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Desmemoria blanca

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Fue uno de los episodios más sangrientos de nuestra historia. Sucedió en una jornada de calor asfixiante en la que Montevideo aún lloraba los muertos de una reciente epidemia de cólera y de un estallido de fiebre amarilla. La ciudad olía a muerte. Aunque sus habitantes no imaginaban que aquel 19 de febrero de 1868, estallaría una matanza que se prolongaría por varios días no solo en la capital sino en todo el país. El saldo sería más de 400 muertos en la ciudad y un número incalculable en el interior.

El primero en morir fue el general Venancio Flores. Fue en una emboscada que le tendieron cinco sicarios enviados por su correligionario Gregorio Suárez, el Goyo jeta, un personaje temido y temible. Los asesinos interceptaron a Flores a pocos metros de su casa cuando se dirigía en su carruaje con dos de sus hombres de mayor confianza rumbo a la Plaza Constitución. El primero en caer fue el cochero sorprendido con un tiro disparado a boca de jarro. Flores enfrentó a los sicarios, que lo mataron a puñaladas y dagazos.

Dos horas más tarde, Bernardo Berro, (1860-1864) el quinto presidente constitucional del país, era detenido en los alrededores de la Plaza Matriz y llevado al Cabildo, donde una turba enardecida quería lincharlo. Berro había participado en una fallida toma del Fuerte de Montevideo, sede del Poder Ejecutivo, para reclamar elecciones en las que hubieran garantías para el Partido Blanco.

“Qué ha hecho, don Bernardo!, ¡qué ha hecho con el general Flores!, le increpó el presidente interino de la República, Pedro Varela.

-Soy el responsable de la toma del Fuerte, lo hice para que mi partido recupere los derechos, sostuvo y agregó: pero le puedo asegurar que la vida del general Flores está tan garantizada como la mía, sentenció. Berro fue llevado a la sala donde yacía el cadáver de Flores. ¡Y entonces qué significa esto! Y corrió la sábana que cubría el rostro del militar colorado. Berro quedó lívido, hubo que sostenerlo para que no cayera. Solo alcanzó a decir: “Yo nada tengo que ver con su muerte. No he sido yo, Dios sabe que yo no fui!

Dos horas después, cuando caía la tarde, el cadáver de Berro cubierto de sangre y desfigurado por los golpes y cuchillazos era colocado en el coche fúnebre del Hospital de la Caridad, dejando su rostro a la vista y uno de sus brazos colgando. El cochero, borracho, recorrió 18 de Julio rumbo al Cementerio Central, gritaba a voz en cuello ¡Aquí llevo al asesino del general Flores! ¡Vean, miren!.

Berro fue enterrado en una tumba común en la que se sepultaban las víctimas del cólera y de la fiebre amarilla. Su cuerpo demoró casi un siglo en ser trasladado a la tumba de su familia. Sucedió en 1960, durante el primer gobierno del Partido Nacional en el siglo XX. Flores fue sepultado quince días después de su muerte en la Catedral de Montevideo. De acuerdo a las normas de la época , la muerte de Flores figura inscripta en el Libro de Defunciones N.16 Folio 355 de la Catedral de Montevideo. Al día de hoy, la muerte de Berro no figura inscripta en ningún registro eclesiástico ni estatal. El quinto presidente constitucional del Uruguay, para el Estado, vive. Aunque mañana se cumplan 155 años de su asesinato. ¡Qué poca memoria de sus hombres más ilustres tiene, a veces, el Partido Nacional!

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