrativa?
—Bueno, al fin una pregunta un poco más amable… Menos difícil de responder y menos peligrosa, ¿no? Entiendo que nadie quiera hablar y adivina por qué. Es fácil. Nadie tiene ganas de que lo dejen de llamar para ser jurado de concursos o que gente que tiene poder te deje de hablar. Mejor no decir nada, ¿no? Pero, bueno, volvamos al tema del paisaje rural francés. Es cierto. Pero no tengo explicación de cómo y porqué pasó. Es una especie de misterio, sobre todo para mí misma. ¿Por qué ese paisaje, por qué esa configuración dio para mí tantas novelas? ¿Por qué me lleva a la escritura? ¿Por qué ese paisaje y ningún otro? La verdad es que no lo sé. Siento que cada escritor tiene que encontrar su paisaje, ¿no? Y ese paisaje puede ser la nada o un no-lugar, un aeropuerto, un bar de whisky. No importa. Cada escritor tiene que encontrar su paisaje y yo lo encontré ahí.

—Hace poco denunciaba que una editora no la consideraba latinoamericana porque sus novelas evadían tópicos como el narcotráfico o los femicidios, entre otras cuestiones. ¿Es ignorancia o racismo eso? ¿O será también responsabilidad de los autores que escriben para ese editor que piensa solo en el mercado?
—Ese tweet puede ser aplicado a cualquier otra persona, no habría que particularizarlo. El estereotipo de lo que tiene que ser un escritor latinoamericano, a lo que tiene que obedecer y responder, es dialéctico y recíproco. El mercado lo pide, el mercado se regocija, al mercado le encanta, tanto sea en el cine como en la literatura. Digo cine y literatura porque sucede mucho más que en las artes plásticas o el teatro. Cuanto más le des al mercado lo que te pide, más se le hincha la panza de felicidad, es obvio. Pero yo cargo mayor responsabilidad en el autor. Porque es obvio que te van a reprimir porque el mercado es utilitarista desde que existe el comercio. Pero la ética de un escritor, pensando en quienes admiro más, tiene que emanciparlo de estas cuestiones. Eso no quiere decir no publicar con Anagrama, Random House o las chicas. No quiere decir no ir a la Feria de Guadalajara o a un festival. Todo eso se puede y debe hacer, pero marcando la cancha de la emancipación sin responder al deseo del mercado. Sino, hacés del buen mexicano, el buen uruguayo, la buena feminista. Responder a lo que se pide no es escribir. La responsabilidad es del que se comporta como un latinoamericano domesticado. La rebeldía tiene que venir de nosotros.

—¿Y usted cómo se percibe? ¿Como latinoamericana, argentina o francesa?
—Obvio que francesa no. Pero no tengo que llevar la escarapela puesta para que se sepa que soy argentina, ni tengo que abrir una bandera en un festival para comercializar con eso, ¿no? Lo soy y punto. Está en la violencia de mi lengua, está en mi historia, está, existe. Es. El tema es qué se construye y deconstruye de esas identidades en una obra. Eso es mucho más interesante.

—-Al personaje de Degenerado le hace decir frente al tribunal que “el linchamiento de esta época es penoso”. ¿Se está refiriendo al uso de las redes sociales?
—Cada época tiene sus propios linchamientos simbólicos o reales. Y ahora pasa esto que hablábamos antes. Nadie quiere decir nada, no sea cosa que te cancelen, ¿no? Volvemos también a Sartre. Lo que pasa ahora es que la censura ya es interna y ese es el mayor logro de cualquier dictadura. Conseguir que la censura se vuelva autocensura. Ya está.

—Tuvo problemas en Estados Unidos con la traducción de La débil mental, y los hizo públicos. ¿Le pasó algo similar con otras traducciones? ¿Por ejemplo Degenerado, que nos expone a una justificación (del personaje) de la pedofilia?
—Las traducciones siempre son un problema. Porque la traducción siempre arma otra obra o es una obra en sí misma. Entonces también juegan la ideología de cada país y de las editoriales. En ese sentido se puede cambiar radicalmente una obra. Pero no tuve mayores problemas fuera de eso. Quisiera corregirte algo. El personaje de Degenerado no hace apología de la pedofilia aunque podría, porque es ficción. Y no lo hace porque no es una novela realista. La matriz de la lengua compone algo que no tiene nada que ver con la mímesis de la realidad o la pantomima. Está claro desde el comienzo con imágenes barrocas que no se corresponden con ningún espejo real. Por lo demás, si yo digo “pedofilia” en un libro ya es otra cosa. Escribir desplaza todo. Por eso no se puede interpretar mi escritura desde la realidad; el que cae en eso está haciendo un chantaje. Aún así, tampoco es apologético porque no termina de quedar claro qué es lo que hizo.

—-Hay momentos a lo largo del monólogo de Degenerado en los que resuenan las Memorias del Subsuelo de Dostoievski. ¿Por qué decidió entremezclar la Unión Soviética de Stalin en este racconto?
—Todo ese montaje teatral que hace el personaje en su defensa tiene arraigo en esa literatura de purgas y condenas. Algo que también es un poco kafkiano o de Thomas Berger, que va muy a tono con esta época. Lo de Stalin es como una obsesión. Creo que goza de muy buena salud porque no se habla de él como se habla de Hitler (aunque, por supuesto, hay neonazis que lo reivindican). Hablo de los buenos, de los que creen formar parte del buen pensamiento, que no han sido tan enfáticos en su condena. Entre los buenos todavía tenemos estalinistas. Me parece aberrante, el máximo exponente de la depravación humana.

x

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad