Redacción El País
La ciencia aporta nueva evidencia sobre las consecuencias del estrangulamiento en violencia de pareja, una de las expresiones más graves y silenciosas del maltrato. Un estudio publicado en Journal of Neurotrauma y desarrollado por especialistas del Mass General Brigham concluye que los efectos pueden prolongarse por años, incluso casi una década después del último episodio. Las mujeres participantes señalaron problemas de visión, mareos, dificultades para concentrarse y síntomas de estrés postraumático que afectan su vida diaria mucho tiempo después de la agresión.
Cómo se estudió el daño neurológico
La investigación, financiada con fondos federales, reclutó a 139 mujeres a través de redes sociales, anuncios públicos y avisos en instituciones. El objetivo fue analizar la relación entre el estrangulamiento, la alteración de la conciencia y la presencia de lesión cerebral. Se formaron tres grupos: mujeres que sufrieron estrangulamiento sin perder la conciencia, mujeres que reportaron cambios en la percepción visual —como ver luces o visión en túnel— y aquellas que directamente se desvanecieron durante el episodio. Las dos últimas categorías se consideraron indicativas de daño neurológico.
Los datos son contundentes: el 64% de las participantes había sufrido estrangulamiento, un 30% presentó alteraciones de conciencia y el 15% perdió completamente el conocimiento. Las evaluaciones se realizaron entre 2020 y 2023, y el último episodio había ocurrido, en promedio, 8,7 años antes, lo que da una idea del impacto sostenido en el tiempo sobre el cerebro y el funcionamiento cotidiano.
Deterioro que persiste y sistemas que no lo ven
Los resultados mostraron que las mujeres con historial de estrangulamiento reportaron más problemas visuales y síntomas traumáticos que aquellas que no habían sufrido este tipo de agresión.
Asimismo, quienes perdieron el conocimiento o experimentaron distorsión visual durante la agresión presentaron mayor probabilidad de secuelas neurológicas, incluidas dificultades de concentración, mareos y ansiedad persistente. Estos síntomas, según el equipo investigador, pueden mantenerse durante años y pasar inadvertidos para los servicios de salud y justicia, que muchas veces no los identifican como consecuencias directas de la agresión.
La autora principal, Eve Valera, subrayó que el estrangulamiento está subreportado, y es fundamental avanzar en mecanismos que promuevan la denuncia, el acceso a intervenciones médicas oportunas y el acompañamiento social. Comprender la relación entre este tipo de agresión y el daño cerebral no solo permite mejorar la atención, sino dimensionar con mayor precisión el riesgo que enfrentan miles de mujeres.
Un problema de alcance global
Los autores —entre ellos Grant L. Iverson, Maria C. Xu y Aylin Tanriverdi— sostienen que profundizar en esta línea de investigación es clave para elevar la calidad de la atención médica y fortalecer las políticas de prevención de violencia de género. El problema tiene una escala mundial: organismos internacionales estiman que cerca de una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual a lo largo de su vida, y el estrangulamiento es una de las prácticas más peligrosas por el daño silencioso que genera. Las conclusiones del trabajo apuntan a la necesidad urgente de reconocer estas secuelas, intervenir a tiempo y garantizar que las mujeres no sigan cargando solas con lesiones invisibles.
En base a El Tiempo/GDA
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