En los últimos días se presentó una circunstancia favorable para revisar nuestro relacionamiento en el Mercosur. Como se sabe, Argentina y Brasil están llevando a la práctica el aumento del Arancel Externo Común (AEC) -ya lo ha hecho Brasil- pretendiendo extender así su política comercial de encierro y reindustrialización a base de protección, a los cuatro países. Uruguay debe aprovechar la circunstancia, que supone el fin del Mercosur tal como se lo diseñó, para cambiar su condición de miembro pleno, y tratar de obtener otro estatuto equivalente al de un país asociado en régimen de zona de libre comercio, pero fuera de la unión aduanera. En otras palabras, Uruguay debe dar el consenso para subir el AEC a los demás, a cambio de que se acepte su propia flexibilidad para mantener sus aranceles como están, firmar tratados de libre comercio con el mundo, o en su defecto abandonar -si se puede por un tiempo, si no se puede mala suerte- el Mercosur. Es un nuevo tren que pasa, como aquella vez del TLC con Estados Unidos.
NUEVO MODELO. De hecho, nuestros vecinos han elegido el encierro como mecanismo supuesto de prevención de eventuales invasiones de productos baratos chinos o indios, que andarían por el mundo en busca de mercados alternativos a los de los países en recesión. Esto es lo que se ha dicho y no tiene sentido alguno, porque a males transitorios se corresponden medidas circunstanciales, y por el contrario éstas pretenden otra cosa: fundar un nuevo modelo económico. Este implica generar empresas que solo pueden sobrevivir en base a privarlas de la competencia externa, generando un escenario de precios domésticos más alto que el del mundo, pagados por el consumidor y por el exportador ya que como se sabe, vía precios relativos, un impuesto a la importación es también un gravamen a la exportación, la que verá caer más su tipo de cambio al deprimirse la demanda de divisas. Un desastre viejo y de final predecible. A veces resulta casi cómico el fundamento de este tipo de modelos que a lo mejor en un Brasil de muchos millones de habitantes puede entenderse, pero casi nada en Argentina y mucho menos por aquí. Escuchaba hace unos días al presidente de la Unión Industrial Argentina, José Ignacio de Mendiguren, defendiendo la sustitución de importaciones en base a protección, y simultáneamente y sin movérsele un pelo, alentando el crecimiento de las exportaciones. Simplemente es imposible. No hay país al que se le impida vendernos, que a la vez se desespere por seguir comprando nuestras cosas; es absurdo. Y además, las medidas de protección implican un impuesto implícito a la producción de exportables que de esta manera solo sobreviven en circunstancias muy especialmente favorables de sus mercados.
Hay que reconocer que hay diferencias entre lo de Brasil y lo de Argentina. En el primer caso, el encierro se hace conforme a reglas internacionales y solo violando el Mercosur hasta que consiga su acuerdo. Por su parte, Argentina clausura su frontera con cualquier tipo de medidas tanto comerciales como financieras; una Argentina ya en recesión, que no cumple nada y no hay por qué suponer que admitirá la libre circulación si aumenta el AEC.
LEJOS DEL MUNDO. Elevar el AEC para Uruguay implica incrementar la dependencia de estos socios díscolos, agrandando la preferencia regional. Esta supone que importar del mundo costará 35% más que desde la región. Esto puede entusiasmar a algún despistado que suponga que podemos vivir de lo que el barrio nos provee, para luego exportar a precios regionales más altos, divorciados de los del mundo, solo a la región. Esta cárcel comercial a la que nos invitan supone en el mejor de los casos una invitación a la mediocridad, una renuncia al mundo global, una exhortación a parecernos a Argentina o Bolivia en lugar de querer emparejarnos con Chile o Perú. Nos pasará como con nuestro vino, nuestra granja o nuestra ropa: encerrados viven de un precio artificialmente alto, y cuando sobran dos kilos o tres camisas no hay a quién ni dónde vender porque el precio es otro, y la competitividad nula, como lo saben también todos los que miran precios de bienes de consumo en Estados Unidos por ejemplo. Sería una injusticia que pagarán el consumidor y los exportadores a cambio de alguna fábrica más de camisas o de medias.
Pero peor que la dependencia económica de los socios sin reglas, peor que fundar un proyecto de integración nuevo, mucho peor es la dependencia política ya insoportable para la dignidad aun de un país chico. Es inaceptable. En este sentido, si el gobierno tiene un nuevo proyecto de integración de espaldas al mundo, confío en que hará como en su momento el Dr. Lacalle que convocó para aquél proyecto la aprobación de todas las fuerzas políticas.
Por ahora, aunque tímidamente, el gobierno no se muestra entusiasmado con la propuesta, pero tampoco la ha rechazado enfáticamente, planteando como correspondería retener la soberanía de su arancel como la tiene por ejemplo Chile. Sin embargo, podría ocurrir algo peor con la presión de algunos industriales criollos. Podría en efecto el gobierno aceptar el aumento del AEC a cambio de un permiso para importar todo con arancel cero. Sería lo peor de lo peor, ya que se llevaría la protección efectiva al máximo: importar insumos sin arancel y vender el producto con protección del 35%... Esto supondría una burla, venderíamos soberanía económica y política, inserción comercial mundial, competitividad genuina, a cambio de armar un curro monumental para unas pocas industrias instaladas, con sacrificio obvio para el sector exportador. Éste además debería comprar en la región tractores, maquinaria, agroquímicos, etc.
IRNOS. Es ésta la oportunidad. No somos nosotros los que por querer irnos matamos el Mercosur unión aduanera. Son ellos que por razones de escasez de divisas, por temor a la competencia, por simple afinidad con otro paradigma ideológico, o por lo que sea, matan el Mercosur como ámbito de libre circulación y, ahora, como lo que era: una expresión de regionalismo abierto y no de sustitución de importaciones a escala cuatripartita. El gobierno debe liderar -en eso tendrá a su lado a los partidos tradicionales- una negociación que logre cambiar el estatuto nuestro de parte de una unión aduanera, pasando al de miembro de un acuerdo de libre comercio. Y si no se puede, habrá que buscar otros caminos, otros trenes…