El GPS del cerebro, ¿cómo funciona la orientación que nos mantiene conectados con el mundo?

La orientación —en el tiempo, el espacio y sobre nosotros mismos— es una capacidad clave para vivir con autonomía. Conocé cómo se desarrolla, qué la afecta y cómo mantenerla activa a lo largo de la vida.

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Hombre adulto mayor.
Foto: Freepik.

Cuando pensamos en las capacidades que necesitamos para llevar una vida independiente, solemos destacar la memoria o la fluidez verbal. Sin embargo, hay una habilidad fundamental que actúa como el GPS de nuestro cerebro, esencial para que podamos movernos por el mundo sin depender de otros: la orientación.

Se trata de una capacidad cognitiva que, aunque damos por sentada, cumple la función primordial de mantenernos conectados con nuestro presente, con nuestro entorno y con nuestra identidad. Es la base silenciosa y omnipresente de nuestra autonomía diaria.

Es silenciosa porque es un proceso automático y subconsciente. No es algo en lo que pensemos activamente (como sí hacemos al buscar una palabra o recordar un nombre) simplemente opera en el fondo, anclándonos al mundo sin hacer ruido cognitivo.

A la vez, es omnipresente: existe en todo momento y lugar, en cada acción que realizamos (desde preparar café hasta tener una conversación). Nunca descansamos de estar orientados en el tiempo, el espacio y con respecto a nosotros mismos.

¿Por qué es vital?

La orientación no es solo saber si es de día o de noche; es un sistema de tres pilares que nos permite funcionar con propósito y seguridad. Se trata de ser consciente de dónde estamos ubicados en relación con el tiempo, el espacio y nosotros mismos.

En primer lugar, si hablamos de la orientación personal, nos referimos a la respuesta frente a la pregunta “¿Quién soy?”. Este es el aspecto más íntimo y se refiere al conocimiento de nuestra identidad, historia y circunstancias de vida. Nos permite responder rápidamente: "¿Cómo me llamo?", "¿Qué edad tengo?", "¿A qué me dedico?", "¿Quiénes son mis familiares?". Con respecto a nuestra autonomía, la orientación personal es la responsable de que podamos tomar decisiones coherentes con nuestros valores, nuestro rol y nuestras responsabilidades. Si sé quién soy y cuáles son mis limitaciones o fortalezas, puedo interactuar con el mundo de manera efectiva. Cuando esta área sufre una alteración, podemos experimentar confusión sobre nuestros vínculos o nuestra propia biografía.

Por otro lado, la orientación temporal responde a la cuestión “¿En qué momento estamos?”. Consiste en situarnos en la línea del tiempo, desde el presente más inmediato hasta el contexto más amplio, para saber, por ejemplo, qué día de la semana es, la hora, el mes y el año. Esta habilidad nos ayuda a prever, planificar y respetar horarios, y resulta crucial para la planificación ejecutiva. Si perdemos la noción del tiempo, no sabemos si debemos vestirnos para el trabajo (lunes por la mañana) o para una fiesta (sábado por la noche). La orientación temporal nos permite organizar nuestras citas, tomar nuestra medicación a la hora estipulada y gestionar nuestra agenda.

Finalmente, gracias a la orientación espacial, sabemos dónde nos encontramos y manejamos las relaciones espaciales entre objetos y lugares. De esta manera reconocemos el lugar donde estamos (casa, oficina, ciudad), sabemos cómo llegar a un destino (navegación) y manipular objetos en el espacio (por ejemplo, al cocinar o manejar un vehículo). Aquí reside la clave para nuestra movilidad independiente. Desde encontrar el baño en un restaurante hasta planificar una ruta de viaje o, simplemente, saber dónde dejamos las llaves. Una desorientación espacial puede convertir un paseo conocido en una fuente de ansiedad o riesgo.

Adultos mayores, vejez
Adultos mayores.
Foto: Freepik.

Una construcción vital

La orientación se construye lentamente desde el nacimiento a través de la interacción sensorial y motora con el entorno. Evoluciona de una percepción centrada en nosotros mismos hacia una comprensión abstracta independiente de nuestros cuerpos a lo largo de toda nuestra vida.

Este desarrollo integra múltiples funciones (percepción, memoria, atención y lenguaje) y presenta diferentes aspectos:

  • El punto de partida es el esquema corporal. Antes de orientarse en el espacio externo, el niño se orienta en su propio cuerpo. Aprende las relaciones espaciales (arriba/abajo, delante/detrás) con su cuerpo como referencia central.
  • Con el movimiento (rodar, gatear, caminar, alcanzar) el niño expande su espacio de percepción, creando un mapa cognitivo de su entorno.
  • Al adquirir el lenguaje, el niño nombra y simboliza las relaciones espaciales y temporales (ayer, mañana, cerca, lejos), pasando de la percepción concreta a la representación mental y abstracta.
  • Al recordar eventos y situarlos en una secuencia (primero esto, luego aquello) construye la orientación temporal y personal.

El desarrollo de la orientación no ocurre de forma simultánea para sus tres componentes, sino que sigue una secuencia progresiva: orientación espacial (de lo cercano a lo abstracto) y orientación temporal (de la experiencia a la convención).

La orientación personal (identidad en el tiempo) se construye en paralelo con la temporal y espacial, sostenida y sujeta a la memoria autobiográfica y la identidad social. En primer lugar, construimos nuestro nombre, edad y entorno de afectos cercanos. Aprendemos nuestro lugar en el entramado familiar y escolar. Más adelante se consolida nuestra identidad personal en la búsqueda de respuesta para las preguntas de quiénes somos, cuál es nuestra vocación y cuál es nuestro rol en la comunidad.

A lo largo de la vida, la orientación personal se mantiene y se enriquece. Al envejecer, suele ser la más resistente al declive cognitivo, ya que está ligada a la memoria autobiográfica más consolidada.

Puzzle, abuelos
Adultos mayores y niña armando un rompecabezas.
Foto: Freepik.

Ejercitar el GPS mental

Como todas las capacidades cognitivas, la orientación se puede estimular y mantener activa. Esto es especialmente importante para las personas mayores o aquellas que atraviesan procesos de rehabilitación:

  • Usemos relojes grandes y calendarios de pared claramente visibles y elaboremos una agenda diaria con horas específicas para mantener la referencia temporal.
  • Intentemos memorizar la ruta para ir a un lugar nuevo, o pidámosle a un familiar que nos guíe verbalmente para activar nuestra navegación interna.
  • Compartamos anécdotas o revisemos álbumes de fotos. Contar o escuchar nuestra historia personal refuerza nuestra orientación personal.
  • Al dirigirnos a un lugar, hagamos un esfuerzo consciente por identificar referencias (edificios notables, señales de tráfico, nombres de calles) para registrar nuestra posición espacial.

La orientación es el GPS que debemos cuidar para llevar una vida plena, segura y autónoma.

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