Cajas chinas

Hace unos años conocí en la John Hopkins University, en Baltimore, al destacado novelista americano y profesor de aquella universidad, John Barth. Mientras recorría el campus universitario, observaba a los jóvenes con sus buzos con las leyendas en el pecho y los libros bajo el brazo. Una joven se acercó a mí, llamándome por mi nombre (descuento que me identificó por mí vestimenta tan formal) y me anunció que el profesor Barth me aguardaba en su despacho. Y me condujo a paso rápido hasta él. John Barth es uno de los escritores más prestigiosos de los Estados Unidos, y también más galardonados. Entre otros, obtuvo el prestigioso "National Book Award", y en diversas oportunidades su nombre ha figurado entre los serios candidatos al Premio Nobel literario, así como los novelistas Norman Mailer, John Updike y Joyce Carol Oates.

Nacido en Maryland en 1930, John Barth es el decano de los novelistas americanos posmodernos. Es algo así como el portaestandarte de las aperturas renovadoras en el mundo de las letras. Y bien, en estos días ha dado fin a su fruitivo libro "La ópera flotante" (El Aleph/Océano), en cuyas páginas se pone de manifiesto su arte para inventar historias en clave de comedia y, sin duda, es una de sus piezas maestras.

Antes de continuar con el libro, quisiera dedicarle unas líneas. Recuerdo su "hábitat" universitario: un despacho no demasiado grande, con la estufa a leña encendida, y poblado de libros hasta el techo; tenía las carátulas de sus libros pinchadas en los estantes. Una curiosidad, realmente. John Barth, un hombre alto y delgado, de barba cana, realmente afectuoso y dueño de muy buen humor, tenía, asimismo, en un lugar destacado, una foto con Borges. Su foto con el autor de El Aleph. Tengo presente que la besó, hecho que, de inmediato me llevó a evocar (entonces y ahora, mientras lo escribo) una emotiva descripción que hiciera Leight Hunt sobre el inglés Charles Lamb, al cual vio una tarde besar un libro de Homero.

Por cierto, John Barth es, y así se declaró, un escritor borgeano. Me dijo, además, que consideraba al escritor argentino como el maestro de las letras del siglo veinte.

Pero volvamos a su libro "La ópera flotante". Sus historias son estrategias narrativas entrelazadas, cuya meta más evidente parece ser la exploración. Más que expandirse por los predios de las formas tradicionales de la narración, las historias que cuenta se van entretejiendo en base a incontables cruces e intercambios de información. Es un mundo que se reordena de manera permanente. La filiación literaria de este maestro de las letras modernas, además de las influencias borgeanas, puede asociarse también a Italo Calvino. Y, en consecuencia, podemos sostener juiciosamente que John Barth compendia las ambiciones literarias de las letras americanas posmodernas. Las suyas son novelas de novelas, vastos momentos que se asemejan a las cajas chinas.

Y en este sentido, el libro que nos ocupa es un fiel ejemplo de todo ello, y, en consecuencia, del ideal posmoderno de ruptura de los límites entre los géneros literarios, en un intento de elevarse por encima de las disputas del realismo clásico y del irrealismo, ubicándose en la vereda opuesta de la literatura comprometida, del "sustancialismo" y del formalismo.

John Barth escribe obras abiertas, caudalosas: una suerte de laberintos sin fin, que, al cabo, terminan por convertirse en placer para paladares especiales, al igual que la poesía.

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