Redacción El País
En un video que circuló con fuerza en Instagram, el asesor de fitness Ezequiel Vedrovnik explicó un fenómeno que muchas personas viven en carne propia: aun recortando calorías de forma drástica, el peso no baja o incluso aumenta. Este efecto, conocido como adaptabilidad metabólica o termogénesis adaptativa, describe la capacidad del cuerpo de ajustar su gasto energético ante una reducción prolongada de alimentos.
Cuando el cuerpo interpreta “escasez”: el modo supervivencia
Vedrovnik plantea que las dietas muy restrictivas, los ayunos prolongados y los planes extremadamente bajos en calorías activan un mecanismo de conservación. Frente a la sensación de escasez, el organismo responde con un “recorte de gastos”: disminuye funciones internas y reduce su gasto energético para proteger sus reservas.
El asesor lo compara con un presupuesto familiar: si cada mes entra menos dinero, inevitablemente se ajustan los gastos. En el cuerpo sucede algo similar: baja la energía disponible, se ralentizan procesos y el metabolismo se vuelve más eficiente… pero a costa de tensar el sistema.
Las consecuencias del ahorro energético
El recorte forzado del gasto calórico trae efectos secundarios que impactan en diferentes áreas. Según Vedrovnik, la disminución brusca de calorías se manifiesta en:
- Fatiga y menor energía para actividades cotidianas.
- Niebla mental y dificultades de concentración.
- Sistema inmunológico más vulnerable.
- Ralentización de la regeneración ósea.
- Pérdida de masa muscular, que el cuerpo utiliza como fuente de energía cuando no alcanza con las reservas.
Estos síntomas reflejan que el organismo está intentando sobrevivir con menos, pero también evidencian el costo de sostener dietas que no son realistas ni sostenibles.
¿Por qué aparece el rebote? Más grasa, menos músculo
Uno de los puntos clave que destaca Vedrovnik es el comportamiento del cuerpo después de un periodo de restricción intensa. Cuando la persona vuelve a una alimentación más normal, el organismo responde aumentando el apetito y acelerando la recuperación… pero no de forma equilibrada.
El cuerpo tiende a recuperar primero la grasa corporal, porque la interpreta como su reserva más segura. La masa muscular, en cambio, tarda más en reconstruirse. El resultado es el escenario clásico del “efecto rebote”: mayor porcentaje de grasa, menos músculo y un metabolismo aún más lento que al inicio.
Para quienes buscan mejorar su composición corporal, este es el peor combo: menos masa magra, más grasa y un sistema inmune debilitado por la restricción previa.
Un enfoque sostenible: no se trata solo de comer menos
Vedrovnik insiste en que el error más habitual es centrar todo el esfuerzo en comer menos. Plantea, en cambio, que el objetivo debe ser la pérdida de grasa de forma inteligente, priorizando hábitos que aumenten el gasto energético sin deteriorar la masa muscular.
En sus asesorías —explica— trabaja con métodos orientados a optimizar el metabolismo y sostener el proceso en el tiempo, sin caer en planes extremos que el cuerpo inevitablemente rechazará. La clave está en combinar buena alimentación, entrenamiento adecuado y estrategias que favorezcan un metabolismo activo.
En base a El Tiempo/GDA
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