Cada 4 de marzo se conmemora el Día Mundial de la Obesidad, fecha que procura generar conciencia sobre sus causas y sus posibles soluciones.
Esta compleja enfermedad puede ser causada por una combinación de factores genéticos, ambientales y de comportamiento. Entre los principales desencadenantes están el sedentarismo, el consumo excesivo de alimentos ultraprocesados, el estrés, la falta de sueño y ciertos desequilibrios hormonales.
La obesidad es una enfermedad crónica multifactorial que altera la movilidad, la salud mental, el sueño y la calidad de vida. Es un factor de riesgo clave para enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2, hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares, trastornos musculoesqueléticos y diferentes tipos de cáncer.
En el mundo una de cada ocho personas es obesa. En Latinoamérica y, en especial en Uruguay, la obesidad ha alcanzado niveles preocupantes en las últimas décadas. Según datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), más del 60% de los adultos en la región tienen sobrepeso u obesidad. En Uruguay, en particular, la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo de Enfermedades No Transmisibles señala que más del 65% de la población adulta presenta sobrepeso: 3 de cada 10 uruguayos es obeso.
El problema no solo afecta la salud física, sino también tiene un impacto en la calidad de vida y la productividad de las personas.
Si solo habláramos de los alimentos como fuente de calorías y nutrientes, la obesidad se debe a un desequilibrio entre las calorías que comemos y el gasto calórico que tenemos. Sin embargo, no puede omitirse que también influyen factores genéticos, el estrés crónico y el ambiente donde nos movemos. Además se suma la dificultad de acceder a alimentos saludables y hay mayor presencia de alimentos de baja calidad nutricional, como son los ultraprocesados, la falta de acceso a alimentos frescos y saludables. También la abundancia de oferta de productos ultraprocesados más económicos, favorece el aumento del peso corporal. Como si fuera poco, la falta de espacios adecuados para la actividad física y las largas jornadas laborales contribuyen al sedentarismo y a la dificultad de adoptar hábitos saludables.
Prevención
Podemos prevenir y trabajar en el enfoque de la obesidad en todas las etapas de la vida. Desde el momento del embarazo y la infancia, con los controles de peso durante el embarazo, la lactancia materna y la incorporación de alimentos en la ingesta del niño, dejando de lado los alimentos con sal y azúcar agregada hasta los dos años.
Cuando el infante comienza a escolarizarse, la institución educativa debe generar tiempos de comida y, en esta etapa, deben evitarse las bebidas azucaradas y los ultraprocesados, potenciarse la actividad física, priorizar el descanso de calidad y limitar el tiempo en contacto con las pantallas.
En la infancia y la adolescencia se crean los hábitos y rutinas y en este sentido, el ejemplo de cada casa es lo más importante: desde el alimento que elegimos, el descanso que adoptamos y el ejercicio físico que realizamos (y promovemos).
Del punto de vista profesional, es importante tratar a la obesidad desde un enfoque interdisciplinario, saber escuchar al paciente para conocer qué lo motiva, qué lo frena y cuáles son las barreras que enfrenta a la hora de combatir la obesidad.
En este contexto, es importante abordar los mitos en torno a la alimentación, ya que muchas creencias erróneas dificultan la adopción de hábitos saludables.

A continuación, te presento algunos de los mitos más comunes en torno a la obesidad.
Mito 1: Comer menos es la única solución para perder peso.
Si bien la reducción calórica es un factor en la pérdida de peso, no se trata solo de comer menos, sino de comer mejor. La calidad de los alimentos, la distribución de los macronutrientes y la actividad física son claves en un enfoque sostenible y saludable. Las dietas que empiezan y terminan o que basan su éxito en perder rápidamente kilos, persiguen solamente un número, sin trabajar en profundidad a nivel mental con la persona, en generar conciencia y enseñar a mantener un estilo de vida saludable en el tiempo.
Mito 2: Los carbohidratos son los principales responsables del aumento de peso.
Los carbohidratos han sido demonizados, pero no todos son iguales. Mientras que los refinados pueden contribuir a un aumento de peso cuando se consumen en exceso, los carbohidratos complejos, como los integrales y las legumbres, son esenciales para una alimentación equilibrada.
Mito 3: Saltarse comidas ayuda a bajar de peso.
Saltarse comidas puede llevar a un descontrol del apetito y a elecciones alimentarias poco saludables más adelante. A su vez, se ha demostrado los efectos negativos a nivel hormonal que genera el salteo de comidas, así como las compensaciones entre comidas cuando si me excedo en una comida en la próxima la omito o la hago extremadamente estricta, saltear y compensar comidas, puede ralentizar el metabolismo, haciendo que el cuerpo almacene más grasa en lugar de quemarla eficientemente.
Mito 4: Los productos “light” o “sin azúcar” son siempre más saludables.
Muchos productos etiquetados como "light" o "sin azúcar" contienen edulcorantes artificiales o grasas añadidas para compensar la falta de sabor. No siempre son la mejor opción y es fundamental leer las etiquetas para conocer su composición real.
Mito 5: Todas las grasas son malas.
Las grasas tienen mala reputación, pero son necesarias para el organismo. La clave está en elegir grasas saludables, como las provenientes de frutos secos, palta y aceite de oliva, y evitar las grasas trans y saturadas en exceso, que son aquellas que encontramos frecuentemente en alimentos ultraprocesados.
Combatir la obesidad implica más que solo contar calorías; se trata de adoptar un estilo de vida saludable basado en la educación nutricional, el ejercicio y la salud mental. Desmontar estos mitos es un primer paso para tomar decisiones más informadas y mejorar nuestra relación con la comida.
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