Eduardo Stilman
EN TODAS PARTES y en todo tiempo se payó. La historia de la payada remite, como las palabras cruzadas, a las lenguas de oc y de oil, a los nombres de las Musas, a Homero, y aun a las costumbres de los esquimales, que dirimían contiendas familiares o amorosas por medio de "combates de canto", y aceptaban el fallo de sus auditorios. En la Odisea, las nueve Musas se entregan al canto alterno, anticipando el "floreo", estilo de improvisación creado por uruguayos, en el que los payadores participantes son varios.
El payador urbano rioplatense, cuyo ciclo puede darse por terminado en 1916 con la muerte de Gabino Ezeiza, dejó escaso testimonio escrito de sus proezas. Fuera de lo preservado y transmitido por la memoria, por la transcripción de algunos testigos, o por la estenografía, lo sustancial de esas batallas se ha desvanecido. Pero fueron admiradas "en vivo" por nuestros antepasados y hasta por artistas exigentes, creando una atracción que sigue operando misteriosamente, a pesar de su inaccesibilidad.
AUTÉNTICOS Y HONORIS CAUSA. El antiguo payador nómade y analfabeto recorría poblados, almacenes y pulperías para ganarse unas cañas, una comida, una noche bajo techo o unos aperos. Acompañó a los ejércitos libertadores y a otros que no lo eran, como las bandas rosistas, animando a sus camaradas, escarneciendo al enemigo y haciendo de periodistas aédicos, que difundían noticias de victorias y derrotas.
Caso distinto es el de los payadores "honoris causa", hombres de la ciudad que fundaron la literatura gauchesca, a quienes algunos tratados dan el título de payadores, aunque de hecho no lo fueron. No eran repentistas habituales, sino poetas educados, que componían sus versos sobre papel. Sus manuscritos se conservan celosamente en archivos y museos, porque hasta sus tachaduras valen oro.
El más emparentado con los payadores tradicionales, por su estilo, por la índole de su inspiración y porque cantó algunos de sus versos es el montevideano Bartolomé Hidalgo (1788-1822), cuyos cielitos libertarios se guitarrearon y corrieron como regueros de pólvora a ambos lados del Plata. Es considerado el fundador de la poesía gauchesca, y cada 24 de agosto, aniversario de su nacimiento, Uruguay celebra el Día del Payador. Los otros son Hilario Ascasubi (1807-1875) que adoptó el lenguaje gauchesco durante su exilio en Montevideo, para llegar mejor al gauchaje (él prefirió la media caña al cielito) y José Hernández (1834-1886), que creó en un hotel de Buenos Aires una "payada" de gesta que incluye en su interior otra payada (la de Martín Fierro y el Moreno).
FANTÁSTICO SANTOS VEGA. Santos Vega es una figura espléndida, pero escurridiza: algunos dicen que existió, otros que no. Ni un verso suyo ha quedado, pero muchísimos versos ajenos le cantan o lo invocan. Bartolomé Mitre documentó los ecos de su realidad y la presencia de su recuerdo en los predios aledaños al Rincón de López, en cuyos fogones y pulperías se mentaba la muerte del cantor, ocurrida en una estancia del Tuyú, promediando la guerra con el Brasil.
Rafael Obligado plasmó la leyenda en un poema muy hermoso, que cuenta la derrota del payador ante un joven desafiante, apodado Juan Sin Ropa, o Juan Poca Ropa, que en las últimas estrofas se revela como el Diablo. Dos payadores pueden haber sido autores de la diablura: Celestino Dorrego (a) Juan Sin Ropa, probable autor del minué federal, y Juan Gualberto Godoy (a) Juan Poca Ropa, que abrió una pulpería en Dolores en 1827. Se presume que Félix Vega, eximio y casi invencible contrapuntista nacido en el Tuyú, que llegó a medirse con Gabino Ezeiza, fue descendiente directo de Santos.
AÑOS DE ORO. A partir de 1880 gran número de payadores se convirtieron en urbanos y profesionales, para vivir su época de oro. Se instalaron en Montevideo, Buenos Aires y los centros poblados más importantes, y se lucieron en escenarios "respetables": circos, clubes, teatros, llegando a actuar como números vivos y "finales de fiesta" en teatros, y más tarde en cines. El nuevo público y los nuevos escenarios planteaban nuevas exigencias. Ya no podían ser analfabetos, ni ignorantes, porque debían ilustrar y debatir en verso muchos y diversos temas. Al ingenio y velocidad mental había que sumar mucha información. Devoraron diarios, libros escolares, hasta las páginas de la Enciclopedia Universal de Espasa o el Diccionario Enciclopédico Hispanoamericano (también, seguramente, las del Tesoro de la Juventud, que compiló en los primeros años del siglo Estanislao Zeballos).
Algunos de esos payadores lograron una cultura general mayor que la de ciertos universitarios de hoy. Cuando Antonio Anselmi preguntó a Juan Antonio Bordieu quién descubrió a Neptuno, el acosado respondió: "Hay personas que en la tierra / viven como en sobresalto, / y asimismo, con lo alto / se aventuran a soñar... / A usted eso le ha ocurrido, / que con intención secreta, / se ha remontado a un planeta, / pero pronto ha de bajar. / El que descubrió a Neptuno, / recuerdo en este momento, / que fue un francés de talento, / don Urbano Le Verrier."
La ingesta desordenada de cultura produjo severas indigestiones, y preguntas y respuestas estrafalarias. A Julio Cortázar le hacía mucha gracia que un vals se llamara "Tu diagnóstico".
A falta de radio, fútbol, cine y televisión, los payadores ciudadanos entusiasmaron a grandes concurrencias: tenían sus partidarios y seguidores, que solían apostar fuertes sumas a favor de uno o de otro. Fueron admirados por personalidades como Bartolomé Mitre, Julio Argentino Roca, Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones, Rubén Darío, Guido y Spano. No era un milagro que José Ingenieros ingresara al Café de Los Inmortales, tomado del brazo del payador Federico Curlando, o que Mario Bravo, poeta y parlamentario, asistiera a un contrapunto en el café La Pelada. Rubén Darío dedicó al uruguayo Arturo de Nava estos versos: "Del Asia traje un diamante / para ponerlo en el cuello / del ser que he visto más bello / en mi vida claudicante. / Me brindó el sol deslumbrante / su más brillante color / y el iris me dio el mejor / ramillete de sus haces / y el Sol me dijo ¿Qué haces? / - Se lo doy al payador."
A partir de un estilo instalado por Gabino Ezeiza, los astros de esta versificadora farándula vestían saco de confección y botines de elástico, y ostentaban moños voladores o corbata. Ni para presentarse en el interior se disfrazaban de gauchos. Legaban el posible ridículo a los cantores de tango que viajarían a París y a los folcloristas de épocas posteriores.
CUESTIóN DE BOCA. Las formalidades de una payada importante llegaron a regularse en documentos firmados por los cantores y sus representantes. Las partes podían ponerse de acuerdo acerca de los temas, lo que les permitía cierta preparación, y les evitaba papelones. Cuando el tema era exigido por el público, la cosa podía ponerse brava. En cierta ocasión, un gracioso puso a prueba a Gabino Ezeiza haciéndole llegar una tarjeta con la palabra "metempsicosis". El cantor no la ignoró: tras dar curso a otros pedidos, cantó: "Al que me mete en psicosis, / le diré, en estilo vario, / por qué al mandar la pregunta / no me mandó el diccionario."
Pero cuando el caricaturista José María Cao quiso sorprenderlo pidiéndole que improvisara sobre logaritmos, el moreno, tras unos cuantos rasgueos, entonó: "Señores, voy a explicar / la ciencia del logaritmo / si acierto a cantar al ritmo / de mi modesto payar. / Pongamos para empezar, / dos progresiones enfrente / por diferencia y cociente / correspondiendo entre sí / y ¡ahijuna! saldrá de aquí / un sistema sorprendente."
Desde que la campana anunciaba el comienzo de la payada hasta que el jurado proclamaba al vencedor (a falta de jurado decidía el público por consenso, cuando no era el payador vencido quien reconocía su derrota entregando su guitarra al vencedor) se producía normalmente una presentación, el saludo a los auditores, la payada misma, y una despedida a cargo del vencedor. El pedido de atención, típico del antiguo payador gaucho ("Atención pido al silencio / y silencio a la atención", canta Martín Fierro) era generalmente omitido por el agrandado payador urbano, que la daba por descontada. Pero la desatención podía ser ferozmente castigada. Durante una improvisación solicitada, el célebre Higinio Cazón castigó a unos espectadores bulliciosos: "¡Pidieron que Cazón cante / y don Higinio cantó / y a los que no se callaron / la puta que los parió!."
Las celebridades se desafiaban mediante procedimientos mundanos: envío de tarjetas, avisos o cartas en los diarios, telegramas y representantes. Pero nunca desaparecieron los desafíos personales, guarangos y agresivos. Alejandro "El manquito" Baigorria, payador ciego de nacimiento, a quien un tío ebrio había cercenado varios dedos de un hachazo, escuchó en 1890, en un café de Dolores, esta provocación de Mamerto Díaz: "Aquí me pongo a cantar / y si canto es porque puedo, / apróntese don Baigorria, / yo tengo los cinco dedos." Baigorria retrucó, rasgando someramente la guitarra: "Tiene usté todos los dedos, / muy bien la guitarra toca, / pero el canto no es cuestión / de dedos, sino de boca."
LOS MUCHACHOS DE ENTONCES. Algunos lograron conferir cierta sobrevida a la payada mientras nuevos medios de comunicación y formas de entretenimientos los acorralaban y alejaban de los centros de atención importantes. Entre los payadores contemporáneos y supérstites de Gabino Ezeiza pueden citarse a Nemesio Trejo, Ramón Vieytes, Pablo Vázquez, Federico Curlando, Arturo Mathon, Maximiliano Santillán, Higinio D. Cazón, José María Silva, Antonio Caggiano, Ambrosio Río, Luis García, Cayetano Daglio (Pachequito), Francisco Bianco (Pancho Cueva), Mac Carthy (El Inglesito de la Boca), Máximo Herrera, Manuel Cientofante, Arturo Santos, Luis Morel García, Generoso D`Amato, los hermanos Madariaga, César Hidalgo.
Ángel Villoldo y Alfredo Gobbi (padre) rozaron el género improvisando motivos acupletados o payando en solfa. Julio Díaz Usandivaras, como Antonino Lamberti y Nemesio Trejo, fueron hombres de letras o de teatro que incursionaron en la payada con éxito. Luis Acosta García, Evaristo Barrios, Martín Castro, y Juan Carlos Fulginiti, pertenecen a la corriente anarquista, que produjo también cantidad de letras de tango y publicó mucho.
Uno de estos libertarios, el payador Manlio, creó en la década del 20, para Simón Radowitzky, asesino del represor Ramón Falcón, unos versos cuyas rimas exigen curiosas pronunciaciones: "Simón, la fe no desmaya / y el pueblo, sí, que resiste / te ha de sacar, Radowitzky, / de las mazmorras de Ushuaia." Arturo de Nava, el notable payador uruguayo, cubrió todos los aspectos del arte popular de su época. Hijo de Juan de Nava, payó en varias ocasiones con Gabino Ezeiza, que lo apreciaba mucho. Compuso "La canción del carretero", fue un excelente cantor y el primer best seller de la fonografía rioplatense, y también se lució como bailarín de tango. Murió en 1932. Pero entre esta pléyade de cantores, el que estuvo más cerca de alcanzar la fama de Gabino, aunque no por su genio, es José Bettinoti.
Bettinoti nació en Buenos Aires en 1878. A los dieciocho años alternaba su trabajo en una hojalatería, con el de cantor de serenatas y animador de fiestas. Casado en 1897, fue padre de un niño que sólo vivió siete meses. Desde 1899 hasta 1901 Luis García intentó comunicarle los secretos de los payadores. Luego, tras un encuentro con Gabino Ezeiza, Bettinoti se convirtió en su seguidor. Pero no era especialmente ducho para el canto de contrapunto.
Prefería cantar solo, generalmente milongas, estilos, cifras y valses sentimentales de un repertorio memorizado. Escribió los exitosos versos de "Pobre mi madre querida" (que adosó a la música de una tonada cuyana en boga), "Como quiere la madre a sus hijos", "Tu diagnóstico", que ganaron fama. A Almafuerte le gustaba escucharlo. Como otros payadores de su época Bettinoti cantó en comités radicales y socialistas, pero en 1903 no le molestó hacerlo en Campo de Mayo, ante Joaquín V. González y la plana mayor del ejército. Homero Manzi, Hugo del Carril y "gran elenco" se asociaron para filmar en 1948 Pobre mi madre querida y en 1950 El último payador, sendos e inexactos melodramas que acuñaron un patético Bettinoti en el imaginario popular.
EL REY DE LOS PAYADORES. El moreno Gabino Ezeiza nació en 1858 en San Telmo; aprendió a leer y escribir en una escuela del barrio, y entre 1876 y 1878 publicó algunos poemas y artículos en La Juventud, periódico de la comunidad afroargentina. Hizo sus primeras armas de payador guiado por otro moreno, Pancho Luna, quien le regaló una guitarra. Desde los catorce años, vivió mal o bien de la payada. Fue militante del ideario de Leandro Alem, primero, y del de Hipólito Irigoyen, después. En 1880, cuando el levantamiento de Tejedor, combatió y animó con su voz a los combatientes.
A sus reflejos de repentista invencible, Gabino sumó otros méritos y hazañas: ubicó al payador en un lugar privilegiado en la cultura rioplatense, ganándole la categoría de artista y conquistando nuevos espacios culturales y nuevos públicos. Era sagaz, ingenioso, cortés, comedido e inspiraba un respeto que se imponía a todo el mundo, incluso a sus rivales. Persiguió la excelencia profesional (no era fácil sorprenderlo en los temas de historia, matemática, astronomía y religión), fue el primero en payar en son de milonga, e impuso modales y un modo de vestir, acordes con su propia naturaleza y los nuevos públicos ganados por la payada. Cobraba honorarios acordados, no por medio de rifas o participación en las apuestas. Contratado por el circo Podestá Scotti en 1888, fue asimismo el pionero de la actuación de los repentistas en los circos, con categoría de atracción, no de relleno.
Aunque ya había vencido a numerosos payadores (incluso por primera vez a Nemesio Trejo) su payada consagratoria fue la realizada el 23 de julio 1884 en Montevideo, donde venció a Juan de Nava e improvisó el "Saludo a Paysandú", sobre cuyo origen se han tejido cien inverosímiles leyendas. Fue tan importante su éxito, que el día siguiente, el Presidente de la República, don Máximo Santos, lo agasajó en el cuartel de la escolta presidencial. En la fecha de esa payada se celebra en Argentina el Día del Payador.
De regreso, el 20 de octubre de ese mismo año volvió a competir con el entonces encumbrado Nemesio Trejo, en los salones de la sociedad "La Plata", ante más de 1.200 personas. El diario La Prensa hizo un crónica minuciosa del acontecimiento. Esa noche, tras poner sobre aviso a su rival, que aceptó acompañarlo en la innovación, Gabino inauguró la payada en son de milonga. Trejo pidió a Gabino que cantase sus impresiones de Montevideo, donde había triunfado, y el moreno cantó las maravillas de la ciudad y el país que toda su vida quiso como propios.
Continuó sumando éxitos. Viajó mucho por Buenos Aires, Santa Fe y Uruguay. Con el dinero de un premio de la Lotería había comprado un circo, que llamó "Pabellón Argentino", y con él se hallaba en Santa Fe cuando estalló la revolución radical de 1893. Se alistó entre los revolucionarios. Sofocado el movimiento, fue preso. Su circo fue incendiado. Desde su encierro se carteaba en verso con Félix Hidalgo. Liberado, desposó en San Nicolás a Petrona Peñaloza, bisnieta del "Chacho". La había conocido en el viaje de ida.
El ingenio repentista de Gabino no reconocía límites. En un teatro de Dolores, a falta de contrincante, improvisó tomando como temas imágenes luminosas proyectadas en una pantalla, que describía cantando al tiempo que aparecían. En cierto momento rogó, cantando: "¡No las pasen tan ligero / que no puedo improvisar!."
El último payador murió en la pobreza el 12 de octubre de 1916, el día en que su ídolo Hipólito Irigoyen asumió la presidencia de la República Argentina.