Ricardo Lagos

Es tradicional que algunos sectores de la política y de la intelectualidad nacional tengan propensión a buscar modelos de inspiración en el exterior. Reyes Abadie graficaba el aserto diciendo que toda idea para ser aceptada en Uruguay tenía que pasar por París.

Sin duda el Frente Amplio es quien tiene mayor tendencia a actuar de esa manera. En su tiempo fueron Cuba y la Europa del este los ejemplos a seguir. Más cercanamente el celebrado Fernando de la Rua quien rápidamente fuera sustituido por el presidente Kirchner (en raro enroque ideológico), y luego por el presidente Lula, quien no se recupera del escándalo de corrupción. Hoy el nuevo héroe es el presidente Chávez y su cruzada por la América bolivariana y socialista.

Curiosamente, se ha dejado de lado a un país y a un líder que definiéndose socialista ha sabido conducir con firmeza y sabiduría el largo y difícil proceso de la transición chilena, al tiempo que ingentes esfuerzos por la profundización de la democracia y de la institucionalidad.

Demostrando gran sensatez y pragmatismo, los gobiernos post Pinochet mantuvieron sus lineamientos económicos fundamentales: apertura económica, desregulación de mercados, desmonopolización, y política fiscal sólida. Al mismo tiempo, Chile ha logrado disminuir notoriamente la desigualdad en los ingresos de su población y ha mejorado su calidad de vida por medio de políticas sociales inteligentes y exitosas. En el campo internacional, sus acciones no han estado signadas por consideraciones ideológicas sino dirigidas a mejorar las condiciones de accesibilidad a los mercados en cumplimiento de sus objetivos nacionales.

Mientras tanto, en el otro extremo del continente nos encontramos con un país con características absolutamente opuestas.

Una nación que posee riquezas naturales de valor incalculable y que no ha sabido mejorar la calidad de vida de su gente y abatir significativamente la pobreza. Un líder que cae en la tentación de refundar una república sin la sensatez de reconocer lo bueno que habían hecho sus predecesores y sin medir los costos del enfrentamiento y de la visión negativa de todo lo anterior.

Su política exterior aparece fuertemente signada por consideraciones ideológicas, en la cual prima el enfrentamiento con los Estados Unidos y su alianza con Castro sin que aparezcan, claros por lo menos, los beneficios para Venezuela.

El régimen político venezolano, por otra parte, posee claros rasgos populistas y demagógicos con desvíos autoritarios. La oposición es desconocida, la violencia política siempre presente, y una clara vocación hegemónica del chavismo.

El Frente Amplio ha optado por profundizar las relaciones con Chávez, Lula (jaqueado por la corrupción) y el imprevisible Kirchner. Se prefiere que Venezuela converja con el Mercosur, en lugar de que éste converja con Chile.

Es una pena que no se haya actuado con más inteligencia y valorado la trayectoria y el ejemplo de quien, definiéndose de igual inspiración ideológica que nuestro Presidente, ha procedido con la sabiduría de quien se sabe continuador de políticas que reflejan los intereses de su nación y que no obstante los matices que a cada Administración puedan merecer, conforman un bloque sólido sobre el que construir el futuro.

Quizás sea esta la lección más importante que nos deja el presidente Lagos: que los estados serios no actúan ni eligen sus amigos ni encaran sus políticas internas en función de amoríos pasajeros.

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