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¿Perder solo una noche de sueño realmente puede causar un gran impacto? Los investigadores han encontrado evidencia de que sí, puede. El impacto en el estado mental y el comportamiento puede sentirse hasta una semana después, según un estudio publicado en la revista científica PLOS Biology.
El trabajo registró la actividad cerebral de la investigadora Ana María Triana, quien forma parte del equipo de científicos de la Universidad Aalto, en Finlandia, durante cinco meses. Durante este período, sus datos fueron recolectados mediante el uso de tecnología vestible: un anillo inteligente Oura y un monitor de pulso de nivel médico.
Además, se recolectaron marcadores fisiológicos a partir de 30 exámenes de resonancia magnética funcional (fMRI), los cuales evaluaron funciones cognitivas como la memoria.
“Nuestro comportamiento y estados mentales están siendo constantemente moldeados por nuestro entorno y experiencias. Sin embargo, sabemos poco sobre cómo responde la conectividad funcional del cerebro a los cambios ambientales, fisiológicos y conductuales en diferentes escalas de tiempo, desde días hasta meses”, explicó Triana en un comunicado.
La rutina de la investigadora continuó normalmente durante el seguimiento, con la adición de los exámenes y cuestionarios de humor realizados a través de un teléfono inteligente. De esta manera, el equipo pudo identificar patrones mentales y de comportamiento.
Una de las conclusiones del estudio es que el cerebro no responde de manera aislada ni inmediata a las actividades diarias. Según los autores, las respuestas son a corto plazo, de una semana, pero también pueden ser a largo plazo, donde los efectos son más graduales.
“Encontramos rastros de comportamiento y fisiología pasados en la conectividad cerebral que se extienden hasta 15 días”, señalan los investigadores.
Por ejemplo, una noche de mal sueño no solo afecta la concentración al día siguiente, sino que sus efectos pueden durar hasta una semana entera. Por otro lado, los momentos de actividad física tienen un impacto positivo inmediato, pero sus beneficios en el cerebro pueden sentirse hasta dos semanas después.
Otro hallazgo importante fue la conexión fuerte entre la variabilidad de la frecuencia cardíaca (el número de veces que el corazón late por minuto) y la conectividad cerebral. Esto se debe a que diferentes regiones del cerebro actúan de manera distinta durante los períodos de actividad y descanso.
“Vincular la actividad cerebral con datos fisiológicos y ambientales puede revolucionar los cuidados de salud personalizados, abriendo puertas para intervenciones más tempranas y mejores resultados”, concluye Triana.
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