por Gera Ferreira
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Henry Trujillo (Mercedes, 1965) es licenciado en Sociología, pero ante todo, o mejor después de todo, es escritor. El antes está signado por varias novelas, y en 2007 la última, Tres buitres. Y fue la última en serio. Desde ahí empezó el después.
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—Te quería preguntar por el mítico prólogo de Washington Benavides a Torquator.
—Sí, el “Bocha” fue muy bueno conmigo, porque antes de publicar ese libro yo tenía unos cuentitos y no sabía qué hacer con ellos. Yo lo escuchaba en Radio Nacional y un día se los llevé y le gustaron.
—Luego integró el jurado que premió la novela.
—Sí, es cierto. Antes yo había ganado un concurso organizado por Brecha y Cinemateca, sobre ensayo cinematográfico.
—Así que tu primer texto oficial premiado no fue literario.
—A mí me gustaba mucho el cine.
—¿Sobre qué era?
—Almodóvar y otros tres directores en boga. Hice algo sobre la posmodernidad.
—Dos de tus novelas se adaptaron a cine y serie televisiva (Torquator y El vigilante). ¿Te llegaron ofertas para Ojos de caballo? Es muy cinematográfica.
—Una vez me ofrecieron un trabajo de colaborar con guiones, en guionado, y es tremendo, no es nada fácil. Además Ojos de caballo transcurre en el interior y saldría muy caro. Salvo que seas Lars von Trier y la hagas en un galpón o en un estudio.
—Igual que Tres buitres.
—Claro, ahí tenés que hacer una road movie, como se dice. Es carísimo.
—Volviendo al prólogo de el “Bocha”. Te calificó como “el más auténtico novelista hard uruguayo”.
—Yo leí eso y quedé redondo, no entraba por la puerta.
—¿Qué fue de aquel novelista hard?
—Bueno, tenía 28 años. Creo que Torquator… está mal escrita, porque en manos de un buen escritor hubiese sido una buena novela. La idea está muy buena, y de alguna forma captó un espíritu que estaba en los escritores de entonces, con relación a la novela negra, una cosa más sórdida, porque también se estaba saliendo de la influencia de Onetti, que tenía mucho peso. Como no nos salía escribir como él, salían esas cosas que rompían un poco.
—¿Cuánto te llevó resolver esa buena idea?
—No me llevó mucho. En esa época trabajaba en una fábrica y hacía una tarea rutinaria y podía pensar para luego llegar a casa y escribir. Creo que habrá sido un año. La aparición del concurso de Banda Oriental sirvió de incentivo para cerrar. Creo que lo más interesante que tiene ese cuento largo o novelita es que al final termina siendo una historia dentro de otra. Ese hallazgo, que se me ocurrió tres días antes, resolvió muchas cosas y me permitió jugar.
—Para ser una novela iniciática superaste el nivel de principiante.
—Y no pude escribir otra cosa, si te fijás, nunca supe salir de eso.
—¿No te parece que ha cambiado el tipo de lector?
—No sé exactamente en qué pero seguramente. Fijate vos que ahora se está editando mucho más, y sin embargo todo el mundo se queja de que cada vez se lee menos. No se entiende. Creo que los lectores de antes eran más exigentes. Nadie le hacía asco a leerse una novela de mil quinientas páginas. Ahora piden cosas más llanas.
—Y más breves.
—Uno igual siempre está jugando con eso, con no ser demasiado obvio también. Si podés escribir para un público grandísimo, genial, es como vender zapatos. A mi me interesa escribir cosas que sean interesantes. Igual la literatura que es muy autorreferencial tampoco me llama mucho la atención.
—Al repasar tu obra, percibí que las primeras veinte o treinta páginas de El vigilante son, con seguridad, de lo mejor.
—Atrapa enseguida por el misterio. Se podría haber potenciado con el juego entre los personajes. Tenía más potencial y no quedó bien. Creo que le faltó desarrollo. De hecho era más corta.
—Parece que pensás siempre en términos de cuento, pero te salen novelas.
—Sí, sí. Las novelas breves me sientan cómodas porque tienen la estructura de un cuento pero a la vez permiten algo ese desarrollo.
Vicios del oficio.
—Torquator no solo es tu primera novela sino que inaugura rasgos de tu obra, por ejemplo, que hayas elegido a una mujer protagonista resulta interesante, pensando en la narrativa de entonces. ¿Qué te decidió?
—Quería hacer un personaje muy vulnerable y para ser vulnerable tenía que ser una mujer.
—Partiste de un prejuicio.
—Posiblemente, pero en los años 90, un personaje vulnerable era el de una mujer o el de una persona pobre o adolescente. No funcionaba con un hombre.
—Después funcionó con Daniel (Ojos de caballo), que es un varón joven y precarizado.
—Sí. Igual ese personaje nunca me convenció mucho. Está mejor construido el del padrastro.
—Horacio. Quedó con más fuerza.
—Mejor construido. El otro quedó muy ambiguo.
—La peripecia de Horacio se lamenta.
—Era la idea. En esa novela quise hacer una especie de copia de Edipo Rey en clave realista.
—Lo de la protagonista femenina lo decía porque sin pericia se puede caer en un sinnúmero de fallas. En La persecución también lo hiciste.
—Sí, en ese caso primero iba a ser un hombre y luego no me convenció y lo hice mujer.
—La novela comienza en Vergara.
—Sí, porque era el camino hacia la frontera con Brasil, y en mi imaginario (porque soy de Mercedes) Brasil era la utopía de un lugar maravilloso, donde siempre había calor y además las playas, la joda, el carnaval.
—Todo lo contrario a Uruguay.
—Sí, donde todo es gris y aplanado.
—La frontera móvil en tus personajes parece una obsesión.
—Y la verdad es que yo nunca salí de acá, salvo algún viajecito.
—El móvil de Javier, en Tres buitres, es juntar plata para ir a probar suerte a España, lo cual hace pensar en una época de fuga de cerebros.
—Sí, es la crisis del 2002, exacto. En esa época me había quedado sin trabajo. No recuerdo si pensé en irme pero sí que me tuve que dedicar a la sociología. Tenía el título pero nunca pensé que iba a vivir de eso.
—Al escritor se lo llevó el sociólogo.
—Claro. Si no, no comía. Además en algún momento dado me aburrió empezar a repetirme.
—Resulta curioso que a partir de la reedición de un libro de 2004 (Ojos de caballo), y no de un trabajo nuevo, vuelvas a tener la atención de los medios. No es frecuente.
—La verdad que sí. Supongo que si ocurrió la edición puede haber gente interesada en leerme. Me siento honrado porque se arriesgaron a publicarlo de nuevo. A mí me gustaría volver a escribir cosas nuevas. Igual me asombraría que se vendiera mucho.
—Te genera cierta presión el regreso, una vuelta a la escritura.
—No. Por volver a publicar, no. Sí por el lado de decepcionar… pero tampoco me parece que alguien se pierda de mucho. Lo que sí estoy pensando es volver pero con pseudónimo, por una cuestión profesional. Cuando uno trabaja en Ciencias Sociales, el hecho de escribir hace que la gente se confunda.
—¿En serio?
—Para separar la ficción de tu actividad personal o profesional. En mi caso, como no hice eso a tiempo, ahora me complica un poco.
Pasado en futuro.
—Año 96: ¿Te convencieron de publicar El vigilante, como dice en el prólogo?
—No tanto. Yo había presentado a Banda Oriental tres cuentos, dos de los cuales no eran buenos y el otro (la novela) precisaba alargarlo un poco. A mí no me precisan convencer.
—Alcides Abella retoma las palabras del “Bocha” y reanuda la apuesta al postular tu literatura como “una de las propuestas más sólidas y originales de la nueva narrativa nacional”.
—Esas palabras me hacían sentir muy bien, y en esa época me ayudaron mucho, porque no estaba en buenas condiciones, ni anímicas ni económicas ni personales. Me permitió salir adelante. Mis libros serán una porquería pero a mí me rescataron.
—¿Nunca fuiste a un taller literario?
—No. A mí nunca me gustó escribir, me obligaba. Me gusta mucho pensar la escritura.
—Tenías buena mano.
—Practicaba de chico, y no me apuré para publicar. Veía una cosa que me gustaba y trataba de escribir igual. Y ahí más o menos veía cómo salía.
—Has dicho que escribir un buen cuento es mucho más difícil que escribir una buena novela.
—Sí.
—¿Aplica para La persecución?
—La persecución es un experimento fallido, porque quería escribir algo que nadie había podido hacer: un cuento donde el personaje principal no existiera en la trama de la ficción. No me salió y entonces quedó eso. Lo más parecido son Los papeles de Aspern (1888) de Henry James.
—Pensé que la relación entre Rossana y Villanueva iba a terminar en un turbulento romance…
—Ahí es dónde me parece que le faltó desarrollo, porque era una de las posibilidades. Te das cuenta de todo cuando terminaste. Por eso nunca hay que leer de vuelta lo que uno escribe.
—Sos un enterrador de tus propias obras, como Villanueva.
—Lo que pasas es que sino quedás prendido para siempre. Tratar de recrear esa obra en una pieza de teatro, en este caso, es algo que podría intentar. La obra es lo que está contenido entre las tapas, y el resto se acabó.
—Ojos de caballo trata sobre un hombre que intenta escapar de su destino y termina encontrándose a sí mismo.
—Es bien el esquema de la tragedia. Algún día quisiera escribir un texto con los mecanismos trágicos de Shakespeare.
—En Tres buitres te sacaste las ganas de poner en boca del personaje de Paula varias referencias de Shakespeare. ¿Cómo pensaste sus parlamentos?
—Tiene una explicación. Empecé a escribir la historia como si fuera un personaje hombre.
—¿Otra vez?
—Es mi recurso favorito.
—Jaja.
—Pensé en Hamlet y aproveché una manera de homenajearlo a través de ese personaje. El problema con estas novelas policiales es que plantean un problema fácil que es difícil resolver bien.
—En diversas entrevistas has dicho que te gustaría escribir una novela fantástica, un ensayo sobre arte o una obra de teatro…
—Aprender a pintar y a jugar al ajedrez también. Precisaría tres vidas. Ahora retomé el contacto y estoy empezando a ir a presentaciones. El mundo está cambiando tanto que todo el mundo está preocupado por lo que va a pasar.
—Posthumanismo a full.
—Sí, es que estamos viviendo en una distopía. Yo soy de un momento en el que uno no pensaba que iba a desaparecer. Había terminado la Guerra fría, era la época del fin de las ideologías, la derrota de la izquierda, el plebiscito del 88, y entonces la idea era es lo que hay. Hoy el tema del fin del mundo no es una fantasía loca. Está ahí.
Los libros
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Henry Trujillo ha publicado Torquator (1993), El vigilante (1996), Gato que aparece en la noche (1998) y La persecución (1999). Luego apareció Ojos de caballo (2004), que se acaba de reeditar, y en 2007 la última, Tres buitres.