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La India vacía

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GRACIELA ITURBIDE (Ciudad de México, 1942) es una de las fotógrafas más conocidas de Latinoamérica. Su capacidad para retratar la tradición mexicana con un pie local y un ojo extranjero, ha permitido que su fotografía funcione como catalizador contemporáneo para las dos miradas, la foránea y la propia. Su imagen "La mujer de las Iguanas", por ejemplo, se ha convertido en un ícono del que se han apropiado diferentes grupos sociales, desde indígenas a grupos feministas internacionales.

Las raíces mexicanas de Iturbide se revelan en la fuerte presencia de la muerte y el simbolismo en sus instantáneas. Su obsesión con el más allá apareció tras la muerte de su hija. Desde entonces sintió que era la muerte la que salía siempre a su paso en el camino y parecía que posaba para ella: los pájaros de mal agüero sobrevuelan muchas de sus imágenes, con una mirada constante e inequívoca. El hombre calavera comido por los animales la encontró en el cementerio cuando formaba parte de un cortejo fúnebre. La fotógrafa está ahí también con su cámara para proseguir la tradición de "angelitos" -fotografías de niños menores de 7 años fallecidos- de la cultura popular. Sus imágenes no sólo aportan una imagen costumbrista del folklore en vías de desaparición, sino que encierran el alma milenaria contenida en los objetos, gestos y tradiciones.

Ese ojo extranjero con el que mira de lejos la fotógrafa la ha llevado a buscar ese aliento de otros países tan espirituales como el suyo. En No hay nadie, literalmente, no hay nadie. Es un retrato de la India sin sus gentes pero lleno de objetos en los que está la búsqueda del humano, de la mano que los puso ahí. Zapatos expuestos en un muro de la calle, relojes de pared colgados de árboles, carteles escritos en sánscrito, prótesis de piernas a la venta; o bocas, dientes y ojos de gran tamaño que señalan dentistas y oculistas, se suceden en las páginas de este volumen. Parece entonces que los objetos devienen símbolos y, tras ellos, empieza a escucharse un murmullo del país más habitado del mundo.

Hace ya varios años que el ser humano desapareció de los intereses de Iturbide (Pájaros, 2002 y Naturata, 2006). En una entrevista con motivo de la publicación de No hay nadie Iturbide declaró que éste ha sido un proceso natural que se inició en Estados Unidos, en la bahía de Tampa, cuando vio las calles vacías.

El libro es una edición limitada con una tirada de sólo 2.000 ejemplares y cuenta con un bello texto introductorio de Óscar Pujol, director del Instituto Cervantes en Nueva Delhi y especialista en sánscrito. Este prólogo logra acercar al lector al estado espiritual del misticismo hindú. El pie local que se necesita, junto a nuestro ojo extranjero, para comprender el preciso trabajo reflexivo de la artista mexicana.

"El paisaje no exige figuras", afirma Pujol. Y añade que, al principio, cuando el mundo era algo indeterminado y no tenía ni nombre, se designaba según sus funciones: "Cuando respiraba le llamaban `aliento`; cuando veía, `vista`; cuando pensaba, `mente`." Ojos que nos miran desde las imágenes de la fotógrafa; sombras casi abstractas que proyectan los muros y huellas de manos sobre las paredes. "Al principio el mundo era algo indeterminado, pero luego se llenó de gente y ahora añoramos el silencio desolado de las piedras", suspira Pujol. Suspira Iturbide y la India con ella.

NO HAY NADIE, de Graciela Iturbide. La Fábrica, 2011. Madrid, 61 págs. Distribuye Océano.

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