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Biblioteca Nuestros hijos otorgó cinco reconocimientos en una nueva edición de su concurso literario

Héctor José Juri fue el mayor galardonado por su cuento “Tus ojos, mis ojos. Una historia con tapabocas”

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Representantes de Biblioteca Nuestros Hijos con los ganadores del concurso literario para adultos 2023.
Representantes de Biblioteca Nuestros Hijos con los ganadores del concurso literario para adultos 2023.
Foto: Biblioteca Nuestros Hijos

Redacción El País
Biblioteca Nuestros Hijos realizó una nueva edición de su Concurso Literario para adultos. En 2023, se presentaron 85 cuentos.

“Tus ojos, mis ojos. Una historia con tapabocas”, de Héctor José Juri (Montevideo) se quedó con el primer premio. “El Nono”, de Azul Sackmann Rivarola (Argentina) con el segundo y “Libertad”, de Milba Iris Perdomo Sierra (Fray Marcos, Florida) con el tercero. “Para Elisa”, de Antonio Belizon Reina (Cádiz, España) y “La memoria del trigo”, de Génesis García Muñoz (Biobío, Chile), obtuvieron menciones.

A continuación el cuento ganador. “Tus ojos, mis ojos. Una historia con tapabocas”

Tus ojos miran a mis ojos. Esa cálida brisa de las miradas que se cruzan en el aire en señal de amistad, reconocimiento, amor u odio. Es que la pandemia nos alertó, espero a tiempo, que sin nuestros ojos buscando el remanso paraíso de los ojos de un semejante, nada de lo que surja del alma propia podría ser regalado a otras personas. La mirada nos une y es el camino final de expresión de nuestros sentimientos y la forma más efectiva de comunicarnos.

Te miro, me miras. Así ha sido desde el inicio de los tiempos de la humanidad. Cuando no sabíamos hablar, cuando tu idioma era diferente al mío. Nuestros ojos, cual reflejo del alma y espíritu que todos portamos, eran el mensajero. Eran las comunicaciones más profundas, eran las verdaderas redes sociales.

La humanidad en este tercer milenio ha perdido más de la mitad de la cara. Las telas, los papiros, los plásticos y hasta bufandas bajo la forma de tapabocas, barbijos, tapa nariz boca, y todo lo que asimilamos ahora, borró labios, mejillas, narices, mentón, eso que el virus nos ha obligado a ocultar. Ya no nos importa si la barba y bigotes están desarreglados, el tapaboca los oculta. Ya no nos importa el lápiz labial que, dulce y sensual, nos presagia el calor del beso. Ya no nos importa si el pequeño fragmento de la ensalada de lechuga que degustamos al mediodía permanece entre nuestros incisivos. El tapaboca nos protege de la vergüenza y en parte mitiga el mal aliento. Es que ya no hay besos de amor, amistad, pasión, reconocimiento. No hay abrazos ni susurros al oído. No hay sonrisas visibles ni cómplices de las aventuras y hasta del desatino. Y las lágrimas que desde nuestros ojos plenos de emoción surcaban las mejillas, ahora se agotan en papel o tela, apenas dejan su lugar de origen. No hay apretones de manos. No hay vida sin eso, algunos dirán.

Pero el tapabocas, además de frontera o barrera de contención, cual dique en una marejada, inefectivo a veces también, nos ha devuelto los ojos. Esos multicoloridos ojos, plenos de formas tan diversas como personas en este mundo existimos, han vuelto a ser protagonistas de la historia de la humanidad. Ahora nos miramos y nos reconocemos por los ojos, por la mirada, buscando en esa selva de caras ocultas por velos, esa señal de “te conozco”.

Si hasta los lentes oscuros están raleando en la ciudad. Gracias al tapaboca que los empaña, ahora las miradas van en la dirección correcta. Ya nadie se escuda detrás de la impenetrable oscuridad de ellos, que hace invisible el movimiento de los ojos, buscando la mirada del otro. Ya no más cabezas al frente y ojos contorsionistas ocultos a la vista de las personas, moviéndose y moviéndose alocadamente buscando virtudes o defectos de nuestros compatriotas. La vía pública ha vuelto a ser nuestra, con la cabeza en alto, buscándonos y mirándonos. Buscando nuestros ojos. Y todo ello gracias al tapabocas.

De tela, de papel, quirúrgico o artesanal, hecho en casa o comprado en farmacia. No importa. Hay que usarlo por el virus y para reverdecer la mirada humana. Mirarnos a los ojos ya dejó de ser ofensivo. Las frases “¡que mirás vo…!” y “¿tengo monos en la cara, gil?” perdieron su impronta violenta y ofensiva para difuminarse en el tiempo pasado y dar paso a la frase “Gracias por mirarme a los ojos”. El tapaboca nos ha vuelto más humanos. Agradecemos la mirada de nuestros cohabitantes de la tierra.

Los ojos que vemos nos llevan a pensar, hacia la reflexión y al preguntarnos: ¿Conozco esa mirada? ¿Es mi amigo o me confundo con otro? ¿Lo saludo por las dudas o espero que me salude primero? ¿Y si se ofende porque es y no lo saludo, o se enoja porque no es y lo saludo? Es el dilema del tapaboca. Es el dilema de este tiempo. ¿Qué somos? ¿Quiénes somos? ¿Cómo somos? Porque cuando perdemos la superficialidad de las personas, nos quedamos sin nada. El barbijo vino a desnudar nuestra propia inconsistencia de ver la realidad solo a través de cosas formes, cosas tangibles. Y cuando esas cosas a las que nos aferramos tanto se desvanecen detrás de él, entonces caemos en un marasmo incongruente, ilógico, casi enfermizo.Personas, personajes y personitas del mundo, este es el momento, nuestro momento para reencontrarnos y reverdecer a la humanidad. Gracias a esa tela facial dejaremos de ver defectos para apreciar el valor del alma a través de los ojos. Solamente necesitamos eso: nuestros ojos enfocados en los ojos de las demás personas. Y veremos el interior de ellas, y ellas nuestro propio interior. Las palabras pueden engañarnos, mas los ojos jamás lo harán. Los gestos y poses corporales podrán inducirnos al error, mas los ojos jamás lo harán. Las vestimentas y oropeles podrán hacernos creer lo que otros no son, mas los ojos jamás lo harán. Ya no importan el envase, las muecas, las posturas porque veremos a través de los ojos.

Tus ojos, mis ojos.

Cruzamos miradas como antaño, en la escuela del barrio, lejos, muy lejos en el tiempo, más de cuatro décadas de vida. Ella con tapabocas floreado y yo con el mío descolorido, gastado por el uso y abuso del papel. Pero ya. Eran las miradas que una vez más se encontraban en el aire urbano. No como antes, claro está. Ella y su él y yo y mi ella. Cada pareja con un pequeño retoño, su nieto y mi nieto, quienes sin tapaboca como se recomienda para los niños, retozaban al lado de cada uno de nosotros. Tus ojos y mis ojos se encontraron como en aquella tan lejana época plena de inocencia, cuando el primer beso de ambos auguraba milenios de felicidad mutua. Un beso que, aunque apenas era un roce de labios, marcaba el inicio de esa milenaria unión de pareja. Un beso, simple y breve pero inolvidable. Pero ahora ambos sabíamos de la historia del otro y el recato y pudor pudo más que la fuerza de la pasión cuasi adolescente de antes. Pero no se necesitaba más que mirarnos. Tus ojos y mis ojos develaban la vida misma, la secuencia eterna de juventud, adultez, descendencia y el devenir de las personas. Y así ambos seguimos caminando en direcciones opuestas, como extraños, sin gestos, ni saludos con la mano o cabeceos. Pero ambos sin duda con esa sonrisa plena debajo de la cortina facial, confirmación del reconocimiento pleno de los ojos y las remembranzas de amor del pasado.

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