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Fiestas de no casamiento

| Cada vez más uruguayos eligen celebrar su unión sin pasar por el Registro Civil. Es el sueño de una boda a la medida de los novios.

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DANIELA BLUTH

En medio de los preparativos para la fiesta, Federico Marín (26) encontró en un rincón de su casa unos mocasines Di Fellice. No eran suyos pero le quedaron súper cómodos. Como un zapato tan clásico -marrón y de punta cuadrada-, no iba del todo con el estilo que estaba buscando, los recortó con una trincheta y los convirtió en una suerte de sandalia. "Realmente quedaron buenísimos, iban perfecto con el vestuario que iba a usar en la ceremonia", recuerda Sol Ruíz César (32), su pareja. Pocos días antes del evento ambos cayeron en la cuenta de que esos zapatos, rara avis en los placares de su casa de Neptunia, donde predomina un tipo de calzado más bien informal, eran del padre de Sol. Al suegro no lo conformó la transformación de sus Di Fellice, pero ya no había vuelta atrás.

La fiesta en la que Sol y Federico celebraron su unión fue el 25 de febrero de 2012, en la playa de Marindia, con un espectáculo de capoeira, la voz cantante de la hermana de Sol, la "bendición" de una amiga en común, un montón de invitados y algunos curiosos que se acercaron en traje de baño y toalla. Empezó a las siete de la tarde y terminó en un parador a cielo abierto a las seis de la mañana del día siguiente. A esa altura, la historia de los zapatos del novio formaba parte de un largo e intenso anecdotario. Sin embargo, esa búsqueda de tomar algo convencional y producido en serie para transformarlo en una obra personalizada y única, se podría decir que fue el sello que caracterizó todo este festejo de "no casamiento", como le llaman algunos.

Se conocieron arriba de un ómnibus de Copsa, en varios de esos "viajes largos" que unen Montevideo y Salinas, donde ambos vivían. Cuatro meses después se mudaron juntos y seis meses más tarde empezaron "a ahorrar plata para festejar". ¿Festejar qué? "Festejar que estábamos juntos", explica Sol. Nunca estuvo en los planes pasar por el Registro Civil, requisito indispensable en Uruguay para que el matrimonio tenga validez legal. "Nosotros estamos en una búsqueda de alternativas de las opciones que te marcan. Casarte por civil es como avalar que esa es la única forma de hacerlo y nosotros estamos a favor de la diversidad", justifica. Sólo los podría hacer cambiar de parecer la aprobación del matrimonio igualitario. "No estamos de acuerdo con fortalecer estructuras que siguen encasillando gente".

Mientras la cantidad de matrimonios civiles y religiosos celebrados en Uruguay viene cayendo de forma sostenida desde 1975, en los últimos años apareció -aún tímidamente- una tendencia a buscar un modo de festejar cada vez más personalizado y menos tradicional. Digamos en una playa, en el jardín de una casa, con amigos o familiares oficiando la ceremonia, con textos hechos por los propios novios. O sencillamente de la manera que a cada uno se le dé la gana. Bodas chamánicas, budistas, espirituales, hippies, ecológicas. La forma y el escenario cambiaron, pero el rito se mantiene.

Según el psicólogo Álvaro Alcuri, se trata de una tendencia mundial que en Uruguay se está generalizando como consecuencia de un progresivo "despegue" de las instituciones, sea el Estado o la Iglesia Católica. "Se está priorizando el acuerdo privado más que la instancia pública. Y la ceremonia, en ese sentido, deja de ser una cosa regulada por las instituciones ajenas a la pareja y pasa a ser algo más de la órbita de lo privado", asegura el psicólogo especialista en parejas.

Los conocidos rituales civiles o religioso, prácticamente idénticos para todas las parejas, no tienen cabida en este nuevo formato, plagado de guiños personales. "Y ahí elijo a un amigo que hace de sacerdote o rabino, hay actores que hacen de jueces... todo esto está transformándose en una tendencia en Uruguay, donde la ceremonia es cada vez más al uso nostro. Un tenedor libre en el que cada uno elige la forma, el lugar, la duración, la música y la autoridad que los casa", explica Alcuri.

No se trata de un fenómeno descolgado ni ajeno a los cambios que se vienen dando en la sociedad y en la familia desde el siglo XIX. "En toda la historia de la humanidad, en cualquier tipo de colectivo, siempre hubo necesidad de legitimar los actos privados que tuvieran consecuencias públicas. Lo que ha cambiando es quién legitima y ante quién se legitima", explica el sociólogo Rafael Bayce, catedrático de la Universidad de la República (Udelar). En Uruguay, durante muchos años las uniones válidas eran las que pasaban por la Iglesia Católica. Luego lo fueron aquellas que contaban con la rúbrica del Estado. "Estamos transitando un tercer momento, en el que la gente no se siente obligada a condicionar su privacidad a normas religiosas ni estatales sino ante grupos más pequeños que siente que son los únicos que merecen que se les comuniquen decisiones privadas", agrega.

FUERTE PERSONALIDAD. En el "casorio" de Sol y Federico -así lo llamaron ellos- nada estuvo librado al azar. Él es programador de sistemas y se encargó de las invitaciones: una pagina web con un juego interactivo tipo búsqueda del tesoro que permitía confirmar asistencia y elegir de una variada lista de regalos. Ella, que es maestra y educadora sexual, aprendió a coser y junto a varias amigas hizo el cotillón, inspirado en piratas, y la decoración del parador, que no casualmente se llamaba El Perla Negra. La elección de la playa como escenario tampoco fue fortuita. El padre de Federico había fallecido recientemente y sus cenizas, tiradas al mar. "Era una manera de conectarse con los seres queridos que no podían estar", explica Sol.

Y la lista sigue. Una amiga diseñadora creó los trajes, un amigo que hace joyería las alianzas, el coro que integran les regaló una canción y otro grupo de amigos un show de clowns. "Todos regalaban algo que quedaba ahí, en la ceremonia", recuerdan. Para los más despistados, los novios hicieron un colectivo de dinero. Y se fueron de luna de miel un mes a Florianópolis.

Nada más lejos de una ceremonia estándar en una oficina gris de la calle Sarandí. Es que uno de los denominadores comunes de las parejas que optan por este tipo de ceremonia es, justamente, tener muy claro qué quieren y qué no en su fiesta. "Es una opción solo para parejas con fuerte personalidad", dice la wedding planner Ana Laura Morales, quien se refiere a este tipo de uniones como "bodas espirituales". De su experiencia, concluye que suelen ser "parejas especiales" que priorizan el lugar, la atmósfera, están "alejados" del sistema cívico o religioso y son muy específicos en los detalles. "Son momentos únicos para todos: protagonistas, invitados y organizadores. El entorno tiene una fuerte carga energética y los novios suelen estar más relajados que en las bodas tradicionales".

Morales, directora del Instituto Iberoamericano Event Planner, asegura que esta modalidad "cada día suma más adeptos" y es "sin dudas el estilo de celebración que más ha crecido en el último lustro". La boda más excéntrica que le tocó organizar fue hace algunos días en Bali, Indonesia. Protagonizada por una uruguaya y un canadiense, la celebración tuvo lugar en un hotel bajo el rito balinés y con sólo 18 invitados. "La atmósfera fue única, definitivamente como wedding planner las celebraciones espirituales son mis preferidas", concluye.

COMPROMISO DE A DOS. Hasta hace no tanto tiempo la fiesta de casamiento la pensaban, organizaban y pagaban papá y mamá. Pero las cosas están cambiando. "Los jóvenes quieren rituales que tengan sentido para ellos. Y ahí sí, bienvenida la audacia", opina Alcuri. "Creo que todos nos hartamos de ceremonias que tienen sentido para la abuelita, el cura o la colectividad, pero no para sus participantes, que muchas veces ni siquiera entienden lo que se está diciendo".

Quizá por eso nadie se sorprendió cuando después de un mes de convivencia con Pablo Beux (38), Carla Lorenzo (33) anunció que ese cambio en sus vidas "merecía un festejo". Sería en su casa, de puertas abiertas para que los invitados la pudieran recorrer, con braseritos y algo de música en vivo. No habría baile -a Pablo no le gusta-, tampoco vestido largo y blanco -a ella no le va usar polleras-, juez ni cura -aunque Carla está bautizada y tomó la comunión-. En cambio, el maestro de ceremonia sería su amigo y actor Emilio Gallardo. "El que me conoce a mí sabe que mi interés no pasaba por el Registro Civil, ni siquiera lo pensé", dice la comunicadora, actriz y también psicóloga.

Gallardo se caracterizó con peluca, lentes de sol y túnica de satén. Era un "cura raro", mezcla de pastor con pae. Mientras hablaba a viva voz en un gracioso portuñol se sentaba entre los invitados y, con confianza, se tomaba cuanto cóctel había sobre la mesa. "Cuando le pregunté si se animaba a ser el cura de mi casamiento él se emocionó, se puso a llorar... yo no me había dado cuenta de la responsabilidad que le estaba dando", recuerda.

A Pablo y Carla no les interesaba el trámite, pero sí la ceremonia. "Los trámites están siempre en la vida, no queríamos que esto fuera uno más. Ni él ni yo estábamos interesados en generar un compromiso a nivel legal ni de religión. Queríamos comprometernos entre nosotros y compartirlo con la gente que nos quiere y con la que estamos cómodos", dice hoy, casi cinco años después.

El texto que leyó Gallardo fue escrito por el productor de Canal 10 Ricardo Artola y supervisado por los novios. Con tono de humor, tenía guiños personales referidos a la actividad de mecánico de él y de la carrera como productora de televisión de ella. "Decía cosas como `Así surgió el amor-tigüador` o `Que este amor quede Dicho y Hecho`", recuerda Carla y todavía le cuesta retener la carcajada.

Este tipo de matrimonios no convencionales también son frecuentes en el caso de los reincidentes, parejas donde uno o ambos ya pasaron una vez por el Registro o por el altar. Muchas veces, son los hijos los que ofician la ceremonia.

UN PASO MÁS. Una vez que la pareja convive, es difícil tomar la decisión de casarse y saber responder a la pregunta de por qué. Una respuesta puede ser el deseo de tener hijos. Otra, la voluntad de profundizar el compromiso. Y ahí es cuando entra en juego la ceremonia, sea cual sea. "Lo que decidan hacer los novios no ha perdido el carácter de mostrarle al grupo de pertenencia un compromiso. Eso se mantiene vigente", explica Alcuri.

Estas nuevas formas de legitimar la vida de a dos están a medio camino entre el ya arcaico "hasta que la muerte los separe" y las uniones de hecho, donde prima el "mientras dure". Hacer público un compromiso lo carga de varios significados, entre ellos mayor estabilidad y seguridad. Algo así como una voluntad de estar juntos sin límite de tiempo salvo que algo vaya mal. "Seguimos necesitando esa ceremonia que tiene testigos, que tiene un significado, que le da un sentido a la relación y que, después, nos va a dar cierta seguridad afectiva y emocional de que ese vínculo no se va a romper fácilmente", agrega el psicólogo.

Claro que tanta flexibilidad no es para cualquiera. En toda ceremonia no tradicional aparece una madre, una suegra o un amigo al que la ficha no le termina de caer. Frases como "Entonces esto es un casi-miento"o "No fui porque era un casamiento trucho" todavía suenan con frecuencia. Incluso para muchas parejas, la tradición termina ganando la pulseada y además de una fiesta sui generis deciden hacer una escala en el Registro Civil. "Nos gusta idear las cosas libremente, darle importancia desde nuestro imaginario, pero en eso primó una parte conservadora", confiesa Sila Garabelli, quien para celebrar su matrimonio con Fernando Gilet hizo una gran fiesta que empezó en la playa de Parque del Plata y terminó en su casa. Los novios, sus amigos y sus familiares más cercanos hicieron todo, desde cocinar los lechones hasta confeccionar el cotillón. "Sólo contratamos a un disc-jockey para pasar la música y que todos pudieran disfrutar".

Por ahora, este tipo de matrimonios integra el anecdotario popular sin figurar en las estadísticas. Seguramente sea cuestión de tiempo, coinciden los especialistas. Cuando las instituciones entiendan y acepten que la forma de vivir la intimidad en el mundo actual y de compartirla con los demás, ya no es la misma de antes.

Una ceremonia en broma con un humor apto para todo público

Hace unos diez años que Diego Delgrossi tiene un traje oscuro, una faja con los colores de la bandera uruguaya y un Código Civil. A esta altura, hasta se conoce los artículos relativos al matrimonio de memoria. Es que muchas parejas contratan a este actor y humorista para que los case "en broma". Lo más frecuente es que los novios ya hayan pasado por el Registro Civil y el sketch tenga lugar en el mismo salón donde un rato más tarde se celebrará la fiesta. "Leo los artículos del Código y alguno inventado por mí, porque recopilo datos de los novios y siempre armo algún artículo específico para ellos".

La ceremonia dura unos 20 minutos y apela a un humor "apto para todo público", consciente de que en la platea está la abuela de 90 años y los amigos de la infancia. Delgrossi también llama al frente a algunos testigos para que le escriban un mensaje a los recién casados y hace que éstos firmen un acta que les queda de recuerdo. Para cerrar, nunca falta el discurso de los principales políticos de la escena local -como Sanguinetti, Lacalle, Vázquez y Mujica- que les desean suerte a la pareja. "Le das un touch de humor que descontractura la fiesta".

Sólo en una oportunidad Delgrossi "casó" a una pareja que llevaba muchos años conviviendo pero nunca se había unido legalmente. Fue en Solymar, él le regaló a ella un colgante y ella, un par de gemelos. "Fue una ceremonia atípica y yo aporté lo mío desde el humor", recuerda. Por el servicio Delgrossi cobra 6 mil pesos más IVA.

Aunque no lo hace habitualmente, el Gran Gustaf también tuvo el privilegio de oficiar de juez en una oportunidad. Se trataba de un casamiento entre un uruguayo y una paraguaya, y como habían tenido algunos problemas para legalizar los documentos, cuando lo lograron quisieron festejarlo con humor. Caracterizado como juez, con bigote y peluca, Gustaf llegó tarde, se tropezó al entrar y cada dos palabras sacaba la petaca y tomaba unos tragos de whisky. "Tenía un speech armado sobre cada uno y decía cualquier disparate: que él era un mujeriego y ella muy ligerita de cascos. Estuvo alucinante". De todas sus actuaciones, a esta la recuerda como un "hit".

LA GENTE SE CASA MENOS

"Todos los años un poquito menos", dice el director general del Registro Civil Adolfo Orellano para referirse a la sostenida disminución de los matrimonios. Mientras en 1975 hubo 25.310 bodas, en 2010 fueron apenas 10.629. El último año, Orellano estimó que se registraron un promedio de 450 uniones en cada una de las 15 oficinas. De ellas, sólo 10% se realiza fuera de la sede formal. ¿La razón? El costo. En la oficina $ 400, fuera de ella $ 10.700.

LOS SÍMBOLOS SIGUEN VIGENTES

Aunque el contexto puede ser más informal, los novios siguen manteniendo ciertos símbolos que dotan a la ceremonia de validez. Muchas veces, incluso, se trata de rituales propios de la ceremonia religiosa, como la entrada de la novia junto a un padrino o el intercambio de algún tipo de alianza. "Los anillos simbolizan un montón de cosas, el hecho de no compartir algunas no quiere decir que no haya otras que sí sentimos", opina el sociólogo Rafael Bayce. Un anillo que perteneció a una abuela o incluso un tatuaje "para toda la vida" son elecciones frecuentes. También sigue vigente decir "mi marido", aun sin tener libreta. Según el psicólogo Álvaro Alcuri, "las ceremonias, los términos, los rituales, las costumbres que se repiten generación tras generación siguen teniendo valor porque dan esa seguridad que todos precisamos, por más modernos que nos creamos".

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