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Ana Ribeiro

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SEGUIR ANA RIBEIRO Introduzca el texto aquí Se presentó en la Feria del Libro, con su preciosa tapa en blanco, grises y negros, en la que se ven distintos planos de caballos que cabalgan, levantando polvo a su paso. Esos preciosos animales no son el tema central, sino una suerte de metáfora o alegoría que el autor, Guillermo Álvarez Castro, utiliza para recorrer nuestro presente, el pasado reciente y el más remoto. En “Amparo y el galope de los caballos muertos” hay una historia y un protagonista que se trenza con otro protagonista y otra historia, retratando más al país y a la condición humana que a esos dos personajes centrales. El nexo entre ambos es Amparo, una prostituta que tiene nombre de reivindicación, porque es el desamparo el que mayoritariamente cunde en las 289 páginas del libro y -eso nos dice el autor- también entre nosotros.
SEGUIR ANA RIBEIRO Introduzca el texto aquí Es cierto, el lugar elegido para erigir la Ciudadela fue erróneo, por dos razones. Acotaba el crecimiento de la recién esbozada ciudad y dejaba fuera de la misma la “colina” sobre la cual se proyectó al principio construirla (la zona del actual cruce de 18 de Julio y Río Negro). Una inspección realizada años después por la corona española la criticó duramente: “la situación de esta Ciudadela es harto infeliz porque se halla enterrada y dominada de la campaña a medio tiro de cañón”.
SEGUIR ANA RIBEIRO Introduzca el texto aquí En 1775, cuando Montevideo contaba apenas con mil y pocos habitantes, se fundó, a iniciativa de Francisco Antonio Maciel y su señora, la cofradía del Señor San José y Caridad, para ayudar a los enfermos desvalidos, socorriéndolos con dos reales diarios. Maciel tenía una sólida fortuna pese a su juventud: apenas 21 años. Era uno de los comerciantes enriquecidos con el tráfico negrero, lo cual no contradecía -en la sensibilidad de la época- sus servicios piadosos hacia los “pobres de solemnidad”. Lo secundaban varios vecinos, el doctor José Giró, enfermeras y enfermeros voluntarios en cada barrio. Los martes salían a pedir limosna con un platillo de plata. La población siguió creciendo y, luego de transcurrida una década, se hizo imprescindible construir un hospital. La situación más delicada se daba entre los “hombres sueltos del campo”, que “eran encontrados moribundos en sus chozas, en la mayor miseria, o muertos de necesidad sin ninguna clase de auxilios en los caminos”, según Isidoro de María en “Tradiciones y recuerdos”.
SEGUIR ANA RIBEIRO Introduzca el texto aquí Cuando nuestros libros de Historia tratan del Paraguay es para mencionar los treinta años finales de la vida de José Artigas (1820-1850), repartidos entre Curuguaty y Asunción, o para referirse a la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Ni la Guerra del Chaco, ni la Provincia Gigante del Paraguay como la unidad territorial primera de toda la región rioplatense, ni la rica experiencia jesuita y misionera, ni la larga dictadura de Stroessner.
SEGUIR ANA RIBEIRO Introduzca el texto aquí Lo visitan minoristas y público en general, conformando un enjambre de gente que avanza por sus calles esquivando mesas de ofertas, maniquíes que ubican su pseudo humanidad en la vereda y cajas que se apilan aquí y allá. Hubo allí un poderoso proyecto urbano que aflora aún hoy, aunque desdibujado por el tiempo. Hubo y hay allí un trozo de historia de las inmigraciones que nos conformaron como país, que también asoma, indeleble.
SEGUIR ana ribeiro Introduzca el texto aquí Ya entrada la noche sabremos los resultados de las internas 2019. Festejarán algunos, procesarán las derrotas otros, se especulará con las fórmulas para octubre y finalmente nos iremos a dormir, atiborrados de imágenes y emociones. Siempre emociona una jornada de reafirmación democrática.
SEGUIR ANA RIBEIRO Introduzca el texto aquí Chernobyl es una serie de éxito mundial. Narra tragedias difíciles de imaginar, pero que se sabe acontecieron realmente. Independientemente de su doloroso contenido, la serie ha provocado tres tipos diferentes de malestar. En primer lugar, el de los rusos, que ya anunciaron que van a hacer otra versión, diferente a la que emite Netflix, porque no les satisface la imagen que la serie transmite de la Unión Soviética, el imperio que en 1986, cuando estalló el reactor nuclear de la central de Chernobyl y se desató el apocalipsis en la localidad que la albergaba, estaba -sin saberlo- a solo tres años de su debacle, sintetizada en la caída del muro de Berlín. El Partido Comunista de Rusia pide abrir caso penal contra los creadores de la serie y les prohíbe la entrada al país al director, el guionista y el productor ejecutivo de la misma.
SEGUIR ana ribeiro Introduzca el texto aquí Montevideo nació plaza fuerte. Cuando Petrarca delineó la ciudad, una de las primeras edificaciones fue el Fuerte, nacido para “para mayor resguardo de la campaña y batería y de algún desembarco que puede haber de las dichas ensenadas”. Levantado con premura, se inició su construcción en 1724 y para 1725 estaba concluido. Por razones de índole defensiva miraba a la bahía, de tal forma que rompía el damero previsto para el resto del trazado urbano. Era una casona sólida, con ventanas estrechas y fuertemente enrejadas. El techo, a dos aguas, estaba cubierto de tejas y rematado por una cornisa.
SEGUIR ana ribeiro Introduzca el texto aquí Alexandra Lucas Coelho es una destacada escritora portuguesa que convierte a los viajes en instancias de aprendizaje e introspección. Lo demostró en su visita a Uruguay, invitada por la Cátedra Magallanes de la Universidad Católica del Uruguay a hablar sobre Río, territorio y viajes. Como corresponsal extranjera en Jerusalén escribió Oriente Próximo y Cuaderno Afgano. Viva México cubre su viaje por una sociedad que es algo más que pura violencia y asesinatos. Almacenamiento de la Mesopotamia surge cuando el ISIS descabeza por igual, tanto al arqueólogo encargado como a las múltiples estatuas de la antigua Palmira, Patrimonio Mundial de la Humanidad.
SEGUIR ANA RIBEIRO Introduzca el texto aquí Las paredes de la Iglesia Matriz como caja de resonancia de hechos del pasado están a la vista de los que acuden a ella esta semana, ya sea para rememorar la pasión de Cristo o en busca de una fotografía turística. Sólo hay que afinar el ojo para saber verlos. La construcción del actual edificio de la Iglesia Matriz, inaugurado en 1804, llenó de orgullo a los montevideanos. Algo fácil de entender si se leen las crónicas que detallan cómo era la anterior iglesia, la que acompañó los primeros años de la ciudad-puerto. “Tiene ocho altares, cuatro de ellos con retablo, en que hay hermosas imágenes; las más sobresalientes son las de los dos santos Patronos, la del Carmen y la del Rosario, que se hicieron en Madrid’’, escribía el presbítero Pérez Castellano. “Durante el Corpus Cristi y la Semana Santa la Matriz -agregaba- se convierte en el centro de la ciudad, aunque tiene algunos problemas edilicios: es una iglesia que posee una torre con dos campanas de mediano porte, una está quebrada y la otra está mal remendada, porque aunque hay dos grandes y buenas, la torre no las puede sostener por su debilidad, razón por la cual están colgadas al lado de ella, ¡pendiendo de una horca de madera!” Cuando llegaron a los detalles finales del ansiado edificio nuevo, de sobrio pero contundente estilo neoclásico, y hubo que revestir las torres con azulejos, descubrieron que aquella modesta ciudad amurallada que entonces éramos, no los tenía en número suficiente, ni tenía forma alguna de conseguirlos, por lo cual se colocaron en su lugar una partida de platos y fuentes, que aún hoy la adornan. Pronto, los sitios a que fue sometida la ciudad durante el ciclo independentista primero y las guerras civiles luego, le fueron dejando huellas al novel edificio. Fueron años en que las bolsas de tierra protegían sus puertas de la lluvia de bombas que le acarreaba la visibilidad de sus torres. Varias impactaron en sus muros y más de una vez se trasladó el Santísimo a alguna casa particular, para preservar la imagen consagrada y los ritos litúrgicos. La dominación luso-brasileña, la misma que fue recibida bajo palio, le deparó en 1818 un obsequio que aún exhibe en su fachada: un gran reloj público para una de sus torres. A partir de entonces, las campanas no sonaban solamente para anunciar la misa o la “hora de la oración”, al caer la tarde, sino a cada hora, marcando el ritmo de la ciudad y -con las campanadas de las diez de la noche- la hora de finalización de visitas y tertulias hogareñas, que ni los toques de queda lograron anular. Eran tiempos en que se llevaba la alfombra necesaria para sentarse e hincarse a rezar, porque la iglesia no contaba aún con bancos. La barrían y lavaban con agua y jabón las propias devotas, que acudían a la labor al toque de campana. La cotidianidad incluía los rituales del culto, por encima de la ferocidad de las luchas políticas y aún dentro de ellas, ya que no había asamblea popular, congreso ni batalla que no fuera precedido por una misa. La calma no llegó siquiera cuando la plaza que se conocía por su nombre, “la Matriz”, pasó a llamarse “Plaza Constitución”, porque en ella, con un Te Deum de agradecimiento, se juró la primera carta constitucional. A sus paredes fueron a descansar los protagonistas de aquellos años fundacionales: Juan Antonio Lavalleja, Joaquín Suárez, Dámaso Antonio Larrañaga, Jacinto Vera y Fructuoso Rivera. En el caso del caudillo colorado, una procesión de gente le siguió en séquito, a medida que su cuerpo iba avanzando por la campaña, desde el rancho de Durazno en el que falleció, hacia la capital, donde preparaban las exequias. Cuando llegó el momento de depositar el féretro en el nicho de la Catedral que se le había destinado, todos quisieron guardar un trozo del paño que lo cubría, produciéndose un tumulto tan paradójico como la cercanía que los restos del caudillo guardaban respecto a los de Juan Antonio Lavalleja, compadre-rival, fallecido tres meses antes. La secularización que nos caracterizaría como país laico se produjo lenta pero implacable, con enfrentamientos que rápidamente se politizaron, de forma que Venancio Flores sumó una cruz de defensa del catolicismo a su bandera colorada, al iniciar su “Cruzada Libertadora”, así llamada para evocar la de 1825. Flores arrasó Paysandú durante la defensa de la ciudad que desde entonces sumaría “la heroica” a su nombre, logrando entrar triunfante en Montevideo en 1865. Fue Gobernador Provisorio hasta el 15 de febrero de 1868. Las luchas partidarias alcanzaron su pico mayor de violencia tres días más tarde, cuando dos ex presidentes -el propio Venancio Flores y Bernardo Prudencio Berro- fueron asesinados en el mismo día, mientras el país entero quedaba sumido en una ola de venganzas. El médico “gringo” Carl Brendel, que fuera encargado de embalsamar el cadáver de Flores, sustituyó el cuerpo (corrompido por los vahos de una ciudad bajo epidemia) por un muñeco de paja al que vistió de uniforme y le colocó la cabeza del caudillo. Lo velaron durante poco menos de un mes en el Cabildo, con una guardia militar que no tardó en caer presa de la fiebre amarilla que asolaba la ciudad. Finalmente, el cuerpo cruzó la plaza y la Matriz recibió lo que -creía- era el cadáver de su defensor. Lo sepultaron frente al Santísimo, bajo una lápida que lo elogia largamente. Ciento veinte años después, al publicarse las memorias de Brendel, el libro “El gringo de confianza”, de Fernando Mañé Garzón y Ángel Ayestarán, reveló el secreto del muñeco de paja, tan largamente guardado. A la derecha de la lápida de Venancio Flores, que en parte ocultan los bancos de madera, puede verse una pequeña talla barroca de la Inmaculada, en madera de álamo, realizada en la primera mitad del siglo XVIII. Fue hallada en la propia catedral durante las obras realizadas en sus paredes en 1941. Desde entonces se la conoce como la Virgen de la Fundación, la que evoca todos los tiempos que ese monumento público ha visto pasar.