Cuando a muchos le dicen "comer insectos", la reacción es de rechazo. Pero no es para tanto, ni tampoco es una novedad. En la tradición culinaria mexicana —de las más afamadas del mundo— la ingesta de chapulines, ortóptero celífero cuyo nombre científico es sphenarium purpurascens, viene de tiempos precolombinos. Y la razón para su ingesta es de lo más racional: es proteína pura, casi.
De la misma cultura viene la costumbre de tomar mezcal con un gusano de maguey en el vaso.
Aumento de consumo
Hace poco, la televisión pública de España compartió en su cuenta de Twitter un informe sobre cómo el hecho de comer insectos empieza a ser un poco (solo un poco) más aceptado.
El consumo de insectos va a más en Europa.
— Telediarios de TVE (@telediario_tve) February 22, 2023
Ahora se estudia aprobar algunas variedades de mosca y abeja.
📺 https://t.co/VjKzBgoHyr pic.twitter.com/j5LksOwAIc
Más allá de gustos personales y/o adquiridos, comer más insectos puede ser un camino a seguir en el futuro, sobre todo por razones de sustentabilidad. Para empezar, pueden ser una fuente de proteínas para la alimentación de animales con mucha más aceptación culinaria, como la vaca o el cerdo.
La actividad de cultivar insectos para convertirlos en alimentos de otros animales se conoce como microganadería, y una de sus ventajas es que puede ser un camino a seguir para aumentar la producción de alimentos a nivel mundial. Por ejemplo: la microganadería podría contribuir a que no se continúe con la deforestación en la Amazonia (si se alimenta a las reses y los cerdos con insectos, no sería necesario talar tanto bosque tropical para poner a vacas a pastorear), además de que aportaría para la preservación de la flora ya que muchos de esos bichitos contribuyen a la polinización.
¿Cuánto tiempo antes que uno vaya a la feria y haga un surtido de gusanos, larvas y otros insectos comestibles?