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La ciudad y los presos

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Leticia Feippe

ENCLAVADA en la Isla Grande de Tierra del Fuego con 60 mil habitantes, Ushuaia es un polo turístico internacional donde todo remite al fin del mundo. Por sus calles circulan personas de todos los continentes. Pero no siempre fue así. Hace poco más de un siglo, la "finisterre" sudamericana era territorio indígena, de los yámanas fundamentalmente, etnia canoera que fue diezmada por las mismas causas que afectaron a otros pueblos de América: alteración del ecosistema por parte del conquistador, enfermedades y exterminio.

Según una crónica de Nicanor Larrain de 1883, en la región también había tehuelches que hablaban inglés. Tenía sentido. La ocupación de las Malvinas por parte de los ingleses en 1833 y la misión anglicana que se había instalado en el territorio habían generado intercambio cultural y comercial. Impresiones como la de Larrain comenzaron a hacer que el gobierno se viera urgido de poblar la zona, adjudicada a Argentina según el tratado firmado con Chile en 1881.

Durante la última mitad del siglo XIX, fueron presentadas desde el gobierno argentino varias propuestas para colonizar el sur de la Patagonia. Nicasio Oroño presentó la suya en 1868, Francisco Moreno en 1876, Enrique Victoria en 1881, Julio Roca con Eduardo Wilde en 1883, Mario Cornero en 1890, Pedro Godoy en 1893. En 1882, el expedicionario Santiago Bove había opinado en sentido similar. Todos proponían más o menos lo mismo: crear una cárcel en el fin del mundo. Como había sucedido en Australia, Argelia y Nueva Caledonia.

LA LEY. El jefe de policía de Buenos Aires, Domingo Viejobueno, también se mostraba a favor de esa iniciativa. Según cuenta Juan Carlos García Basalo en La colonización penal de la Tierra del Fuego, Viejobueno diría en 1892 que la gran ciudad, donde Baco y Venus agitaban "la onda corruptora", proporcionaba los ingredientes necesarios para la formación de delincuentes y que la criminalidad se podía mitigar con la creación de colonias penales para la deportación.

La presencia de presos no era una novedad en el sur. Para la fundación de Ushuaia en 1884 y para la construcción del faro del fin del mundo se había asignado un grupo de penados al oficial de marina Augusto Lasserre. Y Habertorn, la primera estancia fueguina, también había tenido como empleado a un convicto condenado por asesinato, conocido como el Gaucho Aguirre.

Para atender los reiterados reclamos sobre la colonización penal y la situación carcelaria de Buenos Aires, en 1895 se promulgó la ley 3.335. Disponía que las penas correccionales o de prisión de los reincidentes se debían cumplir en el sur argentino. El ex presidente Roca, que había promovido la colonización penal y que había sido el embanderado de la llamada "conquista del desierto" que desplazó a los mapuches de la tierra que habitaban, decretaría luego durante una presidencia interina, que el sur al que refería la ley era la provincia de Tierra del Fuego. Simultáneamente a estas disposiciones eran presupuestadas partidas para que las familias de los reclusos pudieran visitarlos.

La ley 3.335 tenía tres inconvenientes. En primer lugar, no podía ser retroactiva. Por lo tanto, no había presos reincidentes para enviar. En segundo lugar, no existía una cárcel sino que solo había instalaciones provisorias de madera y zinc. El tercer problema era que las penas correccionales y de prisión a veces eran más cortas que un viaje por barco a Tierra del Fuego.

El primer punto se solucionó con presos voluntarios, cuyo ofrecimiento generó dudas según versiones de prensa recogidas por García Basalo. Los otros dos puntos llevaron años en resolverse.

Aún con estos inconvenientes, el proyecto del gobierno tomó forma. Para 1896, había 71 presos en Ushuaia, cifra que superaba el 50 por ciento de la población no indígena censada un año antes. En 1900, Ushuaia comenzó a albergar a una categoría de presos que no estaba comprendida en los parámetros dispuestos por la ley: los condenados con penas superiores a seis años.

Los presos llegaban a Ushuaia tras un viaje que podía durar hasta un mes. Iban en las bodegas de los barcos, con grilletes colocados en sus pies. El aire que respiraban estaba lleno de carbón.

VIVIR ALLÍ. El edificio definitivo, donde actualmente funciona el Museo Marítimo y del Presidio de Ushuaia, se comenzó a construir en 1902. Los obreros fueron los mismos presos. Tras idas y venidas acerca de la localización, terminó ubicándose en la capital de Tierra del Fuego (según la crónica, debido a que la población así lo quería). Ese mismo año, un presidio militar cercano se trasladó a la capital y en 1911 los dos centros penitenciarios se fusionaron. El penal se terminó de construir en 1920. Tenía 380 celdas unipersonales pero llegó a albergar a más de 600 reclusos. Nunca tuvo un muro a su alrededor.

Con la cárcel llegaron a Ushuaia los iconos de progreso de la época: la industria, la imprenta, el periódico, el teléfono, la caminería y el tren. Según Carlos Vairo, director del museo, si bien la capital fueguina comenzó a desarrollarse como colonia penal, pronto se transformó en un lugar que el gobierno utilizaba para "sacarse de encima a los anarquistas llegados de Italia y España y a los presos dementes". "Era como ir a la muerte", afirmó.

Esta cárcel se caracterizó por dos extremos: fue la base de una ciudad que hoy tiene óptima infraestructura y fue a la vez un lugar tétrico. En su libro El presidio de Ushuaia, Vairo cuenta acerca del funcionamiento de la cárcel y muestra fotografías del penal en las que se puede ver a los penados con su uniforme a rayas, trabajando, asistiendo a una misa, cocinando o brindando conciertos. La cárcel tenía taller de herrería, sastrería, ebanistería, zapatería, fábrica de escobas, fábrica de fideos, granja y un cuartel de bomberos integrado por presos y personal del presidio. En su última década se realizaron, además, experimentos genéticos en la granja, con el asesoramiento de la Universidad de Buenos Aires. La prisión tuvo también periódicos editados por los reclusos: El loro y El inflador, en los que solían aparecer noticias relativas a eventos deportivos en los que participaban.

La prisión también se encargó de construir el muelle y la red vial, proveyó de electricidad a la ciudad e instaló la red de agua corriente. Contaba con escuela nocturna y biblioteca. Cuenta Vairo que esta última estuvo durante un período a cargo del preso Guillermo Mac Hannaford, enviado a Ushuaia por un caso de espionaje del que nunca se encontraron pruebas. Se lo recuerda como el Alfred Dreyfus argentino. Fue indultado tras 18 años de reclusión y murió de tuberculosis cinco años después.

A los presos que trabajaban se les pagaba un salario. También había menores, algunos huérfanos o abandonados que comenzaron a ser incorporados como aprendices en los talleres de la gobernación. En ese entonces, con 10 años, un niño podía ir a la cárcel.

En un principio, no había condiciones sanitarias decorosas para los presos ni para la población. Hasta 1936 no hubo dentista en el lugar y el hospital de la cárcel se inauguró en 1943. Parte del mobiliario y las instalaciones fueron construidos por los propios reclusos. Vairo cuenta que fue en el hospital donde se hicieron evidentes los resultados de lo que él denomina "época del terror". Según denuncias del médico Guillermo Kelly recogidas por Vairo, en el presidio se había roto huesos, retorcido testículos y castigado a reclusos con cachiporras de alambre en la espalda para volverlos tuberculosos. Estas denuncias desembocaron en un proceso judicial contra las autoridades de la cárcel. Vairo cuenta en su libro que el juicio no fue fácil. Como desde el mismo penal se entorpecía la investigación evitando que los reclusos fueran a declarar, surgió un código de señas entre los penados y la comisaría mediante el cual los presos advertían al comisario si el declarante diría la verdad o en qué parte del presidio podían encontrar a los convocados para tomar sus declaraciones.

LOS MÁS CÉLEBRES. En el museo del presidio, una estatua que representa a Cayetano Santos Godino o "el petiso orejudo" es fotografiada a diario por los visitantes. Su caso es el que más concita la atención ya que fue, además de incendiario, un niño asesino serial de niños. Los hechos ocurrieron entre 1904 y 1912. La web www.petisorejudo.com.ar da cuenta con detalle de los crímenes perpetrados por Godino. Menciona once ataques a niños, de los cuales cuatro murieron a causa de la agresión. Cuando ocurrió el primer ataque, el petiso orejudo tenía 7 años. Cuando tuvo lugar el último, 16. La última víctima fue un niño de tres años. Lo estranguló y le atravesó el cráneo con un clavo. Godino fue al velorio como si fuera un deudo más.

El petiso orejudo pasó parte de su infancia en un reformatorio. Cuando fue declarado culpable del último infanticidio, fue remitido a un hospicio, luego a una prisión en Buenos Aires y finalmente trasladado al presidio de Ushuaia. Hijo de padre golpeador y alcohólico, limitado física e intelectualmente, fue objeto de estudio, declarado imbécil, operado de las orejas en las que supuestamente residía su mal y agredido por otros reclusos por haber torturado al gato que tenían como mascota. Murió en el presidio en 1944. En 2007 se estrenó una ficción inspirada en esta historia. Su director fue el español Jorge Algora y el petiso orejudo estuvo interpretado por el argentino Abel Ayala.

En su libro, Vairo menciona este y otros casos: Mateo Banks, acusado de asesinar a su familia para apoderarse de las estancias que poseía; un descuartizador de apellido Herns; los cambistas de apellido Bonelli que asesinaban a sus propios clientes; otro hombre de apellido Sacomano que asesinó a una muchacha a la que confundió con prostituta; un hombre conocido como el Ladrón de Guevara, que asesinó a su familia. También hace referencia a varios homicidas y estafadores y a una teoría algo legendaria que habla de un joven Carlos Gardel preso en Ushuaia entre 1905 y 1907. El motivo de la detención es impreciso: líos de mujeres, política, actuar como campana. La tradición oral y una postal de 1907 presuntamente firmada por el artista sostienen esta teoría pero no hay documentos judiciales o penitenciarios que la avalen.

DISIDENTES Y ANARQUISTAS. Además del caso de Mac Hannaford, hubo otros célebres presos políticos en Ushuaia. En el museo es posible conocer la historia del anarquista Simón Radowitzky o la del escritor y periodista radical Ricardo Rojas. Pero no fueron los únicos. Durante la dictadura de Félix Uriburu (1930-1932) llegó a haber más de doscientos presos políticos en Ushuaia.

Algunos de estos presos tuvieron vinculación con el Uruguay. El diputado Néstor Aparicio, por ejemplo, fue apresado tras haber declarado en 1931, en Montevideo, que el gobierno de facto argentino apoyaba intereses petroleros norteamericanos. Él y otros dos disidentes de la dictadura, que estaban alojados en casas particulares ushuaienses, lograron huir hacia Chile, según cuenta Vairo.

Otro famoso preso político que actuó en Uruguay fue el italiano Gino Gatti o Giuseppe Baldi. En 1929, recién llegado a Uruguay desde Argentina, Gatti instaló la carbonería "El buen trato" frente al penal de Punta Carretas. El 18 de ese mes once reclusos (siete de ellos anarquistas) escaparían desde un baño del penal hasta la carbonería. Gatti había sido uno de los artífices de ese túnel. De vuelta en Argentina, se lo persiguió por su participación en el movimiento anarquista. En 1933 fue detenido y remitido a Ushuaia.

Según Vairo, uno de los casos más emblemáticos fue el de Radowitzky. Fue apresado en 1909, cuando, con 18 años de edad, lanzó una bomba dentro de un coche en Buenos Aires, con lo cual dio muerte al jefe de policía Ramón Falcón. Meses antes el movimiento obrero había pedido la renuncia de Falcón debido a la represión policial y muerte de manifestantes a manos de la policía en un acto del 1º de mayo. Radowitzky pudo evitar la pena de muerte por tener 18 años pero quedó condenado a cadena perpetua. En 1911 fue trasladado a Ushuaia.

Siete años más tarde, Radowitzky logró huir vestido de guardiacárcel. Llegó por mar hasta Chile pero fue capturado cerca de Punta Arenas y devuelto a Ushuaia, donde se lo castigó con reclusión en su celda, y media ración. En 1934 fue indultado pero debió abandonar Argentina. Emigró a Uruguay, donde trabajó como mecánico. Luego participó en la Guerra Civil Española. Murió en 1956 en México.

EL FIN DE UN MUNDO. En 1947, el presidio cerró sus puertas, por decreto de Juan Domingo Perón y a instancias del director de institutos penales, Roberto Petinatto, padre del actual conductor de televisión. En los considerandos del decreto se citaban razones humanitarias, entre ellas, la dureza del clima y las dificultades de comunicación de los presos con sus familiares, debido al punto del mapa en el que se encontraba la cárcel.

Cuenta Vairo que, además del frío, la falta de higiene y el aislamiento, estaba el problema de la ausencia de abogados que pudieran seguir con los juicios. "Se ocupaban los curas de Don Bosco", comentó Vairo, "se fijaban en qué estado estaban las condenas y continuaban el juicio en Buenos Aires para pedir el final de pena por reincidencia". "Esto fue hacia mediados del 30 y casi hasta el cierre (...); hacían de gestores dado que los penados estaban abandonados a su suerte".

Después del cierre, los presos fueron realojados en otras cárceles, y el edificio pasó a la órbita del Ministerio de Marina.

Hoy, en el Museo Marítimo, se puede ver una reconstrucción de los pabellones. Son largos pasillos con pisos de baldosas, algunas estufas de hierro y, a cada lado, celdas de cuatro metros cuadrados o menos, cada una con una ventana alta y pequeña desde la que se puede ver el paisaje de montañas. También se puede visitar uno de los baños. Una de las alas o martillos aún permanece en las condiciones en que estaba cuando funcionaba la cárcel.

En ese recinto, el frío, aun en verano, cala los huesos.

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