El apetito invernal explicado: ¿realmente necesitamos más calorías en invierno? ¿Por qué aumentan las ganas de comer?

Sí, en invierno aumentan las ganas de comer y además disminuye el movimiento. Qué ocurre en el cerebro durante esta estación y cómo evitar que los antojos se conviertan en un problema de salud.

cena

Hace frío fuera de casa, adentro hay sopa. Y pan. Y postre. Y ganas de no moverse ni para cambiar de serie. Cada año, muchos pacientes me dicen con resignación: “Doctor, en invierno como más. Es biológico, ¿no?”. Y sí… pero no tanto.

Hoy quiero contarte qué hay detrás de ese apetito invernal que sentimos tan justificado, pero que puede jugarnos en contra si no lo entendemos.

Técnicamente el frío quema calorías. Nuestro cuerpo gasta energía para mantener su temperatura (esto se llama termogénesis), pero… seamos honestos: salvo que trabajes ocho horas al aire libre, ese gasto extra es mínimo. La mayoría está en espacios calefaccionados, nos movemos en auto, ómnibus, con camperas que parecen edredones. No, no necesitás más calorías por estar en invierno. Necesitás entender qué pasa en tu cabeza.

Menos sol, más hambre: el lado oscuro de la biología

El invierno trae consigo algo más peligroso que el viento: la falta de luz. Cuando los días se acortan, tu cerebro lo nota. Aumenta la melatonina (la hormona del sueño) y cae la serotonina (la del buen humor). Resultado: estás más cansado, más apático, más ansioso… y el cerebro empieza a pedir premios. ¿Qué tipo de premios? Grasas, azúcares, sal. En resumen: dopamina comestible.

Y como si fuera poco, el cuerpo responde al estrés del frío elevando el cortisol, que también nos da más hambre. ¿El combo final? Poco sol, mal dormir, más apetito, y una gran excusa: “es que es invierno”.

¿Y el ejercicio? Bien, gracias. La ecuación es simple: más hambre, menos movimiento. En verano salimos a caminar, hacer bici, trotar. En invierno… Netflix y frazada.

Pero tengo dos buenas noticias:
1. El ejercicio, incluso el más suave, eleva las endorfinas y mejora tu ánimo. 2. Hacer actividad al aire libre en invierno gasta más calorías que en verano. O sea: moverte en invierno no solo te hace bien, sino que también te reconcilia con tu cerebro y tus hormonas.

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Un plato de sopa es suficiente como cena, por ejemplo.
Foto: Freepik.

Reencuadrar el plato

No estoy diciendo que te resignes a lechuga y agua caliente hasta septiembre. Podemos hablar de comfort food inteligente: sopas caseras, guisos con vegetales, soufflés livianos. Calor, sabor, nutrición. No es castigo, es estrategia.

Conclusión: el frío pasa, tus hábitos quedan.

El invierno no es el culpable. El frío no te obliga a abrir la alacena. Pero sí te da una oportunidad: aprender a escucharte mejor. No todo impulso merece ser seguido. No toda comida caliente tiene que venir con una factura de culpa.

El secreto no está en comer menos, sino en elegir mejor. Con empatía, información y, por qué no, una pizca de humor.

Porque, como suelo decir en mi consulta: "El hambre emocional no se combate con tostadas, sino con conciencia."

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