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El pastor mentiroso

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El pastor mentiroso es una fábula atribuida a Esopo y con distintas versiones a lo largo de siglos de literatura, que en su contenido reflexiona sobre la mentira y la pérdida de credibilidad.

Ese concepto de que “en boca de un mentiroso, hasta lo cierto se hace dudoso” hace carne en el estilo permanente, metódico y organizado de algunos actores políticos del Frente Amplio y algunos actores sindicales. Mienten, a consciencia y con estrategia.

Como el pastorcito mentiroso, anuncian desgracias que no suceden y que solo buscan la atención de los habitantes.

Al cumplirse un año de ratificación de la LUC y dos años de su vigencia cabe preguntarse: ¿dónde están los desalojos express?. ¿Dónde está el gatillo fácil?. ¿Se fundió Antel?. ¿Se privatizó la educación?. ¿Se perjudicaron los niños, niñas y adolescentes del INAU?. La respuesta es contundente: No.

Y no solo no sucedió sino que los resultados son todos los contrarios. Aumentaron la cantidad de personas que pudieron alquilar a pesar de no tener garantías, la policía se sintió respaldada y han bajado los delitos, Antel aumentó exponencialmente su cantidad de clientes y mejoró servicios y precios, la educación se está democratizando y comenzando una reforma educativa impostergable que beneficia especialmente a los más vulnerables y en INAU hubo cifras record de adopciones de menores que hoy tienen una familia y antes se perjudicaban con un sistema lento y deshumanizado. El pastorcito mintió.

Y miente también en el marco de la reforma de la seguridad social. Faltan a la verdad cuando dicen que “vamos trabajar más para ganar menos”. Frase de propaganda que repiten como un mantra con la esperanza de que cale en el sentir popular. El coro de agoreros del mal que desde ámbitos políticos y sindicales pretenden preocupar es un ejercicio organizado, pero se olvidan de algo: el crédito de confianza se les ha ido agotando.

Más allá de la sustancia del asunto, que es encarar una reforma impostergable, que mejorará las jubilaciones más sumergidas y que cuando Mujica o Vázquez fueron gobierno la evitaron por temores electoralistas, la cuestión es la crisis de confianza que viven. ¿Cómo creerles sus vaticinios de catástrofes previsionales cuando no han embocado un solo diagnóstico? Efectivamente, al pastorcito de tanto mentir terminaron por no creerle.

Pero ya sé, me podrán decir que en una ocasión el pastorcito efectivamente dijo la verdad (aunque ya no le creyeran). Y es así, no hay que ser necios y se debe respetar la opinión del que piensa diferente. La oposición puede tener razón en alguna ocasión (hasta un reloj roto tiene razón dos veces al día) y el gobierno debe tener la humildad de reconocer que puede equivocarse. Y es ahí donde debe reconocer la opinión ajena y corregir su rumbo. ¿Pero cómo creerle o incluso legitimar los planteos de quien hace de la crítica y la mentira una militancia diaria?

La confianza se alimenta de coherencia. La credibilidad de la legitimidad de nuestras acciones. Aristóteles decía que la virtud no es una acción sino un hábito, por lo tanto somos lo que hacemos día a día. De ahí que esa concatenación de actos se vuelve legítima solo si son coherentes entre ellos. Es fácil para algunos dar cátedra de lo que nunca hicieron. Pueden hacerlo, pero no por ello tienen razón. Es más, que lo hagan les quita autoridad moral e intelectual.

Como reflexionaba Robert Putnam, la confianza es un capital social. Capital que se manifiesta desde el apoyo de los ciudadanos a las instituciones políticas, sindicatos, partidos. Se expresa a través de la valoración positiva respecto de la credibilidad, justicia, competencia y transparencia de las instituciones políticas.

El desafío de una sociedad madura es construir esa confianza, no socavarla y bombardearla. La permanente crítica belicosa y sin fundamentos aburre. De verdad genera un desinterés en el ciudadano, que se vuelve apático de ver la misma película una y otra vez. Ya todos sabemos la posición de la oposición antes de que se manifiesten. Ya sabemos el final de la película antes de entrar al cine. Están en contra, siempre. No importa cuándo lo preguntemos, es una posición atemporal para ellos.

Hay un viejo chiste que es muy gráfico de quien todo lo ve mal. Es el del señor que va al médico y le dice que está adolorido, que donde se toca le duele. Le dice: “si me toco la cabeza me duele, si me toco el pecho me duele, la rodilla, el hombro….¿qué tengo doctor?”. Y el doctor le contesta: “usted lo que tiene es el dedo roto”.

Para confiar hay que llegar a un punto de madurez política que solo se logra desde el respeto a la oposición responsable. Una que no agravie ni mienta, que tenga el coraje de hablarle a todos los uruguayos y no solo a su tribuna (una tribuna dura e insaciable). Una que no tenga una respuesta ensayada para todo sin importar la pregunta o la propuesta. Naturalmente la oposición quiere llegar al gobierno, es la regla de la alternancia, pero no todo vale en el camino, hipotecar el futuro del país desde la obstaculización permanente es un método demasiado mezquino. No lo merece ya no el gobierno, sino el país todo.

La confianza se gana con coherencia. La que critica, pero acompaña si es necesario. Al pastorcito mentiroso no le creyeron más y se perjudicaron todos, perdió lo más preciado, su credibilidad, por acumular errores desde la mezquindad. Ojalá la oposición madure, cambie, y esté a la altura de las circunstancias. Siempre se está a tiempo.

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Diego Echeverría

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