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Una familia muy normal

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Hugo Fontana

PUEDE RESULTAR extraña una novela que provoque comentarios tan disímiles, desde el más desmedido elogio hasta la diatriba más cruel. De Libertad, el nuevo trabajo de Jonathan Franzen, se ha dicho que es "una obra maestra" y que es "el tipo de novela que resume una era y que trata de incluir todo, un proyecto desesperado y heroico" (Charles Baxter, The New York Review of Books) hasta que solo se trata de "un monumento" de 667 páginas "a la insignificancia" (B.R. Myers, The Atlantic). También se ha dicho que la obra no es otra cosa que un panfleto a favor de la administración de Barack Obama, aunque algunos otros la comparan con La guerra y la paz de León Tolstoi. Pero más allá de toda esta polémica, lo cierto es que, apenas fue publicada a mediados del año pasado, Franzen fue objeto de una tapa en la revista Time, algo a lo que muy pocos escritores han accedido (apenas lo lograron la premio Nobel Toni Morrison, Vladimir Nabokov, J.D. Salinger, Tom Wolfe, James Joyce y John Updike) y el libro vendió en pocas semanas más un millón de ejemplares.

Franzen, quien nació en Chicago en 1959, además de tres libros de artículos periodísticos y breves ensayos, había publicado antes de 2010 las novelas Ciudad Veintisiete, Movimiento fuerte y Las correcciones, un notable friso familiar aparecido pocos días después de los atentados a las Torres Gemelas, que desde entonces lleva vendidos tres millones de ejemplares en todo el mundo. Esta cifra generó tal expectativa alrededor de Libertad, que acaso por sí sola sea una de las razones de la cantidad y del antagonismo de sus críticas. "Soy una rara mezcla: alguien lleno de opiniones políticas que al mismo tiempo tiene muy poco respeto intelectual por la práctica de la política", le dijo hace poco Franzen al escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez en reportaje aparecido en el diario La Nación de Buenos Aires. Quizás también esto nos ayude a entender semejante controversia.

Las escenas tan temidas. Walter y Patty Berglund tienen dos hijos, Joey y Jessica, y forman una familia tipo asentada en el suburbio de una pequeña ciudad de Minnesota. En el barrio conviven con algunos vecinos (Carol Monaghan y su hija Connie, Seth y Merrie Paulsen). Walter es abogado, Patty fue una brillante basquetbolista en sus tiempos universitarios. A esa etapa de sus vidas, cuando se conocieron, pertenece también el gran amigo de adolescencia de Walter y el oscuro objeto de los deseos de Patty, Richard Katz, un músico muy sui generis, que alterna momentos de enorme éxito artístico y sexual con otros en los que deja de tocar y trabaja como simple carpintero. La novela se abre con una extensa pintura de la vida del matrimonio, los hijos que crecen, la serenidad cotidiana que comienza a trastocarse lentamente por ciertos estados depresivos de Patty y una ligera inclinación al alcoholismo. Es que todo lo exitosa que es la vida profesional de Walter lo tiene de insatisfecha la vida diaria de Patty, solo dedicada a su hogar y a unos vástagos que van independizándose de sus dudosas virtudes maternas.

A unas doscientas páginas del inicio, la novela incorpora un testimonio que Patty redacta instigada por su psicólogo: son unos apuntes autobiográficos que desarrolla en tercera persona, colocándose en el centro y a buena distancia de su propia mirada. Es entonces cuando el lector accede a esas escenas tan temidas de todo proceso terapéutico: la autocompasión, los sentimientos reprimidos, la frustración provocada por el paso del tiempo, el vacío existencial, la imposibilidad de construir vínculos lo suficientemente sólidos como para vivir en paz.

La historia abarca no menos de treinta años en la existencia de la pareja, y otros tantos de la política de Estados Unidos, buena parte de ellos marcada por la presencia republicana en el gobierno (Reagan, Bush y Bush Jr.), pero los momentos cruciales se desarrollan tras la caída de las Torres, mencionada más bien como pretexto para el estallido de una voracidad bélica que oculta mecanismos de corrupción escandalosos. En algunos de ellos se involucra el ambicioso Joey apenas entra a la Universidad -venta de camiones polacos en desuso a las tropas en Iraq, con ganancias fabulosas-. En otros, más encubiertos pero no por ello menos nocivos, cae el bueno de Walter hasta que se hace consciente de su propia sucesión de errores. Todo es bueno, entonces, para ir acumulando una serie de tópicos -guerra, medio ambiente, especies desprotegidas, superpoblación mundial, la cambiante etimología de la palabra "libertad"- que acompañan a otros fenómenos más privados, como la ruptura de una pareja, algunos intríngulis familiares, los conflictos entre padres e hijos.

Después del 11/S. Libertad es una novela en la que Franzen vuelve a deslumbrar con sus dotes narrativas: notable construcción de personajes, absoluta verosimilitud de sus debates más íntimos y privados, un ejercicio introspectivo que parece no dejar en suspenso nada de lo que atañe al ser humano. Marca también la búsqueda de una estrategia literaria que se propone -y que así lo enseña- pintar una época, convertirse en el ejemplo de una condición humana ceñida a las vicisitudes de un tiempo de crisis y de grandes cambios sociales, como fue la intención de la literatura europea del siglo XIX. Pero no es la gran novela americana del siglo XXI, como algunos han venido sosteniendo.

En primer lugar porque ni siquiera llega a los niveles de calidad de Las correcciones. En segundo término, porque se parece demasiado a esta última, que tuvo la ventaja de ser escrita sin la comprometida necesidad de elaborar respuestas o señales después de una catástrofe. Por último, porque comparada con Acción de gracias (2006), de Richard Ford -el milimétrico y sanguíneo rastreo en la perplejidad de un individuo-, o El hombre del salto (2007), de Don DeLillo -la poderosa metáfora que envuelve afectos, terrorismo y azar- padece de algunas debilidades más que elocuentes.

El relato de Libertad, a pesar de ser llevadero, tampoco construye un lenguaje alternativo ni propone novedades a nivel de inteligibilidad como así le solicitó DeLillo a la literatura posterior al 11/S, sino que apenas se constituye en una respuesta generalizada al mundo en que vivimos, a veces excesiva o innecesaria. Son demasiadas las páginas dedicadas a la tarea que emprende Walter en supuesta defensa de la reinita cerúlea, una especie de pequeñas aves en peligro de extinción, como así también la intrincada trama en derredor de su empeño, salpicada de depredación ambiental y desaguisados de similar índole. Son demasiadas las peripecias personales que Franzen acumula en su afán de ofrecer una extensa mirada cronológica, acaso queriendo seguir los pasos de su admirada -y admirable- Alice Munro. También son demasiadas las repuestas -filosóficas, ideológicas, incluso político-electorales- que se enuncian para un puñado de preguntas que terminan por resultar bastante pobres.

LIBERTAD, de Jonathan Franzen. Salamandra, 2011. Barcelona, 667 págs. Distribuye Gussi.

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