Cada 40 segundos se suicida una persona en el mundo, según indica la Organización Mundial de la Salud (OMS), y es la depresión uno de los principales factores asociados a este tipo de muertes. Actualmente, esta patología afecta a más de 300 millones de personas a nivel global, sin embargo, la gran mayoría de los casos no llegan a diagnosticarse. ¿Por qué?
A diferencia de las enfermedades que se manifiestan en el plano físico y que son fácilmente reconocibles por la sociedad, la fragilidad de la salud mental no suele obtener el mismo nivel de comprensión. Por eso, resulta habitual escuchar frases que minimizan el malestar y estigmatizan a las personas que lo padecen, en las que se repite la idea de que “con fuerza de voluntad se sale”, “si tenés trabajo, familia y amigos no podés estar tan mal”, alejándolas de la posibilidad de pedir ayuda profesional.
Solemos imaginar la depresión como una sombra pesada que impide levantarse de la cama, como un pozo desde el que todo se ve cuesta arriba. Pero existe otro tipo de depresión, más silenciosa y, quizás por eso, más peligrosa. Es aquella que nos permite cumplir con las rutinas, ir a trabajar, incluso hasta podemos hacer reír a los demás; visto desde afuera parece que la vida sigue con una sonrisa. Pero desde adentro, la lucha es constante, agotadora y muchas veces invisible.
¿Cuáles son las características de la depresión “sonriente”? En ella se mantiene una imagen social de aparente normalidad, en la que se ocultan señales de sufrimiento visibles y así también, de los signos de alarma que podrían ayudar a dimensionar la magnitud de esta enfermedad a las personas que las rodean.
Una persona con este tipo de depresión se puede mostrar activa, sonreír, cumplir con sus compromisos, responder mensajes, incluso hacer bromas, para evitar ‘encender alarmas’ y preocupar a su entorno. Por eso, cuando la historia termina en un hecho en el que no se puede volver atrás-en un suicidio en casos extremos-, aparece la sensación de desconocimiento o incredulidad: “pero si estaba re bien, ¿qué pasó?”.
La sonrisa puede ser una máscara tan sólida que incluso engaña a quienes comparten la vida cotidiana con esa persona. Casos como el de Robin Williams o Rui Torres, el actor principal de Art Attack, dejan en evidencia que la imagen externa puede ser radicalmente distinta a la vivencia interna.
Por lo tanto, considero que hablar de salud mental no debería limitarse a ocasiones donde las crisis son tan agudas que resultan fácilmente reconocibles.
El sufrimiento puede habitar detrás de gestos amables, logros profesionales y vidas que, percibidas desde afuera, parecen estar completas. Preguntarle cómo estás a una persona que viene cargando con su dolor en silencio no es una mera formalidad, ya que habilita el diálogo y la posibilidad de expresar algo de lo que está doliendo.
Línea Vida Prevención del Suicidio: 0800 0767 - *0767
Línea de apoyo emocional: 0800 1920
Funcionan durante las 24 horas, todos los días del año, sin importar a qué prestador de salud esté afiliada la persona que consulta.
Hablar es prevenir. Desde el psicoanálisis sabemos que lo que no se dice no desaparece, en cambio se queda en lo más profundo de uno mismo y busca otros modos de manifestarse a través de la ansiedad, los fenómenos psicosomaticos, la depresión, entre otras formas posibles.
A veces, un ‘estoy bien’ oculta un malestar que no encuentra palabras. La depresión sonriente nos recuerda que lo invisible no es menos real, solo más fácil de pasar por alto.
Algunas señales que pueden ayudarnos a reconocer la depresión “sonriente” son: los cambios bruscos o repetidos en los hábitos de sueño o alimentación, los accidentes domésticos o despistes frecuentes, la necesidad de mostrarse feliz de manera exagerada, alternada con momentos de euforia, la necesidad de desprenderse de objetos valiosos o significativos sin un motivo claro y un progresivo aislamiento social.
No se trata de sospechar de cada sonrisa, sino de recordar que, detrás de las apariencias, puede haber una historia que no conocemos.
Escuchar sin minimizar ni juzgar, sin generalizar, sin pensar que el otro “no tiene motivos para estar mal” puede ser el gesto que abra la puerta para que esa historia empiece a decirse.
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