Pensar en Brasilia suele traer a la mente imágenes de ministerios, palacios y despachos oficiales.
Pero la capital de Brasil es mucho más que la sede del poder: es una ciudad que sorprende con su historia reciente, su arquitectura única y propuestas culturales y gastronómicas que permiten disfrutarla en pocos días.
La capital brasileña se inauguró en 1960, se erigió en medio de una región natural gracias al sueño del presidente Juscelino Kubitschek y al trazo futurista del urbanista Lúcio Costa.
Oscar Niemeyer, con su don arquitectónico, dio forma a los edificios que hoy la identifican: estructuras curvas, monumentales, de hormigón blanco que parecen salidas y puestas en su lugar, sin escalas, de un dibujo. Su diseño en forma de avión, con ejes que organizan el tránsito y los distintos barrios, convirtió a Brasilia en Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Hospedaje con historia.
Mi estadía comenzó en el Brasilia Palace Hotel, una joya de Niemeyer a orillas del Lago Paranoá. Concebido inicialmente para hospedar a arquitectos, ingenieros y comitivas nacionales e internacionales que participaban en la construcción de la nueva capital, el hotel se convirtió pronto en escenario de encuentros diplomáticos y políticos. Incluso llegó a funcionar como embajada de Estados Unidos.
Con el tiempo fue testigo del paso de artistas y autoridades, hasta que un incendio lo dejó fuera de servicio y permaneció abandonado por años. Reabrió en 2006, restaurado y modernizado. Hoy, además de sus ventanales que regalan vistas al agua, alberga el restaurante Oscar, considerado uno de los más elegantes de Brasilia.
Lago Paranoá.
El famoso Pontão do Lago Sul regala una amplia explanada sobre el Lago Paranoá, el gran pulmón acuático de la ciudad. Aunque se trata de un lago artificial, construido en paralelo a la fundación de la capital, su presencia cambió por completo el paisaje.
Es un sitio colorido, con restaurantes y bares de todo tipo, sumados a una vista que incluye al Puente JK, con sus arcos asimétricos, ícono de la ciudad.
La Catedral: visita obligada.
La visita a Brasilia no está completa sin ir a la Catedral Metropolitana. La estructura, con columnas de hormigón que se elevan como manos hacia el cielo, produce admiración incluso a quienes no son religiosos.
En su interior, los vitrales llenan el espacio de luz azulada. En el exterior, puestos callejeros ofrecen flores y recuerdos, desde rosarios hasta llaveros con forma de catedral.
Plaza de los Tres Poderes.
Un punto esencial es la Plaza de los Tres Poderes, donde se concentran el Palacio de Planalto, el Congreso y el Supremo Tribunal Federal. Más allá de lo institucional, el lugar invita a recorrer esculturas y monumentos al aire libre.
Brasilia también cuenta con una oferta cultural interesante, con museos que valen la visita. Entre ellos se destacan el Museo Nacional Honestino Guimarães, el Museo de Arte de Brasilia y el Memorial JK, espacios que combinan historia, arte y arquitectura en la capital brasileña.
En dos o tres días, Brasilia permite asomarse a su historia reciente, recorrer obras maestras de la arquitectura modernista y disfrutar de una gastronomía que es reflejo de la diversidad brasileña.
En plena Plaza de los Tres Poderes, Niemeyer diseñó entre los años 1965 y 1967 una estructura mínima, de líneas puras, concebida originalmente como un punto de encuentro para turistas y trabajadores de la zona.
Pero no hubo éxito en conseguir arrendatarios que lo administraran, por lo que a lo largo de los primeros años el espacio tuvo distintos usos.
Primero fue sede de exposiciones y eventos, a partir de 1974 funcionó como restaurante chino por un tiempo, y luego quedó varios años en desuso.
Posteriormente se convirtió en un centro de atención al turista. Recién para el 2024 el edificio recuperó su función original gracias a una alianza entre el Servicio Nacional de Aprendizaje Comercial (Senac-DF) y el Departamento de Turismo Federal, que lo revitalizaron como café escuela: la Casa de Chá (en Instagram @casadechasenacdf).
Allí la excelencia gastronómica se combina con la formación profesional: los estudiantes realizan sus pasantías y tienen primeras experiencias laborales ofreciendo platos que integran productos del cerrado y de distintas regiones de Brasil.
El menú abarca desayunos, almuerzos, meriendas y tapas, además de cafetería de especialidad y coctelería. Durante mi visita probé, por ejemplo, pão de queijo relleno con queso y pequi, otros rellenos de carne desmechada y un cóctel que mezclaba cajú con cachaça, entre otras cosas. La propuesta se completa con vinos locales y una carta que cambia según la temporada, reforzando la identidad brasileña a través de la cocina.
Hoy en la Casa de Chá conviven trabajadores de la zona, legisladores, periodistas y turistas que llegan de distintas partes de Brasil y de todo el mundo. Más que un punto de pausa, el lugar se ha consolidado como un símbolo de cómo Brasilia integra arquitectura, gastronomía, educación y cultura en un mismo espacio, manteniendo vivo el legado de Niemeyer y adaptándolo a los tiempos actuales.
Paseo entre viñedos.
Un hallazgo casi inesperado fue la Vinícola Brasília, un proyecto singular: diez productores se unieron para crear la primera bodega de la capital de Brasil.
Los viñedos crecen en la región del Planalto Central, a más de mil metros de altura, y la vinícola funciona como un espacio de producción compartida. Allí se elaboran vinos de diferentes estilos, con etiquetas que reflejan la diversidad de sus socios. Para los visitantes, es una experiencia única: degustar vinos brasileños en un lugar que pocos asocian con el mundo vitivinícola.
Entre las variedades cultivadas se encuentran Syrah, Tempranillo, Cabernet Franc y otras cepas seleccionadas, cada una con un perfil distintivo que permite explorar distintos aromas y texturas.
La bodega ofrece una experiencia completa: hay visitas guiadas, catas, actividades culturales, restaurantes y hasta la posibilidad de hospedarse. Por más información, su Instagram es @vinicolabrasilia.
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