La Nación / GDA - Carla Quiroga y Dolores Pasman
El analista de sistemas argentino Enrique Bouron jamás imaginó que la recesión del 2000 cambiaría radicalmente el destino de su vida. En ese momento se desempeñaba en el sector marítimo y la debacle económica en su país lo dejó sin trabajo. Junto a su familia emigró a Montreal, Canadá, donde tuvo sus primeros contactos con la decodificación biológica. Estudió con el médico francés Claude Sabbah, fundador del método llamado “Biología Total de los seres vivos” y con sus discípulos Claude Vallières y Julie Lemieux.
De origen francés, Bouron manejaba a la perfección el idioma. Terminó el curso en 2003 y, tras regresar a Argentina, comenzó a difundir la decodificación biológica en el barrio de Saavedra. Años más tarde, se convirtió en el principal referente de esta disciplina en la región. “Es una ciencia porque sigue los sistemas de investigación científica y aplica la lógica biológica, fisiológica e histológica para estudiar cuál es el conflicto que originó el síntoma”, relata en la charla que mantuvo con La Nación en uno de los tres días que estuvo en Buenos Aires para compartir uno de los cinco módulos del curso con el que forma a decodificadores y del que ya participaron cientos de personas. “Algunos lo hacen por crecimiento personal, otros porque quieren dedicarse a esto profesionalmente”, explica Bouron, un convencido del poder que tiene cada persona para curarse de una enfermedad.
De hecho, hoy le da las pinceladas finales a su próximo libro donde cuenta qué le enseñó la diabetes y cómo pudo sanarse y ya planea el comienzo de una nueva formación el 4 de mayo en la Argentina. También realizó publicaciones sobre la decodificación del sistema cardiovascular, del sistema renal y urinario y el famoso libro Azul, en donde expone el conflicto que reflejan las diferentes enfermedades y sus síntomas. “La decodificación biológica es una disciplina complementaria a la medicina. Para trabajar necesito el diagnóstico y acompaño buscando el origen emocional de la enfermedad. Después, si la persona se cura por el médico o por tomar conciencia, no me interesa, lo importante es que se sana”, aclara antes de arrancar la entrevista.
–¿Cómo definiría a la decodificación biológica?
–Es una disciplina que, basada en conceptos científicos, permite al individuo comprender la mecánica emocional mediante la cual crea sus propias enfermedades y comportamientos. El concepto se origina en la función básica del cerebro de los seres humanos que es, como en todo ser del reino animal, velar por su supervivencia. Por supuesto, ante la creencia general que tienen los seres humanos acerca de las enfermedades, puede sonar extraño e incluso irreverente afirmar que son producidas por el cerebro como una respuesta biológica especial para garantizar nuestra supervivencia. Sin embargo, nada en la naturaleza escapa a las leyes biológicas que han garantizado la supervivencia de los seres vivos. Ni siquiera las enfermedades más “temibles” son resultado del azar.
–¿Quiere decir que nosotros mismos nos generamos las enfermedades?
–Las enfermedades, los comportamientos, los bloqueos en nuestra vida tienen todos programas de supervivencia perfectamente orquestados y controlados por el cerebro en respuesta a un estrés inhabitual que no sabemos manejar de forma racional o física. Una intoxicación emocional generará un conflicto psicológico y el cerebro también responderá biológicamente a él si no sabemos cómo resolverlo. Con la decodificación biológica no vemos a la enfermedad como un drama y no la combatimos: la comprendemos y sabemos que el cerebro puede desarmarla porque es el que la arma y la desarma. La clave es encontrar qué emoción no pudimos manejar.
–En lo personal, ¿cómo fue su experiencia?
–Pude curarme de una diabetes tipo dos. Fue en una charla con un alumno que me dijo una analogía muy rara. Esto me permitió identificar el conflicto emocional que me la había generado y con solo tomar conciencia de ello, mis niveles de azúcar bajaron de más de 186 a 85 en forma paulatina. Debo ser la primera persona en curarme de la diabetes tipo dos sin dejar los dulces ni los carbohidratos.
También tuve un meningioma frontal benigno. Aunque lo decodifiqué, decidí operarme ya que el tumor había crecido hasta el tamaño de una papa y hacía 15 años que se estaba formando. Esta afección hablaba de la relación con mi papá que era muy violento y siempre que me retaba me apuntaba a la cabeza. Recuerdo que sentía miedo y no me podía defender. Aproveché la experiencia de la operación y el proceso de recuperación para aprender cómo funciona el cerebro; solo tenía energía para la siguiente inhalación, y pensaba: ‘esto es maravilloso’.
Esta enfermedad no estaba ahí para matarme, sino para mostrarme el límite de mi energía, y el cerebro dosificaba mis recursos de manera que pudiera recuperarme. Ninguna enfermedad es anárquica; todas tienen orígenes precisos y aunque no siempre son evidentes y fáciles de identificar, responden a una tonalidad conflictiva específica, relacionada con la vivencia personal del conflicto subyacente. Mientras creamos que las enfermedades son maldiciones, lo seguirán siendo. Cuando comprendamos que son solo programas biológicos que pueden ser desactivados, nos enfermaremos mucho menos.
–¿La clave es tomar conciencia de estos mecanismos?
–En las sesiones de decodificación la persona toma conciencia, pero debe olvidarse de lo que hablamos y dejar que su cerebro haga el resto. El problema es que no siempre pueden soltar. También sucede que muchas veces nos enfermamos para llamar la atención o porque no queremos que nos abandonen. Entonces a nivel inconsciente la enfermedad es una solución a ese miedo. Un ejemplo: alguien que no puede vivir solo y siente que su pareja lo está por dejar, puede enfermarse porque de esa manera el cerebro le dio la “solución” para que no se genere el abandono. Es decir, el cerebro programa que, si esa persona se cura, tendrá que aprender a estar solo. Es un juego inconsciente muy fuerte. El cerebro maneja todos los hilos.
–¿Se puede resolver en una sola consulta?
–Siempre hago seguimientos unos días después para ver cómo sigue la persona porque no siempre se logra resolver en una sesión. Soy muy exigente y cuando hay dos consultas me pongo de mal humor, pero lo importante es saber que no solo depende del decodificador sino también de si la persona está dispuesta a soltar aquello que lo enfermó.
–¿Es por eso que, a veces, no alcanza con estos procesos y la gente igual se muere?
–Claro, cuando una persona viene con un diagnóstico médico, lo primero que debo atender es de dónde surge su miedo. Es parte de un proceso evolutivo: nuestros genes tienen información de los antepasados. El cerebro creó en el inconsciente el futuro. Lucho más contra el conflicto que genera cuando se da el diagnóstico que contra el cáncer. El estrés es el mayor asesino del planeta. El miedo es natural a la supervivencia, pero no debe estar exacerbado y cuando lo está, hay que ir a buscar qué lo genero y soltarlo.
–¿Cómo trabaja en ese conflicto que genera el diagnóstico?
–Le explico a la persona cómo funciona la enfermedad y está en su libre albedrío creerme. Lo primero que tengo que lograr es romper con su miedo.
–¿Qué recomienda hacer para no enfermarnos?
–Decir lo que se siente en el momento exacto puede ser liberador, aunque no siempre es lo más conveniente. La franqueza sin filtro podría resultar en consecuencias indeseadas, como perder el empleo o que alguien nos deje. Por eso, muchas veces las personas optan por comunicar sus emociones de manera más sutil y biológica, a través de lo que llamamos síntomas. Un ejemplo concreto es el dolor del nervio ciático que representa el conflicto “debo ir, pero no quiero” o “quiero ir, pero no debo”. Por eso le agarra esa dolencia a la abuela cuando su hija le dice que se va con sus nietos de vacaciones y no la invita cuando realmente quiere ir con ellos,
También es importante el desapego total. Tengo la suerte de que no me aferro a las cosas, ni a las situaciones, ni a las personas. Solo me apego a mi evolución personal. Recuerdo que cuando falleció mi madre, el duelo duró un día y eso que yo la adorada. Pero no puedo pretender que a una madre que pierde a un hijo le pase lo mismo porque esa mujer sufrirá durante años, pensará: ‘ahora tendría 32 años’. Lo que le sucede en esos casos es que el sufrimiento de la pérdida le representa al cerebro que ese niño sigue vivo porque le produce emociones.
-¿Las emociones son ineludibles?
Son el motor de nuestra existencia, son energías que creamos de la nada y que el cerebro debe manejar, pero cuando no sabe cómo hacerlo racionalmente, lo hace biológicamente. Por ejemplo. un abrumador sentimiento de ‘no puedo digerir’ puede desencadenar un adenocarcinoma estomacal. Esto ocurre porque el cuerpo intenta digerir lo que percibe como indigerible, llevando al cerebro a producir células especiales capaces de generar ácido clorhídrico hasta diez veces más potente que el de las células normales.
–¿Está planteando que no hay que tenerle miedo a las enfermedades?
–Claro porque son una proyección de nuestros miedos. Si no tengo temor a la enfermedad, tengo la oportunidad de comprenderla y ver qué me está enseñando y automáticamente se borra el programa en el cerebro. Vamos a vivir más en la medida que aprendamos a controlar nuestras emociones. En el momento que el cerebro entiende que la enfermedad no tiene sentido la desarma y logra la cura, pero hay que saber cuál es el aprendizaje porque las enfermedades son adaptaciones al entorno y si deja de tener sentido la elimina, pero si la persona la necesita para seguir aprendiendo, la mantiene.
-¿Cuál fue el caso que más lo marcó?
Una incapacidad motriz cerebral de un joven de 17 años que no se podía mover desde los 17 días de vida y que empezó a moverse al poco tiempo. Otro caso fue el de una leucemia linfocitaria en un niño de 12 años. Vino con la mamá y le pedí permiso para quedarme a solas con él. Se trata de una enfermedad que está relacionada con estar permanentemente controlado por alguien de la familia porque la sangre simboliza la familia. Le pregunté cuándo había aparecido la enfermedad y me dijo que había sido al día siguiente de su cumpleaños, justo cuando le habían regalado un celular. Reconoció el conflicto y se curó. Pero al tiempo, me dijeron que estaba internado y que solo le daban tres días de vida. Fui al hospital de niños de Córdoba y cuando entré a terapia y me vio, sonrió. Le pedí a su mamá que se fuera, cerré la puerta y le dije: ‘te siguen controlando’. El lo reconoció. Aproveché que él sabía que se había curado una vez y le dije: ‘si ya te curaste una vez, por qué no das lo que te piden y te volvés a tu casa’. Y en ese momento pronunció las palabras que lo curó: ‘tenés razón’. A los tres días, los estudios dieron normales y no tenía más leucemia, los médicos no lo podían creer.
–Para cerrar, hablemos de otros síntomas o enfermedades y, a modo de ejemplo, ¿cuáles podrían ser su posible origen emocional?
–La tos se asocia con conflictos ligados al territorio, aunque hay varios tipos: diurnas, nocturnas, alérgicas. Para entender mejor, es necesario un diagnóstico específico. En cuanto al resfriado simboliza el miedo a una discusión. Podríamos preguntarnos por qué nos resfriamos más en invierno: no es tanto por el frío, sino porque pasamos más tiempo encerrados y las discusiones son más frecuentes. La migraña puede representar una desvalorización intelectual o que papá tiene otra familia; la localización del dolor puede variar dependiendo de qué lado del cerebro esté afectado.
La fiebre no es una enfermedad, sino un proceso de eliminación de un virus. Los calambres en los pies reflejan un deseo de aferrarse a algo. Los dolores de cuello indican problemas en la comunicación, mientras que la cervicalgia surge de un conflicto entre lo que se piensa y lo que se hace. Esto es común en personas que estudiaron una carrera pero terminan trabajando en algo que no les gusta. Quienes sufren de colon irritable deberían explorar qué es lo que los enoja en su entorno cercano.
Los problemas de hígado se asocian con un conflicto de carencia, dado que funciona como almacén de nuestro organismo. El reflujo y las náuseas son reacciones a situaciones que deseamos rechazar pero no podemos. Las otitis, frecuentes en niños, suelen representar conflictos entre los padres, ya que los chicos no soportan escuchar sus discusiones. El vómito, por su parte, es una expresión de rechazo. Los pies planos simbolizan el deseo de mantener contacto con la madre. Sin embargo, más allá de estas definiciones generales, lo importante es ser conscientes de que las enfermedades pueden ser una oportunidad para evolucionar.