“¡Lávate las manos!” Era casi un ritual. Apenas cruzábamos la puerta de casa después de la escuela, antes de tocar el pan o la merienda, esa frase nos esperaba. Nuestras madres, abuelas o quien estuviera a cargo lo repetían sin falta. Y allá íbamos, con algo de fastidio primero, hasta que se volvió costumbre. Un gesto tan cotidiano como potente, que aprendimos por repetición y amor, y que, con el tiempo, muchos dejamos de lado, hasta que llegó la pandemia y lo recuperamos como si fuera un escudo invisible.
Cada 5 de mayo, la Organización Mundial de la Salud nos recuerda la importancia de ese gesto en el Día Mundial de la Higiene de Manos. Lavarse las manos no es una moda, es una responsabilidad. Un acto de cuidado personal y colectivo que puede marcar la diferencia entre la salud y la enfermedad.
Durante la pandemia, la higiene de manos fue prioridad. Alcohol en gel en cada esquina, distancia, precaución. Pero con el paso del tiempo, esa alerta bajó. ¿Significa eso que los virus y bacterias desaparecieron? Claramente no.
Según la OMS, una correcta higiene de manos puede reducir hasta un 50% las enfermedades respiratorias y gastrointestinales. Esta afirmación se refuerza con datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, que muestran cómo las campañas educativas sobre el lavado de manos ayudan a disminuir las infecciones, reducen los días de clase perdidos por los niños y mejoran la salud general en las comunidades donde se aplican.
Aun así, en 2024, apenas el 60% de la población mundial cuenta con instalaciones adecuadas para lavarse las manos en sus hogares. Es un dato que debería encender todas las alarmas, porque cuando no hay acceso, la prevención simplemente no es posible.
“Durante la pandemia aprendimos a cuidarnos, pero parece que muchas lecciones se olvidaron rápido. Lavarse las manos sigue siendo la barrera más efectiva contra virus y bacterias, no solo en hospitales, sino en la vida diaria. No podemos permitir que la higiene de manos sea solo una tendencia pasajera”, señala Ana Mieres, directora técnica de UCM Falck.
Tanto los CDC como la OMS coinciden en que hay momentos clave en los que lavarse las manos marca una diferencia. Antes de preparar o consumir alimentos, después de ir al baño, al toser o estornudar, tras haber tocado residuos o haber estado cerca de alguien enfermo, este hábito simple puede ser decisivo para cortar la cadena de contagios.
El alcohol en gel —siempre que contenga al menos 60% de alcohol— es una buena alternativa cuando no hay agua ni jabón a mano. Pero el lavado tradicional sigue siendo insustituible, sobre todo para eliminar ciertos gérmenes más resistentes, como el norovirus o la bacteria Clostridioides difficile. Y aunque suene difícil, evitarla puede ser tan simple como lavarse bien las manos.
Curiosamente, en el lenguaje cotidiano, “lavarse las manos” implica desentenderse de algo. Pero en salud, es todo lo contrario: significa involucrarse, prevenir, proteger.
“Lavarse las manos es un acto de responsabilidad con uno mismo y con los demás. En este Día Mundial de la Higiene de Manos, reforzamos nuestro compromiso con la promoción de hábitos de higiene, una herramienta clave para prevenir infecciones tanto en entornos de salud como en la vida cotidiana. La salud no debería depender de modas ni crisis sanitarias, sino de hábitos que nos acompañen siempre”, concluye Mieres.
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